sábado, 16 de mayo de 2009

Macedonio Fernandez

TRES COCINEROS Y UN HUEVO FRITO


Hay tres cocineros en un hotel; el primero llama al segundo y le
dice: "Atiéndeme ese huevo frito; debe ser así: no muy pasado, regular sal,
sin vinagre"; pero a este segundo viene su mujer a decir que le han robado
la cartera, por lo que se dirige al tercero: "Por favor, atiéndeme este
huevo frito que me encargó Nicolás y debe ser así y así" y parte a ver cómo
le habían robado a su mujer.

Como el primer cocinero no llega, el huevo está hecho y no se sabe a
quién servirlo; se le encarga entonces al mensajero llevarlo al mozo que lo
pidió, previa averiguación del caso; pero el mozo no aparece y el huevo en
tanto se enfría y marchita. Después de molestar con preguntas a todos los
clientes del hotel se da con el que había pedido el huevo frito. El cliente
mira detenidamente, saborea, compara con sus recuerdos y dice que en su
vida ha comido un huevo frito más delicioso, más perfectamente hecho.

Como el gran jefe de fiscalización de los procedimientos culinarios
llega a saber todo lo que había pasado y conoce los encomios, resuelve:
cambiar el nombre del hotel (pues el cliente se había retirado haciéndole
gran propaganda) llamándolo Hotel de los 3 Cocineros y 1 Huevo Frito, y
estatuye en las reglas culinarias que todo huevo frito debe ser en una
tercera parte trabajado por un diferente cocinero.



COLABORACIÓN DE LAS COSAS


Empieza una discusión cualquiera en una casa cualquiera pues llega un
esposo cualquiera y busca la sartén ya que él es quien sabe hacer las
comidas de sartén y ésta no aparece. Crece la discusión; llegan parientes.
Se oye un ruido. Sigue la discusión. Se busca una segunda sartén que acaso
existió alguna vez. El ruido aumenta. Tac, tac, tac. No se concluye de
esclarecer qué ha pasado con la sartén, que además no era vieja; se
escuchan imputaciones recíprocas, se intercambian hipótesis; se examinan
rincones de la cocina por donde no suele andar la escoba. Tac, tac, tac. Al
fin, se aclara el misterio: lo que venía cayendo escalón por escalón era la
sartén. Ahora sólo falta la explicación del misterio: el niño, de cinco
años, la había llevado hasta la azotea, sin pensar que correspondiera
restituirla a la cocina; al alejarse por ser llamado de pronto por la
madre, después de haber estado sentado en el primer escalón de la escalera,
la sartén quedó allí. Cuando trascendió el clima agrio de la discusión
conyugal, la sartén para hacer quedar bien al niño, culpable de todo el
ingrato episodio, se desliza escalones abajo y su insólita presencia a la
entrada de la cocina calma la discordia.

Nadie supo que no fue la casualidad, sino la sartén. Y si es verdad
que puede haberle costado poco por haber sido dejada muy al borde del
escalón, no debe menospreciarse su mérito.