domingo, 1 de enero de 2012
About Lila Azam Zanganeh
About Lila Azam Zanganeh
Photo © 2011 Hank Gans
Lila Azam Zanganeh was born in Paris to Iranian parents. After studying literature and philosophy at the Ecole Normale Supérieure, she moved to the United States to teach literature, cinema and Romance languages at Harvard University.
Since 2002, she has been a contributor to Le Monde and has been published in The New York Times, The Internatitonal Herald Tribune, The Nation, The Paris Review, and La Repubblica. In 2006, she edited a collection of narrative essays on Iran. Her first book, The Enchanter: Nabokov and Happiness, has just been published by Norton in the United States, Penguin in England, L'Olivier in France, Contact in Holland, and L'Ancora del Mediterraneo in Italy. In 2012, it will be published by Duomo Ediciones in Spain. She is currently at work on a novel titled The Orlando Inventions.
Lila is fluent in six languages and serves on the Board of Overseers of the International Rescue Committee. She is the recipient of the 2011 Roger Shattuck Prize for Criticism, awarded each year by the Center for Fiction. She writes and lives in New York City.
Acerca de Lila Azam Zanganeh
Foto © 2011 Hank Gans
Lila Azam Zanganeh, nació en París de padres iraníes. Después de estudiar literatura y filosofía en la École Normale Supérieure, se mudó a los Estados Unidos para enseñar idiomas literatura, el cine y Romance en la Universidad de Harvard.
Desde 2002, ha sido colaborador de Le Monde y ha sido publicado en The New York Times , El Internatitonal Herald Tribune , The Nation , The Paris Review , y La Repubblica . En 2006, editó una colección de ensayos narrativos sobre Irán. Su primer libro, El Encantador: Nabokov y la felicidad , acaba de ser publicado por Norton en los Estados Unidos, Pingüino en Inglaterra, L'Olivier en Francia, Contacto en Holanda, y L'Ancora del Mediterraneo en Italia. En el 2012, será publicada por Ediciones Duomo en España. Actualmente está trabajando en una novela titulada Los inventos Orlando .
Lila habla seis idiomas y es miembro de la Junta de Supervisores del Comité de Rescate Internacional. Ella es el recipiente del 2011 Premio Roger Shattuck para la crítica , otorgado cada año por el Centro para la ficción. Ella escribe y vive en la Ciudad de Nueva York.
Atolón Bikini
lunes 8 de agosto de 2011
Atolón Bikini
(Continuación) Es un conjunto de islas de unos 6 km² de superficie, que forma parte de las Islas Marshall, hoy día deshabitado debido a los altos niveles de radiactividad aún existentes,.
Es famoso por las pruebas nucleares que se llevaron a cabo en él entre los años 1946 y 1958, ya que formaba parte de lo que, eufemísticamente, se llamó Territorios de Prueba del Océano Pacífico.
Un lugar donde se lanzaron a modo de prueba, más de dos docenas de bombas nucleares. Una experimentación que comenzó a primeros de julio de 1946.
Supuso la participación ingenua e ignara de sus habitantes, los micronesios, que fueron evacuados y desplazados, una y otra vez, de isla en isla, según se iban efectuando las explosiones nucleares.
Los primeros en verse afectados fueron los habitantes del atolón de Bikini. Y desde entonces no han podido volver a sus hogares.
Los daños que los micronesios han sufrido tanto físicos, como sociales, como culturales, como psicológicos, a nivel de colectividad, son ya irreversibles.
No sólo perdieron las condiciones naturales de su existencia, también se han visto desposeídos de sus signos culturales de identidad como pueblo.
Algo que les ha producido, a nivel individual, unos traumáticos efectos psicológicos. Aún hoy la tasa de suicidio entre ellos se sitúa entre las más elevadas del mundo.
Es como si no les encontraran significado a sus vidas.
Y no sólo psicológicos. Los efectos físicos fueron y son espeluznantes.
La herencia nuclear sobre sus descendientes sigue presente y el nacimiento, aún hoy, de niños deformes es una realidad.
El 31 de julio de 2010, el verano pasado, la Unesco inscribió al atolón de Bikini como el primer Patrimonio de la Humanidad de las Islas Marshall. Donde tuvo lugar la Operación Crossroads. (Continuará)
La química del biquini
sábado 6 de agosto de 2011
(Continuación) Pero el despegue definitivo del bikini lo trajo, quién lo iba a decir, la ciencia. En concreto una de ellas, la Química.
Y en particular una de sus especialidades, relacionada con la evolución y vanguardia en la fabricación de nuevos tejidos. De entre ellos uno específico, la lycra.
Les pongo en antecedentes.
Hasta entonces los bañadores que se fabricaban estaban confeccionados en piqué o punto. No es que no sentaran bien. No quedaban mal puestos. Pero claro.
No se ajustaban al cuerpo lo mismo que los de lycra, que lo hacen como un guante. No, ni punto de comparación.
No en vano esta fibra, aparecida comercialmente en 1960, puede ser tensada y estirada hasta agrandar su tamaño seis veces y sin perder la forma. Una maravilla la tal lycra.
Todo empezó un año antes, en 1959, cuando el químico Joseph Shivers, quien por aquel entonces trabajaba para la compañía DuPont, descubrió el elastano o spandex.
Una fibra sintética muy elástica, que la empresa patentó y comercializó con el nombre de marca LYCRA®.
Así que, desde el punto de vista químico, decir lycra es sinónimo de elastano. Aunque no ocurre igual en sentido opuesto.
Ha de saber que si bien la fibra LYCRA® es un elastano, no todos los elastanos son de esta marca ya que existen otras marcas comerciales.
Pero ojo, la lycra no es un tejido en sí. Se trata de una de las fibras que pueden componer un tejido. El caso es que, gracias a ella, empezaron a fabricarse los primeros trajes de baño elásticos.
Traje de baño, que no bañador
Y ahora que digo traje de baño, me gustaría hacer una puntualización sintáctica. Una que, dado el caso que nos trae, bien podríamos clasificar como de aviso a navegantes.
Diga siempre traje de baño, nunca, bañador.
Bañador es la persona que se baña, no la prenda que se pone para hacerlo.
Visto así, resulta evidente que nadie se baña con un bañador puesto.
A la vista queda que bañarse con un bañador encima es, cuando menos, incómodo. (Continuará)
La popularidad del bikini
viernes 5 de agosto de 2011
(Continuación) Y en esa evolución tuvieron un papel determinante diferentes factores.
Desde la apertura política y social que se produjo en todo Occidente, hasta la influencia de los medios de comunicación.
Pasando, sobre todo, por la implicación de las grandes divas del cine en el uso de este traje de baño.
Por ahí empezó su plena aceptación social. Me vienen a la memoria fotográfica:
Brigitte Bardot, quien con su aparición en bikini en las películas "Le Trou Normand" (1952), "Y Dios creó a la mujer" (1957) y sus descansos estivales en Saint Tropez y Cannes luciendo esta prenda, animó a decenas de mujeres a usarla y desencadenó su promoción.
Y cómo olvidar el posado de Marilyn Monroe, luciendo su cuerpo en bikini en una instantánea que creó locura colectiva en sus seguidores.
Aunque para algunos su cuerpo, quizás, no fuera el más adecuado para esta prenda. Tal vez demasiadas curvas. No sé. Cuestión de gusto.
Aunque también la música tuvo su importancia y no fue menor.
En 1960, el cantante estadounidense Brian Hyland, ayudó a poner el bikini más de moda aún, al grabarlo en una pegadiza canción "Itsy Bitsy Teenie Weenie Yellow Polka Dot Bikini".
Su música y letra despertó, entre las adolescentes estadounidenses, el gusto por esta prenda de escándalo y con él despegaron las ventas en todo el mundo.
Claro que también puso su granito de arena la primera chica Bond, Ursula Andress.
Lo hizo con una espectacular salida del mar y su bikini blanco, en la película "James Bond contra el Doctor No" (1962)
Y la impresionante Raquel Welch, con su bikini de piel de mamut en "Hace un millón de años" (1966), donde sentó cátedra de cómo ir por la vida en plena naturaleza cavernícola, con sólo un bikini y estar divina de la muerte.
Cosas del cine. (Continuará)
Bikinis en Roma
jueves 4 de agosto de 2011
(Continuación) Como también parece ser cierto que Reárd no inventó, en sentido literal, esta prenda compuesta de un sujetador y una braguita.
Más que una invención, en realidad, fue un redescubrimiento. Porque el origen del bikini se puede situar alrededor del 1600 a.C.
Hay pruebas documentales de mujeres vistiendo públicamente prendas similares, desde hace ya 3400 años. Es decir que su concepto, en el fondo, no era del todo original.
En la Villa Romana del Casale, en Sicilia, hay un mosaico que nos muestra a mujeres romanas del siglo IV, haciendo ejercicio mientras usan un conjunto de dos piezas similar a un bikini.
Luego, ya estaba inventado. Pero hay una diferencia formal.
En aquellos tiempos eran utilizados como ropa deportiva, no como trajes de baño.
Ésa fue la innovación del señor Reárd.
Una innovación utilitaria que resultó ser toda una revolución social, que tuvo una lenta introducción.
Lenta introducción
Ni que decirles tengo que, a principios del siglo XX, los trajes de baño de las mujeres eran mucho, mucho, más recatados. Ya me entienden.
Con menos piel femenina expuesta al aire y a la vista.
Fue a medida que avanzaba el siglo, que los trajes de baño de la mujer se hicieran más pequeños.
Hubo reducción de tela, desaparecieron mangas, bajaron escotes, en fin. Como resultado el que a la vista está: más piel expuesta a la eadem.
Sabido es que "Lo que se han de comer los gusanos…
No obstante, no es la primera vez que se lo gigo, el bikini no lo tuvo fácil.
Quitando Francia donde se vendió bien, en otras partes del mundo, la recepción fue bastante menos entusiasta.
Incluso llegó a estar prohibido por muchos estados de los EEUU y en países como Italia, España, Grecia, Portugal y Bélgica. Por supuesto que el Vaticano lo censuró.
Y hasta dentro de la propia industria del traje de baño, fue atacado por sus detractores. Alegaban aquello tan manido de que no dejaba nada a la imaginación. Habrase visto estupidez.
El caso es que, a finales de la década de 1950, los bikinis eran una prenda muy poco común en las playas de medio mundo.
Y las razones eran, por supuesto, de carácter ético más que estéticos.
Aunque esa tendencia empezó a cambiar con la nueva década en los EEUU. (Continuará)
65 años de biquini nos contemplan
miércoles 3 de agosto de 2011
Los cumplió el pasado 5 de julio y está con mejor salud que nunca. Con él, la cosa ésta tan humana de la jubilación, se ve que no va.
Y hoy por hoy no hay nada como esta prenda, para disfrutar de una agradable mojadura estival.
Aunque no siempre lo tuvo fácil.
Recuerdo que allá por los finales de los años sesenta, en muchas piscinas públicas de nuestro país y otros, colgaba un cartel en el que se podía leer algo parecido a: "Prohibido usar los llamados biquinis".
Qué me dicen. Toda una declaración en regla de intenciones implícitas. Y cualquiera se atrevía a desobedecer, al menos en España. Anda que corrían buenos tiempos en nuestro suelo patrio, para hacerlo.
Además observe la forma de referirse a ellos. Ni siquiera los llamaba trajes de baños. Vamos que no. Que de bikini nada. Nada de nada.
Historia del biquini
Entendido como traje de baño de dos piezas femenino, fue creado por el ingeniero Louis Reárd y presentado el 5 de julio de 1946 en la piscina "Molitor" de París.
Dicen que como no logró que ninguna modelo profesional aceptase lucir el traje de baño, no tuvo más remedio que contratar a Micheline Bernardini, una bailarina exótica de teatro de revistas.
Una chic alegre, que se decía.
Puede ser. Hay que tener en cuenta que eran otros tiempos y otra la moral.
Piense que no sólo es que fuera muy pequeño es que, además, dejaba a la vista el ombligo. Y eso, créanme, era toda una provocación del todo inadmisible, para la época.
De modo que sí. Es cierto que Bernardini fue la primera modelo en posar con un bikini. O sea con sólo cuatro triángulos sobre el cuerpo. Lo más pequeño jamás ideado y visto.
También cuentan que fue ella quien sugirió a su creador este nombre, alegando que iba a ser "más explosivo que la bomba de Bikini". Esto, lo ve usted, ya no sé si ocurrió o no.
Por eso, por ahora, sólo les adelantaré de lo que estoy seguro.
Y en efecto, el nombre del traje de baño es el del atolón donde se realizaron numerosas pruebas nucleares, durante los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.
Una de ellas justo unos días antes de la presentación bikinera.
Y por supuesto les diré, lo que ya saben. La prenda cayó como una bomba, si me permiten la gracieta.
Curiosamente las minúsculas telas empezaron provocando una indignación inicial, que sus atractivos efectos, a la vista están, terminaron disipando y convirtiendo en gustosa y plena aceptación.
Justamente todo lo contrario que ocurrió con la bomba nuclear. Su inicial aceptación se quebró en rechazo, con el conocimiento de sus devastadores efectos. Después les cuento.
Lo que sí es cierto es que Bernardini, y otras modelos que después posaron en bikinis, empezaron a ser llamadas con el nombre alusivo nombre de "granadas" (bombshells).
Será por lo que de explosivas tenían sus imágenes con el bikini puesto. Seguro. (Continuará)
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (y V)
lunes 17 de octubre de 2011
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (y V)
(Continuación) Una temática en cualquier caso que hizo que se fijara en ella el cine y, además, lo hiciera en dos ocasiones.
La primera en 1962, de mano de Stanley Kubrick y con el guión escrito por el propio Nabokov. Los actores fueron James Mason, Shelley Winters, Peter Sellers y Sue Lyon. Un clásico.
La segunda vez en aparecer en la gran pantalla fue en 1997. Lo hizo de la mano del director Adrian Lyne y con Dominique Swain, Jeremy Irons y Melanie Griffith.
A mi modesto saber y entender el visionado de ambas versiones es más que recomendable.
Nabokov y la música
Pero la novela Lolita se ha mostrado también como un gran atractor del mundo de la música.
Y no han sido pocos los artistas que le han dedicado alguna de sus canciones. Por si están interesados y sin ánimo de agotar el tema les cito.
La cantante francesa Alizée, el grupo The Police, la cantante Katy Perry, el grupo neoyorquino Elefant, las cantantes Belinda, Miley Cyrus, Emilie Autumn, todos ellos y otros más son buena muestra del interés generado por el personaje de Lolita.
Bueno pues hasta aquí lo que les puedo contar del periplo de un escritor, Nabokov, en busca de los orígenes de un lepidóptero, la mariposa azul.
En el ínterin han quedado prendidos distintos campos del conocimiento humano: literatura, historia, ajedrez, música, taxonomía, cine. No está nada mal.
Ciencia y Arte de la mano. Normal, ambas son Humanidades.
Y todo inducido por un hombre extraordinario, Vladimir Nabokov. Quien de sí mismo dijo: “Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido, hablo como un niño”. Pues muy bien.
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (IV)
domingo 16 de octubre de 2011
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (IV)
(Continuación) El de asociar el, casi obsesivo, criterio clasificatorio de las mariposas por sus genitales del Nabokov-científico, con la obsesión sexual del personaje literario del Nabokov-escritor, en su novela Lolita.
No. No lo voy a hacer. Demasiado fácil.
Nabokov y el ajedrez
Además de por sus significativas contribuciones al estudio de los lepidópteros, Nabokov es conocido también como un gran aficionado de un juego que también es considerado deporte y ciencia. Lo que se dice un tres en uno.
Es otra pasión que hereda de su padre: el amor por el ajedrez.
Una afición que le lleva a convertirse en un notable ajedrecista, un teórico de la problemática del ajedrez e, incluso, a escribir una novela sobre el mundo de esta actividad del intelecto humano, ´La defensa’ (1930).
Es su primera novela famosa y en ella nos habla de un gran ajedrecista de apellido Luzhin, quien llegó a convertirse en uno de los mejores jugadores de la década de los 30 del siglo XX, época en que está ambientada la historia.
El título de la obra guarda relación con un método de defensa, que estaba elaborando el protagonista de la novela para sorprender a su más fiero competidor, el italiano Turati. Como novela su lectura es recomendable.
Por cierto que es de una de las jugadas del ajedrez, uno de los juegos más antañones que se conocen, de donde toma este blog parte de su nombre. El enroque es la única jugada en el ajedrez en la que se mueven dos piezas a la vez, el rey y la torre. Ya saben cómo.
El rey avanza dos casillas en dirección hacia la torre con la que se enrocará y la torre se coloca a la par del rey saltando sobre él. Ambos movimientos son una sola jugada.
Pues de igual forma, quien les habla, intenta conjugar Ciencias y Artes en el mismo blog, EnroquedeCiencia. Algo que por cierto realizo con suerte desigual.
Y eso que unas veces lo intento con el enroque largo y otras con el largo. Pues nada. En fin.
Nabokov y el cine
Pero como ya hemos comentado, sin lugar a dudas, la novela que le da fama universal a este escritor es ‘Lolita’, publicada en París en 1955, mismo año en el que muere el físico Albert Einstein, y que desde su publicación, fue tachada de pornográfica.
De hecho fue prohibida en Francia e Inglaterra y hasta tres años más tarde no pudo publicarse en los Estados Unidos. Estos estadounidenses siempre tan puritanos, ellos, en público.
Evidentemente el autor no piensa así, cuando pone en boca de su personaje: "...lo ofensivo no suele ser más que un sinónimo de lo insólito".
Puede que sea así, pero la historia es la que es. Y gira en torno a la relación de un hombre maduro con una niña de tan solo 12 años.
Un retrato de la sociedad americana a través de la metáfora de un viaje, en la que un hombre de mediana edad se enamora y sostiene una relación con una adolescente.
Una aproximación más al polémico tema de la pedofilia. Terreno más que resbaladizo, en casi cualquier cultura y época. (Continuará)
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (III)
sábado 15 de octubre de 2011
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (III)
(Continuación) Que es lo que el tiempo hizo. Demostrar que Nabokov tenía razón y que acertó con la migración de las mariposas azules. De modo que, medio siglo después, las pruebas han convertido la hipótesis en teoría. Estas cosas pasan en ciencia.
Aunque para ese paso evolutivo hubo que esperar hasta la década de los 90. Y algo más para que el resultado final viera la luz.
Polyommatus azul, la teoría migratoria
En efecto. Fruto de una revisión sistemática de los trabajos del entomólogo-escritor, llevada a cabo por un equipo de científicos de la Universidad de Harvard, comandado por la profesora Naomi Pierce, ha posibilitado a principios de este año del Señor de 2011, confirmar la validez de su, en principio, controvertido criterio clasificatorio.
Los análisis de ADN realizados sobre esos mismos insectos, en diferentes lugares de América han demostrado que las intuiciones científicas de Nabokov eran correctas. Y que él no fue un visionario.
El estudio de este análisis genético, publicado en Proceedings of the Royal Society corrobora que, como el escritor predecía, el estrecho de Bering “sirvió de pasillo biológico para la dispersión de esos insectos desde Asia al Nuevo Mundo”.
Las pruebas apuntan a que el primer linaje de la Polyommatus azul que hizo el viaje, pudo sobrevivir un rango de temperatura que coincidía con el clima de Bering de hace 10 millones de años. Y los linajes que llegaron después eran más resistentes al frío.
De modo que todas las variedades del lepidóptero llamado Polyommatus provenían de un tronco común, un espécimen que habitó en Asia.
Una hipótesis en principio increíble. Detalle que no tiene la menor importancia. Recuerden que la ciencia no tiene nada que ver con la creencia. De ahí su éxito.
Por supuesto que Nabokov no era un científico, pero sabía de lo que hablaba. Además no ignoraba que su trabajo científico perduraría en el tiempo. Y que él, como todos y todo lo humano, era sólo un jugador, uno más, en una empresa mayor.
Reconocimientos científicos
En reconocimiento a su gran labor como taxonomista varias especies de azulitas han sido bautizadas en su honor.
Unas con su nombre. Como el género de las Nabokovia o la recién descubierta Nabokovia cuzquenha.
Otras en una clara alusión a su faceta como escritor y su novela más famosa. Entre ellas, la Pseudolucia Humbert, en homenaje al atormentado profesor que mira a la niña tumbada en el jardín.
O la Pseudolucia Charlotte, en referencia a la madre de ese pecaminoso objeto de deseo de Humbert. O algunas otras del género Madeleinea.
Todas ellas constituyen un merecido tributo a un hombre extraordinario que nos ha hecho comprender, que los métodos más modernos que la tecnología puede ofrecer ahora, dependen en gran medida de su ordenación sistemática.
No olvidemos que Nabokov fue un pionero en morfometría, un sistema de clasificación basado en la forma. En este caso de las estructuras genitálicas de las mariposas. Y ése es uno de los caracteres clave de la ciencia de la taxonomía u ordenación jerarquizada.
Ni que decirles tengo que no voy a caer en el chiste fácil que imagino podrían estar pensando. Sí. (Continuará)
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (II)
viernes 14 de octubre de 2011
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (II)
(Continuación) También realizó varias expediciones por toda América, en busca de más ejemplares para su particular colección. En particular de un confuso grupo de estos animales que le había llamado la atención.
Una especie de la que se sabía poco y era conocida como Polyommatus azul, las mariposas azules o azulitas, de delicados reflejos metálicos en su alas.
A través de la disección de sus cuerpos Nabokov llegó a desarrollar diversos criterios para clasificarlas. A él se debe la primera clasificación de mariposas azules, basándose en sus diferencias genitales, observadas a través del microscopio.
Y lo que vio le hizo meditar acerca de la evolución de las mariposas azules. Fruto de ello tuvo una ocurrencia genial.
Polyommatus azul, la hipótesis migratoria
Elaboró una hipótesis, bastante controvertida para la época, según la cual el grupo conocido como Polyommatus azul llegó al Nuevo Mundo, nada menos que desde Asia, a lo largo de millones de años y en distintas oleadas.
Según el trabajo del entomólogo-escritor, de 62 páginas y publicado en 1945, las azulitas habrían llegado a América en cinco oleadas desde Siberia, cruzando a Alaska por el estrecho de Bering, para dispersarse luego hasta Chile, a lo largo de millones de años.
Ni que decirles que en el mundo científico la idea fue tomada a broma. Resultaba demasiado especulativa y pocos profesionales la tomaron en serio durante la vida del propio Nabokov.
No porque no estuviera considerado como uno de los mayores expertos en mariposas de su tiempo, que lo estaba. Sino porque no se le tenía por un teórico con la talla intelectual suficiente, como para producir ideas científicamente notables.
Se valoraba su capacidad como investigador disciplinado y metódico pero, a la vez, mediocre. Al fin y al cabo Nabokov no tenía formación científica. Sólo era un escritor ruso, exiliado y famoso por una novela de temática muy, muy, controvertida.
Es evidente que los prejuicios también existen en el mundo científico. Cómo iba a ser si no. Al fin y al cabo todos somos humanos, demasiados humanos a veces. Al decir del filósofo alemán.
Lolita
Un escritor les decía al que, en 1958, le llegó el gran éxito con su novela Lolita. Y con el éxito la popularidad y, con ella, los chicos de la prensa detrás de él, en busca de detalles curiosos de su vida. Ya saben cómo son. Hoy igual que ayer.
Ni que decirles tengo que quedaron encantados al descubrir su vida paralela como científico. Su otra identidad. Su ‘alter ego’ como experto en mariposas.
Hay una famosa fotografía de Nabokov, que apareció publicada en el The Saturday Evening Post, cuando él tenía 66 años, y que demuestra este interés mediático.
Por supuesto que tiene que ver con las mariposas. Se le ve balanceando una red en una actitud concentrada y absorta. Causó sensación.
Sin embargo, hasta su muerte en 1977, su prestigio como científico no hizo otra cosa que devaluarse. No podía ser de otra forma, ya que no aparecían pruebas que confirmaran su imaginativa hipótesis.
Una hipótesis que el propio Nabokov reconocía que podía sonar bastante descabellada. Sin embargo tenía algo muy importante a su favor.
Se trataba de una hipótesis científica, es decir que se podía comprobar. (Continuará)
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (I)
jueves 13 de octubre de 2011
Vladimir Nabokov, el novelista de las mariposas y el ajedrez (I)
De todos es conocido el escritor de ascendencia rusa Vladimir Nabokov (1899-1977).
Un autor imprescindible del recién pasado siglo XX que cuenta entre sus novelas, clásicos reconocidos como Lolita y Pálido fuego.
Se trata de una actividad, la de escritor, que es de dominio público. De hecho Lolita fue llevada incluso al cine. Un detalle bien significativo de su conocimiento por el gran público.
La que quizás no sea tan del dominio público es otra de las actividades de Nabokov. Su gran afición por ese deporte-ciencia que es el ajedrez. Tanto que, incluso, le dedicó una de sus primeras y más famosas novelas. Después les cuento algo al respecto de esta actividad.
La que ya es probable que no conozcan, y quizás pudiera sorprender a más de uno, es su faceta como científico, en concreto como entomólogo.
Por lo que sabemos, desde muy pequeño, Vladimir se sintió atraído por las mariposas. Una pasión que heredó de sus padres.
Según él mismo cuenta, con tan solo ocho años de edad, cuando su padre fue encarcelado por las autoridades rusas, a causa de sus actividades políticas, él le llevó una mariposa a la celda como regalo. Un regalo que seguro a su padre le encantó.
Ya de adolescente, a Nabokov le gustaba realizar excursiones para capturar mariposas. Unos ejemplares que después describía con todo cuidado y método, imitando a las revistas científicas que caían en sus manos.
Se trataba de una afición por estos lepidópteros, que le convertirían en un experto autodidacta y que no le abandonaría nunca a lo largo de su vida.
De exilio en exilio
De hecho solía decir que si no hubiera sido por la Revolución Rusa, que obligó a su familia a exiliarse en 1919, se hubiera convertido en lepidopterólogo profesional. Un sueño que por desgracia, o por suerte, con estas cosas nunca se sabe, no pudo llegar a cumplir.
En su exilio europeo, y ya con cierta fama como escritor, Nabokov se dedicó a visitar las mejores colecciones de mariposas existentes en los grandes museos.
Incluso empleó su dinero para financiar una expedición a los Pirineos, donde él y su esposa Vera, capturaron más de un centenar de especies.
Comentarles que Nabokov nunca aprendió a conducir, por lo que dependía de su esposa para que lo llevara a todos los sitios. Qué sería de nosotros sin ellas.
Eran buenos tiempos que, por desgracia, empezaron a oscurecerse con la llegada de los nazis al poder en Alemania. De nuevo los perros de la guerra ladraban en Europa. Y Nabokov, en 1940, emprendió un nuevo exilio, esta vez a Estados Unidos.
Sin embargo, como dice el refrán, “no hay mal que por bien no venga”. Porque fue en este país donde encontró su mayor fama como novelista y también donde más progresó en el estudio de las mariposas.
Mariposas azules
En la década de los 40, Nabokov se obtuvo un sobresueldo como cuidador de las colecciones de lepidópteros del Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard.
Y llegó a publicar varios trabajos con descripciones detalladas de cientos de especies. Una importante y reconocida labor como taxonomista. Por el contrario, sus primeras novelas fueron rechazadas por las editoriales. Cara y cruz. (Continuará)
La casa de Claude Monet en Giverny
Por Eduardo Berti
Revista La Nación, Buenos Aires, agosto de 2001
Visitar la antigua casa de Claude Monet, convertida en museo, fundación y máximo atractivo del pueblo de Giverny, ubicado a unos setenta kilómetros al noroeste de París y a orillas del río Sena, equivale a sentirse en medio de uno de sus cuadros más representativos, dentro de un sueño impresionista, hecho de agua, hojas y flores.
Claude Monet tenía 43 años y era ya un pintor reconocido cuando, en abril de 1883, resolvió instalarse allí, en compañía de Alice Hoschedé y de los hijos de sus respectivos matrimonios anteriores. Nacido en París, alumno de Renoir, Sisley y Courbet, Monet había pasado varias temporadas en Argenteuil (nada lejos de Giverny), trabajando literalmente sobre el agua, a bordo de una barca convertida en atelier; había viajado a Londres en 1871, y descubierto la pintura de Turner; había expuesto con regularidad desde que en 1872 el título de un cuadro suyo ("Impression, soleil levant") inspirase a los críticos la palabra impresionismo; había tenido dos hijos, Jean y Michel, con su primera mujer Camille, muerta de tuberculosis en 1879.
En Giverny, a poco de haberse alojado en una pensión, Monet quedó prendado de una casa que entonces era propiedad de un cierto Monsieur Singeot. Primero la alquiló. Luego, a medida que sus telas empezaban a venderse bien, fue urdiendo el proyecto de comprarla. Todo se resolvió por 22 mil francos de aquella época. Entonces Monet transformó el huerto, edificó tres invernaderos, repintó la casa escogiendo el verde para las ventanas y una mezcla de rosa y blanco para la fachada, levantó en 1895 el puente japonés inmortalizado en muchos de sus cuadros y erigió un segundo atelier (1899) en el que incluso alcanzó a montar un laboratorio fotográfico.
"Fue en Giverny que Monet se convirtió en el precursor de la pintura moderna, insensible a todas las tendencias de aquella época", sostiene Gerald Van der Kemp, curador del predio desde 1977. Fue ahí mismo que, trabajando en varias telas a un mismo tiempo ya que cada cual correspondía a una luz determinada, inició también sus famosas series temáticas: los almiares, los álamos, las glicinas y, por supuesto, las célebres ninfeas o nenúfares que diera a conocer a partir del año 1900.
La propiedad se divide en dos terrenos de alrededor de una hectárea, separados en aquellos tiempos por una vía de tren que unía Vernon con Gasny. De un lado quedan los ateliers --uno de ellos, originalmente un granero-- y la vasta casa de dos pisos, cuyos muros interiores han sido adornados no sólo con sus propias pinturas, sino con las estampas japonesas de Utamaro, Kitagawa, Hukai, Sunsho, Toyokuni y Utagawa, entre otros, que Monet había empezado a coleccionar más o menos en 1870. Los Degas, Manet, Delacroix y Cézanne que había comprado o recibido como obsequio de sus colegas se encuentran en la actualidad dispersos por varios museos del mundo.
Cruzando a través de un túnel subterráneo la antigua vía ferroviaria, hoy una ruta, se llega a un terreno vecino que Monet anexara a la mansión en 1893, con el objeto de llevar a cabo un jardín fluvial que, al decir de Van der Kemp, "era asimétrico, exótico, de influencias japonesas e ideal para el ensueño o la fantasía", es decir, todo lo opuesto al huerto normando que rodeaba la casa. Luego de numerosos trámites administrativos, Monet consiguió montar allí un gran estanque, en el que todavía flotan sus nymphées en torno a un bote que debió ser reconstituido tomando como modelo el que aparece en algunos de sus óleos como "La Barque".
"Me llevó algún tiempo entender a mis nenúfares. Los cultivaba por puro placer, sin pensar en pintarlos. Hasta que, de repente, tuve una revelación. Tomé mi pincel. Y desde entonces no he tenido otro modelo", diría el artista, en sus últimos años. Y también, sobre sus muchos óleos pintados a la orilla de su estanque: "Lo esencial del tema es en realidad el espejo de agua cuyo aspecto se modifica todo el tiempo, gracias a las porciones de cielo que allí se reflejan, y que esparcen vida y movimiento. La nube que pasa, la brisa que refresca, el copo que amenaza y que cae, el viento que sopla bruscamente, la luz que mengua y renace, y tantas otras cosas imperceptibles para el ojo de los profanos".
"Las ninfeas son las flores del verano", escribió el filósofo Gastón Bachelard, en un texto consagrado a Monet. "Cuando la flor aparece en el estanque, los jardineros prudentes sacan los naranjos del invernadero. Y si el nenúfar se queda sin flor desde septiembre, es señal de un crudo y largo invierno. Hay que levantarse temprano y trabajar de prisa para hacer, como Claude Monet, buen acopio de belleza acuática, y así contar la breve y ardiente historia de las flores fluviales".
Hacia 1916, cinco años después de la muerte de su esposa Alice, Monet mandó construir un "atelier de los nunéfares"; aunque en realidad para entonces toda la casa, con su huerto, su estanque y sus paseos, era un profundo atelier, como bien dijera su amigo el escritor y político Georges Clemenceau, asiduo visitante de Giverny, lo mismo que Matisse, Renoir, Pisarro, Cézanne, Sisley y otros artistas.
"Más allá de la jardinería y la pintura, no soy bueno para nada", sentenciaba Monet. A tal punto pintura y naturaleza se unían en él, que llegó a quemar en una misma hoguera las hojas caídas y los cuadros que no le satisfacían. "Me he fijado metas imposibles, por ejemplo pintar un espejo de agua con hierba que ondula en el fondo... algo hermoso de ver pero que, a la hora de llevar a una tela, está volviéndome loco", reflexionaba. "Qué difícil es pintar... una verdadera tortura".
Cuando Monet se hizo rico, gracias a la venta de sus obras, pudo contratar jardineros para que el paraiso luciese inmaculado. El jefe de los jardineros (que tenía cinco hombres a su cargo y era a su vez el hijo del jardinero de Octave Mirbeau) se encargó de plantar lirios, amapolas, cerezos, tejos y manzanos. Aun así, él continuaba controlándolo todo: le obsesionaba el paso de las estaciones que implicaba cambios de colores, le fascinaban los juegos infinitos de sombras y de luces, o cómo los narcisos, las azaleas y las lilas, las anémonas, las dalias y las rosas florecían y marchitaban, alternándose. "De ser posible, trato de fijar definitivamente lo que veo. Pero, en general, la visión desaparece rápidamente, para dejar lugar a otros colores".
Los paisajes del predio, ahora recorridos por turistas de todas las nacionalidades, pueden reconocerse de inmediato en muchas de sus obras: desde "Le jardin de l'artiste a Giverny" (1900), hoy expuesto en el Museo de Orsay, hasta "La Maison de Giverny vue du Jardin aux Roses" (1922-24), actualmente en el Museo Marmottan de París. "El hombre está ausente pero todo entero en el paisaje", diría Cezanne de estas telas, en las que Clemenceau creyó entrever hasta la menor "danza de los átomos".
Extasiado ante un cuadro de Monet, el escritor Emile Zola afirmó que éste "contaba toda una historia de energía y verdad", y añadió que, más que un pintor realista, Monet representaba para él "un intérprete delicado y poderoso que sabe plasmar cada detalle sin caer en la sequedad".
"El tema para mí es un objeto secundario, lo que deseo pintar es aquello que se encuentra entre el tema y yo", explicaba Monet al final de su vida, cuando había alcanzado ya a plasmar la ausencia de todo objeto en un cuadro, dando origen a la pintura abstracta contemporánea, tal como lo señalara el mismísimo Kandisnky.
El humor y la vitalidad de Monet decayeron tras la muerte de su hijo Jean, en 1914. Por entonces también empezó a tener problemas de visión. Su fiel amigo Clemenceau lo empujó a emprender una nueva serie en torno a los nenúfares, que acabaría siendo donada al estado francés a comienzos de 1922. Un año después, el artista fue operado con poco éxito de su ojo derecho. La muerte lo sorprendió en Giverny, el 5 de diciembre de 1926.
Su hijo Michel recibió en herencia la casa pero no se mudó a ella, al preferir que la siguiese ocupando y conservando Blanche, nuera del pintor. La decadencia del predio llegaría con la muerte de Blanche, en 1940, y con la del jardinero Lebret. El jardín estaba muy abandonado y algunas pinturas ya habían sido vendidas, cuando Michel Monet, a la sazón 88 años, sufrió un fatídico accidente automovilístico, el 19 de enero de 1966.
Nombrada heredera por Michel Monet, la Academia francesa de Bellas Artes tomó posesión inmediata de la propiedad. Los trabajos de restauración fueron coordinados por los arquitectos y académicos Jacques Carlu y Georges Luquiens. "Nos encontramos con los techos dañados y con las paredes impreganadas de humedad", recuerda Van der Kemp.
Los tres edificios fueron reconstruidos con sus piedras originales. Luego vino la tarea de los interiores, incluidos los dos dormitorios: el de Claude y el de Alice. Una de las empresas más arduas fue la recreación de la cocina y el comedor, que hoy presenta intactos azulejos blancos y azules.
Muchas donaciones para las obras (en las que ya fueron invertidas unos 14 millones de dólares) llegaron de los Estados Unidos, desde particulares como Laurence Rockefeller hasta empresas como el Reader's Digest. A partir de 1988 tres artistas norteamericanos, seleccionados justamente por Reader's Digest, gozan de una beca que les permite alojarse en la casa, usar los ateliers, visitar la región y pintar en los mismos paisajes y rincones donde lo hiciera Monet.
A pesar de los gastos millonarios, la Academia de Bellas Artes no tiene de qué quejarse: en los últimos siete meses, la casa recibió a unas 400 mil personas. "De hecho", informa Van der Kemp, lleno de orgullo, "se trata del lugar más visitado en toda la región de Normandía".
Revista La Nación, Buenos Aires, agosto de 2001
Visitar la antigua casa de Claude Monet, convertida en museo, fundación y máximo atractivo del pueblo de Giverny, ubicado a unos setenta kilómetros al noroeste de París y a orillas del río Sena, equivale a sentirse en medio de uno de sus cuadros más representativos, dentro de un sueño impresionista, hecho de agua, hojas y flores.
Claude Monet tenía 43 años y era ya un pintor reconocido cuando, en abril de 1883, resolvió instalarse allí, en compañía de Alice Hoschedé y de los hijos de sus respectivos matrimonios anteriores. Nacido en París, alumno de Renoir, Sisley y Courbet, Monet había pasado varias temporadas en Argenteuil (nada lejos de Giverny), trabajando literalmente sobre el agua, a bordo de una barca convertida en atelier; había viajado a Londres en 1871, y descubierto la pintura de Turner; había expuesto con regularidad desde que en 1872 el título de un cuadro suyo ("Impression, soleil levant") inspirase a los críticos la palabra impresionismo; había tenido dos hijos, Jean y Michel, con su primera mujer Camille, muerta de tuberculosis en 1879.
En Giverny, a poco de haberse alojado en una pensión, Monet quedó prendado de una casa que entonces era propiedad de un cierto Monsieur Singeot. Primero la alquiló. Luego, a medida que sus telas empezaban a venderse bien, fue urdiendo el proyecto de comprarla. Todo se resolvió por 22 mil francos de aquella época. Entonces Monet transformó el huerto, edificó tres invernaderos, repintó la casa escogiendo el verde para las ventanas y una mezcla de rosa y blanco para la fachada, levantó en 1895 el puente japonés inmortalizado en muchos de sus cuadros y erigió un segundo atelier (1899) en el que incluso alcanzó a montar un laboratorio fotográfico.
"Fue en Giverny que Monet se convirtió en el precursor de la pintura moderna, insensible a todas las tendencias de aquella época", sostiene Gerald Van der Kemp, curador del predio desde 1977. Fue ahí mismo que, trabajando en varias telas a un mismo tiempo ya que cada cual correspondía a una luz determinada, inició también sus famosas series temáticas: los almiares, los álamos, las glicinas y, por supuesto, las célebres ninfeas o nenúfares que diera a conocer a partir del año 1900.
La propiedad se divide en dos terrenos de alrededor de una hectárea, separados en aquellos tiempos por una vía de tren que unía Vernon con Gasny. De un lado quedan los ateliers --uno de ellos, originalmente un granero-- y la vasta casa de dos pisos, cuyos muros interiores han sido adornados no sólo con sus propias pinturas, sino con las estampas japonesas de Utamaro, Kitagawa, Hukai, Sunsho, Toyokuni y Utagawa, entre otros, que Monet había empezado a coleccionar más o menos en 1870. Los Degas, Manet, Delacroix y Cézanne que había comprado o recibido como obsequio de sus colegas se encuentran en la actualidad dispersos por varios museos del mundo.
Cruzando a través de un túnel subterráneo la antigua vía ferroviaria, hoy una ruta, se llega a un terreno vecino que Monet anexara a la mansión en 1893, con el objeto de llevar a cabo un jardín fluvial que, al decir de Van der Kemp, "era asimétrico, exótico, de influencias japonesas e ideal para el ensueño o la fantasía", es decir, todo lo opuesto al huerto normando que rodeaba la casa. Luego de numerosos trámites administrativos, Monet consiguió montar allí un gran estanque, en el que todavía flotan sus nymphées en torno a un bote que debió ser reconstituido tomando como modelo el que aparece en algunos de sus óleos como "La Barque".
"Me llevó algún tiempo entender a mis nenúfares. Los cultivaba por puro placer, sin pensar en pintarlos. Hasta que, de repente, tuve una revelación. Tomé mi pincel. Y desde entonces no he tenido otro modelo", diría el artista, en sus últimos años. Y también, sobre sus muchos óleos pintados a la orilla de su estanque: "Lo esencial del tema es en realidad el espejo de agua cuyo aspecto se modifica todo el tiempo, gracias a las porciones de cielo que allí se reflejan, y que esparcen vida y movimiento. La nube que pasa, la brisa que refresca, el copo que amenaza y que cae, el viento que sopla bruscamente, la luz que mengua y renace, y tantas otras cosas imperceptibles para el ojo de los profanos".
"Las ninfeas son las flores del verano", escribió el filósofo Gastón Bachelard, en un texto consagrado a Monet. "Cuando la flor aparece en el estanque, los jardineros prudentes sacan los naranjos del invernadero. Y si el nenúfar se queda sin flor desde septiembre, es señal de un crudo y largo invierno. Hay que levantarse temprano y trabajar de prisa para hacer, como Claude Monet, buen acopio de belleza acuática, y así contar la breve y ardiente historia de las flores fluviales".
Hacia 1916, cinco años después de la muerte de su esposa Alice, Monet mandó construir un "atelier de los nunéfares"; aunque en realidad para entonces toda la casa, con su huerto, su estanque y sus paseos, era un profundo atelier, como bien dijera su amigo el escritor y político Georges Clemenceau, asiduo visitante de Giverny, lo mismo que Matisse, Renoir, Pisarro, Cézanne, Sisley y otros artistas.
"Más allá de la jardinería y la pintura, no soy bueno para nada", sentenciaba Monet. A tal punto pintura y naturaleza se unían en él, que llegó a quemar en una misma hoguera las hojas caídas y los cuadros que no le satisfacían. "Me he fijado metas imposibles, por ejemplo pintar un espejo de agua con hierba que ondula en el fondo... algo hermoso de ver pero que, a la hora de llevar a una tela, está volviéndome loco", reflexionaba. "Qué difícil es pintar... una verdadera tortura".
Cuando Monet se hizo rico, gracias a la venta de sus obras, pudo contratar jardineros para que el paraiso luciese inmaculado. El jefe de los jardineros (que tenía cinco hombres a su cargo y era a su vez el hijo del jardinero de Octave Mirbeau) se encargó de plantar lirios, amapolas, cerezos, tejos y manzanos. Aun así, él continuaba controlándolo todo: le obsesionaba el paso de las estaciones que implicaba cambios de colores, le fascinaban los juegos infinitos de sombras y de luces, o cómo los narcisos, las azaleas y las lilas, las anémonas, las dalias y las rosas florecían y marchitaban, alternándose. "De ser posible, trato de fijar definitivamente lo que veo. Pero, en general, la visión desaparece rápidamente, para dejar lugar a otros colores".
Los paisajes del predio, ahora recorridos por turistas de todas las nacionalidades, pueden reconocerse de inmediato en muchas de sus obras: desde "Le jardin de l'artiste a Giverny" (1900), hoy expuesto en el Museo de Orsay, hasta "La Maison de Giverny vue du Jardin aux Roses" (1922-24), actualmente en el Museo Marmottan de París. "El hombre está ausente pero todo entero en el paisaje", diría Cezanne de estas telas, en las que Clemenceau creyó entrever hasta la menor "danza de los átomos".
Extasiado ante un cuadro de Monet, el escritor Emile Zola afirmó que éste "contaba toda una historia de energía y verdad", y añadió que, más que un pintor realista, Monet representaba para él "un intérprete delicado y poderoso que sabe plasmar cada detalle sin caer en la sequedad".
"El tema para mí es un objeto secundario, lo que deseo pintar es aquello que se encuentra entre el tema y yo", explicaba Monet al final de su vida, cuando había alcanzado ya a plasmar la ausencia de todo objeto en un cuadro, dando origen a la pintura abstracta contemporánea, tal como lo señalara el mismísimo Kandisnky.
El humor y la vitalidad de Monet decayeron tras la muerte de su hijo Jean, en 1914. Por entonces también empezó a tener problemas de visión. Su fiel amigo Clemenceau lo empujó a emprender una nueva serie en torno a los nenúfares, que acabaría siendo donada al estado francés a comienzos de 1922. Un año después, el artista fue operado con poco éxito de su ojo derecho. La muerte lo sorprendió en Giverny, el 5 de diciembre de 1926.
Su hijo Michel recibió en herencia la casa pero no se mudó a ella, al preferir que la siguiese ocupando y conservando Blanche, nuera del pintor. La decadencia del predio llegaría con la muerte de Blanche, en 1940, y con la del jardinero Lebret. El jardín estaba muy abandonado y algunas pinturas ya habían sido vendidas, cuando Michel Monet, a la sazón 88 años, sufrió un fatídico accidente automovilístico, el 19 de enero de 1966.
Nombrada heredera por Michel Monet, la Academia francesa de Bellas Artes tomó posesión inmediata de la propiedad. Los trabajos de restauración fueron coordinados por los arquitectos y académicos Jacques Carlu y Georges Luquiens. "Nos encontramos con los techos dañados y con las paredes impreganadas de humedad", recuerda Van der Kemp.
Los tres edificios fueron reconstruidos con sus piedras originales. Luego vino la tarea de los interiores, incluidos los dos dormitorios: el de Claude y el de Alice. Una de las empresas más arduas fue la recreación de la cocina y el comedor, que hoy presenta intactos azulejos blancos y azules.
Muchas donaciones para las obras (en las que ya fueron invertidas unos 14 millones de dólares) llegaron de los Estados Unidos, desde particulares como Laurence Rockefeller hasta empresas como el Reader's Digest. A partir de 1988 tres artistas norteamericanos, seleccionados justamente por Reader's Digest, gozan de una beca que les permite alojarse en la casa, usar los ateliers, visitar la región y pintar en los mismos paisajes y rincones donde lo hiciera Monet.
A pesar de los gastos millonarios, la Academia de Bellas Artes no tiene de qué quejarse: en los últimos siete meses, la casa recibió a unas 400 mil personas. "De hecho", informa Van der Kemp, lleno de orgullo, "se trata del lugar más visitado en toda la región de Normandía".
Yann Andréa, el otro amante de Duras
Marguerite Duras y Yann Andréa
por Eduardo Berti
Revista Planeta Humano, Madrid, febrero de 2002
Un hombre de mirada huidiza en el cementerio de Montparnasse. Merodea la tumba de la escritora Marguerite Duras. Cuando presiente que nadie lo ve, se aproxima y --palabras suyas-- "pone orden". Quita los billetes de metro dejados como ofrendas sobre la lápida. Cambia las flores marchitas por otras nuevas. Es como el guardián de un mauseleo.
El hombre se llama Yann Andréa, último amante y compañero de Duras. Desde la muerte de ella, en marzo de 1996, se siente "una basura". Desea morir pero no se atreve a matarse. Y, sin embargo, el 30 de julio de 1998, algo en él parece reaccionar. Llama a su madre. Pide auxilio. La madre apenas lo reconoce: veinte kilos de más. Y eso que, para evitarle un impacto todavía mayor, se afeitó por la noche una tupida barba.
Noviembre de 1998. Tras una cura otoñal junto a su madre, Yann Andréa vuelve a París, dispuesto a instalarse en casa de Duras, a pocos metros del célebre Café de Flore. Y allí, entre libros y objetos que la evocan, escribe en menos de dos meses, febrilmente, un libro que narra su vida con ella: Cet amour-là.
El libro, publicado hace un par de años por la editorial Pauvert, es todo un éxito. Lo invitan a la televisión. Lo nominan para varios premios literarios. Lo leen. Leen su libro que parece la contracara de todos aquellos de Duras con él como protagonista. Leen su prosa que, suscinta y punzante, trae enseguida a la memoria la prosa de ella.
Ahora el libro es llevado al cine. La película también se llama Cet amour là (Este amor) y acaba de ser estrenada en Francia. La directora, Josée Dayan, ha escogido sabiamente a Jeanne Moreau para que haga de Duras. En el rol de Yann, un actor joven: Aymeric Demarigny. Otros rotros pero la misma historia, compleja y tortuosa.
El que dice: "Si mañana me muero o me mato, usted hará un pequeño libro en quince días, estoy seguro". Ella que responde: "No diga eso, Yann, se lo suplico. No diga un pequeño libro. Diga un libro".
El lector absoluto
Yann Andréa tiene poco más de veinte años cuando por azar se topa con un Les Petits Cheveaux de Tarquinia de Marguerite Duras y queda tan deslumbrado por esa prosa que abandona todas las otras lecturas, Hegel, Kant, Stendhal, para consagrarse a esa autora de la que aún ignora el rostro. Se convierte en su lector absoluto, y un día de 1975 oye decir que Duras viajará a Caen, el pueblo donde él vive, para presentar su filme India Song.
Piensa en ir con un gran ramo de flores. No se atreve. Lleva en reemplazo un libro de ella, a la espera de una firma. "Ella firma. Le digo: Quisiera escribirle. Ella da una dirección en París", recuerda en Cet-amour là. Duras narra el encuentro de manera diferente en su Yann Andréa Steiner, publicado en 1992. Dice que él la acompañó luego hasta su auto y que le hizo dos preguntas: si tenía amantes y cuán deprisa conducía de noche. A la primera ella contestó que ninguno, "lo que era cierto". A la segunda: 140.
A partir del día siguiente, Yann empieza a escribirle, incontinente. A Duras le encantan esas cartas casi siempre cortas, como "llamados urgentes enviados desde un lugar invivible". A veces él pone, a guisa de encabezado, el lugar desde el que las remite. Otras veces la hora, el clima (sol o lluvia) o nada más que "frío" o "solo". En La Vie Materielle, Duras confiesa: "Yo también escribí cartas, como Yann hizo conmigo, durante dos años, a alguien que nunca había visto personalmente". Tal vez por esto no le contesta desde un principio.
La primera respuesta llega al cabo de cinco años, a comienzos de 1980. Duras le envía su nuevo libro: L'Homme assis dans le couloir. Yann queda descolocado porque no le gusta tanto como los antecesores. No comprende bien "esa historia de sexo". No quiere mentirle y deja de escribir. El correo trae un segundo ejemplar más una nota: "Tal vez no recibió el primero". Luego otros: Navire Night, Aurélia Steiner y Les Maines négatives. Sobre todo Aurélia Steiner, con una escueta carta que conmueve a Yann: " Estuve enferma, ando mejor, es el alcohol, acabo de terminar esto para el cine, creo que un texto es para usted".
Yann reemprende la correspondencia. Agrega incluso poemas de su autoría. "Algunos me parecieron muy hermosos, otros menos pero no sabía cómo decírselo". Para ella las cartas son "los verdaderos poemas". Yann, entretanto, las raras veces que viaja a París, tiene tanto terror de cruzarse por la calle con Duras que evita la zona de Saint Germain.
Hasta que, en julio de 1980, ella empieza a escribir desde su casa de verano, en Trouville, una columna semanal para el diario Libération, en la que se dirige a cierto "niño de los ojos grises", y Yann tiene la certeza de que esas historias son para él. Resuelve llamar por teléfono. Duras oye su voz, "ligeramente alterada" por los nervios.
«Digo: es Yann. Ella habla. Por mucho tiempo. Tengo miedo de no tener suficiente dinero para pagar la comunicación. Estoy en el correo de Caen. No puedo decirle que pare de hablar. Ella se olvida del tiempo. Y dice: venga a Trouville, no es lejos de Caen.»
Cerca de Trouville, en Normandía, hay una aldea de pescadores denominada Honfleur. Duras propone subirse a su Peugeot y dirigirse allí. Quiere mostrarle "el esplendor del Havre". Ella conduce y él observa, callado. Al punto ella dice: "No va a pagar un hotel, además está todo completo, la habitación de mi hijo está vacía, él no está, puede dormir allí".
Esa noche "ningún ruido vino de esa habitación, igual que cuando estaba sola", escribió ella en Yann Andréa Steiner. La segunda noche conversaron de literatura. La tercera, hicieron el amor. "Usted vino a mi cuarto. No dijimos una palabra. Luego me dijo que yo tenía un cuerpo increíblemente joven". Duras llora. Yann le pide que no lo haga. Ella responde que podría "llorar con todo mi cuerpo". Que escribir, para ella, equivale a llorar.
El último amante
Casi cuarenta años de diferencia hay entre Duras y Yann. El nació en 1952. Ella en 1914. Así y todo, él será su amante. El último. Será el encargado de pasar a máquina sus libros. Será también, con el paso del tiempo, chofer o cocinero o enfermero. Y cuando en 1981 Duras publique Outside, una recopilación de viejos artículos y textos, Yann será quien se ocupe de la selección. "Yo no juzgué los papeles, no los releí. Yann Andréa lo hizo por mí".
El primer libro que él tipea es L'eté 80. Duras se lo dedica. "A Yann Andréa", reza el epígrafe. Lo ha rebautizado (él se llama Jean y Andréa es el nombre de su madre), del mismo modo que ella abandonara el apellido paterno, Donnadieu, para adoptar el nombre de un pequeño pueblo al norte de Marmande en el que su padre había adquirido, en 1931, una propiedad. Duras, se llama el pueblo. Duras, dirá Yann en lugar de Marguerite.
"Nunca pude tutearla. A ella le hubiese gustado. Que la tuteara, que la llamase por su nombre. Pero eso no salía de mis labios".
Llega pronto la primera crisis: Yann es homosexual, dato soslayado en ambos libros (el de ella acerca de él; el de él acerca de ella) pero dicho a las claras por Duras en La vie materielle: "Me ha ocurrido esta historia a los sesenta y cinco años con Y. A., homosexual. Es sin duda lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante".
En su novela La maladie de la mort, Duras pone en el centro de la escena a un homosexual. Algunos críticos entienden que Yann está en la base del personaje. Maurice Blanchot observa, sin embargo, que a lo largo del libro la palabra "homosexualidad" no aparece escrita ni una sola vez. "Todos los hombres son homosexuales en potencia, sólo les falta saberlo" afirma ella en La vie materielle.
Empieza a ocurrir por entonces que Yann abandona a Duras, que ella casi no lo ve. En La pute de la côte Normande puede leerse: "El nunca está aquí, en el piso que habitamos juntos, al borde del mar. Se va a los grandes hoteles, en busca de hombres hermosos. También busca en los campos de golf. Se sienta en el hall del Hotel du Golf y espera, observa. (...) A veces se queda dormido sobre los canapés del Hotel du Golf, pero está tan bien vestido, está tan elegante, Yann, todo de blanco, que lo dejan dormir".
La primera separación de importancia, en junio de 1981, depara el guión de una película. Cuando Yann regresa, Duras lo filma. El no sabe cómo comportarse ante las cámaras. Los planos serán empleados en L'Homme Atlantique. Filme extraño. El actor que aparece en la pantalla es el mismo personaje al que se dirige ella, como narradora en off: objeto y sujeto.
Duras escribe un artículo en Le Monde, anunciando el estreno. Visto que el cine se halla a trasmano, aconseja qué ómnibus tomarse. Pero al final pone: "No vayáis, este filme no está hecho para vosotros". Yann sospecha el motivo de estas frases:
«Quiere guardar la imagen, mi rostro, para ella y nadie más. No soporta que alguien pueda mirarme.»
Siente que Duras lo esconde, que lo mantiene al margen de sus excursiones a la mundanidad de París. "Me encierra", protesta. Un día ella decide presentarlo en público.
«Estamos en Lisboa. Hay una restrospectiva de los films de Duras. Es mi primera salida oficial con ella. No sé dónde ponerme. Ella no me presenta a nadie, no dice nada, me deja olvidado. (...) Durante la cena, alguien me pregunta qué hago. No sé qué responder y entonces digo: nada. Ella está sentada cerca del embajador, al otro lado de la mesa, y escucha la palabra: nada. Dice muy fuerte: es fantástico lo que usted acaba de decir. Ya no sé a quién mirar. Cómo comer. Ella sigue hablando con el embajador. Y luego agrega dirigiéndose a mí, la voz siempre muy fuerte sobre la mesa inmensa: es magnífico, hay que tener coraje para decir estas cosas, usted no hace nada, es exactamente así.»
El periodo Yann Andréa
La relación entre Duras y Yann Andréa dista de ser plácida o sencilla. El parece acomplejado ante la famosa escritora. Ella no se explica su presencia. Un día le dice: "Si yo no fuera Duras, usted nunca me habría mirado". Otro día le da un bolígrafo, una hoja y lo conmina a escribir: "Yo no amo a Marguerite". El no acata. Ella pregunta en seguida: "¿Pero quién demonios es usted? Yo no lo conozco, Yann, no sé quién es ni qué hace aquí conmigo. Si es por el dinero, le advierto que no tendrá nada, nada".
A las sospechas siguen las disputas. En Yann Andréa Steiner, él la acusa de locura por "querer pasarse el día entero escribiendo", mientras Duras lo acusa de querer asesinarla. "Tengo miedo. Como todos los hombres, cada día, aunque más no sea por unos segundos, usted se convierte en un asesino de mujeres". Como un eco resuena aquella frase de Hiroshima, mon amour: "Tú me matas, tú me haces bien". También una vieja declaración: "Siempre he sentido un miedo físico de los hombres con los que viví".
A veces es Duras quien pone patas en la calle a Yann. "Dice: no lo soporto más. Regrese a Caen, se acabó". Pero él regresa a la mañana siguiente o incluso esa misma noche. Ella abre la puerta murmurando: "Se lo echa y vuelve. Usted no tiene dignidad".
Otras veces es Yann quien dice "no puedo más se terminó".
«Ella deja lugar al enojo, deja pronunciar los insultos y luego se acerca, me coge la mano: no, no diga eso, no es cierto, nunca se ha terminado con Duras, y usted lo sabe».
En 1983 Yann Andréa da a conocer un libro titulado M.D. Curiosamente él es el primero de ambos en romper el silencio que envuelve a su relación. Y lo hace, para colmo, con un relato de los excesos alcohólicos de Duras y de su cura de desintoxicación en 1982. El estilo de M.D. es tan parecido al de ella, sus revelaciones tan íntimas (y al mismo tiempo consignadas en un tono tan distante), que muchos llegan a insinuar que acaso el verdadero autor del libro no sea Andréa sino Duras.
En un estudio consagrado a la escritora, Aliette Amel dice que el primer libro de Yann "juega un rol primordial en la evolución de la obra de Duras". Un año después de M. D., ella escribe su "primer libro en primera persona", como le dice por TV a Bernard Pivot. Se trata, claro, de El amante. Premio Goncourt. Exito de críticas y ventas. Para esa misma época los llamados apóstoles del nouveau roman están editando relatos autobiográficos: Claude Simon con Les Géorgiques (1981), Nathalie Sarraute con Enfance ('83) y Robbe-Grillet con Le mirroir qui revient ('85).
Vinculada de forma tangencial al nouveau roman, la obra de Duras será a partir de entonces netamente autobiográfica. Comienza lo que Arnel y otros denominan "el ciclo Yann Andréa". Puede resultar una exageración. Pero en los libros de los años siguientes él aparecerá como personaje más o menos explícito (Les yeux bleus, cheveaux noirs) o incluso, en las novelas tardías, Duras mantendrá un diálogo con él.
Es el caso de Emily L. (1987) o del último libro C'est Tout, que abre:
Y. A.: ¿Que diría usted de usted misma?
M. D.: Duras.
Y. A.: ¿Qué diría usted de mí?
M. D.: Indescifrable.
(Los párrafos en itálica corresponden al libro Cet-amour là, de Yann Andréa, publicado por éditions Pauvert)
por Eduardo Berti
Revista Planeta Humano, Madrid, febrero de 2002
Un hombre de mirada huidiza en el cementerio de Montparnasse. Merodea la tumba de la escritora Marguerite Duras. Cuando presiente que nadie lo ve, se aproxima y --palabras suyas-- "pone orden". Quita los billetes de metro dejados como ofrendas sobre la lápida. Cambia las flores marchitas por otras nuevas. Es como el guardián de un mauseleo.
El hombre se llama Yann Andréa, último amante y compañero de Duras. Desde la muerte de ella, en marzo de 1996, se siente "una basura". Desea morir pero no se atreve a matarse. Y, sin embargo, el 30 de julio de 1998, algo en él parece reaccionar. Llama a su madre. Pide auxilio. La madre apenas lo reconoce: veinte kilos de más. Y eso que, para evitarle un impacto todavía mayor, se afeitó por la noche una tupida barba.
Noviembre de 1998. Tras una cura otoñal junto a su madre, Yann Andréa vuelve a París, dispuesto a instalarse en casa de Duras, a pocos metros del célebre Café de Flore. Y allí, entre libros y objetos que la evocan, escribe en menos de dos meses, febrilmente, un libro que narra su vida con ella: Cet amour-là.
El libro, publicado hace un par de años por la editorial Pauvert, es todo un éxito. Lo invitan a la televisión. Lo nominan para varios premios literarios. Lo leen. Leen su libro que parece la contracara de todos aquellos de Duras con él como protagonista. Leen su prosa que, suscinta y punzante, trae enseguida a la memoria la prosa de ella.
Ahora el libro es llevado al cine. La película también se llama Cet amour là (Este amor) y acaba de ser estrenada en Francia. La directora, Josée Dayan, ha escogido sabiamente a Jeanne Moreau para que haga de Duras. En el rol de Yann, un actor joven: Aymeric Demarigny. Otros rotros pero la misma historia, compleja y tortuosa.
El que dice: "Si mañana me muero o me mato, usted hará un pequeño libro en quince días, estoy seguro". Ella que responde: "No diga eso, Yann, se lo suplico. No diga un pequeño libro. Diga un libro".
El lector absoluto
Yann Andréa tiene poco más de veinte años cuando por azar se topa con un Les Petits Cheveaux de Tarquinia de Marguerite Duras y queda tan deslumbrado por esa prosa que abandona todas las otras lecturas, Hegel, Kant, Stendhal, para consagrarse a esa autora de la que aún ignora el rostro. Se convierte en su lector absoluto, y un día de 1975 oye decir que Duras viajará a Caen, el pueblo donde él vive, para presentar su filme India Song.
Piensa en ir con un gran ramo de flores. No se atreve. Lleva en reemplazo un libro de ella, a la espera de una firma. "Ella firma. Le digo: Quisiera escribirle. Ella da una dirección en París", recuerda en Cet-amour là. Duras narra el encuentro de manera diferente en su Yann Andréa Steiner, publicado en 1992. Dice que él la acompañó luego hasta su auto y que le hizo dos preguntas: si tenía amantes y cuán deprisa conducía de noche. A la primera ella contestó que ninguno, "lo que era cierto". A la segunda: 140.
A partir del día siguiente, Yann empieza a escribirle, incontinente. A Duras le encantan esas cartas casi siempre cortas, como "llamados urgentes enviados desde un lugar invivible". A veces él pone, a guisa de encabezado, el lugar desde el que las remite. Otras veces la hora, el clima (sol o lluvia) o nada más que "frío" o "solo". En La Vie Materielle, Duras confiesa: "Yo también escribí cartas, como Yann hizo conmigo, durante dos años, a alguien que nunca había visto personalmente". Tal vez por esto no le contesta desde un principio.
La primera respuesta llega al cabo de cinco años, a comienzos de 1980. Duras le envía su nuevo libro: L'Homme assis dans le couloir. Yann queda descolocado porque no le gusta tanto como los antecesores. No comprende bien "esa historia de sexo". No quiere mentirle y deja de escribir. El correo trae un segundo ejemplar más una nota: "Tal vez no recibió el primero". Luego otros: Navire Night, Aurélia Steiner y Les Maines négatives. Sobre todo Aurélia Steiner, con una escueta carta que conmueve a Yann: " Estuve enferma, ando mejor, es el alcohol, acabo de terminar esto para el cine, creo que un texto es para usted".
Yann reemprende la correspondencia. Agrega incluso poemas de su autoría. "Algunos me parecieron muy hermosos, otros menos pero no sabía cómo decírselo". Para ella las cartas son "los verdaderos poemas". Yann, entretanto, las raras veces que viaja a París, tiene tanto terror de cruzarse por la calle con Duras que evita la zona de Saint Germain.
Hasta que, en julio de 1980, ella empieza a escribir desde su casa de verano, en Trouville, una columna semanal para el diario Libération, en la que se dirige a cierto "niño de los ojos grises", y Yann tiene la certeza de que esas historias son para él. Resuelve llamar por teléfono. Duras oye su voz, "ligeramente alterada" por los nervios.
«Digo: es Yann. Ella habla. Por mucho tiempo. Tengo miedo de no tener suficiente dinero para pagar la comunicación. Estoy en el correo de Caen. No puedo decirle que pare de hablar. Ella se olvida del tiempo. Y dice: venga a Trouville, no es lejos de Caen.»
Cerca de Trouville, en Normandía, hay una aldea de pescadores denominada Honfleur. Duras propone subirse a su Peugeot y dirigirse allí. Quiere mostrarle "el esplendor del Havre". Ella conduce y él observa, callado. Al punto ella dice: "No va a pagar un hotel, además está todo completo, la habitación de mi hijo está vacía, él no está, puede dormir allí".
Esa noche "ningún ruido vino de esa habitación, igual que cuando estaba sola", escribió ella en Yann Andréa Steiner. La segunda noche conversaron de literatura. La tercera, hicieron el amor. "Usted vino a mi cuarto. No dijimos una palabra. Luego me dijo que yo tenía un cuerpo increíblemente joven". Duras llora. Yann le pide que no lo haga. Ella responde que podría "llorar con todo mi cuerpo". Que escribir, para ella, equivale a llorar.
El último amante
Casi cuarenta años de diferencia hay entre Duras y Yann. El nació en 1952. Ella en 1914. Así y todo, él será su amante. El último. Será el encargado de pasar a máquina sus libros. Será también, con el paso del tiempo, chofer o cocinero o enfermero. Y cuando en 1981 Duras publique Outside, una recopilación de viejos artículos y textos, Yann será quien se ocupe de la selección. "Yo no juzgué los papeles, no los releí. Yann Andréa lo hizo por mí".
El primer libro que él tipea es L'eté 80. Duras se lo dedica. "A Yann Andréa", reza el epígrafe. Lo ha rebautizado (él se llama Jean y Andréa es el nombre de su madre), del mismo modo que ella abandonara el apellido paterno, Donnadieu, para adoptar el nombre de un pequeño pueblo al norte de Marmande en el que su padre había adquirido, en 1931, una propiedad. Duras, se llama el pueblo. Duras, dirá Yann en lugar de Marguerite.
"Nunca pude tutearla. A ella le hubiese gustado. Que la tuteara, que la llamase por su nombre. Pero eso no salía de mis labios".
Llega pronto la primera crisis: Yann es homosexual, dato soslayado en ambos libros (el de ella acerca de él; el de él acerca de ella) pero dicho a las claras por Duras en La vie materielle: "Me ha ocurrido esta historia a los sesenta y cinco años con Y. A., homosexual. Es sin duda lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante".
En su novela La maladie de la mort, Duras pone en el centro de la escena a un homosexual. Algunos críticos entienden que Yann está en la base del personaje. Maurice Blanchot observa, sin embargo, que a lo largo del libro la palabra "homosexualidad" no aparece escrita ni una sola vez. "Todos los hombres son homosexuales en potencia, sólo les falta saberlo" afirma ella en La vie materielle.
Empieza a ocurrir por entonces que Yann abandona a Duras, que ella casi no lo ve. En La pute de la côte Normande puede leerse: "El nunca está aquí, en el piso que habitamos juntos, al borde del mar. Se va a los grandes hoteles, en busca de hombres hermosos. También busca en los campos de golf. Se sienta en el hall del Hotel du Golf y espera, observa. (...) A veces se queda dormido sobre los canapés del Hotel du Golf, pero está tan bien vestido, está tan elegante, Yann, todo de blanco, que lo dejan dormir".
La primera separación de importancia, en junio de 1981, depara el guión de una película. Cuando Yann regresa, Duras lo filma. El no sabe cómo comportarse ante las cámaras. Los planos serán empleados en L'Homme Atlantique. Filme extraño. El actor que aparece en la pantalla es el mismo personaje al que se dirige ella, como narradora en off: objeto y sujeto.
Duras escribe un artículo en Le Monde, anunciando el estreno. Visto que el cine se halla a trasmano, aconseja qué ómnibus tomarse. Pero al final pone: "No vayáis, este filme no está hecho para vosotros". Yann sospecha el motivo de estas frases:
«Quiere guardar la imagen, mi rostro, para ella y nadie más. No soporta que alguien pueda mirarme.»
Siente que Duras lo esconde, que lo mantiene al margen de sus excursiones a la mundanidad de París. "Me encierra", protesta. Un día ella decide presentarlo en público.
«Estamos en Lisboa. Hay una restrospectiva de los films de Duras. Es mi primera salida oficial con ella. No sé dónde ponerme. Ella no me presenta a nadie, no dice nada, me deja olvidado. (...) Durante la cena, alguien me pregunta qué hago. No sé qué responder y entonces digo: nada. Ella está sentada cerca del embajador, al otro lado de la mesa, y escucha la palabra: nada. Dice muy fuerte: es fantástico lo que usted acaba de decir. Ya no sé a quién mirar. Cómo comer. Ella sigue hablando con el embajador. Y luego agrega dirigiéndose a mí, la voz siempre muy fuerte sobre la mesa inmensa: es magnífico, hay que tener coraje para decir estas cosas, usted no hace nada, es exactamente así.»
El periodo Yann Andréa
La relación entre Duras y Yann Andréa dista de ser plácida o sencilla. El parece acomplejado ante la famosa escritora. Ella no se explica su presencia. Un día le dice: "Si yo no fuera Duras, usted nunca me habría mirado". Otro día le da un bolígrafo, una hoja y lo conmina a escribir: "Yo no amo a Marguerite". El no acata. Ella pregunta en seguida: "¿Pero quién demonios es usted? Yo no lo conozco, Yann, no sé quién es ni qué hace aquí conmigo. Si es por el dinero, le advierto que no tendrá nada, nada".
A las sospechas siguen las disputas. En Yann Andréa Steiner, él la acusa de locura por "querer pasarse el día entero escribiendo", mientras Duras lo acusa de querer asesinarla. "Tengo miedo. Como todos los hombres, cada día, aunque más no sea por unos segundos, usted se convierte en un asesino de mujeres". Como un eco resuena aquella frase de Hiroshima, mon amour: "Tú me matas, tú me haces bien". También una vieja declaración: "Siempre he sentido un miedo físico de los hombres con los que viví".
A veces es Duras quien pone patas en la calle a Yann. "Dice: no lo soporto más. Regrese a Caen, se acabó". Pero él regresa a la mañana siguiente o incluso esa misma noche. Ella abre la puerta murmurando: "Se lo echa y vuelve. Usted no tiene dignidad".
Otras veces es Yann quien dice "no puedo más se terminó".
«Ella deja lugar al enojo, deja pronunciar los insultos y luego se acerca, me coge la mano: no, no diga eso, no es cierto, nunca se ha terminado con Duras, y usted lo sabe».
En 1983 Yann Andréa da a conocer un libro titulado M.D. Curiosamente él es el primero de ambos en romper el silencio que envuelve a su relación. Y lo hace, para colmo, con un relato de los excesos alcohólicos de Duras y de su cura de desintoxicación en 1982. El estilo de M.D. es tan parecido al de ella, sus revelaciones tan íntimas (y al mismo tiempo consignadas en un tono tan distante), que muchos llegan a insinuar que acaso el verdadero autor del libro no sea Andréa sino Duras.
En un estudio consagrado a la escritora, Aliette Amel dice que el primer libro de Yann "juega un rol primordial en la evolución de la obra de Duras". Un año después de M. D., ella escribe su "primer libro en primera persona", como le dice por TV a Bernard Pivot. Se trata, claro, de El amante. Premio Goncourt. Exito de críticas y ventas. Para esa misma época los llamados apóstoles del nouveau roman están editando relatos autobiográficos: Claude Simon con Les Géorgiques (1981), Nathalie Sarraute con Enfance ('83) y Robbe-Grillet con Le mirroir qui revient ('85).
Vinculada de forma tangencial al nouveau roman, la obra de Duras será a partir de entonces netamente autobiográfica. Comienza lo que Arnel y otros denominan "el ciclo Yann Andréa". Puede resultar una exageración. Pero en los libros de los años siguientes él aparecerá como personaje más o menos explícito (Les yeux bleus, cheveaux noirs) o incluso, en las novelas tardías, Duras mantendrá un diálogo con él.
Es el caso de Emily L. (1987) o del último libro C'est Tout, que abre:
Y. A.: ¿Que diría usted de usted misma?
M. D.: Duras.
Y. A.: ¿Qué diría usted de mí?
M. D.: Indescifrable.
(Los párrafos en itálica corresponden al libro Cet-amour là, de Yann Andréa, publicado por éditions Pauvert)
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