miércoles, 20 de septiembre de 2017

Demasiado tarde para lágrimas (Too Late for Tears AKA Killer Bait, 1949)...

DEMASIADO TARDE PARA LÁGRIMAS - 21 de Junio de 1986

Gisèle Sapiro, La sociología de la literatura.

Orbis Tertius, vol. XXII, nº 25, e042, junio 2017. ISSN 1851-7811.
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria


Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2016, Colección Lengua y Estudios Literarios, 168 páginas.

CITA SUGERIDA
Botto, M. (2017). [Revisión del libro La sociología de la literatura por Gisèle Sapiro]. Orbis Tertius, 22(25), e042. https://doi.org/10.24215/18517811e042



El libro de Gisèle Sapiro —cuya publicación original en francés data de 2014— parte de una hipótesis susceptible de poner en discusión: la sociología de la literatura adolece de una “falta de institucionalización” que “contrasta con la riqueza de los trabajos producidos en su ámbito desde hace medio siglo” (p. 15). Quien lee no sólo infiere que este volumen se propone subsanar, a la manera de un “programa”, la carencia señalada, sino que también se pregunta cuáles serían aquellos ámbitos en los que debería “institucionalizarse”: ¿como espacio curricular/disciplinar en la formación universitaria?, ¿a través de publicaciones especializadas?, etc. Para la autora, “la sociología de la literatura ha tenido que vencer la resistencia a la objetivación basada en la creencia en la naturaleza indeterminada y singular de las obras literarias. Demasiado 'sociológica' para los literatos y demasiado 'literaria' para los sociólogos…” (p. 15). Para la reseñista, la primera impresión es la de un cierto anacronismo: ¿cuáles son los estudios de referencia que aquí se llaman “literarios”, o desarrollados por los “literatos”? ¿los análisis filológicos, los de corte estructuralista, el biografismo? Parece en efecto que Sapiro —graduada en Literatura Comparada y Filosofía en Tel Aviv, luego discípula de Pierre Bourdieu y Doctora en Sociología por la  École des Hautes Études en Sciences Sociales— considera como propios de los estudios literarios enfoques cualitativos “tradicionalmente usados” en la disciplina, como “análisis de documentos, estudio del contenido de las obras y/o de las críticas” (p. 16). Desde esta perspectiva, todo el estudio se propone superar lo que entiende como una dicotomía entre el “análisis interno” y el “análisis externo” de los fenómenos literarios.
Por otra parte, la autora se muestra altamente informada acerca de diversos desarrollos, muchos de ellos más transitados por los estudios literarios que por la sociología: la historia literaria, las teorías marxistas, la teoría de los campos de Bourdieu, los estudios poscoloniales, la sociología de las profesiones, la historia de la lectura, del libro y de la edición, la sociología del público. Son todas estas líneas las que pretende inscribir en este “nuevo” campo de estudios, que así pasaría a absorber toda indagación que se ocupe de las mediaciones o que se pregunte por la literatura en tanto que hecho social.
Por lo demás, el libro es, en el mejor sentido del término, un manual: estudiantes y docentes pueden servirse de él para conocer o dar a conocer la existencia de variados enfoques y estudios que se inscriben en aquellas perspectivas llamadas “relacionales”, que rechazan el principio de inmanencia. Sapiro realiza una reseña minuciosa, con notable claridad en la exposición y a partir de un corpus bibliográfico exhaustivo y actualizado. Articula esa exposición focalizando el problema, en cada uno de los cuatro capítulos, desde diferentes ángulos: desde el punto de vista de las perspectivas teóricas (Capítulo I), del ámbito de la producción (Capítulo II), de las obras literarias (Capítulo III) y del ámbito de la recepción (Capítulo IV).
El primer capítulo, “Teorías y enfoques sociológicos de la literatura”, supone un recorrido histórico. La autora parte de aquellos estudios que denomina “protosociológicos”, inaugurados por De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales de Madame de Staëlal al despuntar el siglo XIX, y que se extienden para Sapiro hasta mediados del XX. Destaca los trabajos de corte positivista de Hippolyte Taine y la constitución de la historia literaria de Gustave Lanson. Luego, corresponde la mención de Levin Schüking —el “precursor” de Bourdieu— con su teorización sobre el gusto y, como aporte generalmente soslayado, se rescata el trabajo de Lucien Febvre sobre Rabelais (1942), que conecta la historia literaria con la historia de las mentalidades.
Más allá de estos antecedentes, la sociología de la literatura encuentra su origen al amparo de las teorías marxistas, que consiguen “desplazar el análisis del nivel individual al nivel colectivo” (p. 32). Sapiro distingue en los estudios literarios marxistas dos grandes orientaciones: la primera, deudora de la obra de Georg Lukács, indaga en el análisis entre las formas literarias y las situaciones sociales que propician su emergencia, centrándose fundamentalmente en las obras; la otra, que profundiza el camino trazado por Antonio Gramsci y formalizado por Arnold Hauser, focaliza sobre todo las condiciones de producción y de recepción, abriendo el camino para los estudios culturales. La teoría de la literatura como acto de comunicación de Robert Escarpit, el estructuralismo genético de Lucien Goldmann, los postulados de la Escuela de Frankfurt, las intervenciones de Pierre Macherey en torno a la noción de producción, las críticas althusserianas a la noción de causalidad, con las objeciones propuestas por Frederic Jameson a esas mismas críticas, constituyen algunas de las perspectivas reseñadas en esta presentación.
Un apartado diferente dentro del mismo capítulo está dedicado a los enfoques estructural-funcionalistas, donde se incluye la mención de Pierre Bourdieu y su teoría de los campos —sin una particular referencia a las revisiones y desplazamientos operados en los desarrollos de Bourdieu entre los primeros postulados en la década de los ’60 y posteriores reformulaciones a propósito de algunos conceptos claves de su teoría. Sapiro recurrirá a diversos lineamientos y categorías teóricas (por ejemplo, la noción de “literatura menor” de Deleuze y Guattari) para recolocar la teoría de los campos en un escenario internacional, en el que la relativa o en ciertos casos “débil” autonomía de los campos nacionales será vista en vinculación con una situación geopolítica que obliga a reconsiderar las relaciones entre culturas dominantes o dominadas.
El capítulo II se ocupa de “las condiciones sociales de producción de las obras”. Siguiendo a Bourdieu, Sapiro menciona como determinantes para la constitución de la autonomía relativa las relaciones con los poderes políticos, religiosos o económicos. Además, otorga un lugar central a la configuración del rol social del escritor, aspecto que funciona como aglutinante para explicar las relaciones entre las obras literarias y los condicionantes “externos”.
La autora sostiene la necesidad de estudiar las tomas de posición e inscripción social de los escritores en su especificidad, distinguiéndolas de la historia política de los intelectuales, con la que obviamente se emparentan. Junto a la emergencia del mercado, la división del trabajo intelectual que se consolida en el siglo XIX supone para la literatura la pérdida de “ciertas áreas de actividad” que son cooptadas por nuevas profesiones, tal como antes había sucedido con el campo religioso. Tal transformación constituye una de las razones de “la politización de la literatura y la reacción conservadora que engendró en su seno” (p. 55). Otra inclusión interesante tiene lugar cuando la autora recurre a la sociología de las profesiones para señalar la “débil profesionalización” del campo literario, en contraste con la “multiplicidad de instancias de difusión (…) y consagración” (p. 59). Completa estos apartados una breve consideración con sentido histórico de las diferencias de clase, género, grados de escolarización de los escritores y consolidación de instituciones propias de la vida literaria.
El tercer capítulo, “La sociología de las obras”, postula la necesidad de superar tanto la “teoría del reflejo” como la “ilusión biográfica” y el supuesto romántico del “creador increado”. Sapiro propondrá una doble vía para trascender esa dicotomía: considerar, por una parte, el espacio conformado por las representaciones y discursos sociales de un contexto dado; por otro lado, atender al “espacio de posibles” estructurado a partir del campo mismo: géneros, modelos y modos de la praxis. La noción de “trayectorias” y la de “estrategias” —empleada en sentido bourdiano— son las herramientas metodológicas que sirven para superar los postulados del biografismo.
Por otra parte, en buena medida los “espacios de posibles” dan cuenta de distintas funciones sociales que pueda adquirir la literatura. El capítulo expande y comenta las relaciones que establece Bourdieu entre la estructuración del campo y el proyecto creador. Solo que, en este caso, la investigadora coloca de entrada el producto resultante (la obra) en un espacio discursivo de mayor amplitud, inscribiéndose en la operación de “destabicamiento” que propone Marc Angenot en su teorización sobre el discurso social. Esa opción se vuelve manifiesta cuando se recuperan las discusiones en torno del canon y la concepción de la literatura en relación con la identidad nacional, fruto de la historia literaria. En la discusión de estos procesos destacan las referencias a los desarrollos de Pascale Casanova y la “república mundial”. Se vuelve preciso “desnacionalizar la historia literaria” “historizando las categorías de entendimiento erudito” (p. 97), operación que permite integrar en el análisis fenómenos de transferencias e intercambios históricamente producidos entre culturas o entre sectores —dominantes o subordinados— de distintas culturas. “La constatación de la hibridez inicial de las literaturas nacionales lleva a relativizar la idea de que el fenómeno de 'mestizaje' (…) sería propio de la globalización”, puntualiza Sapiro (p. 96).
En el análisis de las mediaciones cabe señalar el lugar relevante otorgado al sistema educativo, centralidad que se sostiene en la advertencia de que el campo literario es un espacio social que no proporciona ámbitos de formación específica. Esta mediación escolar, poco atendida e incluso desprestigiada por Bourdieu en su estudio sobre el campo aparece, en palabras de Sapiro, “ocultada con demasiada frecuencia” (p. 90).
En lo que refiere a la recepción (capítulo IV), se procura un análisis que equilibre los que aparecen como “puntos de anclaje” interpretativos, ofrecidos por los textos, y lo que Sapiro denomina “iniciativas anexionistas”, incentivadas por la circulación de las obras en contextos muchas veces alejados del contexto de producción. Dos cuestiones destacan aquí, en contraste con la teoría bourdiana. La primera, la consideración de los entornos textuales y los soportes, los paratextos y las modalidades de diseño iconográfico que suponen una forma de política editorial susceptible de orientar una recepción jerarquizada, previa a la interpretación misma. Luego, una reflexión sobre la circulación trasnacional de las obras, que diseña un nuevo ámbito en el que se revelan las tensiones que atraviesan a las literaturas poscoloniales, toda vez que, desde los centros culturales, se postulan cánones “representativos” de la periferia —expresados en colecciones editoriales y distinciones— que pueden dar lugar un “exotismo” totalmente contrario a la toma de posición que dio origen a esas obras.
El lugar reservado para las mediaciones ejercidas por los agentes propios del campo (en particular, la crítica literaria), es el de generadores de “anexiones” que estabilizan nuevos sentidos para los textos. La caracterización que Sapiro realiza de este subcampo adolece de cierta rigidez, contrasta con la caracterización del “discurso social” ya mencionada y en definitiva replica —a partir de la postulación de un polo dominante y otro dominado, y de un mayor o menor grado de autonomía o heteronomía— el modelo que Bourdieu estableciera hace medio siglo para describir las tomas de posición de los escritores.
El trabajo de Sapiro actualiza las investigaciones sobre la relación entre literatura y sociedad, renovando la tradición que en nuestro país se halla representada, sobre todo, por los análisis y las “importaciones” teóricas realizadas por Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo. En contraste con esos antecedentes, cabe señalar que la concepción de “teoría” que emerge de las consideraciones de Sapiro la acerca mucho más a su formulación en el campo sociológico —claramente articulada con un método, inscripto en un paradigma cualitativo o cuantitativo que pueda conjugarse a partir de la triangulación en los estudios de caso específicos— que a lo que conocemos como teorías literarias. El hecho de depositar las estrategias de validación en la articulación entre teoría y método así concebidos conlleva resultados dispares: por un lado, una serie de sugerencias metodológicas que toman la forma de prescripciones pero que no siempre se sustentan en los estudios de caso que la autora se preocupa en referir, precisamente para sostener esa articulación. Por otra parte, y a pesar de las excesivas referencias al ámbito francés, se dijo ya que la consideración de nuevas formas de producción y circulación constituye una puesta al día que otorga valor a este estudio, junto con la presentación de un panorama exhaustivo de teorías y enfoques, que lo proyectan como obra de consulta y referencia.

Malena Botto

Miss Bolivia - El Paso

EL BLOCK MARAVILLOSO, SIGMUND FREUD (1924)


(Referencia del Seminario 18 de Jacques Lacan, De un discurso que no fuera del semblante)

MARÍA VERDEJO*


Cuando Freud plantea la metáfora del block maravilloso señala: “Nuestra intención no es sino perseguir sus coincidencias con la estructura de nuestro aparato anímico perceptor”.
Se trata del recorrido del modelo del aparato psíquico –la memoria–, que atraviesa diferentes texto freudianos partiendo del Proyecto... (1985), la Correspondencia a Fliess, Carta 52 (1896) , retomado varias veces en el Capítulo VII de La Interpretación de los sueños (1900) y Más allá del principio del placer (1920), hasta la Nota que nos ocupa hoy, El block maravilloso (1924).
Dos condiciones definen el funcionamiento del block:
- capacidad ilimitada de recepción y
- conservación de huellas duraderas.

DESCRIPCIÓN DEL BLOCK MARAVILLOSO

El block maravilloso es una lámina de resina o cera de color oscuro, encuadrada en un marco de papel y sobre la cual va una fina hoja transparente, sujeta en su borde superior y suelta en el inferior.
Esta hoja es la parte más interesante de todo el aparato. Se compone, a su vez, de dos capas separables, salvo en los bordes transversales. La capa superior es una lámina transparente de celuloide, y la inferior, un papel encerado muy delgado y translúcido –no existe la una sin la otra.
Cuando el aparato no es empleado, la superficie interna del papel encerado permanece ligeramente adherida a la cara superior de la lámina de cera. Para usar este block maravilloso se escribe sobre la capa de celuloide de la hoja que cubre la lámina de cera. Para ello no se emplea lápiz ni tiza, sino como en la antigüedad, un estilo o punzón. Pero en el block maravilloso, no graba directamente la escritura sobre la lámina de cera sino por mediación de la hoja que la recubre, adhiriendo a la primera, en los puntos sobre los que ejerce presión, la cara interna del papel encerado. Los trazos así marcados se hacen visibles en un color más oscuro, en la superficie grisácea del celuloide. Cuando luego se quiere borrar lo escrito basta separar ligeramente de la lámina de cera la hoja superior, cuyo borde inferior queda libre. El contacto establecido por la presión del estilo entre el papel encerado y la lámina de cera, contacto al que se debía la visibilidad de lo escrito, queda así destruido, sin que se establezca de nuevo al volver a tocarse ambos, y el block maravilloso aparece otra vez limpio y dispuesto a acoger nuevas anotaciones.
“Nuestra intención no es sino perseguir sus coincidencias con la estructura de nuestro aparato anímico perceptor”.
Si después de escribir sobre el block maravilloso separamos con cuidado la hoja de celuloide de la de papel encerado, seguimos viendo lo escrito sobre la superficie de este último y podemos preguntarnos qué utilidad ha de tener la hoja de celuloide.
La hoja de celuloide es, por tanto, una cubierta protectora del papel encerado, destinada a protegerle de las acciones nocivas ejercidas sobre él desde el exterior.
No queda ahí lo maravilloso del block: Si levantamos toda la cubierta –celuloide y papel encerado–, separándola de la lámina de cera, desaparece definitivamente lo escrito. La superficie del block queda limpia y dispuesta a acoger nuevas anotaciones.
Pero no es difícil comprobar que la huella permanente de lo escrito ha quedado conservada sobre la lámina de cera, siendo legible a una luz apropiada.
Así pues, el block no ofrece tan sólo una superficie receptora utilizable siempre de nuevo, como en una pizarra, sino que conserva una huella permanente de lo escrito. Resuelve el problema de reunir ambas facultades distribuyéndolas entre dos elementos sistemas distintos, pero enlazados entre sí.
Freud va a ir haciendo las analogías entre los diferentes elementos del block el modelo de aparato psíquico receptor y la memoria:
a.- Los fundamentos de nuestra memoria nacen en otro sistema vecino encerado con el sistema receptor de los estímulos y su dispositivo protector; –no sólo de la percepción- lo que de la percepción ha dejado huella-
b.- la lámina de cera, con el sistema inconsciente situado detrás de él, lo inconsciente surge –se instituye– como huella de escritura, que queda fuera de la consciencia, pero que permanece.
Y, Huella que implica
c.- la aparición y desaparición de lo escrito.
Pero, no queda ahí Freud sino que señala que,
d.- en lugar de una supresión real del contacto suponemos una insensibilidad periódica del sistema perceptor. –Con este término “insensibilidad periódica”, introduce Freud otra característica importante, la temporalidad.
Por último, suponemos también que este funcionamiento discontinuo del sistema perceptor constituye la base de la idea del tiempo.
Lo “percibido” no se deja leer más que en pasado, por debajo de la percepción y después de ella” leer implica aquí un previo, la huella, la inscripción.

* Trabajo presentado en la clase del 10 de julio de 2010 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2009 – 2010, dedicado al Seminario 18 de Jacques Lacan