domingo, 4 de octubre de 2009

PALIMPSESTO: Escritores y drogas

"¡Soy una drogadicta!", exclamaba asombrada anoche mi hija al enterarse de que el café, el mate y el té contenían drogas específicas. Claro, su concepto de las drogas es un concepto instalado por los medios, un concepto reducido y atemorizante.

Droga para el diccionario de la Real Academia Española significa 1. Sustancia mineral, vegetal o animal, que se emplea en la medicina, en la industria o en las bellas artes. 2. Sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno.

Trabajo fue intentar explicarle que la droga es también un concepto cultural y que es la sociedad la que determina con base en determinados criterios (muy discutibles) qué es lo permitido y qué es lo prohibido. Es curioso, la palabra droga deriva del árabe peninsular y significó en su origen charlatanería, quizás por los efectos de locuacidad que adquirían los consumidores de determinadas sustancias, especialmente el opio; también hoy el tema drogas es sinónimo de mucha charlatanería, aunque en un sentido distinto del original.

En la literatura hay gran cantidad de escritores que son consumidores de drogas en el sentido más amplio, recordemos los litros de café que bebía Balzac, el gran novelista francés autor de "La comedia humana", para poder escribir durante la noche. Pero aquí nos referiremos a aquellas drogas que en la actualidad tienen la capa del demonio.

Una de las primeras drogas que se conocen es el opio, que se extrae de una variedad de amapola y que sometido a determinado proceso se lo utiliza como producto para fumar. El veneno tebaico lo llama Rubén Darío, el autor de "Cantos de vida y esperanza", fue introducido a gran escala en Europa en el siglo XVIII por Inglaterra desde sus colonias en China. Son los artistas románticos quienes comienzan a experimentar con el opio en la literatura. Coleridge, poeta romántico inglés al parecer comenzó a consumir a partir de los ocho años y lo hizo durante toda su vida. También lo hicieron otros poetas como Byron, Shelley, Keats y novelistas como Walter Scott y filósofos como Thomas De Quincey.

El hábito del opio en estos escritores no era tomado como una excentricidad por la sociedad inglesa de comienzos del siglo XIX, muchos lo consumían con fines medicinales y comenzó a popularizarse el láudano, un preparado farmacéutico formado a base de extracto de opio, azafrán y vino.

¿Cómo influyen las drogas en la creación literaria? Este es el gran interrogante que se han planteado escritores y estudiosos de la literatura.

Las respuestas son dispares. Quien tiró la primera piedra fue De Quincey con su libro "Confesiones de un fumador de opio inglés", en él sostiene que el opio facilita la creación artística y se accede a nuevos estadios de la inteligencia.

Los románticos con su fascinación por lo oscuro, lo inconsciente, el sueño, el más allá, buscaron en el opio la puerta de entrada a ese mundo. Coleridge lo sintetiza en estos versos: "El ojo del poeta en su hora de embriaguez/tiene un poder magnífico/o mejor, el alma libera a los ojos/de los accidentes de la dimensión".



NESTOR TKACZEK

ntkaczek@hotmail.com


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