No es nuestra intención la repetición dogmática de los discursos
establecidos sobre el amor, que pueden ser muy contenedores y tranquilizadores
y pueden dar mucho marco, pero poco representan ese elemento transgresor que
tiene el amor. Porque hay algo de riesgo en el amor, que lo hace algo no
seguro; el amor como algo seguro me parece que nos puede brindar toda una serie
de contenciones posibles, pero que lejos están de lo que históricamente, y
diría casi filosóficamente, el concepto del amor genera o provoca.
Yo quiero más o menos posicionar la cuestión del amor en la
filosofía. Se toca en algún punto con la religión, porque la filosofía y el discurso
religioso, cuando hablan sobre el amor, están ahí uno al lado del otro, son
vecinos.
Aunque, es sabido, la diferencia sobre un tratamiento religioso
y un tratamiento filosófico es que la filosofía se supone que no parte de
ningún dogma. Muchos apasionados del discurso religioso me dirán “bueno, la religión
tampoco”, porque evidentemente en la medida en que uno asume ciertas
afirmaciones desde las que parte como verdaderas no las visualiza como dogmas.
Entonces, para no tener esa discusión, simplemente digamos que
son dos discursos bastante parecidos, pero que el de la filosofía no está en
todo caso concentrado en un texto, en un acontecimiento, como puede ser el
texto bíblico o el acontecimiento de las distintas revelaciones
religiosas a las que hace mención por ejemplo La Biblia. Sino
que, al revés, parte de poder pensar la naturaleza de cualquier hecho de la
manera más desnuda posible.
A mí me encanta hacer filosofía de esa manera: no desnudos,
sino desnudando los conceptos; esto es, quitándoles todo el marco teórico
previo que tienen. Esto, se dice en filosofía, es hacer un abordaje fenomenológico:
ir al fenómeno.
O sea, cuando hablamos de amor, ¿de qué hablamos? Este sería
el primer dilema. Está tan revestido el concepto de amor de tantas palabras, de
tanta teoría, de tanto uso y abuso, que no queda claro de qué hablamos cuando hablamos
de amor. Y al tratar de concentrarnos en qué es el amor, en qué trama
categorial lo encontraríamos, ¿qué diríamos que es? ¿Es un sentimiento?
¿Es un estado de ánimo? ¿Dónde lo colocaríamos? ¿Y quién
sería el especialista entonces sobre esto? ¿Un psicólogo? ¿Un médico? ¿Un antropólogo?
¿Quién habla sobre el amor, a quién le creo? ¿Quién ha
construido una autoridad, desde el saber, para hablar del amor?
Respuesta: muchos. Que es una no respuesta, por cierto.
Porque no es que hay una amorología o algo así, una disciplina que trate
específicamente del amor. Un religioso no habla de otra cosa que no sea del
amor; pero para los que por ahí no compartimos el discurso religioso, nunca
iríamos a escuchar a alguien de la religión para convocar algún tipo de sentido
del amor. Un psicoanalista también habla mucho del amor; pero está por ahí muy
direccionado al amor vincular. ¿Pero el amor solo se reduce al vínculo? Ven
entonces que es una palabra tan amplia, se vuelve tan vaga, que es muy difícil de
circunscribir su sentido.
Podríamos marcar algunos dilemas que hay alrededor del amor.
El primero, que creo que es el más cotidiano, el que nos atraviesa a todos,
sería el siguiente: si el amor tiene que ver con algo específicamente
científico, o si, al revés, la ciencia, cualquier ciencia, nos queda corta para
hablar del amor. O sea, ¿es el amor algo reducible a una investigación
científica? Y en tal caso, ¿a cuál? ¿Qué ciencia es la ciencia que nos puede
hablar del amor? O no: el amor siempre supone un exceso, un desbordamiento, que
hace imposible que cualquier aproximación científica pueda llegar a dar
respuesta sobre él. Casi diría que esta segunda postura tiene que ver más con
el arte
que con la ciencia. Entonces, que no podemos terminar de
pensar al amor en su totalidad, siempre se nos escapa. Cuando quiero entender
el amor, algo entiendo; pero eso que entiendo no es el amor. Creo que entiendo
el amor, pero estoy entendiendo algo así como la traducción del amor para la
posibilidad de mi propia comprensión. La típica: cuando uno siente que quiere mucho
a alguien y dice la más remanida de las frases y sin embargo muy eficiente: “no
me alcanzan las palabras para decir lo que siento”. No es una huevada eso;
aunque sea una frase tan cursi o tan remanida, hay algo ahí presente en el amor
que hace ruido, porque realmente nos hace pensar hasta qué punto nuestro
sistema de pensamiento puede o no puede dar lugar aesa explicación, y por qué
es así.
Esto, si hay que ponerle nombre, digamos que estamos
proponiendo un primer abordaje de la cuestión del amor en un dilema que sería:
si del amor se puede dar una explicación científica o una explicación
metafísica.
Es otro problema la palabra metafísica, porque también está
usada de forma muy diversa; pero acá la estamos oponiendo a científica. Es
decir, hay algo que explica el amor que no se reduce a la explicación que la
ciencia puede proveer. Metafísica, en griego, significa “más allá de la
física”; meta es “más allá”, physis en griego es “naturaleza”. O sea, es “más
allá de lo natural”. La ciencia explica lo natural, sobre todo las ciencias
naturales.
Pero el arte, la religión, todos esos discursos sobre el
amor excederían la explicación científica.
¿Qué diría una explicación científica sobre el amor?
Concentrémonos en una ciencia particular. Y para ser extremistas, y darle un
poco de onda al dilema, tomemos la más extrema, que es la biología. Para la
biología, el amor es algo que se explica a partir de nuestro cuerpo, del
funcionamiento corporal que atraviesa a todas las personas como nosotros, que
somos seres corpóreos.
O sea, el fenómeno del amor no estaría más que reducido a
una explicación que tome el funcionamiento natural de nuestros cuerpos y explique
lo que le pasa: qué le pasa al cerebro, qué le pasa a la sangre, por qué
producimos las secreciones que producimos; algo se mueve en nuestros cuerpos, y
eso es el amor. Una cuestión, se diría, absolutamente orgánica. Cuando uno
quiere explicar por qué conocí al amor de mi vida, si alguno
de ustedes cree que hay un amor de la vida eterna, supónganse, o cuestiones de
amor de alguien, la explicación es básicamente científica: hay siete mil
millones de personas en el mundo, uno hace un esquema de posibilidades y
combinaciones, entiende los lugares por los que uno se maneja y encontrar el
amor de la vida se explica a partir de eso. No es que hay magia, o
encantamiento, o destino, o algún movimiento astrológico que generó que me
encuentre entonces con alguien.
Es más, piensen por un minuto: ese amor que suponiendo que
es el amor de nuestra vida, que es la persona que estuvo esperando eternamente
que la encontremos, ¿entre cuántas personas conocidas finalmente fue
encontrada?
Es decir, ¿entre cuántas personas terminamos conociendo al
amor supuestamente de nuestra vida, personas posibles de ser nuestra pareja? ¿Ochenta?
¿Cien, doscientas? Pongámosle, uno está medio sacado en Facebook poniendo
“Estado sentimental: en búsqueda” y entonces le caen mil.
Pongámosle entonces, mil: entre mil uno empieza a barrer un
poco y queda uno, queda el par; queda uno y otros dando vueltas. Ahora, ¿ese
uno es de cuántos posibles, con los que uno tuvo relación, de cien, de mil?
Ahora, ¿es el amor de mi vida? ¿Cómo pasamos de la idea de una persona que es “nuestra
alma gemela” o “el amor de nuestra vida” a una compilación numérica
básica, que explica que uno en la vida se cruza con una
cantidad de gente en virtud de una cantidad de posibilidades o variables
azarosas que hacen que finalmente uno se cruce con una persona, estando uno y
otro con un estado de ánimo y disposición abierta para generar con esa persona
un matrimonio? Porque además, justo en ese momento uno estaba de buen humor, o
no tenía mucho trabajo, o todos sus amigos se habían casado, entonces uno
estaba diciendo “bueno, me toca”… Yo tengo una amiga que es soltera; todas sus
amigas se casaron, y dijo “bueno, me toca a mí”. Y se casó. Se cruzó con
alguien muy copado y se casó. Pero si no hubiese vivido ese momento en que
todas sus amigas se estaban casando, bueno, por ahí esperaba más. Es que la
vida es eso: uno tiene infinitas posibilidades –posibilidades de todo– y elige
una. ¿Qué hace el resto de la vida? Se lamenta de por qué no eligió todas las
otras, por supuesto.
Esa, por lo tanto, es una perspectiva científica, que nos
pueden sonar hasta un punto algo graciosa. Porque la metafísica, ¿qué diría?
Hay alguien que está allí y te completa, esperándote desde siempre y para
siempre, para que vos finalmente seas pleno, te realices, te vuelvas una
totalidad y te abras a la inmensidad originaria del universo, del que todos
provenimos y al que todos finalmente llegamos. La metafísica le da al amor una
explicación sobrenatural.
Y hace del amor algo que nos atraviesa en lo más profundo;
quiero decir, nos contiene, le da sentido. Como decía el Padre Molina: el amor
nos conmueve. No es casual. A ver si se entiende esto: yo prefiero que la
religión hable metafísicamente del amor, porque es su métier. Me choca más
cuando alguien que no es del mundo religioso dice “yo soy ateo, no creo en
Dios, no creo en nada”, pero lo endiosa al amor como si fuera un nuevo dios;
ahí está la contradicción, en pensar al amor desde un punto de vista religioso,
descreyendo de lo religioso. Y la metafísica tiene eso.
Entonces, este sería un primer dilema acerca del amor, si
tiene que ver con la ciencia o con la metafísica. Ahora bien, creo que no hay posturas
extremas: si alguien me pregunta “bueno, vos, Darío, ¿en qué crees, en el amor científico
o en el amor metafísico?”, yo diría “bueno, depende”. Porque uno está ahí,
pululando. Hay día en que uno se vuelve hipercientífico, y hay días en que uno
la está pasando mal y necesita creer en algo. Pienso que la metafísica es más
que nada una necesidad, porque genera contención; entonces hay días en que uno
necesita creer y entonces se vuelve más fuerte el amor metafísico. Lo que sí
cuestiono es la sobrevaluación. Creo que el amor está sobrevaluado, mucho; y si
bien es muy importante el amor, la sobrevaluación lo banaliza, lo vacía, le
quita ese poder que me parece que tiene y del que estamos hablando.
El otro dilema que creo interesante dejar asentado es si el
amor tiene que ver con una cuestión vincular o, como decimos en filosofía, es
una cuestión ontológica.
Ya tiré la metafísica, ahora tiro otra palabra de la jerga
filosófica que es ontológica. Lo digo fácil: el dilema es si el amor es una
cuestión vincular, que tiene que ver con el amor de parejas o con el amor con
los hijos, es decir, que el amor tiene que ver con un vínculo entre personas; o
si el amor es una cuestión ontológica, es decir, que no tiene que ver solo con
seres humanos, sino que está presente en la naturaleza misma de las cosas. Eso
es ontológico: que tiene que ver con la realidad misma.
Por ejemplo, había un pensador griego, con un nombre muy
particular, muy gracioso para nosotros, que se llamaba Empédocles, que decía
que todas las cosas están hechas de cuatro elementos: agua, tierra, aire,
fuego. Esos elementos están ahí, en el mundo. Ahora, cuando se juntan,
conforman algo: por ejemplo, una botella de agua, en la que hay más porcentaje
de agua que de los otros elementos; o una mesa, en la que hay más tierra que
agua. Así se van combinando; uno hasta podría hacer una cuantificación de los
porcentajes que tienen los elementos en cada cuerpo, y sacar de qué se trata: 70%
de tierra, 20% de agua, 6% de fuego, 4% de aire, qué se yo: una vaca.
Todas esas teorías antiguas hoy son casi un cuento de niños,
pero eran divertidas, tenían onda, digamos. Pero ¿cómo se juntaban los
elementos? Y acá Empédocles dice: se juntan formando un cuerpo, porque existe
el amor y el odio. El amor junta los elementos y el odio los separa.
Esta es una explicación de alguien hace casi tres mil años,
muy interesante, pero que está colocando al amor en otro lugar. No está
hablando del vínculo, no es que uno porque está con alguien junta el agua y el
aire, no; sino que está hablando de cómo se van constituyendo los diferentes
cuerpos que existen en la naturaleza. Y el amor y el odio aparecen como fuerzas
cósmicas. Así, el amor que uno puede tener por su pareja o por sus hijos sería
como un caso de amor, una expresión específica del amor mucho más grande que se
da en las cosas mismas.
Y el tercer dilema es si hay una o muchas maneras del amor.
Sobre esto quiero simplemente decirles que para los griegos el amor no era una
palabra como para nosotros. Nosotros tenemos una misma palabra para decir “amo a
mi mamá”, “amo a mi pareja”, “amo a mi patria”, “amo a mi equipo de fútbol”, “amo
un ideal”, “amo a Dios”… Y el usar la misma palabra no es una minucia: las
palabras no son meramente artefactos o accesorios que uno utiliza para decir
una idea, sino que constituyen toda una manera de pensar.
Y los griegos tenían tres palabras diferentes. Una cosa era
eros para hablar del amor –de ahí viene erotismo–, donde el amor tiene que ver
con el deseo, con el encantamiento. La palabra eros estaba como más
circunscripta al amor vincular. Y, claro, el deseo tiene una estructura un poco
problemática, porque el deseo nunca se colma: uno desea algo, cuando alcanza
ese algo no es que se apagó el deseo, sino que sigue, continúa, nunca puede
terminar de alcanzar su objetivo. Entonces, el amor erótico tiene ese problema:
es algo efímero y, por lo tanto, de una insatisfacción infinita. Estamos todo
el tiempo buscando algo que se nos escapa; lo alcanzamos por momentos, eso es
lo que genera el enamoramiento: un momento, un enganche y después… el
deseo vuelve a emerger. Por eso, para que en una pareja de
algún modo perviva y conviva por mucho tiempo en ese deseo nunca tiene que
cerrarme el otro en su totalidad; porque si el otro en algún momento me cierra,
entonces salgo a desear a otra persona, porque el deseo es más fuerte de lo que
uno finalmente puede encontrar en el otro.
El otro tipo de amor es el amor como philia, decían los
griegos; de donde viene filiación, filial. Es el amor que uno siente por sus
hijos, por su comunidad, por su patria. No tiene que ver el deseo ahí; no es
erótica mi relación con la patria, por ejemplo. Es decir, se juega otra cosa,
algo más comunitario, algo más de expansión, de compartir.
Y el tercer amor para los griegos es el que más me interesa,
es el amor como agápē, que después toma el cristianismo por ejemplo, el amor
como retirada. Es como pensar así: uno podría decir que, por naturaleza, el ser
humano está todo el tiempo buscando expandirse. Estamos todo el tiempo potenciando
lo que somos. “Perseverar en su ser”, diría Spinoza, que también decía que
cualquier cosa busca siempre expandirse, ampliarse. Ahora, el amor es una
interrupción de esa expansión. Conclusión rápida: el amor es algo antinatural;
un religioso diría sobrenatural, ¿por qué? Porque interrumpe esa expansión que
es propia de la naturaleza. O sea, cuando yo amo a mis hijos dejo por ellos de
crecer yo, de expandirme yo, de pensar en mí mismo.
Hay como una retracción, donde hay una prioridad del otro.
Si así es, hay un acto contranatural, llamémoslo mejor, de uno contra sí mismo.
Y esto me parece que es lo más extraordinario que genera el
amor: la capacidad que tenemos, para bien, de ir en contra de nosotros mismos,
priorizando al otro. Esto que hacemos con los hijos, que en muy pocos casos solemos
hacer con nuestras parejas pero que deberíamos, en la medida en que el amor se
trata de eso, me parece la clave para pensar el amor comunitario, para pensar
nuestra responsabilidad infinita por las necesidades y el sufrimiento de otros.
Ojalá esa fraternidad propia de toda comunidad fuese pensada más desde el amor
que desde el cálculo y la estrategia.