Cada ocho horas violan a una mujer en España. El
dato se repite en todo el mundo. Lo hace posible "el nivel de tolerancia social a las agresiones sexuales, una forma de entenderlas en la que el dominio, el control, la necesidad masculina se impone a todo lo demás". Así es como define para
Verne la cultura de la violación Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres. El término, acuñado por el feminismo de los años 70, ha tenido un uso extenso en este 2016 y por eso lo recuperamos en este Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres que se celebra cada 25 de noviembre.
Para Miguel Lorente, médico forense y exdelegado del Gobierno para la violencia de género, la cultura de la violación “hay que situarla en el contexto del machismo, de la desigualdad de la sociedad en la que el hombre considera que puede usar a la mujer como quiera”. En las relaciones personales esta construcción concibe a la mujer como una posesión. En las sociales, la ve como objeto. Es ahí donde se produce el hostigamiento, el abuso y la violación, explica a este diario.
La trivialización de los abusos sexuales, la cosificación de la mujer, la culpabilización de la víctima y la negación de la violación y la impunidad son ramificaciones de la misma violencia. Estas son algunas de las formas que han tomado estos fenómenos en 2016.
La ‘normalización’ de un impulso agresor
En televisión este año se han visto ejemplos que muestran muy bien esa concepción según la cual algunos hombres tendrían un impulso irrefrenable, incontrolable, que les impulsa a satisfacer sus deseos sexuales.
Pero el agresor sexual, según Lorente, que como forense ha visto muchos casos de cerca, no actúa para satisfacer ninguna necesidad sexual porque habitualmente es una persona normal, con acceso a relaciones y con pareja. Cuando viola, abusa o acosa no hace otra cosa que ejercer el poder a través del sexo, explica.
Marisa Soleto recuerda sobre todo
una emisión del programa de Telecinco Mujeres, Hombres y Viceversa “que ilustra a la perfección” esa construcción social del presunto impulso. El protagonista de la historia es Suso, un concursante de Gran Hermano, que viene a decir, en palabras de Soleto: “No me pongas en marcha porque si no, no respondo, y la culpa es tuya”. El momento fue este y dio lugar al trending topic
#SusoViolador:
2016 todavía puede dar sorpresas, pero quizás el ejemplo más sonado del año haya sido
la grabación de una conversación del ahora electo presidente estadounidense, Donald Trump, con el presentador Billy Bush en 2005. “Directamente empiezo a besarlas”, decía sobre las mujeres. “Cuando eres famoso, te dejan hacerles de todo. Agarrarlas por el coño. Lo que sea”, añadía chuleando. Esta semana la profesora Esperanza Bosch reflexionaba sobre la dificultad de trabajar sobre nuevos modelos de masculinidad cuando la masculinidad más rancia y tradicional te lleva a ser presidente de Estados Unidos, cuenta Soleto.
Esos impulsos se traducen en las historias de acoso que sufren a diario las mujeres.
Miles de ellas las compartieron en respuesta al escándalo de Trump, cuando la escritora Kelly Oxford compartió tres que le ocurrieron cuando era adolescente.
En español también se han difundido en distintas ocasiones, con la etiqueta
#MiPrimerAcoso y, en portugués, con
#PrimeiroAsseido. Un
mexicano analizó los datos de estos mensajes para mapear la edad a la que comienzan y encontró un patrón alarmante: el mayor pico se produce entre los seis y los 10 años.
Pasar del acoso a la violación (y grabarlo)
La cultura de la violación da fuelle al agresor y lo ampara. Evidencia, según Soleto, una falta de educación afectivosexual que enseñe que las relaciones sexuales deben ser fruto de un pacto en el que ambas partes ganen. “Se da ese desequilibrio en el que las mujeres son objetos de satisfacción de ellos y ellas tienen la culpa”.
“El caso de Pamplona refleja esa visión de la creencia de que se puede violar y quedar impune”. Se refiere al caso por el que se está juzgando a cinco sevillanos
acusados de violar a una joven de 18 años en las fiestas de San Fermín, en julio de este año. “Estamos muy pendientes todos los colectivos feministas, porque se dan varias circunstancias”, añade.
Lorente también lo ha seguido de cerca y le "preocupan mucho". Especialmente el de Pozoblanco, porque le recordó a otros "en los que se considera que no hay violación porque no se cumple con el estereotipo -que no es real, que está basado en películas y además malas- de que el violador se encuentra a la víctima sola, la coge y se la lleva a un sitio, le pega una paliza y la viola". Eso ocurre muy pocas veces, dice por experiencia. Lo que suele haber es "una situación de amenaza suficiente como para que la mujer no plantee una resistencia ante la percepción de que puede haber una consecuencia grave".
En octubre una campaña de Lincolnshire, en Reino Unido,
se ha hecho popular por la originalidad de una de sus iniciativas contra la violencia y el abuso sexual. La usuaria de Twitter
@iizzzzzi compartió un poster que vio en el baño en el que se invitaba a quienes necesitasen ayuda para salir de una situación tensa o de peligro, a que preguntasen por Ángela en la barra. El personal del bar sabría qué hacer para ayudarles.
He visto esto en los baños y he pensado que era importante y que es algo que debería ocurrir en todas partes, no solo en Lincolnshire.
La impunidad y la culpabilización de la víctima
No siempre hay alguien para ayudar. A veces lo que hay son cómplices como en el caso en que
una treintena de hombres violó a una menor en Brasil el pasado mes de mayo. Igual que en el caso de Pamplona, aquí también se grabó y
se compartió con chanzas el abuso. Presumían de su hazaña, mientras a ella la encontraron desnuda y ensangrentada y lo primero que el jefe de la Policía planteó es que podría no tratase de un acto sexual forzado.
"La impunidad necesita de la complicidad, de la connivencia de la sociedad", afirma Lorente, que señala que, entre el 15 y el 20% de las denuncias, se ataca y cuestiona a las víctimas. Otro dato que suele destacar en sus presentaciones y conferencias es que solo se denuncian un 20% de los casos y al final, apenas hay un 1% de condenas. "¡Claro que hay impunidad! La sensación es que si violas, no te pasa nada".
La ciudad quiere recordar, como dice la alcaldesa Manuela Carmena, que “el único culpable de una agresión es quien agrede”.
En realidad este año no han faltado casos para tirar del gráfico. Pasó cuando mataron a
las turistas argentinas Marina Menegazzo y María José Coni en Ecuador a finales de febrero por negarse a tener relaciones con quien después las asesinó. En Twitter muchos no tardaron en culparlas a ellas por viajar solas -aunque eran dos-, por meterse por donde no debían, etc. Una estudiante de Ciencias de la Comunicación de Paraguay escribió en su nombre
Ayer me mataron, una carta que decía: “Peor que la muerte, fue la humillación que vino después".
La cultura de la violación vuelca la responsabilidad en la víctima, igual que hacían los
consejos del Ministerio de Interior para evitar las agresiones. "La prevención de las agresiones ha recaído históricamente en las mujeres", señala la directora de la Fundación Mujeres, que como muchas, recuerda a su abuela decir: "Hija, tú sabes que eres tú la que se tiene que guardar".
Miguel Lorente cree que ya va siendo hora de mandarle un mensaje a ellos. "No se puede decir siempre a las mujeres 'no vayas por ese sitio sola', mientras ellos no son cuestionados por la conducta de agresión sexual. Los hombres deberían además desmarcarse de ellos, de los agresores".
No existen recetas mágicas para acabar con la cultura de la violación, dice el experto. Hace falta prevención a través de la educación y concienciación. Y trabajar en la respuesta, en la atención hospitalaria y en un sistema judicial "que no dude sistemáticamente de la palabra de la mujer, que investigue siempre incluso si se dan aparentes contradicciones, porque es lo normal después de una situación así".
Marisa Soleto ve complicado un cambio sustancial en una época en la que un hombre como Trump gana las elecciones de Estados Unidos y cuando "los patrones de la sexualidad están construidos en la pornografía". Hay que llevar a las escuelas la educación afectivosexual, los nuevos modelos de masculinidad, dice. Todavía falta para que
este corto francés que refleja el miedo al volver a casa quede anticuado.
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