domingo, 26 de junio de 2022

Cesaria Evora & Compay Segundo - Lagrimas Negras

"No tengo tan claro que lo que escribo merezca la pena"

 


Muriel Barbery entra en el restaurante con delicadeza, casi de puntillas. No puede ocultar su tremenda timidez. Sigue pensando que lo que le está ocurriendo es un sueño fantástico, un sueño que a veces le da vértigo pero del que no quiere despertar. Su libro La elegancia del erizo (Seix Barral), publicado en 2007, sigue siendo un fenómeno editorial y lleva vendidos más de cuatro millones de ejemplares en todo el mundo e incluso se ha llevado al cine.

Abrumada por el éxito, Barbery (1969) decidió refugiarse durante una temporada en Kioto (Japón) para conocer en profundidad un país por el que sentía pasión. "He descubierto que me siento más identificada con la sociedad japonesa que con la mía, la francesa. Me resulta interesante la manera que tienen de relacionarse con la naturaleza". Su libro es una oda a la belleza de las personas que nos rodean y una crítica mordaz a la burguesía francesa.

La profesora ha vendido cuatro millones de 'La elegancia del erizo'

Con la carta en la mano, no sabe qué pedir. Todo le parece apetitoso. "Quiero pescado. Me he acostumbrado a que forme parte de mi alimentación durante los seis meses que he vivido en Japón. Y, sobre todo, he aprendido a comerlo". Compartimos un plato de verdura de Azagra y un revuelto de ajetes con hongos y virutas de foie. "No sé cuál de las dos cosas es más exquisita", dice mientras degusta con placer el cardo que se cultiva en la huerta navarra de la familia del propietario del restaurante. De segundo, pide cogote de merluza. ¿Le gusta la cabeza del pescado? "Es fantástica. ¡Tiene un sabor tan especial! Cuando es fresco y está bien cocinado es un verdadero manjar". Lo dice alguien que huye de los fogones y que no tiene ni idea de cocinar. "No sé hacer nada, no es algo para lo que me vea capacitada. En Kioto vivía cerca de un restaurante muy bueno donde por seis euros comíamos todos los días". Barbery saca de su bolso una cámara para fotografiar el plato que le acaban de traer. "Está estupendo".

No ha dejado de escribir, pero todavía no tiene la novela que quiere publicar. "Escribo y escribo y al final del día me doy cuenta de que no tengo nada interesante. No he parado de trabajar pero aún no están los personajes para mi próxima novela. Admiro a los autores que publican un libro cada año. Yo estoy incapacitada para ello, quizá porque soy demasiado perfeccionista y no tengo tan claro que lo que escribo merezca la pena. Nunca pensé que me publicarían un libro y por supuesto mucho menos que fuese comprado por tanta gente".

Cuando termina de comer el cogote da la sensación de que un gato ha pasado por su plato, tal vez el que dio pie a que escribiese su exitosa novela. Barbery nació en Casablanca, hija de franceses desplazados allí por trabajo y, antes de triunfar, ejercía de profesora de filosofía en Bayeux (Francia), tarea que abandonó para poder hacer lo que más deseaba, viajar. "La elegancia del erizo me ha abierto las puertas a países que nunca imaginé porque recibo invitaciones de todos los lugares en los que se ha traducido el libro. Vivir de la literatura es un sueño cumplido", aclara esta mujer casada y sin hijos. Se resiste a pedir un dulce, aunque repasa una y otra vez la carta y está al borde de caer en la tentación. Finalmente, opta por un café.

Barbery se refugió en Kioto tras el éxito de su libro.
Barbery se refugió en Kioto tras el éxito de su libro.LUIS SEVILLANOhttps://elpais.com/diario/2010/04/21/ultima/1271800802_850215.html

Una escritora elegante

 


La autora francesa Muriel Barbery habló con SEMANA sobre su novela 'La elegancia del erizo', uno de los libros más vendidos en Colombia. Entrevista de Hernán Melo en París.


Encuentro en París con la escritora francesa Muriel Barbery, autora del best-seller La elegancia del erizo, muy cerca de la calle Sébastien-Bottin donde se sitúa la célebre editorial Gallimard. No acostumbra conceder entrevistas y huye de los platós de televisión tan frecuentados hoy por ciertos autores galos.

SEMANA: ¿Conoce algo de la literatura hispanoamericana?
Muriel Barbery: El mejor libro que he leído en los últimos dos años, Las vidas perpendiculares, es obra del mexicano Álvaro Enrigue. Incluya esto por favor, porque se trata de un libro magnífico.

SEMANA: ¿Le ha sorprendido el éxito de ‘La elegancia del erizo’?
M.B: Para serle sincera, yo misma estoy extremadamente sorprendida por el hecho de que mi novela tenga algún éxito. Yo pensé que era imposible. Cuando el libro fue publicado en Francia estaba convencida de que nadie lo leería. No estoy convencida de que se trate de una novela tan buena como la acogida que ha tenido.

SEMANA: A pesar del gran éxito recogido en Francia, ¿su libro también recibió fuertes críticas?
M.B: No tanto al comienzo, éstas llegaron después. Si eres escritor y no quieres tener ninguna crítica negativa hay que escribir una obra maestra. Si no la escribes, lo normal es que te critiquen. Eso está bien, me parece muy sano. Lo sorprendente es que las críticas aparecieran diez meses después de su publicación, cuando el libro comenzó a tener éxito. Jamás he tomado las críticas como algo negativo, aunque a veces las encuentro estùpidas. Es muy simple lo que ocurre con un libro: la magia funciona o no. Por una razón inexplicable el texto seduce al lector y todo lo que es débil en él no es tan importante o no seduce, y en ese caso la crítica es normal.

SEMANA: Del libro dijeron, por ejemplo, que era maniqueísta…
M.B: No estoy de acuerdo. Yo podría escribir una excelente crítica de mi propio libro sobre puntos que son verdaderamente pertinentes.

SEMANA: Ha escrito solamente dos novelas en un país como Francia donde se valora mucho la fecundidad literaria, al estilo de Víctor Hugo o Balzac.
M.B: Escribo muy lentamente. Seguramente no está dentro del espíritu francés, pero yo no puedo hacer nada porque para escribir necesito un largo periodo de ‘digestión’. Todos los escritores son muy diferentes, creo que todas las formas de escribir son específicas. Amélie Nothomb escribe tres novelas cada año. Admiro eso, pero no puedo hacerlo.

SEMANA: ¿Cómo ha vivido todo este éxito planetario?
M.B: El éxito es una palabra que no tiene ningún sentido para mí. La cosa verdaderamente importante es que ahora soy libre, tengo suficientemente dinero para consagrarme a la escritura, puedo viajar. Mis amigos no han cambiado. Tengo los mismos amigos que antes. No he cambiado de opinión sobre mis textos ni antes ni después del éxito. El hecho de que las ventas hayan sido enormes, para mí no quiere decir nada.

SEMANA: Uno de los personajes que más cautiva de su novela es el de Paloma. ¿Cómo se engendró ese personaje? Al parecer al principio no tenía tanto peso en la historia…
M.B: He aprendido tantas cosas desde la publicación del libro sobre el personaje de Paloma! Siempre ocurre de la misma manera: un día, por una razón que ignoro, escribo algo y un personaje surge. En aquella época mi marido me dijo a propósito de ese personaje: qué buena idea! es algo muy tuyo, por qué no le das una voz. Todo esto es imprevisible. La escritura es, para mí, como un encuentro amoroso. Conoces a alguien que te seduce y a veces funciona y otras no.

SEMANA: En "La elegancia del erizo" parece circular la idea de que la cultura no es un derecho exclusivo de una clase social.
M.B: Si, esto es muy importante. Creo que Francia es una sociedad de clases muy importante. Hay una apropiación de la cultura por una clase acomodada, muy arrogante, que me disgusta mucho. Soy hija de profesores de francés, fui criada en una casa donde había muchos libros. Y cuando comíamos juntos me hablaban de libros, fue una gran suerte. No todo el mundo la tiene. Cuando veo personas extremadamente talentosas y sensibles, pero absolutamente incapaces de acceder al arte y la literatura, que no han tenido esa experiencia, y que en consecuencia se sienten deficientes, me parece injusto. Cuando voy a una cena en la que hay muchos literatos me siento incómoda. Por el contrario, he llegado a subir a un taxi y hablado de arte o literatura con el conductor de una manera inesperada, con frescura y autenticidad. Soy feliz cuando en una cena hay alguien a mi lado que me pregunta si me gusta Rembrandt, pero en general ocurre que todo es estereotipado.

SEMANA: ¿Tiene problemas para establecer relaciones?
M.B: Es complicado vivir en París porque soy una persona muy discreta. Es muy difícil para mí entender que la gente no me vea como soy ‘yo’, sino como la escritora del exitoso libro ‘La elegancia del erizo’. Me da miedo todo eso, lo detesto.

SEMANA: Rapsodia Gourmet, su primer libro, también ha tenido mucho éxito.
M.B: ¿Qué más puedo pedir? La gente ha leído mi segundo libro, me envían cartas y gracias a este libro puedo escribir sin necesidad de trabajar. El resto es indiferente. De un lado hay personas que escriben textos más o menos buenos con cierto éxito y del otro lado hay toda una industria que pasa por la prensa, los editores, etc. La única cosa importante es porqué en un momento dado un texto borra todo esto y llega a tantos lectores. Ignoro la respuesta.

SEMANA: Se le ve muy poco en la televisión.
M.B: Eso es porque la mayor parte del tiempo me piden hablar de cosas que no tienen nada que ver con mis textos, cuando para mí lo importante es hablar de sus debilidades y sus puntos fuertes, de su capacidad de rendir cuentas con la vida, etc. Todo este desvío hace que no vaya a la televisión. Además, no me gusta ser filmada. La pregunta principal es si lo más importante es hablar de mi imagen o de mi texto. Hablamos de los autores o de lo que ellos escriben. En general, en 99 por ciento de los casos se habla de los autores. Los textos pueden defenderse ellos mismos, sin que el autor deba participar en un show televisivo.

https://www.semana.com/cultura/articulo/una-escritora-elegante/119658-3/

Muriel Barbery: «Si nadie reconoce tu trabajo hay presión; si tienes éxito la sientes porque lo tienes»

 Muriel Barbery

Muriel Barbery, ante los ventanales de su salón, que comunican con el jardín. FOTO: LUIS RIDAO


La escritora, que triunfó con 'La elegancia del erizo', muestra por primera vez su vivienda, un homenaje a la estética nipona en plena campiña francesa. Su pasión por esta cultura, la naturaleza y el arte son los hilos que tejen su nueva novela, ‘Una rosa sola’.

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Después del fenómeno editorial que supuso la publicación de La elegancia del erizo, Muriel Barbery decidió cambiar de vida. Dejó Francia y se instaló durante dos años, 2008 y 2009, en Japón. Primero fue becada para una residencia literaria en la Villa Kujoyama y luego se quedó en Kioto. «El éxito llegó en un momento en el que tenía sueños de viaje y deseos que el libro me permitió cumplir. No fue abrumador; al contrario, me liberó de lo que no quería hacer y me abrió otra puerta», explica. Esa fama repentina le sobrevino cerca de los 40 y le sirvió para dejar la docencia –hasta entonces había sido profesora de filosofía–, recorrer mundo y dedicarse de lleno a la escritura. «Si me hubiera llegado a los 20 o los 30 puede que hubiera sido distinto, pero para mí fue todo positivo. Muchas veces me han preguntado si el éxito no te impide escribir, si no supone una presión demasiado grande, pero es que eso siempre está ahí: si nadie reconoce tu trabajo hay presión; si tienes éxito la sientes porque lo tienes; si has logrado mucho éxito la angustia nace de preguntarte si con lo próxima obra va a ser igual…», reflexiona.

Muriel Barbery

El jarrón lacado (izda.) es su pieza preferida de las que adquirió en Japón, en una pequeña tienda de un artesano de Kioto, y su cocina (dcha.), con una reproducción de Matisse y fotografías de Michael Kenna, Jean-Luc Chapin y su amigo el escritor Jean-Baptiste Del Amo. FOTO: LUIS RIDAO

En las novelas que siguieron a La elegancia del erizo –La vida de los elfos en 2015 y Un país extraño en 2019– Barbery exploró otras dimensiones, habló de seres sobrenaturales, y ahora, con el lanzamiento de Una rosa sola (Seix Barral), ha dejado esos mundos para volver a la realidad y viajar, por fin, a Japón. «Durante 10 años fui incapaz de escribir sobre Kioto. Había tomado notas, pero no conseguía escribir sobre la ciudad, para mí era imposible, no podía imaginar una historia allí», explica tímida pero sonriente a través de Zoom. Habla desde la casa en la que vive desde hace un año, situada en una zona del centro de Francia cercana a Tours.

Afirma que desde que volvió a su país en 2015 –después de Japón pasó un tiempo en los Países Bajos– tenía claro que necesitaba regresar al campo. «Significaba volver a mi vida de la infancia, con árboles, ríos, bosques, un tipo de soledad familiar… Fuera está la campiña, es la Francia típica de las fotos de viñedos, y en el interior están todos los objetos que me traje de Kioto, se nota el gozo que siento al rodearme de elementos propios de Japón y de mis viajes por Asia, y eso se mezcla con mi vida occidental», subraya. Rose, la protagonista de su nueva obra, es una francesa de 40 años que también siente ese deslumbramiento al llegar al país nipón y, como la propia Barbery, toma un nuevo rumbo en su vida. «Antes de empezar a escribir la novela no sabía prácticamente nada de ella, solo que iba a ser la historia de una mujer que va a pasar de lo peor a lo mejor y que de repente tiene que enfrentarse a un cambio radical que provoca una metamorfosis. Lo que me interesaba era la historia de esa transformación, porque yo creo que realmente es posible, que hay instantes, tal vez pocos en la vida, en los que hay un giro y todo cambia», señala la autora.

Muriel Barbery

El escritorio de Barbery, donde escribe sus novelas. FOTO: LUIS RIDAO

Desconoce cómo surgen sus ideas: «Si lo supiera mis días serían mucho más fáciles. Cuando empiezas un libro tienes que sentir un deseo, y para mí ese deseo viene de la diferencia, de la novedad, de la posibilidad de explorar un nuevo campo del lenguaje, un nuevo registro de ficción. Siempre me siento desamparada frente a lo nuevo, y a la vez feliz de explorar esos territorios. A menudo son los personajes los que se imponen y hacen que tenga que seguirlos con los ojos cerrados». De Rose, asegura, le va a costar desprenderse. Le ha cedido a esta experta en botánica su pasión por la naturaleza. «Cuando llegué por primera vez a Kioto cogí un autobús desde Osaka y pensé que era el paisaje más horroroso que uno podía imaginar: una gran metrópolis, hormigón, cables eléctricos… Lo más espantoso dentro de la modernidad. Después descubrí los jardines. Y allí toda la fealdad desapareció de golpe, comprendí por qué este país ha fascinado a tanta gente. Me di cuenta de que incluso la fealdad del Japón contemporáneo me parecía algo atractivo».

Muriel Barbery

En el salón mandan dos cuadros, obra de su amigo el pintor holandés Arty Grimm. FOTO: LUIS RIDAO

La naturaleza y el arte son los hilos que unen a sus personajes y, según ella, también los asuntos de fondo comunes a todas sus obras. «Probablemente son los temas sobre los que más he escrito, porque he crecido en el campo, en la zona de la Turena, no muy lejos de donde estoy ahora. Pasé mi infancia en bicicleta, por los caminos de montaña, entre los bosques, cruzando ríos… Creo que eso me ha convertido en la mujer que soy, esta relación inocente y total con la naturaleza me ha modelado como persona, y de ahí viene también mi gusto por el arte, porque la naturaleza es el primer modelo del artista y la belleza se aprende primero a partir de la naturaleza». Ella, que ha vivido en la Provenza, Borgoña y Normandía, entiende que cada vez más gente opte por dejar las grandes ciudades y busque ese contacto con el campo, sobre todo en el último año por la pandemia. «Lo veo a mi alrededor, se están comprando muchas casas, hay mucho movimiento. Para mí esta es la vida ideal», apunta.

No nació en esa campiña gala, sino en Casablanca. Sus padres, ambos profesores de literatura, habían crecido en Marruecos y al tener una hija regresaron a Francia. «Pero seguían teniendo un gran cariño por ese país, íbamos todos los veranos a Rabat, me encantaba atravesar España para cruzar el Estrecho desde Algeciras, pasábamos por Burgos, Sevilla, Cádiz, Extremadura… Paisajes alucinantes», recuerda Barbery, que por eso eligió tierras extremeñas como escenario de Un país extraño.

Muriel Barbery

El comedor, en cuyas paredes se ve una serie de dibujos en tinta china: «Pueden parecer japoneses, pero los hicieron mi padre y mi abuelo, los descubrí hace cuatro años, cuando ya habían fallecido los dos». FOTO: LUIS RIDAO

En su casa está presente por todas partes ese gusto heredado por los libros, esparcidos por cada rincón. Cuenta que estos meses ha releído a uno de sus «autores de culto», Jean Genet, y que también ha hecho descubrimientos como Thésée, sa vie nouvelle, «una obra de Camille de Toledo publicada en 2020 en Francia con un lenguaje extremadamente bello, un libro realmente único que habla de la genealogía, de la transmisión, del peso de las familias, el paso de una generación a otra». Le preocupa mucho el uso de las palabras, tiene fama de corregir una y otra vez sus textos.

En Una rosa sola le parece que ha logrado desplegar una nueva voz: «Hace mucho tiempo leí a un autor de Latinoamérica que decía que su estilo, con los años, había ido mermando y se resistía con el tiempo a la seducción de una gran frase, brillante, generosa, para intentar llegar a algo mucho más profundo. Y para eso es necesario sobriedad y humildad. Cuando leí esto, como buena francesa a la que le gusta la riqueza de la lengua, utilizar un lenguaje con muchas florituras, pensé que eso no me iba a pasar nunca. Pero sí me está sucediendo. Cuanto más tiempo pasa, más ganas tengo de que ese jardín a la francesa tan rico y cargado sea un jardín japonés con solo algunos elementos minimalistas. Todavía estoy muy lejos, pero he disfrutado acortando las frases, sin caer en la seducción de adjetivos múltiples y de giros más complejos, he intentado alcanzar una mayor sobriedad». También le gustaría crear un jardín japonés fuera de su casa, aunque lo ve complicado: «Se necesitaría toda una vida para ello. Sí que por la gran sequía que hemos sufrido murieron algunos árboles del jardín y hace un mes plantamos tres arces japoneses que se mezclan con las esencias de aquí».

Muriel Barbery

La biblioteca (izda.), y ‘Petrus’, uno de sus cuatro gatos (los otros se laman ‘Ocha’, ‘Mizu’ y ‘Kirin’). FOTO: LUIS RIDAO

Mientras sueña con ese jardín zen entre viñedos cultiva su propio huerto y apuesta por desterrar los plásticos de su día a día. «Mis dos últimas novelas eran, en cierto modo, ecológicas. Cada vez estoy más decidida a militar, pero siempre he sido muy consciente de la importancia de la naturaleza y del drama que supone aniquilarla. Para mí no consumir plástico no ha sido una decisión, es algo que ha ido surgiendo porque cada vez más he necesitado rodearme de materiales orgánicos y naturales. En mi casa solo hay piedra, metal, madera… Me inquieta el futuro, con la covid hemos visto que hay un virus que ha penetrando interespecies y esto tiene que ver con el calentamiento global, va a tener unas consecuencias tremendas». Para ella los meses de confinamiento no supusieron una irrupción de la cotidianidad, afirma que le gusta estar aislada y que, como se encontraba en la etapa de corrección de su libro, la situación no afectó a su proceso creativo. Sí impulsó, en cambio, sus ganas de fusionar Japón y Francia, esta vez a través de la cocina: «Me encanta cocinar, y con las verduras de mi huerto, todavía más. He experimentado mucho, compré un libro de recetas japonesas ultrafáciles y empecé a hacer ramen, combino la pasta con los rillons de Touraine, una especialidad local. Y la mezcla queda muy pero que muy bien».