viernes, 18 de agosto de 2017
Crítica de “Yo, Daniel Blake”, de Ken Loach
El ya octogenario realizador inglés ganó en la edición 2016 su segunda Palma de Oro, justo diez años después de haber conseguido el máximo premio del Festival de Cannes por El viento que acaricia el prado. En esta oportunidad, lo hizo a partir de un nuevo guión de Paul Laverty que describe la lucha contra la burocracia de un veterano trabajador con problemas coronarios y la también precaria situación de una madre soltera con dos hijos pequeños.
Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, Reino Unido-Francia-Bélgica/2016). Dirección: Ken Loach. Elenco: Dave Johns, Hayley Squires, Dylan McKiernan, Briana Shann, Kate Rutter y Sharon Percy. Guión: Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Música: George Fenton. Edición: Jonathan Morris. Diseño de producción: Fergus Clegg y Linda Wilson. Distribuidora: Mont Blanc. Duración: 100 minutos. Apta para mayores de 13 años. Salas: 26.
Con 81 años, más de cinco décadas de trayectoria y películas que ya son verdaderos clásicos como Poor Cow, Kes, Agenda secreta, Riff-Raff, Como caídos del cielo o Tierra y libertad, Ken Loach es uno de los directores más consecuentes y potentes en su reivindicación de la clase obrera, esos trabajadores de clase media-baja que sufren la constante y progresiva degradación de sus condiciones laborales; es decir, de su dignidad y su autoestima.
El realizador británico consiguió su segunda Palma de Oro del Festival de Cannes en 2016 con Yo, Daniel Blake (la primera había sido en 2006 con El viento que acaricia el prado), film que tiene como protagonistas a uno de esos héroes (mártires) de la clase trabajadora que tanto les gustan a Loach y a su habitual guionista Paul Laverty, en este caso acompañado por el personaje de Katie (Hayley Squires), madre soltera de dos pequeños que viven en condiciones más que vulnerables.
Loach construye otra cuestionadora mirada a la falta de trabajo y oportunidades, a la crueldad de la kafkiana burocracia estatal (muchas veces asociada con la insensibilidad del sector privado) y a las miserias del poder. Puede que por momentos la película resulte un poco manipulatoria y, en otros, algo demagógica en su glorificación de esos personajes nobles y queribles, sencillos, algo torpes y siempre bienintencionados, pero Yo, Daniel Blake funciona bien sobre caminos previsibles.
Dave Johns está impecable como ese carpintero de 59 años oriundo de Newcastle que lucha para mantener sus beneficios sociales. Este viudo testarudo con problemas coronarios y dificultades para encajar en estos tiempos modernos en los que todo se hace online, donde ya no se escucha ni se ayuda al al prójimo, resulta una suerte de alter-ego de Loach, cuyo discurso puede sonar para algunos demasiado voluntarista o incluso demodé, pero con su conmovedora carga humanista y su incansable denuncia de las grietas y contradicciones del sistema sigue siendo necesario.
Así, contra todas las modas y los prejuicios, este “último mohicano” del cine europeo (aunque uno podría sumar a la lista, por ejemplo, a los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne) sigue ostentando una fuerza, una vitalidad y una coherencia que no muchos colegas jóvenes pueden exhibir.
(Esta crítica fue publicada en el diario La Nación del 22/6/2017)
Se estrena “La cena blanca de Romina”, documental sobre el caso Tejerina
Realizado por Francisco Rizzi y Hernán Martín retrata con precisión quirúrgica la vida y el clima de la ciudad de San Pedro de Jujuy para intentar desentrañar y volver a poner en debate cuestiones que tomaron dimensión política a partir de este caso. Rizzi contó a Télam Radio su experiencia de hacer el documental.
Los realizadores Francisco Rizzi y Hernán Martín estrenan mañana en el cine Gaumont el documental “La cena blanca de Romina”, que retrata con precisión quirúrgica la vida y el clima de la ciudad de San Pedro de Jujuy para intentar, a partir de ahí, desentrañar y volver a poner en debate cuestiones que tomaron dimensión política a partir del caso Tejerina y que siguen resonando.
documental sobre el caso Tejerina
El poder de la Iglesia Católica, el embarazo adolescente, el abuso sexual, la representación de la mujer, los discursos machistas, parecen la base o el sustrato desde el cual se consolida la ideología de la ciudad donde vivió Tejerina y que condena el acto aberrante de ella pero no indaga sobre las causas que condujeron a ese destino trágico, entre las cuales están la penalización del aborto, al violencia de género y el abuso sexual.
Romina Terejina es una joven que a los 19 años dio a luz en el baño de su casa a una niña de un embarazo que había ocultado y que había sido producto de la violación de un vecino, a la que asesinó apenas nacida, en un ataque que distintos peritos calificaron de “psicótico”, convirtiéndose en un hecho central de la lucha del movimiento de mujeres por las cuestiones implicadas en su génesis.
“La película surgió en 2006 y empezamos a escribirla a partir de cómo nos había impactado el caso y porque veíamos allí la posibilidad de abordar una temática compleja desde una situación extrema”, destacó en charla con Télam Hernán Martín, uno de los realizadores del documental.
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“Cuando llegamos a San Pedro nos encontramos con una situación que nos ratificó la idea de abordar la película tomando como punto de partida la cena blanca, que es un festejo que realizan las chicas cuando egresan de la secundaria, y a partir de ahí el filme fue evolucionando y tomando distintas variantes”, aseguró el realizador.
“No quisimos nunca -destaca Martín- hacer un caso María Soledad, quizás ni siquiera centrarnos en el caso de Romina sino tomarlo como un disparador, llegando a la lucha del movimiento de mujeres y del Ni Una Menos y los paros de mujeres tanto a nivel nacional como internacional”.
Condenada a 14 años de cárcel en junio de 2005, el caso Tejerina se convirtió en un elemento de debate y lucha del movimiento de mujeres, que exigieron en todo momento su libertad, hecho que se produjo en 2012, al haber cumplido los dos tercios de la condena, el día que cumplió 29 años.
“Hay una situación extrema en lo que le pasó a Romina, que tiene como antecedente toda una situación de abuso que llega a la violación, la imposibilidad de abortar por una situación social y económica, además de las presiones culturales y sociales que se juegan en su condena. Nadie defiende el asesinato de una criatura pero nos parece que había que profundizar el debate de por qué se llegó a esa situación y no reducir la cuestión, como hicieron el poder judicial y político de Jujuy, a que a Romina le gustaba usar polleras cortas y bailar en las disco”.
Respecto del eje puesto en el pueblo, que abarca la primera parte del filme, dividido en tres, pero que recorre toda la película, Martín dijo que “al llegar a San Pedro nos encontramos con este material del pueblo en sí que tenía una riqueza cinematográfica muy interesante y por eso decidimos una primera parte en la que nos metíamos en el lugar, no porque estuviéramos hablando de un problema que solo sucede ahí pero sí nos parecía fuerte poder meter al espectador en esa situación, donde se ve una omnipresencia de la iglesia, y como eso era naturalizado en gran parte”.
El filme, con guión de Olga Viglieca y producción del colectivo Ojo Obrero, propone imágenes de Romina Tejerina festejando su cumpleaños en la cárcel, sus padres en su casa, su hermana, que fue la gran defensora de su causa; su abogada pero también el fiscal, el intendente de San Pedro, que asegura que “a esta altura” no hay mujeres que puedan ser violadas y que se ríe dejando entrever por qué los pueblos de Jujuy son más festivos y son los elegidos para salir de farra en relación con los de Salta.
También, vecinos ocasionales, un antiguo amigo del violador de Romina Tejerina, jóvenes adolescentes en la previa de un baile, las festividades religiosas, la peluquería del pueblo y la misma cena blanca, todas estas personas e imágenes desfilan y se expresan en el filme, que pinta un inteligente fresco de un pueblo, un país y un estado de cosas, en un atractivo ejercicio cinematográfico.
Rizzi contó a Télam Radio su experiencia al dirigir el documental.
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