domingo, 31 de octubre de 2010

A 75 años de la quema de libros, los nazis aún ganan

A 75 años de la quema de libros, los nazis aún ganan

1COMENTARIO

QuemaAlemania se preparar para recordar este 10 de mayo el 75 aniversario de la quema de libros de laBebelplatz de Berlín. Culminando el proceso de purga que el partido Nazi había estado realizando desde su llegada al poder en los círculos intelectuales y académicos, miles de libros de autores “peligrosos” y “antigermánicos” fueron arrojados a la hoguera por los voluntarios de las SA y ciudadanos corrientes, en una forma de aquelarre que retrotrajo a Europa a épocas más oscuras, aunque quizás no tanto como las que estaban por venir. Desde su atril Goebbels, maestro de orquesta, proclamaba que Alemania comienza a limpiarse interna y externamente…

Cuenta la leyenda que Sigmund Freud comentó al enterarse: Es un gran progreso con respecto a la Edad Media. Ahora queman mis libros pero entonces me hubieran quemado a mi.Tres cuartos de siglo después, los alemanes descubren con rubor que los nazis lograron, al menos en cierta medida, su objetivo. No acabaron con Freud, Bertolt Brecht o Heinrich Mann, pero si consiguieron hacer desaparecer la obra de numerosos autores contemporáneos menores.


Es por ello que el Consejo de Cultura alemán se ha propuesto dedicar el 75 aniversario de tan triste acontecimiento a la recuperación de la memoria histórica y bibliográfica de esos autores. El ensayista Volker Weidermann, autor de El libro de los libros quemados, ha desenterrado a 131 de estos escritores. De sus nombres sólo nos suenan unos pocos: Lion Feuchtwanger, Emil Ludwig. Heinrich Mann, Theodor Plevier, Erich Maria Remarque, Arnold Zweig…. Y es cierto que la mayoría no hubiera pasado a la historia por su trabajo. Pero Weidermann justifica su reivindicación con una cita de Philip Roth: Todos los escritores quemados por el III Reich fueron dignificados por las llamas.

Los motivos para verse incluídos en la lista negra elaborada por el bibliotecario Wolfgang Hermann fueron diversos. Algunos como Zweig fueron condenados por promover el pacifismo, otros por sus tendencias comunistas o socialistas, otros, simplemente, por cultivar un modernismo revolucionario y librepensador que irritaba a los nazis. Aunque el billete estrella para la hoguera era, evidentemente, el de ser judío. Es lo que le sucedió a Arthur Holitscher, un oscuro escritor de principios de siglo que, como señala Weidermann, conoció la imortalidad de una manera irónica: sirviendo de modelo para el grotesco Detlev Spinell, personaje del Tristán de Thomas Mann.

A ellos, los grandes y pequeños, les une el haberse enfrentado a un drama en común. Los gigantes prevalecieron pero los pequeños fueron engullidos por el oscurantismo y la histeria. Tuvieran talento o no, desearan ser mártires de la razón o no, estos escritores se encontraron siendo la avanzadilla de una batalla que ya se estaba librando años antes de las trincheras, los bombardeos y los campos de extermino. Es cierto lo que dice Roth, los nazis dignificaron su obra quemándola. Fue un símbolo de la muerte de la razón que permitiría las matanzas de después. Los autores anónimos represaliados son como los soldados desconocidos disueltos en los campos de batalla. La pura casualidad no les hizo héroes y es por ello que les debemos aún más la memoria.

Para los que escriben rarito: la pedantería en la no ficción (y II)

Para los que escriben rarito: la pedantería en la no ficción (y II)

Posted: 25 Oct 2010 04:58 PM PDT

Esto se demostró de forma espectacular con la publicación en 1985 de una colección de poemas e historias cortas tituladasThe Policeman´s Beard is Half Constructed. La gracia del libro es que fue elaborado por un programa de ordenador cuyo acrónimo era RACTER.

Para componer las historias y los poemas, RACTER escogía palabras sucesivas al azar de su diccionario. Si la palabra escogida se adecuaba gramaticalmente, RACTER la dejaba y pasaba a la siguiente palabra de la oración. Pero si no se adecuaba, entonces RACTER eliminaba la palabra y buscaba otra.

Las frases que producía el programa eran desatinos sin significado, pero un lector humano con suficiente imaginación podía extraer de ellas significados recónditos. Hasta el punto de que el libro recibió comentarios positivos en los periódicos de mayor tirada.

No quiero que en el ambiente quede suspendida la idea de que rechazo de plano todo lo que haya sido escrito con cierto toque poético o sugerente. Por ejemplo, disfruto como un enano leyendo las a veces crípticas reseñas cinematográficas de la revista Fotogramas, sobre todo a Jordi Costa y Antonio Trashorras, los más proclives a introducir neologismos, préstamos lingüísticos, palabras inventadas y una avalancha de erudición enciclopédica que sólo una minoría versada en la cultura popular puede descifrar.

A veces, de esos tejidos casi inextricables pueden entresacarse imágenes que llegan muy adentro, hasta la médula, por la vía emocional y también racional. Sin embargo, no considero estas piezas paradigmas de no ficción. Más bien son pequeñas obras de arte que, de forma subsidiaria, aportan una opinión sobre una película. Más que críticas acostumbran a ser metacríticas, o florituras para salpicar de sorna tal o cual director de cine.

Con esto quiero decir que la línea que separa lo que debe ser la no ficción clara y la no ficción basada en formulaciones más o menos bellas no está definida. ¿Tal vez la línea venga más definida por las intenciones del texto o el tema tratado? Es entonces cuando al línea queda bien dibujada: si el autor pretende hacer una disección de un tema complejo o espinoso en un ensayo de 200 páginas, la forma no debe prevalecer sobre el fondo. En caso contrario, el ensayo existirá, pero no será un ensayo de pensamiento sino una obra de arte (lamentablemente, a día de hoy aún se conceden premios de ensayo a textos más culteranos en las palabras que en el mensaje).

La esencia de la comunicación, en ese sentido, se quiebra.

Usar lenguaje abstracto para explicar algo es muy tentador, porque entonces el texto posee belleza intrínseca. Vestir ideas simples con lenguaje oscuro transmite muchas más sugerencias al lector, hasta el punto de que lo leído puede llegar a significar cualquier cosa, dependiendo de la idiosincrasia del lector. Pero si pretendemos que las ideas circulen democráticamente entre la gente (las ideas sirven para algo cuando entran a formar parte del cerebro de mucha gente), entonces debemos evitar la tentación de dárnoslas de reyes del mambo.

Tal vez la anécdota más divertida a este respecto sea la narrada por el físico Richard Feynman cuando se tuvo que enfrentar a un artículo escritor por un sociólogo un tanto pedante:

Empecé a leer el maldito papel y mis ojos se salían de las órbitas: ¡No podía entender nada de lo que allí decía! Tenía ese sentimiento de desasosiego de “No estoy a la altura de las circunstancias”, hasta que por último me dije a mí mismo: “Voy a parar y a leer despacio una frase, de forma que pueda meditar qué demonios significa”. Así que me detuve (al azar) y leí la frase siguiente muy despacito. No puedo recordarla con toda exactitud, pero se parecía mucho a esto: “El miembro individual de una comunidad social suele recibir su información por canales visuales simbólicos”. Lo leí una y otra vez, y acabé traduciéndolo. ¿Saben lo que significa? “La gente lee”.

Para los que escriben rarito: la pedantería en la no ficción (I)

Para los que escriben rarito: la pedantería en la no ficción (I)

Posted: 25 Oct 2010 06:14 AM PDT

Reconozco que, cuando escribo novelas o cuentos, tiendo a ser ampuloso; incluso rozo la pedantería y el esnobismo. Soy perfectamente consciente de que a veces no se me entiende. O se me puede entender de muchas formas distintas.

Pero eso no es, a mi juicio, un rasgo negativo: las novelas no siempre tienen que aportar información clara y objetiva sino estimular el cerebro del lector, favorecer la multiplicidad de interpretaciones, dar de comer a los exegetas. Perderse por las subordinadas infinitas de Marcel Proust o por el hermetismo de James Joyce puede aportar desafíos cognitivos interesantes.

Pero la cosa se pone fea cuando nos enfrentamos a un texto de no ficción: un artículo, un ensayo o una mera opinión taquigráfica por Twiter o Facebook. Es entonces cuando me pongo verdaderamente enfermo. Es algo glandular, instintivo, pauloviano: el que profiere la opinión en términos literarios pomposos o poéticos pierde para mí todo su crédito intelectual. Automático.

Pudiera parecer mi reacción análoga a las de los ex fumadores con los fumadores: acostumbran a ser más agresivos e intolerantes con el humo que los no fumadores de toda la vida. Yo, de natural denso en mi vertiente de ficción, podría entonces cargar demasiado las tintas contra la densidad en la no ficción. Pero no es así. Que yo sea un rompecabezas literario es sólo anecdótico. Porque yo no soy peligroso, los peligrosos son los otros.

Cuando se trata de entender cómo funciona el mundo real, es obligación del escritor comunicar sus hallazgos o reflexiones a los demás de la forma más accesible posible. Porque no caben interpretaciones (de hecho, las interpretaciones son por definición nocivas cuando se explican los principios de la termodinámica o los fundamentos morales de determinado credo).

Ello no imposibilita escribir con palabras cultas o técnicas (aunque habría que evitarlas también todo cuanto sea posible). Lo que resulta casi anatema es el uso de construcciones sintácticas demasiado complejas, el uso de metáforas demasiado poéticas, el guiño cultureta minoritario, los circunloquios, el dar por sentado que tu lector es tan leído como tú, etc.

Si no se siguen esas elementales normas de la claridad expositiva, entonces ya no estamos escribiendo no ficción. Y si lo estamos haciendo, es no ficción ególatra y endogámica, en el mejor de los casos. En el peor: es la simple y llana fantasmada a fin de hinchar lo que en puridad es bastante simple, cuando no incorrecto. Para ello basta leer a autores incomprensibles incluso para especialistas como Lacan o Derrida. Son ladrillos.

Y aquí llegamos al meollo del asunto: si existe una corriente ensayística tan abundante de textos herméticos es porque el hermetismo viste mucho: la reacción psicológica del lector es: si no entiendo casi nada, será porque este tipo sabe mucho. Algo parecido a lo que sucede cuando nos enfrentamos a una pieza de arte moderno consistente en un cagarro dentro de una botella: nuestra falta de reacción íntima nos puede hacer creer que no somos suficientemente cultos, y entonces recurrimos a impostar: de lo contrario pareceríamos abstemios en una orgía de borrachos (basta acudir a una galería de arte para comprobarlo).

En resumidas cuentas, el texto de no ficción latazo surge de las ansias del escritor de dárselas de profundo y de las ansias del lector de no parecer idiota. Por eso, cuando discuto con alguien y me viene con argumentos que parecen más poesías que razones lógicas, no tengo miramientos en soltar: oye, tío, no me entero, ¿me lo puedes explicar como si tuviera 5 años?

Y creo que ahí reside la mejor receta para escribir no ficción: forma para niños de 5 años y fondo para adultos. Es la mejor manera de explicar algo y que se entienda, y también la mejor manera de dejar al descubierto las inconsistencias de lo que se explica.

En la próxima entrega de este artículo expondré algunos ejemplos divertidos de esta impostura intelectual, así como el experimento realizado con un programa de ordenador llamado RACTER.

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