martes, 13 de septiembre de 2016

DONDE SIEMPRE ES OCTUBRE ESPIDO FREIRE

Un capricho

Seix Barral, Barcelona, 224 págs.
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En su segunda obra de ficción, Espido Freire ha reunido un total de veinticinco episodios cuyos temas, motivos y personajes se entrecruzan configurando una entidad narrativa a mitad de camino entre la novela y el libro de relatos. La acción transcurre en Oilea, espacio imaginario dividido en dos mitades de signo violentamente opuesto. El norte es «ordenado, compuesto por apacibles jardines y calles con nombres de flor», y sus habitantes son tan ajenos a las preocupaciones de orden material que para ellos «el dinero no es más que papel sucio». En contraste, los del sur son «gente llena de rencor por sus manos callosas», y su hábitat es «feo y sucio». Aunque hay momentos en que se ocupa de la zona meridional y sus habitantes, el interés de la narración se centra abrumadoramente en torno a las inquietudes estéticas, vitales y amorosas de quienes viven en la zona norte.
Uno de los aspectos más particulares de Donde siempre es octubre es su onomástica, que ofrece hallazgos como Astaregar y Gyomaendrod (toponímicos), o Farmuthi, Llandudno, y Tausthorn (nombres de pila; los niños de Oilea van a colegios de monjas). La añadidura de un solo apellido cristaliza en combinaciones notables: Sorgenfri Cerno, Hjordis Silvencraft, Yaap Vador. Las apelaciones más completas nos transportan a la esfera de lo sublime: Iverne Ortrude Castile Rashle; Zandria Unclea Vise d'Aubert.
El interés por las cuestiones de nomenclatura lleva a la autora a ocuparse de la etimología del vocablo Oilea, polémico asunto del que el lector tiene noticia por medio de la prensa local. Hay dos teorías: según un personaje conocido por el chejoviano apelativo de Tío Vasia, el origen de la urbe se remonta a los tiempos de Troya, y su nombre guarda estrecha relación con el de Áyax Oileo, héroe de la Ilíada; «el gentilicio adecuado sería "Oileusiano", del latín "Oileus, Oilei"». El aristocrático Sorel Swam (repárese en la alusión simultánea a Proust y Stendhal) no está de acuerdo. Según él, la población originaria de Oilea, emigró directamente del valle del Loira, de donde trajo consigo la lengua de Oïl, por lo que «la lógica indicaría el gentilicio tradicional "oileico"».
Cuestiones de esta guisa distraen a los ociosos varones. A su vez, las damas bordan, sueñan con héroes y fuman en narguilé. Hiperestésicos y decadentes, unos y otras padecen un incurable ennui, que en parte se puede explicar debido a lo monótono de sus circunstancias vitales: el calendario consta tan sólo de un mes, octubre, y las condiciones meteorológicas se reducen a una sempiterna lluvia.
Los oileicos (u oileusianos) son aficionados a las gramolas, los instrumentos de cuerda, la lectura del porvenir en las hojas de té, la caza nocturna de mariposas, los viajes en berlina y en calesa, y «el esnobismo de visitar cementerios». Las páginas de Donde siempre es octubre están atestadas de jarrones, abanicos, espejos, sombrillas, verjas y cancelas, líquenes, guantes de puntilla, terciopelos, cortinas de grueso encaje, marfiles, retratos y cornucopias, frascos que contienen tintura de beleño, muebles de caoba muy oscuros, estatuas musgosas y jardines umbríos. En tanto que los personajes que viven al sur engullen «sardinillas», calamares revenidos y sesos rebozados, en el norte, excepción hecha del té con pastas y algún que otro dulce exótico, la comida no despierta el menor interés. En caso de enfermedad, se siguen dietas especiales, como la «zomoterapia», a base de galletas, carne cruda y sangre de animales.
El texto abunda en apotegmas que abordan una amplia gama de preocupaciones. Veamos algunas. Máximas y/o interrogantes de cuño existencial: «Nacemos para morir. Nos reproducimos para continuar un absurdo» (pág. 84); «¿Qué es la vida? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?» (pág. 158). En torno al problema de la verdad: «La mentira es la mentira y la verdad la verdad donde se quiera que vaya» (sic, pág. 131); «La verdad y la falsedad son relativas» (pág. 176). Acerca de las relaciones conyugales y extramaritales: «No conocer los secretos de la mujer propia es irritante, pero ignorar los de la ajena resulta ridículo» (pág. 13). Sobre la psicología de masas: «La gente observa de distinta manera a los hombres altos y jóvenes y los que les falta un brazo» (sic, pág. 34). Preocupaciones éticas: «Ser mala resulta más complicado de lo que se piensa» (pág. 73). Preocupaciones estéticas: «La belleza termina con la muerte» (pág. 55). Acerca de las intenciones de Dios: «Ser distante y olvidadizo que nos creó a su imagen y semejanza. ¿A semejanza de qué? ¿A semejanza de quién?» (pág. 83).
Asimismo, resultan llamativas ciertas caracterizaciones anatómicas. En la página 31 un personaje ostenta simultáneamente una «sonrisa de lobo famélico» y «ojos de borrego», y en la página 97 la señorita que se alimenta de sangre con galletas «escruta con ojos de esparto el rostro del médico». Exactamente cien páginas después hay un personaje que «de niño se hacía heriditas en los dientes». Las cuestiones de epitelio no son menos fascinantes. En la página 41 leemos: «Nunca imaginé que Llandudno pudiera tener la piel tan lenta».
En los episodios finales, estalla un violento conflicto laboral. Los trabajadores se declaran en huelga y ocupan una fábrica de chapados. Tras una jornada de enfrentamientos «los de gris cobalto» siguen sin desalojarlos. El conflicto sólo se resolverá con la llegada de «una mujer envuelta en fastuosos zorros plateados» y «un viejo de perilla blanca [que] con dulces palabras convencieron a todos para que dejaran la fábrica» (pág. 217).
Hay más tesoros enterrados en las páginas de Donde siempre es octubre, pero no sería correcto privar al lector del placer de descubrirlos por sí mismo. Autocomplaciente y carente del menor rigor, lejos de superar los defectos de la anodina y vagarosa Irlanda, su primera novela, Espido Freire ha dejado que su imaginación se regodee caprichosamente dando forma a un mundo infantiloide, en el que reverberan en disonante mezcolanza ecos de lecturas que van desde Enid Blyton y Louisa May Alcott a Villiers de L'Isle-Adam y las hermanas Brönte.
01/09/1999