Un genio en el agua
Michael Phelps lo hizo; ganó dos nuevas
medallas, una de plata y una dorada, para convertirse en el deportista
que más sumó en la historia: 19, un récord increible... y una vida de
película
LONDRES
(De nuestros enviados especiales).- Era un pequeño travieso. Vivía
entre tropezones: andaba a los saltos, como si tuviese patines en los
pies y alas en la espalda. No se quedaba quieto un segundo: ni siquiera
cuando iba a la escuela. No era ningún cuento: le habían diagnosticado
un trastorno "por déficit de atención con hiperactividad". Un caso
serio; había que estimular su crecimiento. Los médicos no dudaron: debe
hacer natación. La pileta suele ser un paraíso para el ocio y la
ciencia: cae justo de cabeza. Whitney y Hilary, sus hermanas mayores, lo
estimularon: casi vivían bajo el agua. El pequeño Michael Phelps no
sólo mejoraba, no sólo se divertía, era un huracán de velocidad,
potencia y energía bajo el mar. Una luz, un volcán de adrenalina. A los
15 años, se clasificó para los Juegos Olímpicos de Sydney. Y además era
un caballero adaptado a la sociedad: su pasado de niño rebelde era el
prólogo de un joven prodigio. Futuro de superdotado.
A los 27 años, hoy mismo, es un genio. Si es que los
genios pueden vivir de brazadas, patadas y respiraciones bajo el agua.
Justo hoy, cuando empieza a recorrer el camino de su despedida (Londres,
se insiste, es su última estación), Michael Phelps se ha convertido en
una leyenda. Ya no es El Tiburón de Baltimore: es un bello, mágico,
estelar canto de sirenas. Michael lo ha hecho: es el más grande
deportista de todos los tiempos de los Juegos Olímpicos, la cuna del
deporte. Con sus 19 medallas (las últimas dos, una de plata y una
dorada, conseguidas ayer), se convirtió en el atleta más ganador de la
soberbia cita de cada cuatro años. Una más que la gimnasta soviética
Larisa Latynina, tras lograr una plata en 200m mariposa (su vieja
especialidad, que perdió apenas por cinco centésimas) y un oro en el
relevo 4x200m libres. Ya había asombrado al mundo cuando logró ocho oros
en 2008, uno más que el legendario Mark Spitz. Ya es el más grande. Tal
vez, el mejor. El hombre que escribe la historia con manos húmedas y
patadas de acero.Decían que había perdido el apetito: justo él, que le gana a la vida misma. Decían que no podía lograrlo: justo él, que quebró 37 récords mundiales. A los 27 años, Phelps emociona y hace reír: como si se tratase de un artista del drama y la comedia. El final es el de siempre: siempre el feliz. Ayer, sumó el 15° oro olímpico, el primero en Londres, con el triunfo por equipos de los Estados Unidos sobre Francia (plata) y China (bronce), apenas minutos después de haber logrado su 18a medalla con la plata de los 200m mariposa. Phelps, el último de la posta, viajaba por el espacio acuático con la enciclopedia de la leyenda debajo de cada brazada, último relevo del equipo, mientras el público, de pie en las gradas del moderno Centro Acuático londinense, como si se tratase de un ídolo de rock, lo ovacionaba en un momento que quedará archivado para siempre. No es un cuento: es la historia viviente.
Apenas tocó la pared de la piscina, se dio vuelta, se quitó las gafas y miró hacia el tablero electrónico para ver si su equipo había batido el récord mundial, escenario que no logró tan sólo por un segundo en esta larga prueba que ganó con un tiempo de 6 minutos, 59 segundos y 70 centésimas. Lo que siguió también fue parte de la película: lagrimeó en lo alto del podio y luego se paseó junto con sus compañeros Ryan Lochte, Conor Dwyer y Ricky Berens con una bandera estadounidense. "Born in the USA", de Bruce Springsteen, fue la melodía del campeón. El oro en los relevos sirvió, de paso, para borrar el sabor amargo que le había dejado la medalla de plata ganada un rato antes en los 200m mariposa, detrás del sudafricano Chad le Clos, con un tiempo de 1m52s96/100, en los metros finales y luego de haber gobernado en todo el recorrido. Una trampa del destino: justo a él, suerte de ciclón del último suspiro. Bob Bownan, su viejo entrenador, no estaba desquiciado: "Este chico es un genio", había advertido. Creó un plan militar desde sus 10 años y Maryland fue su océano. Hijo de un policía y de una directora de escuela que se separaron por esos años, ¡qué mejor que la piscina para aplacar su terremoto interno y ahogar sus disimuladas penas! Detrás de pequeños escándalos, como aquella vez sorprendido con una pipa de agua (Narguile) con marihuana, o aquella otra, cuando fue arrestado por manejar en estado de ebriedad, Phelps es una máquina que nada 80 kilómetros semanales, en jornadas de cinco horas diarias de entrenamiento. En cada sesión quema unas 7000 calorías, por lo que suele deglutir pastas como verdadera razón de vivir. Calza 49, pesa 84 kilogramos, mide 1,93m y late un corazón de león. El año pasado, había perdido una pizca de pasión. Una pizca, nada más. Lo que anoche no podía hacer fue dormir; descansar con tamaño peso en la historia del deporte. Lo que es soñar, eso sí que siempre pudo. Hasta el infinito y más allá.