miércoles, 6 de junio de 2012

Cirque du Soleil - Alegria

Alegría - Cirque du Soleil - Instrumental

"Internet es un juguete; precisamos maestros"

XIII Feria Internacional del Libro Ray Bradbury: "Internet es un juguete; precisamos maestros" El autor de "El hombre ilustrado" defendió con firmeza al libro ante el avance de la tecnología en las comunicaciones.


El Planetario de los bosques de Palermo fue el sitio donde, en la destemplada mañana de ayer, el escritor de ciencia ficción Ray Bradbury hizo su primer contacto con los seres de la Argentina.
Este primer encuentro se dio cerca de las 11, cuando la secretaria de Cultura de la ciudad, María Sáenz Quesada, le entregó el diploma que lo consagró visitante ilustre de Buenos Aires. Siguió una breve función, en el hemiciclo del Planetario, sobre estrellas, planetas y galaxias.
El espectáculo culminó con la súbita aparición de la imagen del propio Bradbury, proyectada sobre el cielo estrellado y artificial; un regalo inesperado que el escritor, en la conferencia de prensa que vino a continuación, se apresuró a agradecer: "Jamás soñé que llegaría al espacio exterior".

GENERACIÓN DE ESTÚPIDOS

El ensayista norteamericano Alvin Tofler alguna vez escribió que la juventud de los años "90 constituye, por su apego incondicional a las computadoras, "la generación de la pantalla". Bastante más explícito, Bradbury dijo ayer que, por lo menos en los Estados Unidos: "Estamos criando una generación de estúpidos. Se habla de poner computadoras en el sistema educativo, cuando lo que necesitamos son libros y mejores maestros".
Los libros están en la cúspide de los afectos de Bradbury, como autor y, en especial, como lector. Un cariño que nació al haberse autoeducado en las bibliotecas públicas de Los Angeles, cuando la pobreza le cerró el camino a la universidad.
"Siempre tendremos libros. La computadora es algo lejano, remoto. A un libro lo podemos apretar contra el pecho, poner en el bolsillo, llevar a la cama. Hay sólo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro", insistió el autor de Crónicas marcianas y Farenheit 451.
"Ponemos demasiada atención en las cosas técnicas, pero no en lo creativo. Hay una fascinación con Internet, que es un juguete. Para investigar es muy bueno, pero no enseña a crear."
Para Bradbury, pasar varias horas sumergido en Internet "es como almorzar todos los días con la gente equivocada. Es mejor ir a la plaza con un buen libro, porque allí hay un amigo que puede enseñarnos algo".

CADA VEZ MÁS CUENTOS

"Espero que se le dé importancia al libro y al maestro, sino, corremos el riesgo de crear una elite que nos controle. Si tenemos millones de gente que no lee, automáticamente tenemos una elite", advirtió el escritor, al subrayar su inquietud frente el oscurantismo y la ignorancia organizada. La imaginación de Bradbury, siempre fecunda a sus 76 años, se nutre de los nuevos inventos, los buenos como los malos: "Cada vez estamos más rodeados por la tecnología; hay nuevas cosas que celebrar y que criticar, lo que facilita mi trabajo".
¿Qué cosas celebra?: "Uno de los grandes inventos de los últimos 20 años es el video cassette, porque por muy poca plata nos podemos educar: podemos aprender historia y ver grandes películas". Con tanto invento, "cada vez escribo más cuentos; tengo un libro editado hace poco y otro a punto de aparecer. También he estado trabajando en tres guiones de cine". Bradbury admitió que, si bien sigue escribiendo ciencia ficción, jamás lee a sus colegas, a los cronistas espaciales como él, "porque muchos de los que escriben ahora se imitan unos a otros, y las historias son sobre criaturas de otros mundos a las que se les salen los sesos por la cabeza".

SERES MILAGROSOS

"Siempre me preguntan si creo en la teoría de Darwin, y digo que sí. Cuando me preguntan si creo en la teoría de Lamark, vuelvo a decir que sí, y también digo que sí cuando me preguntan si apoyo la teoría creacionista del Antiguo Testamento. A todo digo que sí, porque nada está probado", señaló el autor de "El hombre ilustrado".
Al parecer, lo único que quiere probar Bradbury es que "somos seres milagrosos", nacidos en un planeta que alguna vez, golpeado por un rayo, "decidió convertirse en vida".
"Hace miles de años -reflexionó el escritor-, cuando logramos el don de la visión, empezamos a mirar a las estrellas desde la boca de las cuevas. Ahora tratamos de llegar a ellas."
Como corolario, el prestigioso escritor de ciencia ficción expresó, ante el enjambre de periodistas que lo escuchaba absorto en el Planetario, que: "Viajar por el espacio es nuestra manera de intentar ser inmortales, un esfuerzo religioso en el pleno sentido de la palabra: es religarse al universo."
Ramiro Pellet Lastra

La mañana verde[Cuento. Texto completo]
Ray Bradbury
Cuando el sol se puso, el hombre se acuclilló junto al sendero y preparó una cena frugal y escuchó el crepitar de las llamas mientras se llevaba la comida a la boca y masticaba con aire pensativo. Había sido un día no muy distinto de otros treinta, con muchos hoyos cuidadosamente cavados en las horas del alba, semillas echadas en los hoyos, y agua traída de los brillantes canales. Ahora, con un cansancio de hierro en el cuerpo delgado, yacía de espaldas y observaba cómo el color del cielo pasaba de una oscuridad a otra.Se llamaba Benjamín Driscoll, tenía treinta y un años, y quería que Marte creciera verde y alto con árboles y follajes, produciendo aire, mucho aire, aire que aumentaría en cada temporada. Los árboles refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, los árboles pararían los vientos del invierno. Un árbol podía hacer muchas cosas: dar color, dar sombra, fruta o convertirse en paraíso para los niños; un universo aéreo de escalas y columpios, una arquitectura de alimento y de placer, eso era un árbol. Pero los árboles, ante todo, destilaban un aire helado para los pulmones y un gentil susurro para los oídos, cuando uno está acostado de noche en lechos de nieve y el sonido invita dulcemente a dormir.
Benjamín Driscoll escuchaba cómo la tierra oscura se recogía en sí misma, en espera del sol y las lluvias que aún no habían llegado. Acercaba la oreja al suelo y escuchaba a lo lejos las pisadas de los años e imaginaba los verdes brotes de las semillas sembradas ese día; los brotes buscaban apoyo en el cielo, y echaban rama tras rama hasta que Marte era un bosque vespertino, un huerto brillante.
En las primeras horas de la mañana, cuando el pálido sol se elevase débilmente entre las apretadas colinas, Benjamín Driscoll se levantaría y acabaría en unos pocos minutos con un desayuno ahumado, aplastaría las cenizas de la hoguera y empezaría a trabajar con los sacos a la espalda, probando, cavando, sembrando semillas y bulbos, apisonando levemente la tierra, regando, siguiendo adelante, silbando, mirando el cielo claro cada vez más brillante a medida que pasaba la mañana.
-Necesitas aire -le dijo al fuego nocturno.
El fuego era un rubicundo y vivaz compañero que respondía con un chasquido, y en la noche helada dormía allí cerca, entornando los ojos, sonrosados, soñolientos y tibios.
-Todos necesitamos aire. Hay aire enrarecido aquí en Marte. Se cansa uno tan pronto... Es como vivir en la cima de los Andes. Uno aspira y no consigue nada. No satisface.
Se palpó la caja del tórax. En treinta días, cómo había crecido. Para que entrara más aire había que desarrollar los pulmones o plantar más árboles.
-Para eso estoy aquí -se dijo. El fuego le respondió con un chasquido-. En las escuelas nos contaban la historia de Juanito Semillasdemanzana, que anduvo por Estados Unidos plantando semillas de manzanos. Bueno, pues yo hago más. Yo planto robles, olmos, arces y toda clase de árboles; álamos, cedros y castaños. No pienso sólo en alimentar el estómago con fruta, fabrico aire para los pulmones. Cuando estos árboles crezcan algunos de estos años, ¡cuánto oxígeno darán!
Recordó su llegada a Marte. Como otros mil paseó los ojos por la apacible mañana y se dijo:
-¿Qué haré yo en este mundo? ¿Habrá trabajo para mí?
Luego se había desmayado.
Volvió en sí, tosiendo. Alguien le apretaba contra la nariz un frasco de amoníaco.
-Se sentirá bien en seguida -dijo el médico.
-¿Qué me ha pasado?
-El aire enrarecido. Algunos no pueden adaptarse. Me parece que tendrá que volver a la Tierra.
-¡No!
Se sentó y casi inmediatamente se le oscurecieron los ojos y Marte giró dos veces debajo de él. Respiró con fuerza y obligó a los pulmones a que bebieran en el profundo vacío.
-Ya me estoy acostumbrando. ¡Tengo que quedarme!
Lo dejaron allí, acostado, boqueando horriblemente, como un pez. «Aire, aire, aire -pensaba-. Me mandan de vuelta a causa del aire.» Y volvió la cabeza hacia los campos y colinas marcianos, y cuando se le aclararon los ojos vio en seguida que no había árboles, ningún árbol, ni cerca ni lejos. Era una tierra desnuda, negra, desolada, sin ni siquiera hierbas. Aire, pensó, mientras una sustancia enrarecida le silbaba en la nariz. Aire, aire. Y en la cima de las colinas, en la sombra de las laderas y aun a orillas de los arroyos, ni un árbol, ni una solitaria brizna de hierba. ¡Por supuesto! Sintió que la respuesta no le venía del cerebro, sino de los pulmones y la garganta. Y el pensamiento fue como una repentina ráfaga de oxígeno puro, y lo puso de pie. Hierba y árboles. Se miró las manos, el dorso, las palmas. Sembraría hierba y árboles. Ésa sería su tarea, luchar contra la cosa que le impedía quedarse en Marte. Libraría una privada guerra hortícola contra Marte. Ahí estaba el viejo suelo, y las plantas que habían crecido en él eran tan antiguas que al fin habían desaparecido. Pero ¿y si trajera nuevas especies? Árboles terrestres, grandes mimosas, sauces llorones, magnolias, majestuosos eucaliptos. ¿Qué ocurriría entonces? Quién sabe qué riqueza mineral no ocultaba el suelo, y que no asomaba a la superficie porque los helechos, las flores, los arbustos y los árboles viejos habían muerto de cansancio.
-¡Permítanme levantarme! -gritó-. ¡Quiero ver al coordinador!
Habló con el coordinador de cosas que crecían y eran verdes, toda una mañana. Pasarían meses, o años, antes de que se organizasen las plantaciones. Hasta ahora, los alimentos se traían congelados desde la Tierra, en carámbanos volantes, y unos pocos jardines públicos verdeaban en instalaciones hidropónicas.
-Entretanto, ésta será su tarea -dijo el coordinador-. Le entregaremos todas nuestras semillas; no son muchas. No sobra espacio en los cohetes por ahora. Además, estas primeras ciudades son colectividades mineras, y me temo que sus plantaciones no contarán con muchas simpatías.
-¿Pero me dejarán trabajar?
Lo dejaron. En una simple motocicleta, con la caja llena de semillas y retoños, llegó a este valle solitario, y echó pie a tierra.
Eso había ocurrido hacía treinta días, y nunca había mirado atrás. Mirar atrás hubiera sido descorazonarse para siempre. El tiempo era excesivamente seco, parecía poco probable que las semillas hubiesen germinado. Quizá toda su campaña, esas cuatro semanas en que había cavado encorvado sobre la tierra, estaba perdida. Clavaba los ojos adelante, avanzando poco a poco por el inmenso valle soleado, alejándose de la primera ciudad, aguardando la llegada de las lluvias.
Mientras se cubría los hombros con la manta, vio que las nubes se acumulaban sobre las montañas secas. Todo en Marte era tan imprevisible como el curso del tiempo. Sintió alrededor las calcinadas colinas, que la escarcha de la noche iban empapando, y pensó en la tierra del valle, negra como la tinta, tan negra y lustrosa que parecía arrastrarse y vivir en el hueco de la mano, una tierra fecunda en donde podrían brotar unas habas de larguísimos tallos, de donde caerían quizás unos gigantes de voz enorme, dándose unos golpes que le sacudirían los huesos.
El fuego tembló sobre las cenizas soñolientas. El distante rodar de un carro estremeció el aire tranquilo. Un trueno. Y en seguida un olor a agua.
«Esta noche -pensó. Y extendió la mano para sentir la lluvia-. Esta noche.»
Lo despertó un golpe muy leve en la frente.
El agua le corrió por la nariz hasta los labios. Una gota le cayó en un ojo, nublándolo. Otra le estalló en la barbilla.
La lluvia.
Fresca, dulce y tranquila, caía desde lo alto del cielo como un elíxir mágico que sabía a encantamientos, estrellas y aire, arrastraba un polvo de especias, y se le movía en la lengua como raro jerez liviano.
Se incorporó. Dejó caer la manta y la camisa azul. La lluvia arreciaba en gotas más sólidas. Un animal invisible danzó sobre el fuego y lo pisoteó hasta convertirlo en un humo airado. Caía la lluvia. La gran tapa negra del cielo se dividió en seis trozos de azul pulverizado, como un agrietado y maravilloso esmalte, y se precipitó a tierra. Diez mil millones de diamantes titubearon un momento y la descarga eléctrica se adelantó a fotografiarlos. Luego oscuridad y agua.
Calado hasta los huesos, Benjamín Driscoll se reía y se reía mientras el agua le golpeaba los párpados. Aplaudió, y se incorporó, y dio una vuelta por el pequeño campamento, y era la una de la mañana.
Llovió sin cesar durante dos horas. Luego aparecieron las estrellas, recién lavadas y más brillantes que nunca.
El señor Benjamín Driscoll sacó una muda de ropa de una bolsa de celofán, se cambió, y se durmió con una sonrisa en los labios.
El sol asomó lentamente entre las colinas. Se extendió pacíficamente sobre la tierra y despertó al señor Driscoll.
No se levantó en seguida. Había esperado ese momento durante todo un interminable y caluroso mes de trabajo, y ahora al fin se incorporó y miró hacia atrás.
Era una mañana verde.
Los árboles se erguían contra el cielo, uno tras otro, hasta el horizonte. No un árbol, ni dos, ni una docena, sino todos los que había plantado en semillas y retoños. Y no árboles pequeños, no, ni brotes tiernos, sino árboles grandes, enormes y altos como diez hombres, verdes y verdes, vigorosos y redondos y macizos, árboles de resplandecientes hojas metálicas, árboles susurrantes, árboles alineados sobre las colinas, limoneros, tilos, pinos, mimosas, robles, olmos, álamos, cerezos, arces, fresnos, manzanos, naranjos, eucaliptos, estimulados por la lluvia tumultuosa, alimentados por el suelo mágico y extraño, árboles que ante sus propios ojos echaban nuevas ramas, nuevos brotes.
-¡Imposible! -exclamó el señor Driscoll.
Pero el valle y la mañana eran verdes.
¿Y el aire?
De todas partes, como una corriente móvil, como un río de las montañas, llegaba el aire nuevo, el oxígeno que brotaba de los árboles verdes. Se lo podía ver, brillando en las alturas, en oleadas de cristal. El oxígeno, fresco, puro y verde, el oxígeno frío que transformaba el valle en un delta frondoso. Un instante después las puertas de las casas se abrirían de par en par y la gente se precipitaría en el milagro nuevo del oxígeno, aspirándolo en bocanadas, con mejillas rojas, narices frías, pulmones revividos, corazones agitados, y cuerpos rendidos animados ahora en pasos de baile.
Benjamín Driscoll aspiró profundamente una bocanada de aire verde y húmedo, y se desmayó.
Antes que despertara de nuevo, otros cinco mil árboles habían subido hacia el sol amarillo.

S�bado 26 de abril de 1997, Buenos Aires, República Argentina

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ESTARA EN LA FERIA DEL LIBRO 

Ray Bradbury: la computadora no podrá ganarle al libro 

El famoso escritor vino por primera vez al país · Lo recibieron en el Planetario con un espectáculo preparado para él · Dijo que al libro, a diferencia de la computadora, se lo puede abrazar como a un chico 



EUFORICO. Así se mostró el famoso autor de "Crónicas marcianas" en su excursión al Planetario. 

Mi única razón para desear ser inmortal es que podría llegar a Marte, fantaseó alguna vez el escritor Ray Bradbury. Ayer, en el Planetario, el autor -que llegó de Estados Unidos para participar de la Feria del Libro- , pareció cumplir su sueño de eternidad. Todo el planeta rojo estuvo presente para recibirlo: la magia del proyector permitió que Bradbury se viera, de repente, rodeado de la superficie llena de cráteres de ese lejano y por él adorado lugar del universo.

 Un taller para los docentes 







Habían pasado ya las 11 de la mañana -casi las 17, según el reloj del Planetario, que marca las horas siderales utilizadas en las investigaciones astronómicas- cuando el escritor entró al auditorio y repartió saludos y besos con la mano.

De pelo blanco y anteojos, parecía que, al sonreír, los mofletes inflados le agrandaban el aspecto de personaje simpático que inspira su figura.

Bradbury fue recibido por distintos funcionarios, entre ellos la secretaria de cultura del gobierno de la ciudad, María Sáenz Quesada, que un rato más tarde lo declararía visitante ilustre.

Después de las presentaciones de rigor, el escritor reclinó su traje de tono claro y su colorida corbata en la butaca; fue entonces cuando el cielo del auditorio empezó a oscurecer.

El autor no había estado nunca en Buenos Aires y, por primera vez, veía desde esta ciudad el cielo austral. De este lado del mundo descubrió los astros pero en posición invertida: Las tres Marías, La Cruz del Sur, la Vía Láctea, algún asteroide, los anillos de Saturno y, por supuesto, el contorno brillante y rojizo del planeta Marte.

El espectáculo era conducido por Antonio Cornejo, director del Planetario, quien daba nombres y explicaciones relacionadas con las figuras celestiales que aparecían en el techo.

"Según Bradbury, los marcianos son espíritus refulgentes, luces azules que hablan sin lenguas, seres que pueden aparecer con la forma que la imaginación desee adoptar", describió el profesor y lanzó una pregunta: "¿Están preparados para ver uno?".

En ese momento el proyector produjo el milagro: en medio del paisaje aparentemente desolado de Marte apareció una foto de Bradbury, "el líder de los marcianos, el ilustre marciano", según las expresiones del conductor.

El propio autor lo explicó después: "En algún momento nosotros vamos a ser los marcianos, los que nos mudemos a otras partes del universo".

Un libro clave

Nacido en la Tierra hace 76 años, Bradbury soñaba con conocer Marte desde los siete u ocho. Empezó a escribir a los doce y la literatura le permitió lo que la ciencia no le facilitó todavía: en 1950 emprendió un viaje intergaláctico con la imaginación y a su regreso publicó Crónicas marcianas, un título que recorrió el planeta y marcó para siempre el género de la ciencia ficción.

El libro fue presentado por Jorge Luis Borgesque, en el prólogo, anotó: "Su tema es la conquista y colonización del planeta.

Esta ardua empresa de los hombres futuros parece destinada a la época, pero Ray Bradbury ha preferido un tono elegíaco. Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria".

Después vinieron El hombre ilustrado,Farenheit 451El vino del estío y muchísimos otros títulos, además de guiones para televisión y cine, obras de teatro y poesías.

Con su presencia, Bradbury acompañará, en la Feria del Libro, la difusión de dos de sus textos más recientes: Más rápido que la vista (cuentos) y Columna de fuego y otras obras para hoy, mañana y después de mañana, un volumen que reúne piezas teatrales.

El autor nunca quiso encasillar su literatura en el género de la ciencia ficción pero, aun a su pesar, así será recordado por generaciones y generaciones de amantes del cosmos.

Escribir es más fácil

"Cada vez escribo más, todos los días tengo nuevos cuentos. Hay un libro que está por aparecer y recientemente hice otros tres guiones para cine. Cada vez estamos más rodeados de tecnología y eso facilita la escritura porque hay más motivos para celebrar y también más para criticar", explicó el autor en la charla que siguió a la presentación del espectáculo.

En muchas de sus obras, la tecnología y la mecanización convierten al mundo en un universo oscuro y totalitario, donde los libros son prohibidos o directamente dejan de existir.

"Pero no será así, siempre habrá libros. Porque la computadora es un aparato lejano, distante; en cambio, el libro es como un niño, uno puede tomarlo y abrazarlo contra el pecho. Es algo mucho más hermoso", se corrigió el escritor.

Bradbury asesora permanentemente a la NASA. Cuentan que, en agradecimiento, el organismo lo invitó formalmente a integrar una de las tripulaciones que partía en misión exploratoria y que el escritor rechazó la invitación. No lo dijo pero parece que, por entonces, su pánico a los aviones -o a cualquier otro tipo de máquina voladora- era enorme.

El escritor siempre prefirió despegar la imaginación, pero no los pies, de la tierra. A fuerza de los tres martinis que se tomó cada vez que no le quedó más remedio que volar, empezó a perderles el miedo a los aviones.

En una oportunidad hasta le presentó al presidente George Bush un proyecto para colonizar la Luna y Marte. "El viaje espacial es nuestra manera de ser inmortales. En el mejor sentido, es un esfuerzo religioso, para religar -como dice la palabra- para unir cosas", explicó en el Planetario.

El sueño eterno, otra vez: "Cuando me muera me gustaría que me pusieran en una latita y me llevaran a Marte".

El planeta Bradbury

El 20 de julio del 76 una nave construida por el hombre llegó por primera vez al planeta rojo. Ese memorable día, el escritor le dijo a un periodista que el planeta debería llevar su nombre o el del padre de Tarzán: "Marte pertenece tanto a Edgar Rice Burroughs, creador de relatos marcianos, como a mí mismo. Hicimos un trabajo valioso, algo así como una agencia de viajes del planeta".

En sus Crónicas marcianas el escritor fue más lejos que la realidad. Puso mes y año al primer viaje tripulado a Marte: febrero de 1999. Pero la profecía se adelantó. El de ayer en el Planetario no fue un viaje real, es cierto, pero a Ray Bradbury le sobra imaginación.


JUDITH GOCIOL


La inmortalidad según Ray Bradbury

5COMENTARIOS
Ray Bradbury
Autor original donde los haya, ayer Ray Bradbury dio su particular visión de la inmortalidad humana, en una conferencia vía satélite con el público de la Feria del Libro de Guadalajara. Y es que, para Bradbury, la humanidad será inmortal cuando colonice otros mundos. Por qué será que viniendo de él no me sorprende…
¡Nosotros somos los marcianos! El hombre del futuro es un viajero espacial, sólo viviremos eternamente cuando nos reguemos por el universo. Por toda la raza humana hay que volver a la Luna y luego a Marte, tenemos que hacerlo.
Con casi noventa años, este escritor de novelas y relatos de ciencia-ficción y terror, sigue desbordante de energía, a pesar de que su salud está bastante resentida debido a una apoplejía. Sus ganas de vivir siguen contagiando a sus lectores y su entusiasmo por el universo incita a más de uno a intentar montar una nave espacial en el patio trasero de su casa. Ayer Bradbury volvía a hablar de sus temas favoritos: los viajes espaciales, su apología de las bibliotecas y sus motivaciones para escribir. También compartió con el público mexicano cómo escribió su obra más famosa, Fahrenheit 451:
Tenía tan poco dinero, estaba recién casado y quería escribir sin gastar dinero, fui a laUCLA (Universidad de California) y en un sótano había unas máquinas de escribir a las que tenía que ponerle 10 centavos de dólar cada media hora, y en nueve días gasté nueve dólares, con eso hice la primera versión de ‘Fahrenheit 451’, ¿qué tal está eso?
Confieso que me encanta Ray Bradbury. Me emocionan sus novelas y admito que he llorado con algunos de sus relatos. Su ciencia-ficción es intuitiva y personal, y sobre todo, muy humana. Ray Bradbury habla de personas, incluso cuando está escribiendo sobre vampiros o marcianos. Es uno de mis escritores de cabecera y no pasa un año sin que relea alguno de sus libros. Desde aquí sólo me queda desearle, si no la inmortalidad, al menos muchos años más de vida. ¡Salud, Ray!

'El vino del estío' de Ray Bradbury da el salto al cine

2COMENTARIOS
ray bradbury
Ya sabéis que soy asidua a pasearme por el resto de blogs de la casa, y aunque desde hace unos días estaba más desconectada de lo normal, cuando he abierto Zona Fandom y he visto esta noticia, me ha alegrado el día. Ya he comentado varias veces lo muchísimo que me gusta Ray Bradbury, por lo que conocer que van a adaptar al cine su novela El vino del estío no puede sino alegrarme. ¡Bravo!
‘El vino del estío’ es una de sus novelas más intimistas, aunque, por supuesto, el componente fantástico siempre está presente. Nos encontramos aquí con una recreación idílica de ese verano perfecto de la infancia, ese que recordarás años más tarde, difuminando los malos recuerdos y perfeccionando los buenos. El protagonista es Douglas, un chico de doce años, pero bien podría ser el propio Ray, ya que está considerada como una novela autobiográfica. La noticia se conoció el día que Ray Bradbury celebraba su 91 cumpleaños y sus declaraciones no podían ser más entusiastas:
Este es el mejor regalo de cumpleaños que podía pedir. ¡Hoy he renacido! ‘El vino del Estío’ es mi trabajo más personal y me trae recuerdos de la más profunda felicidad así como de terror. Es la historia de mí mismo cuando era un crío y la magia de un verano inolvidable que aún me posee con todo su misticismo.
De la producción de la película se ocuparán Phoenix Pictures y Mike Medavoy, productor de éxitos como Shutter Island o Cisne Negro. Reconozco que no he leído ‘El vino del estío’, aunque lo tengo en casa desde hace bastante tiempo. Aún no han dado fechas para el estreno, pero me imagino que todavía tardarán un par de años en darle forma. Vamos, que tengo tiempo de buscar el libro y dar buena cuenta de él…
Vía | Zona Fandom
En Papel en Blanco | La inmortalidad según Ray Bradbury