viernes, 22 de abril de 2011

Chico Buarque - Que Será (Español)

"Calice" Chico Buarque y Milton Nascimento

Entrevista a Sebastián Martínez sobre su película "París Marsella" Autopista fantasma

taller uno

SÁBADO 5 DE MAYO DE 2007

Entrevista a Sebastián Martínez sobre su película "París Marsella"

Autopista fantasma

En 2002 una pareja intentó repetir un gesto: el que hicieron Julio Cortázar y Carol Dunlop veinte años antes, y que quedó plasmado en Los autonautas de la cosmopista. Sebastián Martínez registró la experiencia y la llamó París Marsella. Este mes se estrena en el MALBA.
Entrevista a Sebastián Martínez por Cynthia Sabat.

¿Qué hay entre París y Marsella? ¿Qué simboliza ese viaje?
En algún momento, mientras escribía los textos para mi voz en off, había surgido la idea de que lo que existía entre París y Marsella era justamente esta película. No quedó en el film finalmente, pero rescato la idea en el sentido de que debido a la forma en que estaba planteado el viaje, y por lo tanto también la película, ese espacio de 800 kilómetros se vuelve abstracto. Se desintegra, se confunde. Y lo que queda es un paisaje poblado de rostros, vehículos y cemento, puestos en relación a través de los textos. Si uno toma un mapa de Francia verá las distintas regiones que fuimos atravesando. Cambian la geografía, el tipo de árboles, los vinos. Pero la película no hace foco en eso, y entonces lo que queda es la subjetividad de la experiencia.Simbólicamente el viaje representa esa idea cortazariana de no aceptar el "nombre-etiqueta" de las cosas. Dar vuelta el guante, sacar de contexto, modificar el punto de vista y encontrar un mundo nuevo exactamente allí donde estábamos parados.Personalmente, y viéndolo un poco en retrospectiva, (la película se rodó en 2002), veo el viaje como un punto de inflexión en mi vida, como el registro de un momento crucial: la paternidad que se aproxima y el intento de convertirme en director de cine documental.

¿Por qué elegiste el documental y no la ficción para retratar el viaje de Julio y Carol?
Porque mi formación es documental, básicamente. Y porque el gran desafío era salir a la autopista sin certezas de lo que iba a suceder; sentir que la película se iba armando a medida que viajábamos.

¿Por qué, siendo los protagonistas del viaje, vos y tu mujer casi no aparecen en cámara?
Es que intenté buscar otras maneras de estar presentes, otro sistema de representación. La furgoneta amarilla, a mi criterio, funciona como señal permanente de nuestro paso por la autopista.Siempre sentí que la cotidianeidad del viaje tenía que estar presente, pero que si no lo dosificaba se me podía ir de las manos. Además también está mi voz en off, que viene a ocupar un lugar importante en esto de estar presente dentro de la película.Viéndola, uno puede suponer que el libro y sus maravillosas descripciones pudo haber sido un fantasma mientras la filmaban. ¿Fue así?Sin dudas. El libro fue la principal herramienta de trabajo durante todo el desarrollo del proyecto. Y entonces, una vez en la autopista, fue muy difícil despegarse de las imágenes y de los conceptos que contenía. Sobre todo al comienzo del viaje. Gran parte del trabajo residió justamente en poder mirar la autopista con mis propios ojos. Lograr correrlo (al libro) de lugar, que funcionara como hoja de ruta y no necesariamente como un guión.

¿Los documentales son los libros del siglo XXI?
No sé, no creo, supongo que los libros seguirán inspirando películas, tanto ficciones como documentales

Es una paradoja el hecho de que el viaje de Julio y Carol terminara de alguna manera con la muerte y el de ustedes con una nueva vida. ¿Cómo vivieron este hecho?
Mi mujer quedó embarazada justo un mes antes de comenzar a filmar. Me di cuenta de lo que podía significar en términos dramáticos o narrativos, y durante el rodaje lo tuvimos presente como una línea de trabajo, como una punta de la que agarrarse. Pero no era un hecho que fuera a formar parte de la película. Lo que pasó es que después, en la interacción con los personajes que cruzábamos, fue ganando presencia, y finalmente, en el montaje, fui encontrando que, de alguna manera, el embarazo, por incipiente que fuese, hacía avanzar la trama.Para mí en la película hay dos contrapuntos permanentes: el hecho de que Julio y Carol sintieran la autopista como un festín, como una celebración, mientras para nosotros se trataba de un territorio incómodo e inabarcable, y por otro lado la paradoja de la vida y la muerte. Me parecía interesante marcar bien las diferencias entre un viaje y otro y, en ese sentido, semejante contraste me pareció contundente.

¿Cuál fue el momento de mayor felicidad de todo el viaje?
Hubo un par. Después de filmar el encuentro con Maurice, el señor mayor, fue uno. Sentimos que justificaba toda la aventura, pero tal vez el momento más celebrado fue la noche que pasamos fuera de la autopista en un pueblito perdido. La felicidad de transgredir un poco las reglas, los vinos de la región, un documental que vimos en la TV del hotel. Como hacerse la rata al colegio, pero sin culpa.Y por último, la llegada a Marsella. A pesar de la incertidumbre (¿había película o no?), la satisfacción de haber cumplido con lo que nos habíamos propuesto. Y una pizza que comimos en el puerto, que para Victoria sigue siendo la más rica que comió en su vida.

París Marsella se podrá ver los sábados y domingos de mayo a las 17.00 en el MALBA.
www.malba.org.ar
Esta entrevista se publicó en el Nº70 de la revista Haciendo Cinewww.haciendocine.com.ar

La autopista hacia el sur

radar

DOMINGO, 29 DE ABRIL DE 2007

PARIS-MARSELLA: LOS AUTONAUTAS DE LA COSMOPISTA EN CINE

La autopista hacia el sur

Por Mariano Kairuz

“Hicimos este viaje como una manera de acercarnos un poco más a Cortázar”, dice Sebastián Martínez sobre el final de su película París – Marsella. Para entonces, Martínez acaba de terminar junto a su mujer, la fotógrafa Victoria Simón, un viaje por la autopista del sur que une los 800 kilómetros que hay entre la capital parisina y la ciudad mediterránea. Es decir, recién terminan de reproducir juntos el viaje que Julio Cortázar y Carol Dunlop hicieron a lo largo de 33 días en mayo y junio de 1982 y que relataron en Los autonautas de la cosmopista, el último libro de ambos (ella murió a fines de ese mismo año; Cortázar a principios del ‘84). La premisa, anuncian desde el principio, es seguir las mismas reglas que se había impuesto el escritor: no salir ni una sola vez de la autopista, “explorar cada uno de los paraderos, a razón de dos por día, pasando siempre la noche en el segundo sin excepción, efectuar relevamientos científicos de cada paradero, tomando nota de todas las observaciones pertinentes”; e “inspirándonos en los grandes relatos de viajes de los grandes exploradores del pasado, escribir el libro de la expedición”. Esto es, cambiando libro por película, máquina de escribir por cámara, aclara Martínez.

En el trayecto conocen a algunos personajes, aunque son todos contactos fugaces. Al principio, los “agentes de seguridad” de la autopista parecen seguirlos suspicaces (alguno los increpa invocando su “derecho a la imagen”: “¿Me estabas filmando? Quiero que borres la cinta”) pero más tarde se ganan su confianza. Dos de ellos se interesan en la experiencia: hace veinticuatro años que trabaja en la autopista, le cuenta uno a la pareja, así que probablemente vio a Cortázar y a Dunlop pasar por el peaje. “¿Vive ese escritor todavía?”. Pero algo no parece funcionar en la proyección libre del libro a la pantalla: si en el relato de Cortázar (que ahora vuelve a publicarse, por primera vez en casi un cuarto de siglo) las intenciones “épicas” del viaje, de vivir una aventura como las de los grandes exploradores de la historia, nunca son para tomárselas demasiado en serio, y todo tiene un tono lúdico y un sentido del humor, en la película desaparecen bajo la solemnidad de la voz en off y de los fragmentos del texto original leídos en francés. Ese espíritu y esa liviandad eran esenciales para la reali-zación del viaje y del relato: los autores, que ya estaban fatalmente enfermos, escribieron que “de alguna manera, probar que podíamos llevar a cabo ese viaje era probarnos que teníamos armas contra lo tenebroso, no sólo en sus grandes manifestaciones como la que acababa de dejarnos tan frágiles, sino también en sus expresiones más solapadas, la banalidad de las obligaciones cotidianas, esos compromisos que no significan nada en sí mismos pero que en conjunto alejan cada vez más de ese centro donde cada uno espera vivir su vida. Recibimos la enfermedad de Julio como una advertencia. No vivir su vida en lo que tiene de más real es un crimen, no sólo con respecto a uno mismo sino a los otros”.

A la vez, es probable que en lo que París-Marsella sí alcanza a expresar el libro que la inspira, es en su propuesta de un relato sobre la autopista donde lo que importa es lo que está al costado del camino; esos momentos en los que no se avanza; la sensación de que la autopista no es esa “banda de asfalto que tiende a dar a quienes la siguen –falazmente como se comprobará más adelante– la impresión de una continuidad ininte-rrumpida’”. O, como dice una crítica francesa citada en la presentación de la película, la idea de una especie de “anti-road movie”.

París-Marsella : sábados y domingos de mayo, a las 17, en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415).