viernes, 24 de agosto de 2018
Buenos Aires
Jorge Luis Borges
Y la ciudad, ahora, es como un plano
De mis humillaciones y fracasos;
Desde esa puerta he visto los ocasos
Y ante ese mármol he aguardado en vano.
De mis humillaciones y fracasos;
Desde esa puerta he visto los ocasos
Y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana; aquí mis pasos
Tejen su incalculable laberinto.
Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana; aquí mis pasos
Tejen su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
El fruto que le debe la mañana;
Aquí mi sombra en la no menos vana
El fruto que le debe la mañana;
Aquí mi sombra en la no menos vana
Sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto.
No nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto.
Perderse en el laberinto de Borges, en Venecia
Ubicado en la isla de San Giorgio Maggiore, está inspirado en un cuento del escritor argentino
Bajo el cielo límpido de Venecia, dos niños juegan a encontrar la salida de un laberinto enorme: ocupa un área de 2.300 metros cuadrados y lo forman 3.250 plantas de 75 centímetros de altas. Corren felices. Nunca antes habían visto nada igual. Sí, cómo no, solo en los dibujados animados y en videojuegos. Corren. Se pierden.Vagan confundidos. Los chiquillos revolotean en uno de los sitios más tranquilos y hermosos de Venecia: el Laberinto de Borges, en la isla de San Giorgio Maggiore.
Fue construido hace un par de años en esta pequeña isla, que durante siglos fue la morada de monjes benedictinos y hoy es la sede de la fundación Cini. En este sitio tan especial reina el silencio (hasta que llegaron los dos pequeños). En la obra de Borges, el laberinto es un tema recurrente. Un símbolo para representar el miedo y la esperanza, pues cada laberinto posee una lógica para perderse y encontrar la salida.
En el cuento Los dos reyes y los dos laberintos Borges deja clarísimo el concepto. “Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta”…
El laberinto veneciano se inspira en El jardín de senderos que se bifurcan, otro cuento de Borges que cuenta la historia de un chino sabio obsesionado con un laberinto. Desde un pequeño anfiteatro, adyacente, se observa un verdísimo libro abierto, en el cual, desde arriba se lee BORGES, en mayúsculas, por supuesto. Hay presentes otros símbolos recurrentes en la literatura del autor, como los espejos, el tigre, el signo de interrogación, la arena, el bastón...
Este laberinto de la isla de San Giorgio Maggiore es obra del arquitecto británico Randoll Coate, amigo de Borges. Tras la muerte del escritor argentino, en 1986, Coate lo soñó tal y como se puede recorrer hoy en Venecia.
Nunca he estado en el otro laberinto de Borges, en Los Álamos, provincia de Mendoza, Argentina. Y, sin embargo, he de decir que caminar por el de Venecia zambulle al viajero en el universo de Borges del modo que tal vez él hubiera querido.
Los chiquillos encuentran con dificultad la salida. Cuando se reúnen con su madre le dicen: “era muy grande este señor, Borges”.
Un laberinto en Mendoza, gemelo de otro en Venecia
El sueño realizado de un paisajista. Hoy se inaugura un laberinto idéntico al de Mendoza en la isla San Giorgio en Venecia
El misterio de los laberintos atrapa a los individuos desde pequeños. En Mendoza, “El laberinto de senderos que se bifurcan”, creado en homenaje a Jorge Luis Borges y diseñado por el inglés Randolph Coate, es un imán para los chicos El sitio es mágico. Un manto de arbustos, del tamaño de una cancha de fútbol, evoca a un libro abierto. En una vista aérea puede leerse “Borges”, como en un espejo. Los senderos dibujan otros símbolos de la dimensión borgeana; además del espejo, “una cosa gris”, como el autor lo llamó en su poema “Un ciego”. Hay relojes de arena, un bastón, signos de interrogación, los nombres Jorge y Luis escondidos, la cabeza de un león y las iniciales de María Kodama, su viuda y guardiana literaria.
El primer homenaje “vivo” a Borges, como enfatiza la familia Aldao, que atesora esta creación, fue construido en la estancia Los Álamos. Son 200 hectáreas en San Rafael, a 250 kilómetros de la ciudad de Mendoza. El entramado verde se levanta detrás de una casona de 1830 de la familia Bombal. Es un museo habitable, con murales de Raúl Soldi, Héctor Basaldúa, un tapiz de Norah Borges, la hermana del escritor, manuscritos de Manuel Mujica Lainez y una colección de libros españoles e ingleses.
En el jardín, los arbustos de boj recrean el laberinto y superan el metro de altura. Fueron implantados en octubre de 2003, después de 10 años de esperar y fracasar en el intento de que algún funcionario de la ciudad de Buenos Aires aprobara la obra, que iba a construirse frente a la Biblioteca Nacional. Coate era un joven diplomático inglés cuando conoció a Susana Bombal, escritora, amiga personal de Borges y propietaria de Los Álamos. Cuando muere Borges, el paisajista tuvo un sueño en el que aparecían el escritor y su laberinto. En una carta, le relató ese sueño a Susana y le propuso hacer una representación en Argentina. Cuando la escritora murió a principios de los 90, su sobrino nieto Camilo Aldo (hijo), encontró la carta y junto con sus amigos Mauricio Runno, Gabriel Mortarotti y Andrés Ridois, emprendieron el sueño de plasmar el laberinto, Hoy, a 25 años de la muerte de Borges, un laberinto idéntico será inaugurado en la isla de San Giorgio en Venecia. El de Mendoza encenderá sus luces cerca de las 3 de la madrugada argentina, para establecer un puente cultural entre el Viejo y el Nuevo Mundo.
El laberinto borgeano
Alicia de ArteagaPARA LA NACION
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Fue un fin de semana de octubre cuando el laberinto borgeano, diseñado por el inglés Randolph Coate, comenzó a tomar forma en la finca Los Alamos, en San Rafael, a 240 kilómetros de Mendoza.
Allí estaba, sonriente y feliz, el custodio del proyecto y su principal promotor, Camilo Aldao, Camilito para sus amigos, que murió el sábado, de manera inesperada, en su querida finca mendocina.
Me tocó estar en Los Alamos cuando de un gigantesco camión comenzaron a bajar los cientos, miles de arbustos, llegados de un vivero de Capilla del Señor, para formar el Laberinto de los Senderos que se bifurcan, un libro abierto por el que en pocos años se podría caminar.
Periodista, viajero empedernido, buen lector, había heredado la pasión por Borges de su tía Susana Bombal, que tapizó la casa construida en 1830 con sus colecciones de libros, franceses, ingleses, con revistas de los años cuarenta y hasta con un poema que el propio Jorge Luis Borges le dedicó llamado, obviamente, "Susana Bombal". Allí vivieron Manucho Mujica Láinez, el genial escenógrafo Héctor Basaldúa y Raúl Soldi, invitados por Susana Bombal, y, en tiempos recientes, contingentes de turistas argentinos, europeos y norteamericanos que disfrutaban de la fresca casa solariega, señorial, pero sin otra pretensión que la garantía de lo auténtico. Y Camilo era el anfitrión ideal. Buen contador de historias en las largas sobremesas en la galería transparente o al costado de la pileta a la luz de los braceros encendidos, remataba los relatos con una larga y plácida sonrisa.
Les contó a todos. A sus amigos -a los que sumó al proyecto-, a los periodistas, a las autoridades, a los huéspedes, que su sueño era plantar el laberinto verde en la finca de la infancia.
El diseño es de Randolph Coate, hombre casi centenario, una autoridad mundial en paisajismo -especialidad tan inglesa, por otra parte-, que lo donó a la Fundación Borges, que preside María Kodama. Era su homenaje personal al escritor que frecuentó y admiró, mientras vivió en Buenos Aires ocupado de asuntos culturales en la representación diplomática de la Corona.
Camilo Aldao hijo peleó, desde que supo de su existencia, para hacerlo realidad. Intentó en Buenos Aires y cuando estaba casi cerrado el acuerdo se cruzó otra prioridad por la cabeza del funcionario de turno y la carpeta volvió al cajón.
¿Y por qué no en Los Alamos? María Kodama viajó a San Rafael y aprobó la iniciativa que todos imaginaron como un motor imbatible para el desarrollo de un polo de turismo cultural. Proyectó un jardín de lectura y con sus amigos levantó un mangrullo para leer desde la altura el nombre de Borges escrito con el verde de 12.000 arbustos de boj.
Por: Alicia de Arteaga
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