viernes, 13 de mayo de 2016

Aarón y la cabra

A Isaac Bashevis Singer
El invierno había sido bondadoso ese año con los aldeanos, menos con el peletero.
El peletero miraba como interrogando al cielo, como esperando que la nieve viniera de una vez. Pero no se divisaban nubes y la nieve no llegó. Después de mucho dudar, el peletero decició vender la cabra que estaba vieja y daba poca leche.
Encomendó a su hijo Aarón que llevara la cabra al villorrio vecino a casa del carnicero, quien pagaría buen precio por ella.
—La entregarás al carnicero. Dormirás en su casa esa noche y al día siguiente regresarás con el dinero.
Con el dinero que pagara el carnicero por la cabra, podrían comprar aceite y papas, y algunos regalos para los chicos ya que se aproximaba la fiesta de janucá (1).
Para Aarón, entregar la cabra era algo tan doloroso como inexplicable pero él tenía que obedecer a su padre. La madre y las hermanas lloraron en la despedida. La cabra las miraba confiada y se mostró tranquila cuando vio a Aarón ponerse el abrigo y un gorro. Recién cuando el chico ató un cordel a su pescuezo, y la llevó hasta el camino, ella lo miró sorprendida.
El día era luminoso. Aarón sostenía en una mano un bastón y en la otra el cordel de la cabra.
Pasaron campos y chozas y también un arroyo. De repente una gran nube azul cubrió el cielo. Aarón siguió el sendero que iba al villorrio esperanzado en ganarle a la tormenta que se avecinaba. Pero un viento helado comenzó a soplar y, en segundos, espesos copos de nieve lo cubrieron todo. Aarón ya no podía saber dónde quedaba el villorrio al que pensaba llegar antes que la nieve.
Confiaba todavía en que algún carro los recogería. Pero no pasó nadie. La cabra no parecía preocupada. Conocía el frío y había vivido ya doce años como para temer al viento que aullaba. La nieva caía espesa sobre ellos y ya no podían andar. De su barba blanca colgaban carámbanos de hielo. Sus cuernos parecían gruesas agujas de cristal. Aarón supo enseguida que iban a morir congelados. Intentó avanzar pero no pudo. La nieve le llegaba a las rodillas y ya no movía los dedos de los pies. La cabra baló en medio de la tormenta.
De repente Aarón descubrió la forma de una colina no muy lejos. Arrastró a la cabra con esfuerzo y al acercarse vio que era un pajar que la nieve había recubierto. Enseguida cavó un camino hasta llegar a la paja y allí se metieron. Adentro el frío no se sentía. La cabra olió la paja. El frío le había dado hambre. Comió hasta sentirse plena.
La nieve seguía cayendo afuera. Aarón observó que las ubres de la cabra estaban llenas. Se acostó a su lado de tal forma que podía ordeñarla asegurándose de que la leche llegaría a su boca. Dentro del pajar se estaba calentito y aunque afuera arreciaba la tempestad él no estaba solo. Se acurrucó al lado de la cabra.
Ella alimentó a Aarón con su leche y lo ayudó a mantenerse caliente. Aarón endulzaba la vida de la cabra contándole:
Un día llegaron a la aldea cosacos; venían a buscar chicos para el ejército. El servicio militar para los judíos es por muchos, muchísimos años, ¿lo sabías, verdad...?
La cabra movía las orejas y le lamía las manos y la cara mientras Aarón le narraba.
Cuando los cosacos llegaron a la aldea todos los chicos que tenían edad para ir al ejército escaparon. El viejo Fridl, el muy tonto, se escapó con ellos: "Abuelo, ¿qué hace?, ¿por qué huye?", le preguntaron los chicos. "¿Cómo por qué huyo? ¿Creen que no necesitan generales?"
Aarón rió abrazado a la cabra y junto a ella quedó dormido. También ella se durmió.
Cuando Aarón volvió a abrir los ojos la nieve había tapado la ventana. Con el bastón limpió la entrada de aire y allí permanecieron durante tres días y tres noches hasta que finalmente el viento helado se aquietó. Cuando el sol volvió a brillar Aarón hizo una seña a la cabra para que lo siguiera, y la condujo no hacia el villorrio donde vivía el carnicero, sino de vuelta a la aldea.
Los padres, las hermanas y los vecinos habían buscado al chico y a la cabra pero no habían encontrado ni rastros y ya habían perdido la esperanza de encontrarlos vivos.
Alguien llegó corriendo a la casa del peletero con la noticia de que Aarón y la cabra venían por el camino.
Hubo gran alegría en la familia y los vecinos. Aarón contó con lujo de detalles cómo la cabra le había dado calor y alimentado con su leche. Las hermanas, el padre y la madre besaron a la cabra y le dieron una ración especial de zanahorias cortadas.
El peletero no pensó más en venderla y ahora que los aldeanos necesitaban de nuevo sus servicios, la madre de Aarón podría hacer tortillas todas las noches.
La cabra golpeaba la puerta de la cocina con sus cuernos y siempre había una porción reservada para ella.
De vez en cuando Aarón la miraba a los ojos y le preguntaba: "¿Te acordás de los días que pasamos en el pajar?"
Y la cabra se rascaba las pulgas y sacudía su barba blanca.
Perla Suez
  1.  Janucá significa "inauguración". La Biblia cuenta que cuando el pueblo de Israel recuperó el templo de Jerusalem, que había estado en poder de los griegos, y entraron para limpiarlo de ídolos, encontraron una pequeña jarra de aceite que no alcanzaba más que para encender la menorá (candelabro) durante un solo día. Fue un milagro porque el aceite alcanzó para ocho días, que fueron consagrados como fiesta.
Este cuento obtuvo el Segundo Premio en el Certamen Literario de "Cuentos para Niños" convocado por CAMI (Consejo Argentino de Mujeres Israelitas de la Argentina), en octubre de 1993 y fue extraído del libro El árbol de los flecos(Buenos Aires, Sudamericana, 1995).