viernes, 18 de marzo de 2011

Aterciopelados Bolero Falaz

Aterciopelados

Bolero Falaz


Buscas en mis bolsillos
pruebas de otro cariño
pelos en la solapa
esta sonrisa me delata
labial en la camisa
mi coartada está hecha trizas
estoy en evidencia
engañar tiene su ciencia
Estoy hasta la coronilla
tu no eres mi media costilla
ni la octava maravilla
Malo si si, malo si no, ni preguntes
ya no soy yo, fuera de mi es que me tienes
Que si vengo que no voy que si
estoy que me pierdo
que si tengo que no doy que
si estoy que me vengo
Malo si si, malo si no, ni preguntes
ya no soy yo, fuera de mi es que me tienes
Que si vengo que no voy que si
estoy que me pierdo
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que si tengo que no doy que
si estoy que me vengo
Lo siento en tus manos
tus caricias me han robado
lo bueno en tu boca
esos besos ya son de otra
quien será esa infame
que no deja que yo te ame
si yo la encontrara
le partía esa cara
Estoy hasta la coronilla
tu no eres mi media costilla
ni la octava maravilla
Malo si si, malo si no, ni preguntes
ya no soy yo, fuera de mi es que me tienes
Que si vengo que no voy que si
estoy que me pierdo
que si tengo que no doy que
si estoy que me vengo
Malo si si, malo si no, ni preguntes
ya no soy yo, fuera de mi es que me tienes
Que si vengo que no voy que si
estoy que me pierdo
que si tengo que no doy que
si estoy que me vengo
Te dije no mas
y te cagaste de risa


Aterciopelados - Bolero Falaz (Live MTV Unplugged)

Banana Yoshimoto

libros

DOMINGO, 27 DE ENERO DE 2008

YOSHIMOTO

Agua que has de beber

Con una serie de novelas extrañas y sugerentes, Banana Yoshimoto se ha convertido en emblema de la nueva mujer japonesa. Amrita expone un melodrama místico protagonizado por diferentes modelos de lo femenino.

Por Mariana Enriquez

Amrita
Banana Yoshimoto
Tusquets
346 páginas

Amrita se publicó originalmente en 1997, diez años después del superexitoso debut de Banana Yoshimoto, que inició su carrera con la novela Kitchen y el relato Moonlight Shadow, publicados en un solo volumen cuando ella tenía 23 años. La década entre aquel texto de juventud y esta novela sólo ha profundizado y estilizado los temas recurrentes en la obra de Yoshimoto, que también aparecen en Sueño profundo, una colección de relatos publicada en 1989: la ansiedad por capturar la existencia, que sus personajes perciben como frágil y fugaz con una ansiedad e intensidad casi dolorosa; el profundo trauma del duelo; los lazos familiares; y sobre todo la condición de la mujer en Japón, la necesidad de romper con la fantasía de la fémina oriental sumisa para avanzar hacia un modelo independiente, extravagante y consciente. Quizá demasiado consciente: en Amrita, la protagonista Sakumi analiza tanto lo que piensa y siente que por momentos se vuelve empalagosa, aunque el efecto diario íntimo parece buscado (hay que apuntar, no obstante, que mucho se pierde en la traducción, tanto idiomática como cultural).

Lo que cuenta Amrita es un período de excepcional intensidad en la vida de Sakumi, una mujer joven que acaba de perder a su hermana, una famosa actriz que tomó una sobredosis de pastillas y “no quiso salvarse”. Sakumi vive en un auténtico gineceo: con su madre, su prima, la mejor amiga de su madre y su hermano pequeño de 11 años. A la distancia mantiene una relación de cortejo con Ryuchiro, el viudo de su hermana. Pero lo que aparenta ser una novela romántica y costumbrista en las primeras páginas se desbarata a medida que avanza la novela, y las intenciones de Yoshimoto se vuelven más ambiciosas y a la vez más simples. Amrita significa “agua que beben los dioses”; el título parece elegido por la idea del fluir de la existencia, de la vida como río o incluso como mar, con sus eternos vaivenes y repeticiones.

Pero lo que vive Sakumi es un torbellino en esa corriente. No sólo debe lidiar con un amor romántico que supone una traición profunda sino que además ella misma sufre un accidente, se golpea la cabeza y durante unos meses –lo que tarda la total recuperación– pierde fragmentos de memoria. Amrita funciona como la historia de la reconstrucción de una identidad después de un impacto muy fuerte, como si la protagonista aprendiera a caminar de nuevo. Es un aprendizaje lento y repetitivo, a veces de forma innecesaria. Y, muy al gusto de Yoshimoto, aparece enseguida la vertiente sobrenatural, con el hermano pequeño que presenta signos de ser vidente, y una pareja de amigos que tiene la capacidad de poder comunicarse con los muertos. Hacia el final, todo se aplaca: el niño pierde sus “poderes”, la memoria se recobra, las experiencias cercanas a la muerte quedan atrás. Vuelve la vida menos excepcional: la que se ha transformado, sin embargo, es Sakumi.

Yoshimoto es una especialista en las observaciones melancólicas, y de esa habilidad parte el clima que sobrevuela el libro, una especie de minuciosa nostalgia, un inventario de lo perdido, de los momentos inapresables. Escribe, por ejemplo: “Cuando se hace un viaje de dos o tres días con las mismas personas, cuando no hay distinción de sexos y no hay que trabajar, a causa del cansancio o de otras razones, nos aceleramos de forma extraña. En el coche, en el camino de vuelta, no conseguimos separarnos de los otros, reina una atmósfera muy alegre, cualquier conversación nos parece interesante y divertida, y estamos tan contentos que casi tenemos la ilusión de que ésa es la verdadera vida”.

Pero, además de la fugacidad de lo vivido, a Yoshimoto le interesa escribir sobre chicas poco convencionales y familias poco convencionales. Las chicas de Amrita son todas fascinantes: Eiko, la niña rica apuñalada por la mujer de su amante; Saseko, la hija de una prostituta que de bebé dormía abrazada a un vibrador, convertida en una médium capaz de cantarles a los muertos y hacerlos salir del mar; la madre, con sus varios matrimonios; Mayu, la estrella muerta.

Con doce novelas publicadas, seis millones de ejemplares vendidos y un status de superestrella en Japón, Banana Yoshimoto, escritora hija del filósofo Ryumei Yoshimoto, es conocida como una mujer independiente, representante de las nuevas generaciones japonesas, y muchos críticos han calificado su obra de escapista. Una tontería que le cayó encima por Kitchen y sus referencias a la cultura pop. Hoy, veinte años después del debut, se la puede leer en todo su esplendor de escritora inquieta, exagerada y capaz de sorprender con ramalazos de belleza.

LITERATURA Y PODER

Federico Andahazi

LITERATURA Y PODER

Por Federico Andahazi

"Los animales se dividen en a) los pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finÌsimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas". Esta clasificación que Borges atribuye a una presunta enciclopedia china en El idioma analítico de John Wilkins y que Michel Foucault cita en el prefacio de Las palabras y las cosas, me resulta, por su mismo carácter aporístico, un punto de partida justificado. Las paradojas suelen confrontarnos a un cierto lÌmite del lenguaje y, en consecuencia, del pensamiento dado que -tal como afirmaba Ferdinand de Saussure- no es posible el segundo sin la mediación del primero. Por otra parte, la clasificación que imagina Borges reúne sus términos los dos elementos sobre los cuales me propongo, despojado de toda pretensión académica, reflexionar en las sucesivas entregas que ocupará esta columna: las relaciones que se establecen entre Literatura y poder. El Poder nunca ha tolerado las paradojas ni el carácter polisémico del lenguaje; esta será, entonces, la primera cuestión sobre la cual habré de detenerme: los intrincados vínculos existentes entre literatura y Verdad. Siempre he sospechado que la literatura se encuentra en las antípodas de la filosofía. Si admitimos que, de modo genérico y, aun a riesgo de incurrir en algún reduccionismo, la filosofía tiene por propósito develar algo del orden de la Verdad, la literatura, por el contrario, está hecha de la misma sustancia que la de la mentira. No otra cosa es la ficción: una mentira más o menos verosímil, según sea la intención del autor. Ahora bien, no pocas veces he albergado la suspicacia de que la filosofía, en ocasiones a su pesar, no ha hecho otra cosa que prestar al poder argumentos que lo sustenten. En este sutil proceso de construcción de la Verdad, quizá Descartes sea el filosofo que mejor lo ejemplifica. En el prólogo (dedicado a los Doctores de la Iglesia) de sus Meditaciones metafísicas lo dice -para emplear sus propios términos- con absoluta "claridad y distinción": "Voy a explicar por la razón -dice- lo que vosotros no podéis explicar por la fe". A confesión de partes, relevo de pruebas: el racionalismo no es otra cosa que la justificación de aquella pura sin razón que constituye el dogma en tanto Verdad. La literatura, en cambio, insisto, no tiene otro propósito que la construcción de una mentira; claro que existe un pacto implícito entre el autor y el lector, un acuerdo que diferencia la mentira de la estafa, mediante el cual el segundo ofrece su amable candor y se entrega voluntariamente al engaño. Sin embargo, en alguna oportunidad he tenido la convicción de que, por este paradójico camino de la ficción, la literatura toca los muros de la Verdad, pero no para construirlos, sino para derribarlos. En resumen, si nos figuramos al Poder como una máquina de persuasión, de acatamiento del dogma, la literatura es, a la inversa, una continua puesta en duda, un encuentro con la incertidumbre y, en consecuencia, un factor disuasivo de cualquier certeza. Así, al dócil estupor de Joseph K. -que se hace carne en el lector-, se opone la indiscutible certeza de las formas jurídicas.

Agosto, 2001

LITERATURA Y PODER

Federico Andahazi

LITERATURA Y PODER

Por Federico Andahazi

"Los animales se dividen en a) los pertenecientes al emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel finÌsimo de pelo de camello, l) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas". Esta clasificación que Borges atribuye a una presunta enciclopedia china en El idioma analítico de John Wilkins y que Michel Foucault cita en el prefacio de Las palabras y las cosas, me resulta, por su mismo carácter aporístico, un punto de partida justificado. Las paradojas suelen confrontarnos a un cierto lÌmite del lenguaje y, en consecuencia, del pensamiento dado que -tal como afirmaba Ferdinand de Saussure- no es posible el segundo sin la mediación del primero. Por otra parte, la clasificación que imagina Borges reúne sus términos los dos elementos sobre los cuales me propongo, despojado de toda pretensión académica, reflexionar en las sucesivas entregas que ocupará esta columna: las relaciones que se establecen entre Literatura y poder. El Poder nunca ha tolerado las paradojas ni el carácter polisémico del lenguaje; esta será, entonces, la primera cuestión sobre la cual habré de detenerme: los intrincados vínculos existentes entre literatura y Verdad. Siempre he sospechado que la literatura se encuentra en las antípodas de la filosofía. Si admitimos que, de modo genérico y, aun a riesgo de incurrir en algún reduccionismo, la filosofía tiene por propósito develar algo del orden de la Verdad, la literatura, por el contrario, está hecha de la misma sustancia que la de la mentira. No otra cosa es la ficción: una mentira más o menos verosímil, según sea la intención del autor. Ahora bien, no pocas veces he albergado la suspicacia de que la filosofía, en ocasiones a su pesar, no ha hecho otra cosa que prestar al poder argumentos que lo sustenten. En este sutil proceso de construcción de la Verdad, quizá Descartes sea el filosofo que mejor lo ejemplifica. En el prólogo (dedicado a los Doctores de la Iglesia) de sus Meditaciones metafísicas lo dice -para emplear sus propios términos- con absoluta "claridad y distinción": "Voy a explicar por la razón -dice- lo que vosotros no podéis explicar por la fe". A confesión de partes, relevo de pruebas: el racionalismo no es otra cosa que la justificación de aquella pura sin razón que constituye el dogma en tanto Verdad. La literatura, en cambio, insisto, no tiene otro propósito que la construcción de una mentira; claro que existe un pacto implícito entre el autor y el lector, un acuerdo que diferencia la mentira de la estafa, mediante el cual el segundo ofrece su amable candor y se entrega voluntariamente al engaño. Sin embargo, en alguna oportunidad he tenido la convicción de que, por este paradójico camino de la ficción, la literatura toca los muros de la Verdad, pero no para construirlos, sino para derribarlos. En resumen, si nos figuramos al Poder como una máquina de persuasión, de acatamiento del dogma, la literatura es, a la inversa, una continua puesta en duda, un encuentro con la incertidumbre y, en consecuencia, un factor disuasivo de cualquier certeza. Así, al dócil estupor de Joseph K. -que se hace carne en el lector-, se opone la indiscutible certeza de las formas jurídicas.

Agosto, 2001