lunes, 14 de julio de 2014

Tolkien era un tipo chapado a la antigua


A veces es mejor no ahondar en las biografías de nuestros autores favoritos: generalmente, tienden a decepcionarnos. Al leer una obra maestra, tendemos a idealizar al creador, olvidándonos de que el creador es también un experto fabular. Otras veces, sin embargo, el autor es justo lo que esperamos.
Por ejemplo, J. R. R. Tolkien, mítico autor de El señor de los anillos, que nos empujado a visitar Hobbiton, en Nueva Zelanda, e incluso ciudades como Gondar, una suerte de Camelot medieval en el que, al parecer, se inspiró para concebir Gondor). Y también ha propiciado que tuviéramos una idea sobre el autor. Que posiblemente era un hobbit, como él mismo aseguraba.
De hecho, el propio Tolkien se identifica con el carácter de Bilbo Bolsón. Y si nos imaginamos a Tolkien, no nos viene a la cabeza Aragorn, precisamente, sino alguien adaptado a los viejos tiempos, tranquilo, pacífico, de costumbres intelectuales, lejos del mundanal ruido. Y justo así era Tolkien, de hecho.
Tolkien era un ludita consumado. Despreciaba el siglo XX. Adoraba el old fashion. Aseguraba que la ciencia o la tecnología no habían contribuido a mejorar a la humanidad. Tolkien no tenía televisión, y casi nunca escuchaba la radio. Era apolítico. No leía literatura de su época.
Tolkien probablemente soñaba con atravesar el espejo para abandonar el mundo e instalarse en plena Tierra Media. Tal y como explica Gregorio Ugidos en Chiripas de la historia:
Tolkien no tardó en fundar un grupo de lectura de textos islandeses al que llamó los Coalbiters, que en islandés significa “los que se acercan tanto al fuego que muerden el carbón”. Era una excusa para compartir unas jarras de cerveza y olvidarse del mundo; pero como las sagas islandesas no son interminables, cuando las leyeron todas, el grupo se disolvió.
tolkeinn.jpgEsta querencia por lo antiguo, y también por lo islandés, influyó en que Tolkien titulara así El señor de los anillos, por ejemplo. Y es que Tolkien adoraba las kenningar, construcciones poéticas que abundan en las sagas y los poemas épicos que forman parte del cuerpo literario medieval islandés y noruego. Por ejemplo, se le puede llamar a la batalla “el fragor de los dardos”; o al aire, “casa de los pájaros”. Estos dos casos son kenningar simples.
El título de El señor de los anillos también parecería ser una kenningar: un señor de los anillos era un rey, no porque llevara un puñado de anillos en sus dedos, sino porque los príncipes nórdicos obsequiaban anillos como recompensa por triunfos militares a sus lugartenientes. Y los títulos de la saga de fantasía épica Canción de hielo y fuego, de George R. Martin, también son kenningar. Por ejemplo: Festín de cuervos (un cadáver) o Tormenta de espadas (una batalla).