domingo, 5 de abril de 2015

Umberto Eco: “El síndrome del complot nos invade”

  • LITERATURA
  • Viernes 3 de abril de 2015 - 03/04/15

Umberto Eco: “El síndrome del complot nos invade”

En una charla íntima y profunda en su casa de Milán, el autor habla de “Número cero”, su nueva novela sobre el periodismo y los temas que más lo apasionan, como la búsqueda de la verdad.

Por Marina Artusa Enviada Especial A Milan

Suena el teléfono en el segundo piso de este palazzo señorial que mira de frente al Castillo Sforzesco, antigua morada de los duques que se disputa con el Duomo el primer puesto entre las maravillas de Milán. Insistente, atrevido, el ring distrae por un momento a Umberto Eco, el dueño de casa, que está en plena faena de forense hurgando en las tripas de Número cero, su nueva novela.
–Responda, si le parece.
–No atiendo jamás el teléfono. Para salvarme la vida.
Irónico, el comentario de Il professore, como lo llaman aquí, suena a complot, argumento que Eco exprime en Número cero , donde enhebra los vicios del periodismo, la historia de Italia y la mirada de uno de los personajes sobre esos hechos históricos a través de la teoría del complot. “El síndrome del complot nos invade. Si usted busca en Internet encontrará una gran cantidad de complots, como que los estadounidenses nunca llegaron a la Luna o que las Torres Gemelas fueron destruidas por los judíos –dice Eco mientras mastica el tabaco de los cigarritos negros que dejó de fumar hace diez años. El complot nos consuela. Nos dice que no es culpa nuestra. Que algún otro organizó todo. Hay complots por todas partes. Están basados en fantasías y son falsos. Siempre he estado interesado en la influencia histórica que han tenido los falsos.”
–¿Decir algo falso es mentir?
–Pueden ser dos cosas distintas. Mentir es decir aquello que yo sé que es falso. En cambio decir una falsedad puede ser simplemente un error. Por ejemplo, Ptolomeo no mentía. El creía en serio que el sol giraba en torno a la Tierra. Como estudioso de semiótica, siempre he sostenido que lo que caracteriza a los signos, a los lenguajes, no es tanto que sirvan para nombrar lo que existe delante de nuestros ojos sino que sirvan para referirse a lo que no está. De este modo también sirven para mentir. El problema de la mentira y de lo falso siempre ha sido, desde el punto de vista teórico, muy importante para mí. Está ligado al problema que interesa a todo filósofo y que es el problema de la verdad. Establecer qué es verdadero es muy difícil. A veces es más sencillo establecer qué es falso.
–En su nueva novela usted no dice abiertamente que la prensa “falsea” pero…

–Siempre he escrito sobre los vicios del periodismo. Desde los años 60, cuando abría polémicas con amigos periodistas directores de diarios sobre la cuestión de si es posible separar los hechos de las opiniones, cosa que yo sostengo imposible. Siempre tuve en la cabeza una novela sobre el periodismo malo pero la fui postergando. También escribo en los diarios, con lo cual es una crítica que hago desde adentro.
No hay héroes en Número cero , una novela en la que los personajes están en búsqueda de una segunda oportunidad: la redacción de un diario que nunca verá la luz es la cruel excusa de Eco para teorizar sobre el periodismo mal ejercido, sobre la manipulación, sobre lo que en Italia se conoce como “la macchina del fango” (la máquina de barro, eso que nosotros llamamos “embarrar la cancha”): “Es un mecanismo que siempre existió. Los romanos lo hacían con los cristianos cuando decían que sus prácticas eran cuestionables. Se trata de liquidar al adversario deslegitimizándolo –dice Eco–. Pero en las últimas décadas este mecanismo de arrojar sospechas sobre algo o alguien se volvió moneda corriente.”
–La novela provoca cuando sus personajes teorizan sobre cómo se debe formular una desmentida o enuncian frases del tipo “No hace falta inventar las noticias, basta reciclarlas”.
–Sí, es cierto. Describe un diario. No pretende describir todos los periódicos pero habla de un diario malo. Me inspiré en muchos diarios que existen y ciertos aspectos también están presentes en los diarios buenos. Antes, si el presidente de los Estados Unidos no gustaba, como sucedió con Lincoln o con Kennedy, lo asesinaban y listo.
That’s correct.
Con Clinton, en cambio, se empezó a ver qué hacía debajo de las sábanas para desacreditarlo. Hoy se ataca al adversario tratando de demostrar que hace cosas inmundas. En la novela trato de evidenciar que para “la macchina del fango” no es necesario demostrar que el adversario es pedófilo ni que ha asesinado a su abuela. Basta hacer foco en una cosa normal sobre la cual se proyecta una sombra de misterio. Yo cito en la novela un caso real de un juez que había molestado con una sentencia suya a personas importantes y del cual un diario publicó que se lo veía en un parquecito, sentado en un banco, fumando decenas y decenas de cigarrillos y que tenía las medias de tal color. No hay nada de malo en eso. Pero se lo destacaba como para decir “mire qué extraño personaje”. Me sucedió también a mí. Un diario que no me amaba publicó: “Eco fue visto en un restaurante chino con un desconocido mientras comía con palitos”. Desconocido era para ellos, no para mí. Asumo que Milán, Roma y Bolonia están llenas de restaurantes chinos pero las pequeñas ciudades de Italia, no. Por eso la idea de uno que come con palitos tiene un halo de espionaje internacional.
–Entonces, ¿por qué escribe en diarios (es columnista de L’Espresso desde hace muchos años)?
–Tal vez porque de chico quería ser periodista. Y luego tuve un amigo, que era mayor que yo, que me dijo que no debía ser periodista, que debía escribir libros y luego vería que los diarios me pedirían que escriba para ellos. Y sucedió un poco así. Hay quien piensa que cuento en los diarios de un modo más aceptable lo que he escrito en mis libros. Pero es exactamente al revés. Los libros nacen de la experiencia obtenida escribiendo en los diarios. Escribir en la prensa a mí me da pie para una reflexión posterior más profunda.
–La novela habla descarnadamente de los mecanismos de la mala prensa pero no hace referencia al público lector.
–Se dice, y creo que es cierto, que una vez Berlusconi (dueño de un multimedio) dijo: “Mi público tiene una edad media de 12 años”. Un cierto periódico puede crearse un target como un narrador puede hacerlo. Pero hay una experiencia tremenda para el que escribe artículos y es que tal vez escriba para un público calificado pero su nota termina en manos de quien tiene la edad media de 12 años. Este es el problema de la comunicación de masas: que no se puede controlar cómo el mensaje arriba al target . Lo hemos estudiado mucho en semiótica. Una vez hablé de “guerrilla semiológica”. El problema no es cambiar los programas de televisión sino poner a alguien delante de cada televisor que lleve a la gente a discutir los contenidos de lo que acaba de ver, alguien que los guíe a un análisis crítico.
–Paolo Mieli, ex director de La Stampa y de Il Corriere della Sera dijo que su novela “explotará como una bomba en las redacciones”. Pero eso no sucedió hasta ahora.
–Bueno, hace muy poco que se publicó. Alguien ha dicho que debería leerse en las escuelas de periodismo. Y puede ser que lo estén haciendo.
–¿O será que ninguna publicación quiere sentirse aludida?
–Eso es cierto. Aunque hay periodistas malos que se sintieron reflejados y me lo han hecho saber.

Su novela más contemporánea
Eco promete un café para cuando llegue su esposa porque él no se lleva bien con la máquina de café. Pero quiere ser gentil. Va hasta la cocina, abre la heladera bajomesada y ofrece un aperitivo, un jerez. “Mi mujer me esconde el whisky bajo llave. He bajado de peso desde que no bebo. Pero ella no sabe que sé dónde pone la llave”, dice Il professore y hace fondo blanco con el vaso donde se ha servido apenas un dedo de Tío Pepe.
Número cero es su séptima novela y su libro número 43. Es la ficción más breve de Eco –la edición en italiano tiene 220 páginas contra las 500 a las que nos acostumbró con El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault . La escribió en un año y es, además, la más contemporánea: trascurre en Milán durante tres meses de 1992. “Fue el año en el que se descubre Tangentopoli (una cadena de coimas) y tiene lugar el Mani Pulite (manos limpias) –el mayor proceso judicial contra la corrupción política italiana”, dice, “es decir, un año que pudo haber sido un punto de inflexión en la sociedad italiana. Pero no lo fue.” 
Número cero repasa la historia de Italia y la deforma a través de la mirada del periodista que ve complots en todas partes.
–En realidad son todos hechos verdaderos menos la historia de Mussolini que es totalmente inventada (en la novela un personaje sostiene que Il Duce no fue fusilado en Giulino di Mezzegra en abril de 1945 sino que fue enviado a la Argentina donde se refugió y desde donde siguió operando).
–¿Por qué pensó en la Argentina?
–¿Por qué no? Muchos jerarcas nazis han escapado a la Argentina. Brasil se había aliado con los estadounidenses en contra de los nazis. La Argentina, no. Por lo tanto era en ese momento un país cómodo para refugiarse. ¿Dónde han encontrado a (Adolf) Eichmann y a (Erich) Priebke? La Argentina venía muy bien para mi relato. Con la historia de Mussolini quise demostrar que con un poco de fantasía se puede justificar todo. Siempre me impresionó saber que cuando Mussolini escapa hacia Como, su familia estaba allí y él no quiso verla. ¿Por qué? A partir de ahí, un paranoico puede construir una historia entera. Las verdaderas razones por las que Mussolini no quiso encontrarse con su familia no las sabemos pero a partir de allí se puede construir un universo.
–Usted visitó tres veces la Argentina. ¿Puede escribir acerca de lugares en los que nunca estuvo?
–Tenemos en Italia a Salgari que escribió novelas que se desarrollaban en todo el mundo y él jamás se movió de su ciudad, Verona. Yo no sería capaz. Debo ir a ver. Para el escribir La isla del día de antes fui al Mar del Sur. El período más bello siempre es durante la escritura y nunca cuando el libro se ha terminado. Tal vez escribo novelas para hacer esos viajes. Si no, no sería divertido. La Argentina, en Número cero , es un punto de pasada. Estuve por primera vez en los 70. Eran años tremendos. Los tupamaros en Uruguay, los montoneros en la Argentina. Recuerdo la música de Piazzolla y a Amelita Baltar. El último espectáculo comenzaba a medianoche y hasta me llevaron a ver Fuego , con una actriz de senos muy grandes (Isabel Sarli).
Eco, que ya cumplió los 83, dice que todas sus novelas le han llevado seis años de trabajo: “Excepto El péndulo de Foucault , que me llevó ocho, y ésta, que la escribí en un año,dice. No debía investigar tanto. Muchos acontenciemientos los viví, otro tanto lo pude rastrear en Internet, como la autopsia de Mussolini, y luego me compré un par de guías de la Milán desconocida. He reciclado también muchos de los artículos que he escrito. Alguno se dio cuenta y se quejó pero estoy en mi derecho. Soy de la idea de que no hay nada más inédito que lo ya publicado”.
–¿Escribir un ensayo o un libro académico genera en usted lo mismo que escribir una novela?
–No. La preparación de un ensayo es pública. Se discute con los estudiantes, se participa en conferencias y luego uno escribe el libro. La novela, al menos para mí, sé que para otros autores no, es un hecho totalmente secreto. Es decir que durante esos seis años en los que estoy escribiendo una novela nadie sabe qué estoy haciendo. Nadie lee ni una página.
–¿Ni en su casa?
–Ni en mi casa. Bueno, creo que cuando fuimos al Mar del Sur dije que estaba pensando tal vez en escribir algo. Pero nada más. Así como mientras estaba preparando Número cero fui con amigos y con mi esposa a esa taberna (Moriggi) que se describe en la novela. Estos seis, ocho años pasados en secreto son bellos. Cuando se termina de escribir el libro es tristísimo.
–¿Son años en los que lleva una doble vida?
–Un poquito sí. Es como llevar una vida de agente secreto.
–¿Reflexiona sobre su escritura? ¿Alguna vez pensó si cambió desde El nombre de la rosa?
–Sí. Siempre he dicho que mientras en poesía se parte de las palabras y luego vienen las ideas, en la narrativa primero se parte de las ideas y luego vienen las palabras. Primero se construye un mundo, un acontecimiento y luego el lenguaje sigue a esta construcción. En mis novelas, si usted se fija, el lenguaje cambia según el tema. En El nombre de la rosa elegí el estilo del cronista medieval. En El péndulo de Foucault he jugado con varios registros lingüísticos, como el de los ocultistas. En La isla del día de antes , el estilo es barroco. Mis novelas anteriores eran sinfonías de Mahler.
Número cero es un fragmento de Charlie Parker. Es jazz, tac, tac, tac. No debía perderme en descripciones. Además las novelas terminan solas. Llega un momento en que dicen basta.
–Esa es otra de sus provocaciones. Le escuché decir que a veces las novelas son más inteligentes que el autor.
–Así es. Porque a veces contienen cosas o aspectos en los que el autor no había pensado y, si los va a buscar, los puede encontrar allí.
“Venga, le quiero mostrar algo”, dice Eco. El parqué cruje a su paso. Se detiene delante de la biblioteca que tapiza el hall de entrada de su departamento. Con orgullo medido, Il professore extrae un libro, lo abre y muestra la firma del autor: “James Joyce”, dice en tinta verde manuscrita. Esa primera edición del Ulysses autografiada es una de las joyitas de su biblioteca, nutrida de libros antiguos.
“Como coleccionista de libros antiguos, colecciono solamente libros que hablen de cosas falsas. No tengo a Galileo, por ejemplo, porque ha dicho cosas que luego para nosotros se revelaron como verdaderas. Pero sí tengo a Ptolomeo, que se había equivocado y creía que el sol giraba en torno a la Tierra. Por eso todo lo que tenga que ver con alquimia, ocultismo, me interesa. Basta con que una cosa sea falsa para que entre en mi colección”, dice Eco.
Hay un par de excepciones. Al Ulysses de Joyce se suma el Horologium Oscillatorium de Homens: “Había escrito El péndulo de Foucault y por lo tanto el primer libro que salió en el mundo sobre un péndulo me interesaba”, se justifica.

El péndulo de Foucault es, entre sus novelas, la que usted más cita.
–Porque es la más compleja. Me dio más trabajo, más gusto, más búsqueda lingüística. No por casualidad inicia y termina con dos recuerdos personales. Cuando terminé El nombre de la rosame pregunté: “¿Y ahora? ¿De qué escribo? ¿No puse todo ahí?” Y me vinieron a la mente dos imágenes, una de mis 20 años y la emoción cuando vi el péndulo de Foucault en el Observatoire de París. La otra imagen era un episodio que me sucedió a los 13 años cuando toqué la trompeta en el funeral de los partisanos.
El péndulo de Foucault es mi libro más autobiográfico.
Tose Umberto Eco. “Masticar tabaco me está arruinando la garganta”, se queja. “De chico me chupaba el pulgar, aún siendo un niño bastante grande. Hasta me tapaban el dedo para sacarme la manía. Sin duda debe haber algo sexual detrás de esta necesidad de tener el cigarrito en la boca”, dice. Y se ríe Eco. Se ríe a carcajadas.