domingo, 8 de abril de 2018
Nathalie Sarraute, literatura para interpretar lo no dicho
Por Carlos Solero / Especial para El Ciudadano. Una intelectual que revolucionó la forma de describir personajes y situaciones en la novela del siglo XX.
Nathalie Sarraute, ubicada en la corriente literaria francesa conocida como nouveau roman (nueva novela), es una de las mujeres que durante el siglo XX contribuyó a renovar la literatura contemporánea.
Nacida en Ivanovo (Rusia), en cercanías de Moscú, como Natalia Ilíchna Cherniak el 19 de julio de 1900, su vida transcurriría entre Rusia y Francia.
En el año 1909 Nathalie se trasladó con su familia a París.
Estudió en las universidades de París y luego en Oxford, centros académicos en los que siguió las carreras de letras, historia, sociología y derecho.
Se graduó como abogada, profesión que ejerció hasta 1941 y que abandonó para dedicarse por entero a la labor literaria.
Lo que verdaderamente la sedujo es la literatura. Sus lecturas de Marcel Proust y Virginia Woolf serán definitorias en su vocación y hacer literario. Las innovaciones que estos autores proponen respecto de la manera de relatar y tratar a los personajes tendrán en ella una fuerte influencia. Comenzó a vivenciar que había que revolucionar la novela.
En 1925 unió su vida a la de Raymond Sarraute, con quien engendraría tres hijos.
En 1932 Nathalie Sarraute comenzó a esbozar los escritos de lo que en 1939 publicó bajo el título de Tropismos. Su libro fue elogiado por figuras tan relevantes como Jean Paul Sartre y Max Jacob.
En 1956, Sarraute dio conocer su ensayo La era de la sospecha, donde puso en cuestión las reglas y convenciones tradicionales de la novela. Éste es quizá el paso que la incorporó definitivamente a la corriente de la nouveau roman junto a los escritores Alain Robbe-Grillet, Michel Butor y Claude Simon. Fueron también memorables sus ensayos dedicados a analizar las obras de Paul Valéry y Gustav Flaubert.
El objetivo de Nathalie Sarraute fue develar lo no dicho y lo no confesado. Sus personajes sostienen soliloquios y permanentes diálogos consigo mismos, que tienden a reflejar sus “fantasmas”, sus miedos internos. Esto torna a sus relatos a veces un tanto herméticos al lector. Como afirma un comentarista: “Es una experta en detectar los innumerables pequeños crímenes que provocan en nosotros las palabras de los demás. Estas palabras son a menudo anodinas, y su fuerza destructiva se esconde bajo una caparazón de lugares comunes, frases corteses y comportamientos educados…”.
Entre las obras de Nathalie Sarraute podemos enumerar libros como Tropismos (1939), las novelas Retrato de un desconocido (1948), El planetario (1959), Los frutos de oro (1963), ¿Les oye usted? (1972), Dicen los imbéciles (1976) y obras de teatro como El silencio (1964), La mentira (1966), Isma, o lo que se llama nada (1970) y Es hermoso (1978). También otros volúmenes como Entre la vida y la muerte (1968), El uso de la palabra (1980), Tú no te quieres (1989), Aquí (1995), Abra (1997) y Lectura (1998).
En el prólogo a Retrato de un desconocido, de Nathalie Sarraute, Jean Paul Sartre, el filósofo existencialista, afirmó: “Uno de los rasgos más singulares de nuestra época literaria es la aparición aquí y allá, de obras vivaces y absolutamente negativas que se podrían calificar de antinovelas. Coloco en esta categoría obras de Nabokov, las de Evelyn Waugh y en cierto sentido Los monederos falsos (se refiere al célebre libro de André Gide)”.
Continúa Sartre: “Las antinovelas conservan la apariencia y los relieves de la novela; son obras de imaginación que nos presentan personajes ficticios y nos refieren su historia. Pero sólo para defraudar: trátase de refutar la novela mediante la propia novela, de destruirla bajo nuestros ojos en el preciso instante en que el autor parece edificarla, de escribir la novela de una novela que no se desarrolla, que no puede desarrollarse, de crear una ficción que sea a las grandes obras compuestas por Dostoievsky y por Meredith lo que es a los cuadros de Rembrandt y Rubens aquella tela de Miró titulada Asesinato de la pintura. Estas obras extrañas y de difícil clasificación no atestiguan la debilidad del género sino sólo señalan que vivimos en una época de reflexión y que la novela está en vías de reflexionar sobre sí misma. Tal el libro de Nathalie Sarraute (Retrato de un desconocido): una antinovela que se lee como una novela policial. Por lo demás, una parodia de las novelas de indagación”, concluyó
Sartre que trabajó en sus ensayos, cuentos, novelas y su teatro “de situación” las condiciones de la alienación en las sociedades contemporáneas, nos marca cómo en Sarraute aparece presentada la supuesta autenticidad en la relación entre prójimos, pero detrás de los muros que muestra que todo es inaprensible, aparente, es decir inauténtico.
Dice Sartre: “Lo mejor de Natahalie Sarraute es su estilo lleno de tropiezos, titubeante, tan honesto, tan colmado de arrepentimiento, que se acerca al objeto con precauciones piadosas, retrocede de pronto –por una suerte de timidez– ante la complejidad de las cosas y que, a fin de cuentas, nos entrega bruscamente al monstruo todo baboso, pero casi sin tocarlo, por la virtud mágica de una imagen. ¿Hay aquí psicología? Acaso Nathalie Sarraute, gran admiradora de Dostoievsky, querría hacérnoslo creer. En cuanto a mí, pienso que al dejar adivinar una autenticidad inaprensible, al mostrar aquel vaivén incesante de lo particular a lo general, al dedicarse a pintar el mundo tranquilizador de lo inauténtico, ha depurado una técnica que permite alcanzar, más allá de lo psicológico, la realidad humana en su existencia misma”.
Las obras de Nathalie Sarraute han sido traducidas a una veintena de idiomas y su lectura es esencial para procurar comprender la complejidad de las relaciones sociales e interpersonales.
Por razones de su origen judío esta escritora debió vivir de modo clandestino durante la ocupación de Francia por los nazis. Su vida se apagó en la ciudad de París el 19 de octubre de 1999, cuando casi alcanzaba un siglo de existencia. Su legado permanece vivo y aún nos interpela.
Maestros de la sospecha
Escuela de la sospecha es una famosa12 expresión del filósofo Paul Ricoeur. Apareció por primera vez en su libro Freud: una interpretación de la cultura (De l'interprétation. Essai sur Sigmund Freud, 1965). Ricœur dijo que «la dominan [la escuela de la sospecha] tres maestros que aparentemente se excluyen entre sí: Marx, Nietzsche y Freud».314 Ricœur diferenció entre una hermenéutica de la sospecha y una hermenéutica de la afirmación.562
Los tres maestros de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche, aunque desde diferentes presupuestos, consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Así, según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos, en Freud por la represión del inconsciente y en Nietzsche por el resentimiento del débil. Sin embargo, lo que hay que destacar de estos maestros no es ese aspecto destructivo de las ilusiones éticas, políticas o de las percepciones de la conciencia, sino una forma de interpretar el sentido. Lo que quiere Marx es alcanzar la liberación por una praxis que haya desenmascarado a la ideología burguesa. Nietzsche pretende la restauración de la fuerza del hombre por la superación del resentimiento y de la compasión. Freud busca una curación por la conciencia y la aceptación del principio de realidad. Los tres tienen en común la denuncia de las ilusiones y de la falsa percepción de la realidad, pero también la búsqueda de una utopía. Los tres realizan una labor arqueológica de búsqueda de los principios ocultos de la actividad consciente, si bien, simultáneamente, construyen una teleología, un reino de fines. Ricoeur, como ellos, acepta el lado ascético de la reflexión, su papel de aguafiestas ante determinadas percepciones de la realidad. Pero tras el necesario purgatorio de la crítica marxista, freudiana y nietzscheana, viene la recuperación del sentido, el restablecimiento de una ingenuidad purificada y fuerte.7
Estos tres autores comparten una actitud crítica hacia la sociedad que conocen, y por ello suelen ser considerados como frutos de un mismo espíritu crítico, aunque ni siquiera son de la misma generación, ya que mientras Marx es un autor de mediados del siglo XIX, y Nietzsche lo es de finales del siglo XIX, Freud es un autor de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Así, estos tres autores centran, básicamente, la crítica a una forma de entender el mundo que llega hasta nuestros días, y, por ello, sus visiones son, en cierta medida, aún vigentes. De ahí que Paul Ricoeur les calificara como filósofos de la sospecha.
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