martes, 30 de junio de 2009

Recomendaciones

H1N1 Influenza (Swine Flu) CDC recomendations-es.ogv
Ana Rivera, asesora de Salud Pública para los CDC, describe la influenza o gripe porcina: sus signos y síntomas, cómo se transmite, los medicamentos para su tratamiento, las medidas que las personas pueden tomar para protegerse de esta enfermedad y lo que deben hacer las personas si se enferman.

Una de las medidas tomadas consistió en la elaboración, por parte de la Secretaría de Salud del gobierno mexicano, de la lista siguiente de recomendaciones para evitar la infección:[128]

  • Mantenerse alejados de las personas que tengan una infección respiratoria.
  • No saludar de beso ni de mano (salvo que se trate de familiares y conocidos cercanos que no presenten los síntomas).
  • No tocarse la cara, en particular las zonas donde las mucosas están expuestas (los ojos, la boca, el interior de la nariz, el interior de las orejas).
  • No compartir alimentos, vasos ni cubiertos.
  • Ventilar y permitir la entrada de sol en la casa, en las oficinas y en todos los lugares cerrados.
  • Mantener limpias las cubiertas de cocina y baño, las manijas y los barandales, así como los juguetes, los teléfonos o los objetos de uso común.
  • En caso de presentar un cuadro de fiebre alta de manera repentina, o presentar, simultáneamente, los síntomas siguientes: tos, dolor de cabeza, dolor muscular y de articulaciones, acudir de inmediato al médico o a la unidad de salud más cercana.
  • Abrigarse y evitar cambios bruscos de temperatura.
  • Comer frutas y verduras ricas en vitamina A y en vitamina C (zanahoria, papaya, guayaba, naranja, mandarina, lima, limón y piña).
  • En caso de que no se tenga acceso a los alimentos mencionados, consumir suplementos alimenticios de vitamina C y vitamina D.
  • Lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón (aunque el jabón no ejercerá ningún efecto químico sobre las partículas del virus, éstas se eliminarán de las manos por la acción física de frotarse las manos con agua y jabón).
  • En oficinas, call centers y cibercafés, limpiar teclados y ratones de las computadoras con alcohol para desinfectar y evitar una posible propagación del virus, sobre todo si han sido utilizados en las últimas horas o si las utilizan muchas personas durante el día.
  • Desinfectar cerraduras de puertas y pasamanos de lugares públicos con hipoclorito de sodio.
  • Evitar exposición a contaminantes ambientales.
  • No fumar en lugares cerrados ni cerca de niños, ancianos o enfermos

En Resistencia, mañana comienzan las vacaciones de invierno


Autorizan a las provincias a ampliar las vacaciones de invierno por la gripe A. No declaran por ahora la emergencia sanitaria

Hoy se decretaría que en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires las vacaciones comenzarán el miércoles 8 de julio. Entre Ríos, Corrientes, Neuquén, San Luis y Santiago del Estero también anunciaron la suspensión de clases.

El Gobierno de la Nación decidió no implementar la Emergencia sanitaria en el país, aunque sí autorizó y recomendó a las provincias a que extiendan entre una y dos semanas las próximas vacaciones de invierno. La medida busca mitigar la propagación del virus de la gripe A.

En la Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires es muy probable que el receso escolar comience el próximo miércoles 8 de julio, si bien todavía no se realizó el anuncio oficial. Ayer por la noche el jefe de Gabinete, Sergio Massa, señaló que la Nación proveerá a los alumnos materiales de estudio para realizar tareas en sus hogares durante el período adicional de vacaciones.

Además, habrá una asignación adicional de fondos por 700 millones de pesos que estarán destinados a atender las necesidades de atención a afectados por la gripe. Este dinero se distribuirá en los próximos 60 días y seguramente después de la asunción del nuevo ministro de Salud, Juan Manzur, se darán más detalles.

lunes, 29 de junio de 2009

Este “acosador” perrito de las praderas o ardilla es la mascota del blog y recuerda siempre te esta observando :lol:



http://wasakakero.wordpress.com/mascota/


domingo, 28 de junio de 2009

Le grand Meaulnes

Las estrategias del mal

las12

Viernes, 11 de Enero de 2008

DEBATES

El politólogo Adam Jones amplió el concepto de “generocidio” de Mary Anne Warren para entender de qué modo la eliminación planificada de un grupo o sociedad afecta de modo diferenciado a varones y mujeres. Invitado por la Universidad de Tres de Febrero, el canadiense explica según su polémica óptica por qué en una sociedad de “machos” como la de América latina los hombres son el principal blanco de los genocidios.


Por Verónica Gago

Si la “lente” de género –en un sentido inclusivo de masculino y femenino– ayuda a entender mejor las dinámicas genocidas y qué tipo de masculinidades son las afectadas por la violencia género-selectiva contra los varones, son las preguntas básicas que se articulan alrededor del concepto de “generocidio”, tal como lo desarrolla el politólogo canadiense Adam Jones. Invitado al Segundo Encuentro Internacional de Análisis de las Prácticas Sociales Genocidas, organizado por la Universidad Tres de Febrero, Jones –varios años profesor en México, luego en el programa de estudios sobre genocidio de la universidad norteamericana de Yale y ahora docente en su país– intenta incorporar la variable de género para entender ciertas “instituciones genocidas” específicas, tales como el reclutamiento militar y el trabajo forzado para los hombres y el infanticidio de niñas y la mortalidad materna para las mujeres. Argumenta que esta perspectiva complejiza la lucha de los derechos humanos y se enorgullece de que la web que ha organizado para promover el debate activista (www.gendercide.org) sea respetada por feministas y ya haya sido consultada por un millón de personas.

¿Cómo llega al concepto de “generocidio”?

–Me intereso en el tema del género a partir del estudio del genocidio en términos comparativos; de hecho, empecé escribiendo sobre género y conflicto étnico en la ex Yugoslavia. Desde entonces me propuse abrir el concepto de género como ámbito analítico para incluir tanto a las mujeres como a los hombres y explorar lo que sucedía concretamente en los Balcanes a fines de los ‘90: es decir, cuáles eran las vulnerabilidades específicas de cada grupo y cómo se vinculaban entre sí. Estamos acostumbrados a ver a miles de expulsados: en su mayoría mujeres, niños y ancianos. Pero pocas veces nos preguntamos dónde están los varones. Normalmente están en la cárcel, o en una fosa masiva, o en las montañas, combatiendo para evitar morir. En teoría, tanto los hombres como las mujeres tienen un género, pero normalmente cuando se habla de género se lo define desde la feminidad. Pero yo creo que hay que entender cómo la experiencia de género influye en ambos grupos mayoritarios, y cómo una depende de la otra. Esto permite ver todo el fenómeno en su conjunto y captar en términos amplios las estrategias genocidas. Cuando vi las ejecuciones masivas en Kosovo, en 1999, me di cuenta de que eran género-selectivas y se me vino a la mente la palabra “generocidio”. Creí que había inventado una nueva palabra. Pero después de buscar en Internet me di cuenta de que la norteamericana Mary Anne Warren, en un libro de 1985 (Generocidio: las implicaciones de la selección sexual), ya lo había inventado primero. Ella provee allí un marco de análisis muy interesante: dice que el generocidio –a diferencia del feminicidio– permite entender también las muertes masculinas por factores de género. El resto del libro se concentra específicamente en las mujeres, pero yo aproveché la amplitud de su marco teórico planteado en el inicio para luego desarrollarlo como mecanismo de comprensión, aunque también de movilización y activismo.

Desde su perspectiva, entonces, ¿cómo define generocidio?

–Llamo generocidios a las matanzas masivas por razones de género. Decir por razones de género sé que es una cuestión difícil. Me he dado cuenta últimamente –en el trabajo de campo– de que pocas veces en un genocidio hay una sola variable que opera. Esto es claro hasta en el Holocausto judío: pensamos habitualmente que los judíos fueron vistos como enemigos de raza, pero también es fundamental entender que se los percibió como enemigos políticos con relación al comunismo soviético. En el caso del género –tanto para las mujeres como para los hombres–, el genocidio se conjuga con otras variables, como la edad: por ejemplo, el infanticidio femenino o a los hombres no combatientes, que se los mata porque están en “edad de batalla” y se los considera peligrosos, potenciales enemigos; pero también otras variables como la identidad política, la identidad étnica o la localización geográfica. Cuando hablamos de generocidio, muchas veces el mismo fenómeno se puede ver en el marco de un politicidio, de un eliticidio, etcétera. Cada palabra o concepto nos da otra vía de investigación y entendimiento para el fenómeno de genocidio porque una sola variable no nos deja comprender su totalidad y complejidad. No es que haya generocidio por un lado y genocidio por otro sino que el generocidio se convierte en una estrategia genocida, que se combina con otras.

A diferencia del concepto de feminicidio, ¿esta idea de generocidio no tiene el riesgo de ser tan amplia que diluye su fuerza teórica? ¿Ha tenido críticas de las feministas?

–Hace veinte años que empecé a trabajar la vinculación entre género y relaciones internacionales. Recibí algunas críticas, pero la mayoría de las personas que me han apoyado en mi trabajo de investigación y denuncia por la web son las feministas. La mayoría de ellas ha venido observando las matanzas género-selectivas en el caso de los varones como si se tratara de sus hermanos, novios o hijos. Tal vez esto se deba a que las mujeres en nuestra cultura estén habilitadas a sentir una empatía mayor respecto de los otros. Creo que esto que digo es también un estereotipo, pero funciona así. Este desarrollo del concepto de generocidio fue bien recibido, intuyo, porque coincidió con un momento del pensamiento feminista en el que éste se movía a pensar más profundamente las relaciones de poder entre las mujeres de diversas clases y razas. La visión de la feminidad en el feminismo ya no es tan idealista como antes.

Usted habla de complejizar la categoría de masculinidades. ¿A qué se refiere?

–Nuevamente, esto tampoco es un invento mío. Fue el investigador australiano Robert W. Connell el primero en hablar de masculinidades en plural en vez de creer en la existencia de “la” masculinidad. Y fue él también quien diferenció entre masculinidad hegemónica y masculinidad subordinada. Esto ayuda a entender mejor las relaciones entre los varones. Porque muchas veces, cuando hablamos de matanzas masivas género-selectivas para los varones, las mujeres de la sociedad perpetradora del genocidio lo apoyan, aunque la iniciativa obviamente no es suya sino de los hombres líderes de su sociedad que ven a los otros hombres como amenaza a su propio poder e identidad. Por conocer bien el corazón varonil, te diría que lo fundamental para un grupo de líderes es matar primero a los varones que tienen capacidad de resistir, aquellos no combatientes en edad de combatir (entre 15 y 55 años, aproximadamente). Luego se mata a las mujeres para que no tengan hijos, para eliminar la posibilidad de combatientes futuros.

Usted habla de instituciones genocidas. ¿Cómo las analiza?

–Si queremos entender la verdadera vulnerabilidad de las mujeres y las niñas, tenemos que entenderla estructuralmente, a partir de aquellas prácticas que se convierten en instituciones genocidas tales como la mortalidad materna –que mata a 600 mil mujeres por año: es casi un genocidio de Ruanda repetido cada año– y la preferencia de la alimentación y de la educación a favor de los niños que pone en desventaja a las niñas o, antiguamente, lo que fue la caza de brujas. Esto provoca una mortalidad masiva que no podemos observarla si nos quedamos sólo dentro del marco del genocidio. Yo argumento que se trata de instituciones desarrolladas voluntariamente, en un marco intencional que las perpetúa en decisiones familiares y gubernamentales. En este sentido, la destrucción de vidas femeninas ha sido históricamente más grande que la de los varones. Sin embargo, también hay instituciones genocidas específicas contra los varones: el trabajo forzado, el encarcelamiento, la pena de muerte y el reclutamiento militar. El género ha penetrado en todas las instituciones y estructuras de la sociedad; entonces, para entender las vulnerabilidades género-selectivas hay que ampliar nuestro análisis.

Usted escribió sobre varios países latinoamericanos. ¿Encuentra alguna característica distintiva en los generocidios en este continente?

–Bueno, es la primera vez que me lo pregunto... Podría decir que en general es una región muy machista y la mayoría de los casos de ejecución masiva género-selectiva hacia los varones en edad de batalla ocurren en contextos de “machos”, es decir, donde existe un concepto mayoritario del hombre como líder, combatiente y jefe de hogar. Es un tipo de matanza que, al adecuarse a este papel estereotipado de los hombres, pretende tener efectos sociales muy vastos en el sentido de “descabezar” familias y organizaciones. Podría argumentar que en casos como Colombia, Guatemala, El Salvador e incluso la Argentina, la mayor cantidad de muertos y desaparecidos políticos en las últimas décadas son varones, debido al papel que se les otorga tradicionalmente como figuras masculinas.

¿Cree que afecta de algún modo esta conceptualización de generocidio a la hora de pensar las políticas de derechos humanos?

–Creo que gracias a la movilización feminista se han logrado formas específicas de protección de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Sin embargo, a veces suelen existir las herramientas institucionales y retóricas, pero es más difícil de lograr la voluntad que exige llevarlas a la práctica. Pero seguramente un análisis más amplio y complejo desde el generocidio permite también complejizar la noción de derechos humanos.

¿Conoce usted su rostro?

las12

Viernes, 11 de Enero de 2008

INUTILISIMO


Es probable que cada lectora responda afirmativamente, y en consecuencia, es muy posible que esté equivocada”, nos avisa la revista Femirama, volumen VIII, Nº 160, en su sección Nociones básicas de Cosmética. Sucede que son muchas las mujeres que, por ejemplo, están convencidas de tener una cara redonda cuando en realidad la tienen triangular, mientras que otras se obstinan en sostener que poseen un rostro alargado aunque su óvalo sea sencillamente perfecto. Tendremos pues que aceptar la sentencia de la publicación citada: “No siempre somos buenas jueces de nosotras mismas”.

Por otra parte, no es imprescindible cumplir los requisitos exigidos por Leonardo Da Vinci, que pensaba que “la belleza femenina debía responder a las rígidas leyes de la matemática”. Según este artista, el rostro ideal sería el ovalado y alcanzaría la perfección aquel que resultare divisible en tres partes de idéntica medida, a saber: la distancia desde el arranque de los cabellos hasta las cejas, de éstas al extremo inferior de la nariz, y de ésta al mentón. Más aún: “en el óvalo realmente impecable, la frente y los pómulos deben tener aproximadamente el mismo ancho, mientras que la parte inferior de la cara tiene que ser más estrecha”.

Sin embargo, nos tranquiliza benévolamente Femirama, podemos contradecir un poco las opiniones de Leonardo y considerar que hay rostros que pueden resultar bellos, armoniosos, atractivos e interesante aun cuando las tres secciones fundamentales en que se los divida no tengan la misma medida, apartándose de los cánones teóricamente soñados.

De todas maneras, si desean ustedes medirse, “sin duda será un experimento apasionante”. Necesitaremos un lápiz, una regla y una cinta métrica. Primero trazaremos la cara ideal, a la cual trasladaremos luego nuestras medidas personales. Una línea vertical de 19 centímetros y medio se divide en tres partes iguales, o sea, de 6,50 centímetros cada una. Así se obtiene la longitud del rostro, a partir del nacimiento del cabello, y su división básica. En otras palabras: la altura exacta de las cejas, de la nariz y el mentón. La línea debería estar situada en la parte central (la marcaremos debajo de la correspondiente a las cejas, a un tercio de distancia entre éstas y la nariz). La línea de la boca se halla precisamente en la mitad justa de la parte inferior. Sobre ésta deberán ustedes hacer la comparación con vuestro propio rostro, ya sea reflejado en un espejo, ya a través de una foto ampliada a tamaño natural. De este modo conocerán con exactitud el grado de imperfección de cada uno de los rasgos.

¿Conoce usted su rostro?

las12

Viernes, 11 de Enero de 2008

INUTILISIMO


Es probable que cada lectora responda afirmativamente, y en consecuencia, es muy posible que esté equivocada”, nos avisa la revista Femirama, volumen VIII, Nº 160, en su sección Nociones básicas de Cosmética. Sucede que son muchas las mujeres que, por ejemplo, están convencidas de tener una cara redonda cuando en realidad la tienen triangular, mientras que otras se obstinan en sostener que poseen un rostro alargado aunque su óvalo sea sencillamente perfecto. Tendremos pues que aceptar la sentencia de la publicación citada: “No siempre somos buenas jueces de nosotras mismas”.

Por otra parte, no es imprescindible cumplir los requisitos exigidos por Leonardo Da Vinci, que pensaba que “la belleza femenina debía responder a las rígidas leyes de la matemática”. Según este artista, el rostro ideal sería el ovalado y alcanzaría la perfección aquel que resultare divisible en tres partes de idéntica medida, a saber: la distancia desde el arranque de los cabellos hasta las cejas, de éstas al extremo inferior de la nariz, y de ésta al mentón. Más aún: “en el óvalo realmente impecable, la frente y los pómulos deben tener aproximadamente el mismo ancho, mientras que la parte inferior de la cara tiene que ser más estrecha”.

Sin embargo, nos tranquiliza benévolamente Femirama, podemos contradecir un poco las opiniones de Leonardo y considerar que hay rostros que pueden resultar bellos, armoniosos, atractivos e interesante aun cuando las tres secciones fundamentales en que se los divida no tengan la misma medida, apartándose de los cánones teóricamente soñados.

De todas maneras, si desean ustedes medirse, “sin duda será un experimento apasionante”. Necesitaremos un lápiz, una regla y una cinta métrica. Primero trazaremos la cara ideal, a la cual trasladaremos luego nuestras medidas personales. Una línea vertical de 19 centímetros y medio se divide en tres partes iguales, o sea, de 6,50 centímetros cada una. Así se obtiene la longitud del rostro, a partir del nacimiento del cabello, y su división básica. En otras palabras: la altura exacta de las cejas, de la nariz y el mentón. La línea debería estar situada en la parte central (la marcaremos debajo de la correspondiente a las cejas, a un tercio de distancia entre éstas y la nariz). La línea de la boca se halla precisamente en la mitad justa de la parte inferior. Sobre ésta deberán ustedes hacer la comparación con vuestro propio rostro, ya sea reflejado en un espejo, ya a través de una foto ampliada a tamaño natural. De este modo conocerán con exactitud el grado de imperfección de cada uno de los rasgos.

El rumor de las voces propias

las12

Viernes, 11 de Enero de 2008

EXPERIENCIAS

Lejos del modelo asistencialista, cerca de la autogestión y las tradiciones, mujeres wichí de distintas comunidades, todas ellas de Formosa, trabajan desde hace algunos años para descubrir las virtudes de la organización. Empezar a hablar entre ellas, romper tabúes sin olvidar su cultura, dar nuevos valores a su trabajo son sólo algunas de las herramientas que cambian sus vidas.

Por Soledad Vallejos

Antes no se conocían entre ellas. La vida, para estas mujeres wichí, podía ser solitaria cuando de compartir experiencias que podían hermanarlas se trataba. Cada una de ellas vive en una comunidad diferente, cada comunidad tiene un territorio en particular, alejado de las demás, con sus propias rutinas cotidianas, sus vínculos familiares, sus días. Siempre tuvieron en común, eso sí, el monte: ese espacio árido y generoso que puede ser patio de juegos para las niñas, fuente de fibras para los tejidos de las mujeres, de trabajo para los varones. Es un espacio que reconocen como propio desde la infancia, y cuyos sonidos, grabados en un cd, las acompañaron durante los días que estuvieron en Buenos Aires, mostrando su trabajo, contando sus vidas, explicando cómo conocerse entre ellas, organizarse, les está permitiendo cambiar sus vidas sin cambiar quiénes son. De eso se trató Los colores del monte. La experiencia de organización de las mujeres indígenas, una exposición de arte y artesanías que a fines de diciembre convirtió la entrada del Centro Cultural Paco Urondo (de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) en una pequeña ventana a lo que viene pasando en una región de Formosa desde hace seis años.

–Antes venían a trabajar con nosotras de otro proyecto, pero eso no nos sirvió –dice Silveria Samuel, de la comunidad Santa Teresa.

¿Por qué?

–Porque cuando las mujeres nos queríamos organizar se terminó el proyecto, se terminó el tiempo que tenían. Después empezó este otro.

¿Lo del anterior sí les sirvió para empezar esta organización?

–Sí. Y entonces vino ella, Fabiana (Menna, la antropóloga que las ayudó a organizarse). Pero nos costó, porque vinimos diciendo que si uno va a las reuniones, uno va a perder el tiempo. Porque cuando yo me iba a la reunión, estoy horas en la reunión, llego en mi casa tarde...

¿A vos te pasó de decir “no voy a perder el tiempo en eso”?

–Sí.

¿Y cómo te convenciste de ir?

–Es que después me fue pareciendo importante. Con las reuniones que tuvimos pudimos saber qué problemas teníamos, cómo arreglarnos, dónde se tiene que ir, hasta dónde se puede llegar.

“A las niñas wichí les enseñan a hilar el chaguar para realizar las bolsas, a recolectar los frutos del monte, a cómo relacionarse con los varones, etc. Nos enseñan, entonces, a ser mujer, según lo que nuestra cultura piensa que debe ser una mujer.” Así comienza uno de los textos de Derechos sexuales y reproductivos de las mujeres wichí, el cuadernillo producido por la Fundación Gran Chaco y la Fundación Niwok –con el apoyo de la ONG italiana CIN y el CNM– que recoge las experiencias de los talleres en los que, entre 2005 y 2006, se reunieron mujeres de distintas comunidades para lo impensable: hablar de lo que, por tradición, no se habla. En esas reuniones fueron venciendo la timidez y encontrándose, no sólo entre ellas, sino también con profesionales médicas como Silvia María Kelly y la antropóloga Fabiana Menna. Muchas de ellas, pero no todas, hablaban castellano, y eso que puede parecer un obstáculo importante, sin embargo, fue una ventaja.

“La resistencia de las mujeres wichí, en realidad, al comienzo, si existía, era a hablar: pero no era en realidad por resistencia, sino por timidez. Claro, la dificultad grande es la lengua, pero a la vez el hecho de que otra gente no la sepa puede ser útil. Ahora ya no pasa, nos conocemos, tenemos confianza, pero al principio sí hubo momentos en que si yo estaba ahí, el hecho de que ellas pudieran hablar en su lengua, sin que yo me enterara qué decían, estaba bien. Era como marcar límites de parte de ellas: ‘en esto te hacemos entrar, en esto otro no’.” Eso explica Fabiana Menna, la italiana que por vínculos familiares un buen día de principios de los ‘90 viajó para conocer Argentina, y diez años después regresó para terminar su tesis de antropología. El trabajo debía llevarle tres meses, terminó quedándose dos años, tiempo en el que conoció –gracias a un proyecto de años anteriores, del que hablaba Silveria antes– las comunidades de Formosa. Los dos años, finalmente, se convirtieron en un cambio radical y un nuevo proyecto de vida: radicarse en Formosa, vivir de cerca las experiencias de estas comunidades, dar una mano a las mujeres wichí a organizarse, lejos del modelo asistencialista y cerca del empoderamiento y la autogestión. ¿Cómo lograr, de principios de 2000 a ahora, que un objetivo tan ambicioso comience a tener frutos? Revirtiendo los esquemas tradicionalmente aplicados por proyectos bienintencionados, y atendiendo, estrictamente, a pautas culturales propias de la comunidad wichí, para hacer, de ellas, herramienta de un cambio respetuoso de tradiciones propias.

En el mundo wichí, la realización de artesanías es una definición de género: se dedican a ellas las mujeres, que conocen los tintes de las plantas del monte (el verde sale de la yerba mate, el azul del fruto de guayacán en un tono y del fruto de la uva del monte en otro, el fumé del carbón) y las técnicas complejísimas de tejido, que toman la planta de chaguar y la convierten –tras un proceso– en fibras aptas para trabajar. Se trata de saberes estrictamente femeninos y detentados por mujeres adultas: las niñas son niñas y juegan como tales; solamente al promediar la adolescencia comenzarán a dedicarse con más atención a las tareas textiles; cuando llegan a la adultez, conocen las técnicas, los diseños, los pasos que convierten a cada mujer wichí en artesana. La división de géneros hace que el mundo doméstico, con sus intimidades y sus tareas cotidianas, sea el ámbito femenino; los varones tienen a su cargo tareas relacionadas con los alimentos y otras maneras de sustentar la reproducción familiar. “Todas las mujeres son artesanas –explica Menna–. Es como decir que sos mujer, es la definición misma de género. Es toda una esfera separada. Eso se transforma en una herramienta útil, para mantener la independencia.”

Esa separación de ámbitos fue, precisamente, lo que se convirtió en herramienta básica para comenzar el proyecto de la Fundación Gran Chaco: en tiempos del comercio justo, las artesanías que realizan las mujeres tienen potencial para insertarse en circuitos comerciales en condiciones más ventajosas que en otras épocas. Al organizarse, al conocerse entre ellas y poder tramar redes entre comunidades, pudieron ir logrando un frente común, desde el cual negociar y entablar contactos. Con pequeños créditos (a partir de programas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, por ejemplo), se pudieron ir solventando compras de materiales, realización de papelerías y viajes a ferias, para encontrarse con posibles compradores y dar a conocer la experiencia de las comunidades. Sobre esa base, sus artesanías dejaron de ser elementos de uso solamente en sus propias familias para transformarse en mercancías con las cuales ganar dinero y hacer la diferencia en el sustento de cada casa. Uno de sus vínculos comerciales más sólidos, por ejemplo, es con el diseñador Marcelo Senra. No se trata tanto de una profesionalización que busque convertirlas en grandes productoras como de una organización que potencie lo que ya existe, les permite construir y asignarles nuevos valores y acceder a una cierta independencia sin dejar de ser ellas mismas, sin generar obstáculos ni desordenar un sistema de vida que reconocen como propio.

Las reuniones entre mujeres de distintas comunidades fueron el paso inicial de toda la experiencia: cifró el éxito en la apuesta de romper ciertos silencios. Pero ¿cómo empezar cambios en la tradición sin que eso signifique una ruptura con aquel mundo en el que se ha crecido, en el que cada una de esas mujeres se reconoce desde niña? Pues hallando lo que tenían en común esas setenta participantes, alentando que quince de ellas se convirtieran en líderes para coordinar talleres, facilitando espacios de encuentro para que pudieran compartir experiencias vinculadas con su salud sexual. A lo largo de los encuentros fueron venciendo la timidez y poniendo palabras a experiencias vitales largamente silenciadas. Partieron de una base: “Es importante que hablemos de nuestras preocupaciones y nos apoyemos las unas en las otras para mejorar la salud de todas”. Elaboraron su propio concepto de salud: “es no tener dolores ni preocupaciones en el cuerpo y el espíritu” (un concepto que entronca con la tradición wichí, en la cual la salud no se define con una sola palabra; también se parece a la definición de la OMS); compararon sus propias creencias con aquellas prácticas que se realizan en los centros de salud o en los hospitales donde eventualmente se tratan, y concluyeron que “las creencias tradicionales wichí revelan cierta sabiduría, y coinciden en muchos puntos con los planteos de la medicina occidental, porque son el resultado de siglos de observación de los fenómenos humanos y naturales”.

El pequeño manual que resultó de ese proceso recurre mayoritariamente a la primera persona, a frases cortas, y explicaciones en español pero también en lengua wichí, porque funciona más como trascripción de momentos de los talleres que como folleto diseñado desde alguna oficina de salud. El material tanto puede estar dirigido a la propia comunidad, para servir de herramienta que replique los resultados de los encuentros, como a profanas, que intenten acercarse a la vida de estas mujeres. La experiencia se habla a sí misma, y por eso reproduce algunas de las cuestiones que más inquietudes despertaron, sin olvidar el recuerdo de lo que marcan las tradiciones, lo que ellas eligen rescatar de sus culturas y las cosas que van incorporando. “Según la tradición wichí –explica el apartado sobre el ciclo menstrual–, cuando viene la primera menstruación, nech’e tä nowaithi, la familia hace una choza y la adolescente se queda ahí por el período que dura el ciclo”, “tener la menstruación es natural”, “en lengua wichí, nowaithi quiere decir persona con miedo, es decir que la mujer en este tiempo tiene que respetar determinadas normas”, “la menstruación se calcula con el ciclo de la luna, iwel’a”.

“¿Qué valor –se preguntaron– tienen hoy nuestras creencias y las recomendaciones de los antiguos? Tenemos que tomarlas en consideración porque, en muchos casos, coinciden con los consejos de los médicos. Según las creencias, por ejemplo, se aconseja que la mujer embarazada no coma alimentos muy pesados, como por ejemplo los animales silvestres, mientras que se espera que se alimente de pescado, frutos silvestres y miel (...) Lo que diferencia la tradición wichí del pensamiento científico es el entorno en el cual se enmarca la práctica y la explicación que se le da. Cuando se aconseja no comer animales silvestres, ya sea por no generar el enojo del espíritu dueño o por no debilitar el cuerpo de la mujer, lo que más cuenta es la prescripción de no comer el animal, en lo cual las dos culturas coinciden perfectamente.”

El embarazo adolescente es uno de los cambios que los últimos años trajeron a las distintas comunidades de Formosa. Silveria Samuel, Yolanda Pérez y Norma Rodríguez han pasado los 30 años y ven con preocupación las diferencias entre lo que fueron sus adolescencias y las que se viven actualmente. “Antes, cuando no hubo escuelas, no hubo embarazos precoces. Los chicos de antes –dice Silveria– eran diferentes. Pero ahora van a la escuela, salen, están juntos, ya van cambiando las costumbres. Ven otras cosas afuera y ellos quieren hacer lo mismo. En las costumbres wichís, estaban de un lado los chicos varones, y las chicas tenían que ir a otro lado. En las escuelas ahora se juntan los chicos y hay algunas chicas que ya se acostumbran a salir de noche.”

¿Cuándo ustedes eran adolescentes era distinto?

–Sí. Ahora las chicas empiezan a juntarse con los amigos, salen de noche. Como ellos empiezan a salir de noche y hay algunas mujeres, los chicos las invitan. Empiezan con la bebida y ahí todo. Después, también pasa que hay familias que tienen problemas por separación. Y hay chicas jóvenes que dicen “yo no voy a escuchar lo que dice mi mamá, porque mi mamá se separó de mi papá, está con otro tipo, y ella no tiene derecho de decirme nada, porque ella hizo lo que quiere y yo voy a hacer lo mismo”. Entonces lo que vinimos hablando cuando hicimos el curso fue también esto, los problemas que traen la separación de los padres.

Y es que tradicionalmente, aun cuando las comunidades puedan llevar vidas distanciadas unas de otras, hacia su interior los vínculos son fuertes. A los talleres asistieron, fundamentalmente, adultas, la mayoría de ellas madres, muchas de niños pequeños. ¿Cómo hicieron para asistir sin los niños? “Los dejé con mi familia”, explica Silveria, y da una pista de cómo es la vida cuando las redes comunitarias sostienen las individualidades, y cómo ciertas tareas, ciertos cuidados de las personas más vulnerables pueden ser responsabilidad de todo el grupo, en lugar de cargar exclusivamente en una persona. En ese mundo en el que las dimensiones de las comunidades (una de las conclusiones de los talleres fue que el embarazo adolescente y otros conflictos nuevos también se deben a “vivir en una comunidad grande”, porque “antes, cuando las comunidades eran más pequeñas, no había tantos embarazos precoces”) permiten los cuidados y los vínculos, ciertos cambios pueden vivirse como cimbronazos, que modifican de algún modo la vida cotidiana a cada uno de los integrantes de ese universo.

Para saber más de la experiencia de la Fundación Gran Chaco: www.granchaco.org.ar



Pobres gentes
[Cuento. Texto completo]

León Tolstoi

En una choza, Juana, la mujer del pescador, se halla sentada junto a la ventana, remendando una vela vieja. Afuera aúlla el viento y las olas rugen, rompiéndose en la costa... La noche es fría y oscura, y el mar está tempestuoso; pero en la choza de los pescadores el ambiente es templado y acogedor. El suelo de tierra apisonada está cuidadosamente barrido; la estufa sigue encendida todavía; y los cacharros relucen, en el vasar. En la cama, tras de una cortina blanca, duermen cinco niños, arrullados por el bramido del mar agitado. El marido de Juana ha salido por la mañana, en su barca; y no ha vuelto todavía. La mujer oye el rugido de las olas y el aullar del viento, y tiene miedo.

Con un ronco sonido, el viejo reloj de madera ha dado las diez, las once... Juana se sume en reflexiones. Su marido no se preocupa de sí mismo, sale a pescar con frío y tempestad. Ella trabaja desde la mañana a la noche. ¿Y cuál es el resultado?, apenas les llega para comer. Los niños no tienen qué ponerse en los pies: tanto en invierno como en verano, corren descalzos; no les alcanza para comer pan de trigo; y aún tienen que dar gracias a Dios de que no les falte el de centeno. La base de su alimentación es el pescado. "Gracias a Dios, los niños están sanos. No puedo quejarme", piensa Juana; y vuelve a prestar atención a la tempestad. "¿Dónde estará ahora? ¡Dios mío! Protégelo y ten piedad de él", dice, persignándose.

Aún es temprano para acostarse. Juana se pone en pie; se echa un grueso pañuelo por la cabeza, enciende una linterna y sale; quiere ver si ha amainado el mar, si se despeja el cielo, si hay luz en el faro y si aparece la barca de su marido. Pero no se ve nada. El viento le arranca el pañuelo y lanza un objeto contra la puerta de la choza de al lado; Juana recuerda que la víspera había querido visitar a la vecina enferma. "No tiene quien la cuide", piensa, mientras llama a la puerta. Escucha... Nadie contesta.

"A lo mejor le ha pasado algo", piensa Juana; y empuja la puerta, que se abre de par en par. Juana entra.

En la choza reinan el frío y la humedad. Juana alza la linterna para ver dónde está la enferma. Lo primero que aparece ante su vista es la cama, que está frente a la puerta. La vecina yace boca arriba, con la inmovilidad de los muertos. Juana acerca la linterna. Sí, es ella. Tiene la cabeza echada hacia atrás; su rostro lívido muestra la inmovilidad de la muerte. Su pálida mano, sin vida, como si la hubiese extendido para buscar algo, se ha resbalado del colchón de paja, y cuelga en el vacío. Un poco más lejos, al lado de la difunta, dos niños, de caras regordetas y rubios cabellos rizados, duermen en una camita acurrucados y cubiertos con un vestido viejo.

Se ve que la madre, al morir, les ha envuelto las piernecitas en su mantón y les ha echado por encima su vestido. La respiración de los niños es tranquila, uniforme; duermen con un sueño dulce y profundo.

Juana coge la cuna con los niños; y, cubriéndolos con su mantón, se los lleva a su casa. El corazón le late con violencia; ni ella misma sabe por qué hace esto; lo único que le consta es que no puede proceder de otra manera.

Una vez en su choza, instala a los niños dormidos en la cama, junto a los suyos; y echa la cortina. Está pálida e inquieta. Es como si le remordiera la conciencia. "¿Qué me dirá? Como si le dieran pocos desvelos nuestros cinco niños... ¿Es él? No, no... ¿Para qué los habré cogido? Me pegará. Me lo tengo merecido... Ahí viene... ¡No! Menos mal..."

La puerta chirría, como si alguien entrase. Juana se estremece y se pone en pie.

"No. No es nadie. ¡Señor! ¿Por qué habré hecho eso? ¿Cómo lo voy a mirar a la cara ahora?" Y Juana permanece largo rato sentada junto a la cama, sumida en reflexiones.

La lluvia ha cesado; el cielo se ha despejado; pero el viento sigue azotando y el mar ruge, lo mismo que antes.

De pronto, la puerta se abre de par en par. Irrumpe en la choza una ráfaga de frío aire marino; y un hombre, alto y moreno, entra, arrastrando tras de sí unas redes rotas, empapadas de agua.

-¡Ya estoy aquí, Juana! -exclama.

-¡Ah! ¿Eres tú? -replica la mujer; y se interrumpe, sin atreverse a levantar la vista.

-¡Vaya nochecita!

-Es verdad. ¡Qué tiempo tan espantoso! ¿Qué tal se te ha dado la pesca?

-Es horrible, no he pescado nada. Lo único que he sacado en limpio ha sido destrozar las redes. Esto es horrible, horrible... No puedes imaginarte el tiempo que ha hecho. No recuerdo una noche igual en toda mi vida. No hablemos de pescar; doy gracias a Dios por haber podido volver a casa. Y tú, ¿qué has hecho sin mí?

Después de decir esto, el pescador arrastra la redes tras de sí por la habitación; y se sienta junto a la estufa.

-¿Yo? -exclama Juana, palideciendo-. Pues nada de particular. Ha hecho un viento tan fuerte que me daba miedo. Estaba preocupada por ti.

-Sí, sí -masculla el hombre-. Hace un tiempo de mil demonios, pero... ¿qué podemos hacer?

Ambos guardan silencio.

-¿Sabes que nuestra vecina Simona ha muerto?

-¿Qué me dices?

-No sé cuándo; me figuro que ayer. Su muerte ha debido ser triste. Seguramente se le desgarraba el corazón al ver a sus hijos. Tiene dos niños muy pequeños... Uno ni siquiera sabe hablar y el otro empieza a andar a gatas...

Juana calla. El pescador frunce el ceño; su rostro adquiere una expresión seria y preocupada.

-¡Vaya situación! -exclama, rascándose la nuca-. Pero, ¡qué le hemos de hacer! No tenemos más remedio que traerlos aquí. Porque si no, ¿qué van a hacer solos con la difunta? Ya saldremos adelante como sea. Anda, corre a traerlos.

Juana no se mueve.

-¿Qué te pasa? ¿No quieres? ¿Qué te pasa, Juana?

-Están aquí ya -replica la mujer descorriendo la cortina.

FIN

sábado, 27 de junio de 2009

Nostalgias de la infancia...

Trabajos de Daniel Branca

El Mono Relojero, de Enrique Pinti (guión), Oscar Fernández y Daniel Branca (dibujos). Revista Billiken:

Branca

Branca

Branca


Tapa y contratapa del libro La Hormiguita Viajera en "La máquina del tiempo". Textos de Víctor Sueiro y dibujos de Oscar M. Fernández y Daniel C. Branca, sobre un personaje de Constancio C. Vigil (Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1975; Colección de Historietas Billiken, N° 2):

Branca

Branca

Manel Gil "Scoring Session" Cher Ami

Cher Ami - Tráiler castellano - www.enelcine.es

Venecia tendrá por primera vez en su historia, tras 900 años, una 'gondolera'

Venecia tendrá por primera vez en su historia, tras 900 años, una 'gondolera'  (Imagen: REUTERS)
  • Se trata de Giorgia Boscolo, una joven italiana de 23 años.
  • Boscolo, madre de dos hijos, pasó las pruebas de selección del Ente Gondola, organismo encargado de tutelar a los gondoleros venecianos.
  • El gremio de gondoleros considera que es un trabajo de hombres.

La ciudad de Venecia contará por primera vez en la historia con una mujer al timón de una góndola, una profesión que durante 900 años ha estado reservada a los hombres, que ahora miran con recelo a su nueva colega de trabajo, informa este sábado el diario La Repubblica.

Se trata de Giorgia Boscolo, de 23 años y madre de dos hijos, que ha roto con la exclusión de las mujeres en este puesto de trabajo. Boscolo pasó las pruebas de selección del Ente Gondola, organismo encargado de tutelar a los gondoleros venecianos, que tuvo que aceptar a la joven tras haber "suspendido" en anteriores ocasiones a otras aspirantes al puesto.

"Espero tener pronto otras colegas (mujeres)", manifestó Boscolo, que agregó: "espero que mis compañeros olviden pronto sus prejuicios". A pesar del optimismo de Boscolo, La Repubblica publica hoy la opinión de Marco Zegna, gondolero desde hace 19 años, y que según el rotativo expresa una idea compartida por ese colectivo que hace pensar que el camino emprendido por la joven no será fácil.

Zegna afirma que el de gondolero "es un trabajo de hombres" y explica: "Es necesaria mucha fuerza física y mucha resistencia. Además, la convivencia con una mujer nos pone en una situación violenta".

Fuente: http://www.20minutos.es/noticia/476174/0/venecia/gondoleras/historia/

martes, 23 de junio de 2009

LES LUTHIERS / A la playa con Mariana

Les Luthiers - La gallina dijo Eureka

LES LUTHIERS / La redención del vampiro

LES LUTHIERS / Cartas de color con Yogurtu Mghe (Parte 3)

Les Luthiers - Cartas de color ( Yogurtu Mghe ) Parte II

Les Luthiers - Cartas de color ( Yogurtu Mghe ) Parte I

Les Luthiers - El Teorema de Thales

domingo, 21 de junio de 2009

Julieta Díaz: Mi bella dama





A los 18 años, editó su propio reel y se presentó en Pol-ka con el video bajo el brazo. Desde entonces, no paró: participó en algunas de las series más exitosas de la productora de Adrián Suar, desde Campeones y Soy Gitano hasta Locas de Amor y 099 Central. Actualmente, protagoniza Valientes y sigue consolidando su trabajo en cine y teatro.
Julieta Díaz (Foto: Andy Cherniavsky)
Mucho antes de ser una chica Pol-ka y de consagrarse en la TV como la heroína de la serie más vista en lo que va del año, Julieta Díaz fue una niña sobreestimulada. Su condición de única hija de padres separados, lejos de convertirla en un botín de guerra, le deparó grandes cantidades de música, cine, libros y espectáculos infantiles, de un lado y del otro de su ascendencia genealógica. Su madre, astróloga, era por momentos una suerte de guía espiritual. Con su padre, actor, la niña tenía pase libre a la trastienda de los teatros.
Si bien coqueteaba con la danza, a los 12 años Julieta ya se sentía actriz. Cuando cumplió 17, puso por primera vez un pie en un set de televisión para trabajar en la miniserie Bajamar, de Fernando Spiner. Luego de esa experiencia, todo corrió por su cuenta. Fue ella misma quien editó el reel con el que se acercó a las oficinas de Pol-ka. Ese desparpajo la hizo pasar de los bolos en Verdad consecuencia a papeles de mayor envergadura en otros programas de la productora, como 099 Central, Soy gitano, Campeones o Locas de amor.
La posibilidad de convertirse en una gran estrella estuvo –y aún está– al alcance de su mano. En ese sentido, Julieta viene haciéndose la distraída y esquivando cualquier guiño que la acerque al rótulo de “famosa” y la aleje del de “actriz”, que tan bien le sienta. En más de una oportunidad, ha resignado propuestas televisivas para asumir nuevos desafíos en cine y en teatro. Películas como Herencia, Derecho de familia o La señal y algunas obras como Madame Bovary, Tontos por amor y el clásico La celestina lograron comunicarles a los más despistados que Julieta Díaz era mucho más que la chica que estaba en la tele a la hora de la cena.
Ganada esa batalla, hoy Julieta se dedica a disfrutar sin culpa de los éxitos que ha cosechado. La niña sobreestimulada de antaño protagoniza Valientes en el horario central de Canal 13, se sorprende gratamente por la buena repercusión de un film en el que encarna a una militante montonera, empieza a sentar las bases de un nuevo proyecto teatral junto a Ana María Bovo y se da el lujo de convertirse en “bailaora” cada vez que el español Rafael Amargo la invita a participar de uno de sus espectáculos.

Les Luthiers - Las noches de París

sábado, 20 de junio de 2009

Les Luthiers - Romance del Joven Conde

Pre-Raphaelite Paintings

Pre-Raphaelite women: Courtly Love & Medieval Romance

"Ven"

Ven, mi amor, en la tarde de Aniene
y siéntate conmigo a ver el viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.

Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de mi sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene.

Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
aún yéndote, mi amor, jamás te irías.

Es tuya mi canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy,
y en ese viento siempre me verías.

Rafael Alberti

Juglares, David tañendo y el oso. Salterio triplex, S. XII (Cambridge, St. John College, ms. B 18, f. 1r)

jueves, 18 de junio de 2009


JOAN MANUEL SERRAT - ESOS LOCOS BAJITOS

A menudo los hijos se nos parecen,
y así nos dan la primera satisfacción;
ésos que se menean con nuestros gestos,
echando mano a cuanto hay a su alrededor.

Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, (dicen) que hay que domesticar.

Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.

Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma,
con nuestros rencores y nuestro porvenir.
Por eso nos parece que son de goma
y que les bastan nuestros cuentos
para dormir.

Nos empeñamos en dirigir sus vidas
sin saber el oficio y sin vocación.
Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones
con la leche templada
y en cada canción.

Nada ni nadie puede impedir que sufran,
que las agujas avancen en el reloj,
que decidan por ellos, que se equivoquen,
que crezcan y que un día
nos digan adiós.

ESOS LOCOS BAJITOS - JM SERRAT - FESTIVAL TROVA 1982

LETRA DE LA CANCION JOAN MANUEL SERRAT - MEDITERRANEO (MEDITERRANEO)

Quizá porque mi niñez
sigue jugando en tu playa,
y escondido tras las cañas

duerme mi primer amor,
llevo tu luz y tu olor
por donde quiera que vaya,

y amontonado en tu arena
guardo amor, juegos y penas.

Yo,

que en la piel tengo el sabor
amargo del llanto eterno,
que han vertido en ti cien pueblos

de Algeciras a Estambul,
para que pintes de azul
sus largas noches de invierno.

A fuerza de desventuras,
tu alma es profunda y oscura.

A tus atardeceres rojos
se acostumbraron mis ojos
como el recodo al camino...

Soy cantor, soy embustero,
me gusta el juego y el vino,
Tengo alma de marinero...

¿Qué le voy a hacer, si yo
nací en el Mediterráneo?

Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.
Jugando con la marea

te vas, pensando en volver.
Eres como una mujer
perfumadita de brea

que se añora y que se quiere
que se conoce y se teme.

Ay...

si un día para mi mal
viene a buscarme la parca.
Empujad al mar mi barca

con un levante otoñal
y dejad que el temporal
desguace sus alas blancas.

Y a mí enterradme sin duelo
entre la playa y el cielo...

En la ladera de un monte,
más alto que el horizonte.
Quiero tener buena vista.

Mi cuerpo será camino,
le daré verde a los pinos
y amarillo a la genista...

Cerca del mar. Porque yo
nací en el Mediterráneo...


Joan Manuel Serrat - Mediterráneo

Joan Manuel Serrat - Hagamos un trato

Mario Benedetti

Mario Benedetti "Canje y Me sirve y no me sirve"

El lado oscuro del corazon



Fragmento del final.

El lado oscuro del corazon




Entrevista a Mario Benedetti

El lado oscuro del corazon





Entrevista a Dario Grandinetti

EL LADO OSCURO DEL CORAZON



Entrevista a Sandra Ballesteros

miércoles, 17 de junio de 2009

Palabra Girondo - Nocturno

Después de los Días




Documental realizado al cumplirse los 30 años del último golpe militar en Argentina.
Con Norman Briski, Hebe de Bonafini, Carlos Aznarez, Daniel de Santis y Hugo Rosani.
80 min.
Dirección Fernando Rubio

Palabra Girondo

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Jorge Teillier

Duerme

No temas

Duerme

Todas las estaciones

Te amare siempre

Aunque nunca mi cuerpo
se tienda junto al tuyo

_________________

Paul Eluard.

TOQUE DE QUEDA

Que ibamos hacer, la puerta estaba bajo guardia
Que ibamos hacer, estabamos encerrados
Que ibamos hacer, la calle habian cerrado
Que ibamos hacer, la cuidad estaba bajo custodia
Que ibamos hacer, ella estaba hambrienta
Que ibamos hacer, estabamos desarmados
Que ibamos hacer, al caer la noche desierta
Que ibamos hacer, teniamos que amarnos.
_________________

Jorge Teillier

¿Has olvidado que el bosque es tu hogar?

¿Has olvidado que el bosque es tu hogar?
¿Que el bosque grande, profundo y sereno
te espera como a un amigo?

Vuelve al bosque.

Alli aprenderas a ser de nuevo un niño

¿Por que te olvidaste que el bosque es tu amigo?

Los caminos de las hormigas bajo el cielo,
el estero que te daba palabras luminosas,
el atardecer con el que juegas con la lluvia

¿Por que lo has olvidado?

¿Por que no recuerdas nada?

________________

Oliverio Girondo

NOCTURNO
Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.
¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles
que se arrastran en los patios vacíos?
Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,
y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.
A veces se piensa,
al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras,
y quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.
Y a veces las cruces de los postes telefónicos,
sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón.
Noches en las que desearíamos
que nos pasaran la mano por el lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no hay ternura comparable
a la de acariciar algo que duerme.



martes, 16 de junio de 2009

Corte de Pelo

Por Ring Lardner
Traducción: Pedro Sandoval

Los sábados hago venir de Carterville a otro peluquero para que me ayude, pero el resto de la semana puedo manejarme solo. Usted habrá visto que este pueblo no es Nueva York, y además, la mayoría de los muchachos trabaja el día entero, de modo que no tienen tiempo para venir a embellecerse.

Usted es un recién llegado, ¿no? No me parece haberlo visto antes por aquí. Espero que el lugar le agrade y se quede. Como le digo, esto no es Chicago o Nueva York, pero nos divertimos. No tanto desde que Jim Kendal murió. Cuando vivía, él y Hod Me­yers mantenían el pueblo en una constante algazara. Apuesto que se reía más aquí que en cualquier otra ciudad de igual tamaño de América.

Jim era cómico y hacía excelente pareja con Hod. Desde que Jim murió, Hod se esmera por mantener el mismo tono, pero es muy difícil cuando no hay con quién trabajar.

Los sábados solíamos tener mucha diversión aquí. El local se llena desde las cuatro de la tarde en adelante. Jim y Hod aparecían después de la comida, como a eso de las seis. Jim se instalaba en aquella silla grande, junto a la salivadera azul. Cualquiera que estuviera sentado en su silla, se la cedía apenas entraba.

Usted pensará que era un asiento reservado, como los que hay en algunos teatros. Hod generalmente se quedaba parado o se paseaba, y por supuesto uno que otro sábado le tocaba ocupar esta silla y cortarse el pelo.

Bueno, Jim se quedaba un rato sin abrir la boca más que para escupir, hasta que, al final, me decía: —Whitey —mi verdadero nombre, aunque mi nombre de pila es Dick, todo el mundo me llama Whitey aquí, digo que Jim decía—: Whitey, tienes la nariz como una amapola esta noche. Debes haber estado tomán­dote el agua de colonia.

Y yo le decía:

—No, Jim, pero me parece que tú sí debes ha­ber estado tomando algo por el estilo o algo peor.

Jim se reía pero contestaba en el acto:

—No, no he bebido nada, pero eso no quiere decir que no me gustaría tomar algo, aun cuando fuera alcohol.

Entonces, Hod Meyers decía: —Tu mujer también.

Esto provocaba una carcajada general, porque todo el mundo sabía que Jim y su mujer no andaban bien. Ella se habría divorciado, sólo que no había posibilidad de pensión y no podía arreglárselas sola con los niños. Jamás había podido comprender a Jim. Él era tosco, pero en el fondo un buen muchacho.

Jim y Hod se divertían de lo lindo a costa de Milt Sheppard. Pero usted no debe saber nada acerca de Milt. Bueno, tiene una manzana de Adán que más se parece a un melón. Ellos esperaban que yo estu­viera afeitando a Milt, precisamente en esa parte del cuello, y entonces Hod gritaba:

—¡Eh, Whitey, espera un minuto! Déjanos ha­cer una apuesta, antes que lo cortes, para ver cuántas semillas tiene.

Y Jim replicaba:

—Si Milt no fuera tan puerco y habría pedido medio melón, y no uno entero, no se le habría quedado atorado en la garganta. —Entonces todos los mu­chachos reían, y hasta el mismo Milt, objeto de la broma, se esforzaba en sonreír. ¡Sí, Jim era un gran tipo!

Allí estaba su bacía de afeitar, en aquella repisa al lado de la de Charles Vail. Charles M. Vail. Es el farmacéutico. Viene a afeitarse regularmente tres veces por semana. Y la bacía que está al lado es la de Jim. James H. Kendall. Jim no necesitará ya más nada para afeitarse, pero de todos modos la dejará allí mismo, como un recuerdo de los viejos tiempos. ¡De­cididamente Jim era un personaje!

Años atrás, Jim viajaba desde Carterville por asuntos de conservas en lata. Vendían conservas en lata. Jim tenía el mercado de toda la mitad norte del estado, y se pasaba viajando cinco días por la semana. Caía por aquí los sábados y contaba sus ex­periencias de la semana. Eran notables.

Supongo que se preocupaba más en hacer bromas que negocios. Finalmente, la firma lo despidió y lo primero que hizo fue volver a casa y contarle aquí a todo el mundo que lo habían despedido, en vez de decir, como lo hubiera hecho la mayoría, que había renunciado al trabajo.

Era un sábado y el local estaba repleto y Jim se paró en la silla y dijo:

—Caballeros, tengo una importante noticia que comunicarles. Me han despedido del trabajo.

Bueno, todos le preguntaron si hablaba en serio, y él dijo que sí; y nadie supo qué decir hasta que Jim rompió el hielo y añadió:

—He estado vendiendo conservas y ahora yo estoy en conserva.

Sabe, la firma en la que trabajaba, fabricaba productos en conserva. En Carterville. Y ahora Jim decía que él mismo estaba en conserva. Sí. ¡Era un gran tipo!

Jim tenía una broma bárbara que solía hacer cuando viajaba. Por ejemplo, cuando iba en tren y pasaba por alguna pequeña ciudad, bueno, digamos bueno como Benton; se asomaba a la ventanilla y se fijaba en los letreros de negocios.

Por ejemplo, si veía un letrero como "Henry Smith, Productos Secos", Jim tomaba nota del nom­bre y de la ciudad, y cuando llegaba a su destino, despachaba una tarjeta postal a Henry Smith, Ben­ton, en la que escribía algo como lo siguiente: "Pregúntele a su mujer sobre la persona que le hizo com­pañía la tarde pasada y firmaba: Un amigo."

Por cierto que nunca llegó a saber el resultado de tales bromas, pero podía imaginar lo que sucedía, y esto era suficiente.

Jim no trabajó con mucho empeño, después que perdió el empleo con la firma de Carterville. Lo poco que ganaba realizando algunas pequeñas tareas, se lo bebía casi íntegro en gin, y su familia se habría muerto de hambre si los almaceneros no continuaran sosteniéndola. La mujer de Jim probó suerte en la costura, pero esa no era una profesión que diera di­nero en este pueblo.

Como le digo, ella se habría divorciado de Jim, si sola hubiera podido sostener a su familia, pero siempre acariciaba la esperanza de que Jim abandonara esos malos hábitos y le diera algo más que dos o tres dólares por semana.

Hubo un tiempo en que solía ir a la oficina de su marido y pedía que le dieran su salario, pero des­pués de una o dos veces, él logró vengarse pidiendo casi todo su sueldo por adelantado. En seguida se largó a contar por todo el pueblo cómo había conseguido vencer en astucia a su mujer.

¡Era ciertamente muy prudente!

Pero no se quedó contento con esto. Estaba ofen­dido por la conducta de su mujer al pretender sacarle su salario y decidió desquitarse. Para ello, esperó a que anunciaran el arribo del Circo Evans y entonces prometió a su mujer y a sus hijos llevarlos al espectáculo. El día de la función, convino en que los esperaría a la puerta del circo con las entradas listas.

Por cierto no tenía intención de comprar en­tradas ni esperarlos, ni nada. Lo que hizo fue embo­rracharse con gin y acostarse a dormir el día en­tero, en la cantina de Wright. Su mujer y los niños esperaron y esperaron, y por supuesto él no apa­reció. Su esposa no tenía un centavo, supongo. De manera que, tuvo que decirles a los niños que no ha­bría circo. Y ellos lloraron desconsoladamente.

Bueno, parece que mientras que lloraban, apa­reció el doctor Stair y quiso saber la causa de tanta pena. La señora Kendall, como es terca no quiso decir de qué se trataba, pero los niños lo hicieron, y el doctor ofreció insistentemente llevarlos a todos a la función. Jim, descubrió esto más tarde, y fue una razón para que tuviera entre ojos al doctor Stair.

El doctor Stair llegó aquí hará un año y medio. Es un tipo extraordinariamente atractivo y parece que se hiciera los trajes a medida. Va a Detroit dos o tres veces al año, y seguramente lo debe apro­vechar para mandarse hacer sus ropas sobre medida. Valen casi el doble, pero quedan mucho mejor que las que venden en las tiendas.

Durante un tiempo todo el mundo se preguntó qué había inducido a un joven médico a venirse a una pequeña ciudad como ésta, en la que tenemos ya al viejo doctor Gamble y al doctor Foote, ambos resi­dentes aquí desde hace años y que se han repartido toda la clientela.

Luego comenzó a circular el rumor de que la novia del doctor Stair le había dado calabazas. Una señorita de la Península del Norte, y esa era la razón por la cual él se vino a nuestra ciudad, para escon­derse y olvidarla. Por otra parte, él afirmaba que no existía nada mejor para formar un buen médico que la práctica en una ciudad pequeña, y que por eso vino a nuestro pueblo.

En todo caso, en poco tiempo comenzó a ganar lo necesario para vivir, y eso que, según me dicen, no acostumbra jamás a cobrar lo que le deben, y la gente de por aquí tiene esa costumbre de la deuda, incluso en lo que a mí respecta. Si yo consiguiera que me liquidaran todo lo que me deben, sólo por las afei­tadas, me podría dar el lujo de irme a Carterville e instalarme en el Mercer y ver películas distintas todas las noches. Ahí tiene usted el caso del viejo George Purdy... pero me parece que no deberíamos fomentar chismes.

Bueno el año pasado murió nuestro fiscal, mu­rió de gripe. Su nombre era Ken Beatty. Así que tuvieron que elegir uno nuevo, y eligieron al doctor Stair. Él lo echó a la broma, en un principio, y se negó a aceptarlo, pero se lo exigieron. Desde luego, no es, ni con mucho, un puesto envidiable, y el sueldo de un año alcanza escasamente para comprar semi­llas para el jardín. Pero el doctor es de esas perso­nas que no saben decir no, cuando se les insiste un poco.

Pero ahora recuerdo que pensaba contarle lo de ese pobre muchacho que tenemos aquí en el pueblo: Paul Dickson. Cayó de un árbol cuando tenía diez años, y, del golpe en la cabeza, nunca volvió a ser normal. No es que haya quedado muy mal sino tonto. Jim Kendall lo llamaba "Cucú"; es el nombre que Jim Kendall daba a cualquiera que estuviera un poco loco, sólo que a las cabezas las llamaba porotos. Esa era otra de sus travesuras: llamar porotos a las ca­bezas de la gente y cucos a los afectados del cerebro. Ya puede imaginarse usted cómo gozaría Jim a costa del pobre Paul. A veces lo mandaba al garage White Front en busca de una llave del recinto de los juga­dores.

Tratándose de bromas, no había nadie que le ganara a Jim.

El pobre Paul sospechaba siempre de la gente, quizá debido al hecho de que Jim le hacía continuas jugadas. Paul no se metía con nadie que no fuera su madre, el doctor Stair y una muchacha llamada Julie Gregg. Es decir, ya no es tan muchacha que digamos, anda por arriba de los treinta.

Cuando el doctor llegó al pueblo, Paul intuyó en el acto que sería un buen amigo, de modo que pa­saba constantemente cerca de él, fuera en las horas de comer o de dormir o cuando habla divisado a Julie Gregg haciendo sus compras. Cuando, a través de la ventana del doctor, veía a Julie, se precipitaba por la escalera y, dándole alcance, la acompañaba en todas sus diligencias. El pobre muchacho estaba loco por Julie, que lo trataba con cariño y le hacía sen­tir que siempre era bien acogido, aunque sólo sentía compasión.

El doctor Stair hizo cuanto pudo por mejorar el estado mental de Paul, y hasta me dijo una vez que había notado una cierta mejoría. También dijo que, a veces, se conducía como un muchacho perfectamen­te normal.

Pero recuerdo ahora que quería contarle lo de Julie Gregg. El viejo Gregg tenía un negocio de ma­deras, pero se dio a la bebida y perdió la mayor parte de su dinero y, al morir, no dejó más que una casa y el seguro, lo indispensable para que su hija pudiera subsistir. La madre era casi inválida y en raras ocasiones salía de casa. Julie quiso vender la propiedad y trasladarse a otra parte, luego que el pa­dre murió, pero la madre dijo que ella había nacido en ese sitio y que moriría en él. Era un gran pro­blema, ya que los jóvenes del pueblo. .. no valen ni la mitad que ella.

La chica se educó en Chicago, Nueva York y otras partes y no hay cosa de la que no pueda hablar. En cambio, el resto de la gente de por acá, si se les menciona algo que no tenga relación con Glo­ria Swanson o Tommy Meighan, piensan en el acto que uno delira. ¿Vio a Gloria en el papel de Premio a la virtud? ¡Se ha perdido usted una gran cosa!

Bueno, no hacía una semana que había llegado el doctor Stair cuando vino un día para afeitarse. Yo lo reconocí en el acto, pues me lo habían mostrado, de manera que le hablé de mi anciana madre. Desde hace dos años estaba enferma y ni el doctor Gamble ni el doctor Foote habían podido aliviarla. Así que él me prometió venir a verla, pero dijo que si ella podía ir a visitarlo a su consultorio sería mucho me­jor, para hacerle un examen completo.

Así que la llevé al consultorio y, mientras aguardaba en la salita de espera, llegó Julie Gregg. Ahora bien, cada vez que alguien entra en la salita del doctor Stair, suena un timbre de su oficina, con el fin de que sepa que tiene algún cliente esperándolo.

Así, que él dejó a mi vieja en la oficina interior, y se asomó a la puerta. Era la primera vez que él y Julie se encontraban y se produjo lo que se llama amor a primera vista. Pero, por desgracia, éste no fue recíproco. El joven médico era lo más buen mozo que se vio en la ciudad, mientras que para él, ella sólo era alguien que buscaba un médico.

Ella había venido casi por lo mismo que yo. Su madre fue atendida durante años por los otros médicos, sin ningún resultado. Así que al saber que existía un nuevo doctor en la ciudad, decidió hacer la prueba. Él le prometió ir a ver a su madre ese mismo día.

Dije hace un momento que se trataba de un amor repentino por parte de ella. Me baso no sólo en su actitud posterior, sino en la forma en que lo miró esa primera vez en su consultorio. No pretendo leer los pensamientos, pero se notaba en todo su semblante que estaba perdidamente enamorada.

Ahora bien, Jim Kendall, además de ser un in­ventor de bromas y un bebedor consagrado, era también todo un don Juan. Me imagino que mientras trabajaba en esa firma de Carterville, debe haber hecho algunas correrías además de tener dos o tres enreditos en esa ciudad. Como digo, su mujer se habría divorciado gustosamente de él, sólo que no le era posible. Pero Jim era como la mayoría de los hombres y de las mujeres. Deseaba lo que no podía conseguir. Deseaba a Julie Gregg y buscaba y rebuscaba en su cabeza alguna forma de abordarla. Sólo que él decía poroto en vez de cabeza.

Resulta que los hábitos y las travesuras de Jim no atraían en absoluto a Julie y, además, era un hombre casado, de manera que no tenía más posibilidades de conseguir lo que deseaba, que... un conejo... Ésta es una expresión del propio Jim. Cuando alguien no tenía posibilidades de ser elegido para algo, Jim decía que tenía tantas probabilidades como un conejo.

Por otra parte, no hacía la menor tentativa de ocultar sus sentimientos.

Aquí mismo, más de una vez y en presencia de mucha gente, confesó que estaba prendado de Julie y que cualquiera que lo ayudara a conseguirla, sería bienvenido en su casa, aun por su mujer y sus hijos. Pero ella no quería saber nada de él y ni siquiera le dirigía la palabra en la calle.

Por último, viendo que no avanzaba nada con sus métodos habituales, resolvió usar la fuerza. Una noche se fue derecho a su casa y, cuando ella le abrió la puerta, se introdujo violentamente y la tomó entre sus brazos. Sin embargo, ella consiguió desprenderse y, antes que pudiera detenerla, corrió a la pieza vecina cerrando la puerta con llave y llamó por teléfono a Joe Barnes; Joe es el jefe de policía. Jim se dio cuenta de lo que estaba haciendo, y se retiró apresuradamente, antes de que llegara Joe.

Joe era un viejo amigo del padre de Julie. Al día siguiente, Joe hizo una visita a Jim y le advirtió lo que le sucedería si reiteraba esta broma.

No sé cómo este chisme se esparció. Probablemente Joe lo haya contado a su señora, y ésta, a su vez, a otras esposas y ellas a sus maridos respec­tivos.

De todos modos, el enredo se difundió y Hod Meyers tuvo el valor de hacerle bromas a Jim respec­to a ello, en este mismo recinto. Jim no lo negó y, aún más, lo echó a la broma y nos dijo que muchos habían procurado dejarlo en ridículo, pero que él siempre acababa por salir airoso.

Mientras tanto, el pueblo entero sabía que Ju­lie estaba loca por el médico. Seguramente ella no había reparado en lo mucho que su rostro se transformaba cuando se encontraba con el doctor Stair, pues de otro modo hubiera tratado de alejarse de él. Por supuesto que tampoco sabía que nosotros notábamos la asiduidad con que encontraba excusas para ir, sin motivo real, a su consultorio, o simplemente para pasar frente a su casa y poder mirarlo a través de su ventana. Yo lo sentía por ella. La mayor parte de la gente lo lamentaba también.

Hod Meyers continuó refregándole por la cara a Jim que el médico lo había derrotado. Jim no hacía caso de las bromas, pero era fácil ver que esta­ba preparando una de sus habituales.

Otra de las travesuras de Jim era su manía de cambiar la voz. Podía imitar perfectamente la voz de una muchacha y también la de cualquier hombre. Para mostrarle lo bien que hacía las imitaciones, le referiré la jugada que me hizo a mí una vez.

Usted debe saber que en la mayoría de las ciu­dades, cuando un hombre muere y necesitan que lo afeite, se llama al barbero, que cobra cinco dóla­res por el servicio, es decir, no se cobra al difunto, sino a la persona que ha pedido el peluquero. Yo co­bro solamente tres, porque personalmente no siento ningún escrúpulo en afeitar a un muerto. Se quedan mucho más tranquilos que los clientes vivos, y lo único desagradable es que no dan deseos de conversar con ellos y uno se siente muy solitario.

Hace dos años, en uno de los días más fríos que tuvimos en el invierno, sonó el teléfono en mi casa mientras comía y oí una voz de mujer que me decía ser la señora de John Scott. Me avisaba que su esposo había muerto y si quería ir a su casa a afeitarlo.

El viejo John había sido siempre un buen cliente mío. de modo que aunque vivía a siete millas de la ciudad, en la carretera Streeter, no pude negarme.

Prometí ir, aunque advertí que tendría que al­quilar un coche, lo cual podría significar tres dólares, más que la tarifa de servicio. Se me contestó que estaba todo muy bien, de modo que conseguí que Frank Abbot me condujera hasta allá y, cuando llegué, ¡imagínese mi sorpresa: me abrió la puerta el propio John! Estaba tan vivo, bueno, como un conejo...

No me hizo falta un detective privado para darme cuenta de quién me había hecho esta bromita. No había nadie capaz de idearla, fuera de Jim Kendell. ¡Qué gran tipo!

Le cuento este episodio para que usted vea su facilidad para disfrazar la voz y engañarlo a uno. Yo habría jurado que era la señora Scott quien me llamaba. En todo caso una mujer.

Bueno, continuando con mi historia, Jim esperó hasta que consiguió grabarse la voz del doctor Stair y entonces comenzó a tramar la venganza.

Una noche, sabiendo que el doctor estaba en Carterville, llamó a Julie por teléfono. Ella no dudó ni por un momento de que se trataba de la voz del médico. Jim habló diciéndole que deseaba verla esa noche, que no podía esperar más tiempo para comunicarle algo que había ocultado largamente.

Ella se alegró mucho y en el acto le dijo que viniera a su casa. El respondió diciendo que esta­ba esperando un llamado de larga distancia muy im­portante, de modo que por favor olvidara las reglas de urbanidad y tuviera la bondad de ir a su consulto­rio. Agregó que no había ningún peligro y que, ade­más, nadie la vería. Añadió que él quería hablar con ella sólo un momento. Bueno, la pobre Julie cayó en la trampa.

El doctor mantenía siempre una luz encendida en su estudio, de modo que a Julie le pareció natural que él estuviera en casa esa noche.

Mientras tanto, Jim se trasladó al bar de Wright, donde había un grupo de muchachos divirtiéndose. La mayoría había bebido gin en abundancia y eran de los que son pesados aun sobrios. Los chistes de Jim tenían siempre buena acogida entre ellos, de manera que cuando él los invitaba a presenciar alguna broma, abandonaban en masa los billares y las car­tas y lo seguían.

Ahora bien, el consultorio del doctor se encuen­tra en el segundo piso. Junto a su puerta hay otras escaleras que conducen al tercer piso. Jim y sus com­padres se escondieron detrás de estos peldaños, en la oscuridad.

Bien, Julie llegó a la puerta del doctor y tocó el timbre. Nadie respondió. Tocó de nuevo hasta siete u ocho veces. En seguida, empujó la puerta y la en­contró con llave. De repente, Jim hizo un ruido, que ella escuchó. Esperó un momento y preguntó:

—¿Eres tú, Ralph? —Ralph es el nombre de pila del médico.

Nadie respondió y ella debe haberse dado cuenta, de súbito, que había sido burlada. Costó poco para que se cayera, mientras huía por la escalera, con toda la pandilla detrás. Durante todo el camino a su casa la persiguieron, gritándole en son de burla:

—¿Eres tú, Ralph?

—¡Oh, Ralph querido!, ¿eres tú?

Jim aseguró, más tarde, que él no podía gritar con sus compañeros, porque se moría de risa.

¡Pobre Julie! Hasta mucho tiempo después no se asomó por la Calle Principal. Por cierto que Jim y los suyos se encargaron de contar esto a todo el mundo, con excepción del doctor Stair.

Temían decírselo y no lo habría sabido jamás, a no ser por Paul Dickson. El pobre "Cuco", como Jim lo llamaba, estaba aquí una de esas noches en que Jim aún se complacía en referir esta historia. Paul hizo lo posible por entender lo más que pudiera y, en seguida, corrió al médico con la noticia.

El doctor saltó por el aire y juró que se lo haría pagar caro a Jim. Pero esto no era tan sencillo, ya que si se sabía que él había castigado a Jim, Julie podría oírlo y saber que estaba enterado de la historia, con lo cual se sentiría aún peor. Él haría algo, pero tenía que pensar bien qué.

Bueno, unos dos días más tarde se juntaron de nuevo aquí, Jim y “El Cuco". Jim pensaba ir a cazar patos al día siguiente y andaba en busca de Hod Meyers para que lo acompañara. Casualmente yo sabía que Hod andaba en Carterville y que no regre­saría hasta fines de semana. Como a Jim no le gus­taba mucho ir solo, estaba pensando abandonar su idea, cuando el pobre Paul se atrevió a hablar y le dijo que si quería, él podría acompañarlo. Jim pensó un momento y, en seguida dijo que valía más ir con un idiota que solo.

Me imagino que él se proponía jugarle alguna broma a Paul, una vez que estuviera dentro del bote, como empujarlo al agua; en todo caso, aceptó que Paul lo acompañara. Preguntó a Paul si había dis­parado alguna vez contra algún pato. Este contestó que nunca había tenido un arma en sus manos. Jim le prometió que si se portaba bien, le permitiría disparar una o dos veces con su escopeta. Se pusie­ron de acuerdo respecto de la hora para el día si­guiente, y esa fue la última vez que contemplé vivo a Jim.

Hacía escasamente diez minutos que había abier­to el local, a la mañana siguiente, cuando entró el doctor Stair. Parecía muy nervioso. Me preguntó si yo había visto a Paul Dickson. Yo respondí que no, aunque sabía que andaba cazando patos con Jim Kendall.

El doctor dijo que había oído que probablemente an­daban de cacería y no se explicaba esto, pues Paul le dijo que él no volvería a tener ningún encuentro con Jim, mientras viviera.

El doctor me contó cómo Paul le había informado de la broma que Jim le hizo a Julia. Agregó, además, que Paul le había pedido su opinión acerca de la travesura, a lo cual él respondió que una per­sona así no debía estar viva.

Por mi parte, yo convine en que la broma de Jim había sido un tanto grosera, pero que éste no había podido resistir jamás a la tentación de hacer alguna travesura, por chocante que fuera. Agregué que, en mi opinión, Jim tenía buen corazón, sólo que lleva­ba en la sangre la tendencia a las maldades. El doctor se fue.

A mediodía recibió un llamado telefónico del viejo John Scott. El lago donde Jim y Paul habían ido a cazar estaba en la propiedad de John Scott. Hacía unos minutos que Paul había llegado corriendo desde el lago, en dirección a la casa y decía que acababan de tener un accidente. Jim había disparado a unos cuantos patos y, en seguida, le había pasado la esco­peta a Paul para que probara suerte. Paul no manejó nunca una escopeta, de modo que se puso bastante nervioso. Sus manos temblaban de tal manera que le fue imposible controlar el arma. Apretó el ga­tillo y Jim cayó, muerto, al fondo del bote. Como el doctor Stair era el fiscal, tuvo que tomar rápidamente el coche de Frank Abbot y correr a la finca de Scott. Paul y John estaban en la ribera del lago. Paul había traído el bote hasta allí, pero no habían movido el cuerpo de Jim, esperando la llegada del médico.

Éste examinó el cuerpo y dijo que lo mejor que se podía hacer era llevarlo a la ciudad. No había necesidad de llamar a un médico legista, ya que era un caso indiscutible de accidente de caza.

Personalmente no dejaría jamás que alguien que no sabe manejar una escopeta, tenga una en sus manos dentro del mismo bote en que yo estuviera. Jim había sido un imprudente al abandonarle su escopeta a un novato, más aún tratándose de un semianormal. Puede que Jim lograra lo que merecía, pero de todos modos, nosotros lo echamos mucho de menos por acá. ¡Sin duda era un gran tipo!

¿Se peina al agua o en seco, señor?

Fuente: http://www.lamaquinadeltiempo.com/prosas/lardner01.html