En su obra En busca del tiempo, una de las obras maestras de literatura universal, el escritor francés Marcel Proust mantiene una relación que puede ser lo mismo directa o tangencial con el movimiento pictórico de su época, el impresionismo, de tal manera que en su escritura se pueden encontrar elementos técnicos que la hacen evidente u otros en los que el autor externa la cercanía que mantenía algunos de sus representantes.
Si se habla del primer caso, se debe decir que Proust escribió dicha obra a partir de los recuerdos propios, pero reacomodados, despojados de elementos que los hicieran evidentes, pero también a los que ha retirado el proceso de razonamiento, es decir, expresa en el estado más puro posible de la sensación inicial. Son, pues, prístinos de la sensación primera que les genera, con sus luces y sombras.
A lo largo de la obra, dividida en siete volúmenes (Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado), Proust hace muchas descripciones de la naturaleza, flores, paisajes, ríos o riachuelos, pero también de escenas humanas, en lugares cerrados o abiertos, en los que se extiende en la descripción de las figuras, sus reflejos, luces y sombras, colores firmes o tenues, a través de un lenguaje amplio, variado, de manera que la escritura se convierte en un concierto polifónico que llega con esa riqueza a los sentidos del lector y ofrece una perspectiva nueva respecto a voces anteriores en la literatura. Al leerlas, es como escuchar la descripción de un cuadro impresionista.
Pero, además, escenas comunes se vuelven objeto de la literatura, como en la pintura lo hicieron los impresionistas con puentes, ríos, sembradíos, el trabajo de los campesinos o los rostros de trabajadores y trabajadoras del campo.
La construcción a partir de la impresión primera de los ojos, es decir de los sentidos, antes de su paso al razonamiento, que se induce de la obra proustiana, recuerda el propósito que se plantearon los impresionistas: limpiar al ojo del razonamiento, de las técnicas heredadas, para ver los colores con nuevas sensaciones, sin el tamiz de la mente. Aventuremos que el título de En busca del tiempo perdido también haga referencia a la recuperación del tiempo ocupado entre la impresión de los sentidos y el razonamiento.
Además, el escritor francés nacido en 1871 y muerto en 1922 entabló relación con algunos pintores de su época, cuando afloraba y dominaba el movimiento impresionista –y también el postimpresionista-, o al menos conoció su trabajo y escribió sobre él, tal como es el caso de Georges-Pierre Seurat, como se puede ver en su publicación Pintores, o Edouard Manet, de quien escribió un texto sobre su cuadro Almuerzo sobre la hierba, ambos impresionistas.
Por último, en su obra Proust hace mención de varios artistas plásticos de su época o anteriores, a quienes reconoce su talento y habla de algunas de sus obras. Por ejemplo, de Claude Monet menciona su serie Nenúfares, así como menciona a Nicolas Poussin o a Edgar Degas. Asimismo, existe un personaje que es pintor, Elstir, de quien al describir su trabajo y los cuadros que realiza lo circunscribe dentro de la escuela impresionistas, por sus temas y técnica.
A saber: “Sólo que una vez que me quedé mano a mano con los Elstir, me olvidé por completo de la hora de cenar; de nuevo, como en Balbec, tenía ante mí los fragmentos de este mundo de colores desconocidos, que no era sino la proyección, la manera de ver peculiar de este gran pintor y que en modo alguno traducía sus palabras. Los trechos de pared cubiertos de pintura suyas, homogéneas todas entre sí, eran como las imágenes luminosas de una linterna mágica, que hubiera sido en el caso presente la cabeza del artista, y cuya rareza no hubiera podido sospecharse mientras no se hubiese hecho más que conocer al hombre (…)”.