La española Teresa Meana Suárez es una ardiente feminista desde la época del franquismo. Filóloga y docente y, a partir de ahora, huésped de honor de la Ciudad de Buenos Aires, su militancia se abrió camino por los pueblos de España, desde aquella época en que las mujeres preguntaban por el orgasmo, y se ancló en la pasión por un lenguaje no sexista que nombre y represente todo aquello que se resiste a ser nombrado.
Fuente: Página/12 - Suplemento Las 12 Por Flor Monfort
Para ella, lo primero fue el feminismo. Empezó a reunirse clandestinamente con sus compañeras en la universidad, allá por 1975, cuando el régimen de Franco trastabillaba antes de su muerte pero todavía faltaba mucho para sacar su huella de la mentalidad española. Leían los textos prohibidos y pronto se organizaron para armar jornadas, debates y charlas que les dieran cuerpo a esas ideas que defendían con la cabeza y el cuerpo. Teresa Meana Suárez estudiaba filología románica y, según dice, “me gustaba la lengua pero todavía no la relacionaba con el feminismo”. Los recuerdos de esa época la sitúan en una red de mujeres que se reunían y no dejaban entrar a los hombres, lo que alteraba a la muchachada “Nos decían ‘¿pero qué hacen ahí solitas?’, porque ya sabés que cuando no hay un hombre estamos ‘solas’, aunque seamos muchas”, pero ya eran conscientes de la cantidad de cosas por modificar. “No es que no había divorcio (que no es una reivindicación feminista sino un derecho democrático) sino que no había nada: no podías abrir una cuenta en el banco sin la firma de tu padre o tu marido, no podías sacar la licencia de conducir. Ante la ley, las mujeres éramos débiles mentales”, recuerda.
Si tiene que volver los pasos sobre aquella historia para rastrear el origen de su pasión, cuenta esta anécdota: “Estábamos en una asamblea en la facultad, éramos dos mil, y uno dijo ‘esto es una asamblea, qué cojones’ y otro le contestó ‘cuidar las palabras que hay señoritas’. Cuando le tocó el turno a una amiga mía, se paró y dijo: yo solo quiero decir una sola cosa: cojones. A mí me encantó, me pareció que acababa de devolvernos la existencia, el derecho a todas las palabras. Algunos años después y tras recorrer muchos pueblos de España asesorando a tantas sobre su sexualidad, sus derechos y la importancia de su autonomía, aprendí que las mujeres no podemos utilizar un lenguaje que va contra nosotras mismas”. Sin embargo, y todavía en aquel momento, había que hablar el único lenguaje existente, que era el masculino, porque no hablar equivalía a aceptar el silencio. “Y eso jamás, calladas nunca”, replica. ¿Cuáles fueron las primeras discusiones para un uso no sexista del lenguaje?
–A mediados de los ’80 nos empezamos a dar cuenta cómo la lengua es importante en la construcción del pensamiento, en la transmisión de la realidad. La sociedad es sexista, claro, y racista, y clasista, y la lengua es un reflejo de esa sociedad, pero no vamos a esperar que cambie la sociedad, porque si no cambia la lengua nunca va a cambiar la sociedad. La lengua no sólo refleja la realidad, también la crea, la ilumina o la oscurece. En los medios de comunicación la lengua no es un reflejo, es una lente de aumento: lo que no se nombra, no existe, se sabe, pero además cuando la relación es tan fuerte entre lengua y realidad, tenemos que incidir paralelamente en ambas. Por otro lado, si la lengua es un cuerpo vivo en evolución constante, ¿cómo no va a tener recursos, instrumentos, herramientas para nombrar en femenino cargos, oficios, profesiones que antes no lo tenían porque las mujeres no los ocupaban? Si las lenguas son amplias, dúctiles, generosas, maleables, entonces lo que tienen que hacer es nombrar la realidad. ¿Cuántas mentiras históricas hay atrás de una lengua que designó una realidad distorsionada?
–Muchas. Una muy importante es el “sufragio universal”: los hombres no todos votaban, pero las mujeres ni una. Si en lugar de decir “sociedad de cazadores y recolectores”, dices “sociedad de recolectoras y cazadores” vas a estar diciendo la verdad. Yo no sé quién inventó la rueda, seguro que fue un hombre, pero yo sé que el hombre no inventó la agricultura. Todo el mundo sabe que las mujeres se quedaban quietas con la prole y ellos iban a cazar. Si yo digo “las recolectoras” es la misma lengua la que me obliga a traer los inventos, los quehaceres de las mujeres en la historia. A las reuniones de padres sólo iban las madres, desde que se llaman “de madres y padres”, van muchos más padres. Las mujeres ya sabemos que existimos, pero queremos estar en la lengua en igualdad de condiciones porque al ser nombradas nos sentimos más dueñas de nuestro destino. Sabemos que hay violencia en todo, pero el hecho de ser mujer es un factor de riesgo, y esa violencia hubo que nombrarla, porque al ponerle nombre puedes enfrentarte a ella. ¿Y para Ud. cuál es la mejor manera de nombrarla? A muchas feministas no les gusta “violencia de género” porque corre para ambos sexos.
–Sí, prefiero “violencia contra las mujeres”. También se puede llamar “violencia masculina”, “violencia machista”, “violencia sexista”. “Violencia doméstica” hace referencia sólo al ámbito de la casa y “violencia intrafamiliar” es muy amplio, porque puede ser un hermano maltratando a otro. La ley se llama “ley integral contra la violencia de género”, pero esto dio pie a que un presentador de la televisión de allá diga “un nuevo caso de violencia de género aunque en este caso la víctima es un hombre”, por eso no me gusta. Hay muchas feministas que apoyan ese nombre porque les parece que marca justamente a la violencia como género. Pero apenas salió la ley, la Real Academia se puso como una fiera, dijo que era una traducción mala de “gender” y que género se podía confundir con el gramatical, con una tela, etcétera. Es tan indignante que la RAE ignore una parte importantísima de la cultura como son los estudios feministas y la definición de género. Todo el mundo conoce la teoría marxista y lo que significa el concepto de clase. Sin embargo, “clase” se puede confundir con otras cosas, y a la Real Academia no le importa. Entonces como a la RAE no le gusta, a mí me empezó a gustar más “violencia de género”, porque basta que a ellos no les parezca para que a mí sí. ¿Feminicidio es una palabra que surgió en América latina?
–Sí. “Homicidio” viene de la misma raíz que hombre, así que feminicidio marca esa diferencia, me parece muy buena la palabra. Lamentablemente seguimos asistiendo a que la prensa ponga “drama pasional”, andá a saber qué tendrá que ver la pasión con todo esto, o la justificación en el titular, por ejemplo “Acuchilla a su esposa infiel” o “Preso de la ira, asesina a su mujer”. El sujeto hay que ponerlo siempre, en vez de “Una mujer asesinada en Murcia”, “Un marido asesina a su mujer en Murcia” o en vez de “Algunas mujeres sufren violencia de género”, “Algunos maridos torturan privadamente a sus mujeres”. Hay que poner el foco donde hay que ponerlo. El castellano tiene refranes misóginos para tirar por la ventana.
–Muchos, pero el más terrible es “Entre marido y mujer no te debes de meter”. Eso de las cuatro paredes es terrorífico y creo que en España lo fuimos rompiendo. Y si alguien ve una agresión, interviene o llama a la policía. En el año ’75 asistimos a una mujer que el marido le había pegado en la calle y uno que estaba adelante dijo: “Ah sí, yo vi que le pegaba pero pensé que sería el marido”. Eso hoy no pasaría. Igual que uno no puede decir “qué buenos los nazis”, aunque mucha gente lo piensa. Después tenemos “la maté porque era mía” o “mía o de la tumba fría” o esos dichos tan tremendos. Pero falta mucho para desterrar la misoginia del lenguaje.
–Sí. Hay un libro de un psicólogo Miguel Lorenti que se titula Mi marido me pega lo normal. Es decir antes no se veía nada, “me pega cuando pierde el equipo de fútbol”, ahora se ve la punta del iceberg pero debajo del agua hay muchísimo todavía. Porque hay tantísima violencia contra las mujeres en países donde se supone que las mujeres han obtenido más, como Suecia, Noruega o Islandia, donde las mujeres ocupan todos los cargos y tienen independencia económica y, sin embargo, sigue habiendo violencia. Yo creo que ahora tenemos que desmontar toda la educación romántica, amorosa, sentimental, eso tan tremendo de que cuando te enamoras pierdes el norte, el sur, el este y el oeste, y que tu novio te demuestre celos es bueno, todo lo de la posesión, toda esa estructura está sin tocar. Yo tengo una alumna de 17 años que por la mañana se viste antes de ir al instituto, se pone la webcam y su novio le dice desde su casa “eso te lo quitas”, y ella se viste como él le indica. Hay una cosa muy sencilla y es que cuando las cosas no funcionan te vas, puedes hacer lo que quieras. Y mira de dónde estamos hablando, porque si miras a Africa, las mujeres que atraviesan medio continente para llegar a Europa, dos millones de niñas por año a las que les practican la ablación del clítoris, que en América latina el aborto es ilegal o que las lesbianas no lo puedan contar en sus trabajos o en su familia. En una entrevista dijo que la arroba le parecía poco creativa para nombrar a hombres y mujeres.
–Sí, pero ahora no pienso lo mismo. La arroba no es un signo lingüístico, entonces no suena en el lenguaje oral. Tampoco puedes poner un texto lleno de arrobas porque no hay quien lo lea, pero yo creo que como icono, en un cartel, en una pancarta, en una camiseta, funciona. Si pones, por ejemplo, “niñ@s, al cine” estás diciendo que estás pensando también en ellas. La gente joven lo tiene muy interiorizado, entonces es un elemento más pero no debería ser el único. Y ahora hay problemas con todo lo de la teoría queer: hay gente que no quiere la arroba porque representa el binarismo de los géneros, entonces proponen un asterisco o una equis. ¿Y qué piensa de esas propuestas?
–No las comparto, porque creo que todavía las mujeres estamos en tiempo de nombrarnos. Es muy importante poner las dos formas, el masculino y femenino, siempre que se pueda, pero además tenemos muchísimos genéricos en castellano. Yo soy del profesorado y del vecindario, no soy de los profesores ni de los vecinos, yo soy de la ciudadanía, no de los ciudadanos. También los abstractos: la redacción en vez de los redactores. Una cosa tremenda que hacen acá: muchas mujeres hablan en masculino, dicen “Cuando uno piensa” o “nosotros pensamos”. El otro día escuché aquí, “nosotros las lesbianas”. Son vicios que hay que combatir. Lo cierto es que hay muchísimas posibilidades. El lenguaje te permite hacer lo que quieras porque además cuando se discuten cosas que relacionan sexo con género gramatical nunca se está hablando de lengua, siempre se está hablando de otra cosa: las trabas son ideológicas. La lengua no tiene ningún problema. Yo trabajo contra la resistencia de ciertas academias que creen que la lengua es algo sacrosanto e intocable sentada a la derecha de dios padre y se dedican a bromear “les vamos a meter las votas en los urnos”, “Yo voy a ser novelisto, periodisto y persono” o “el macho de la foca es el foco”. –De hecho acá se ha hecho mucho humor con eso. La Presidenta, quien siempre usa ambos géneros y exige que se la llame “la presidenta”, es objeto de ese tipo de bromas.
–Eso es mala fe, es no querer escuchar, no querer leer, no querer aprender. El género gramatical es una convención, es algo arbitrario, un acuerdo entre hablantes: les llamamos accidentes gramaticales, le llamamos LA mesa pero le podríamos haber llamado EL mesa. Pero cuando el género gramatical se refiere a seres sexuados, forma en nuestra mente, sobre el género masculino, seres de sexo masculino, y sobre el género femenino, seres del sexo femenino. Un día pusimos a dos escuelas a hacer un ejercicio: que niños y niñas de 5 años dibujaran la boda del tenedor y la cuchara. Una escuela era castellana y la otra era catalano parlante. Los primeros pusieron a la cuchara de novia y al tenedor de novio, pero los catalanes tienen la cullera y la forqueta, ambas de género femenino, entonces les dio igual, a veces la cullera era la novia o al revés. Entonces por eso me parece tan importante nombrar. Si yo me rompo un brazo puedo decir que me rompí un miembro, pero si me rompo la pierna no diré que me rompí la miembra, en cambio, como mujer, yo puedo ser miembra de lo que me dé la gana. En Panamá, por ejemplo, ponen “los miembros y miembras del Parlamento”, no hay ningún problema. Hay una carta pública que usted le escribió a Javier Marias donde lo manda al psiquiatro.
–El dice que las feministas odiamos el latín y que entonces presentemos nuestras quejas a las deidades romanas. Yo le contesté, “pues entonces deberíamos hacer como el pueblo romano, que invocaba a dioses y diosas por separado, porque temían que las deidades no escucharan sus ruegos si solamente utilizaban una forma. Es que cada tres meses escribe sobre esto, por eso lo mandé al psiquiatro. El decía, en el colmo de la tontería, y encima es académico de la lengua, que no vamos a decir jueza porque no decimos juezo. Yo le decía “Ya, tampoco decimos andaluzo, decimos andaluz-andaluza. Pero además, andaluzas hubo siempre, y las juezas son de reciente existencia”. Aunque seamos mayoría en la carrera judicial, él no se enteró todavía. Cuando las mujeres invadieron el comercio, se empezó a decir dependienta tranquilamente, también se dice asistenta, o se dice sastra, ¿qué pasa con presidenta entonces? Si yo puedo ser profesora, ¿por qué Angela Merkel tiene que ser la canciller y no la cancillera? Pero la Academia no lo acepta...
–Eso es otra cosa. Hay muchísimas palabras que no están aceptadas porque una de sus normas es que no podemos cuestionar las normas, o que no podamos preguntarnos para qué existen. Hay un lingüista que en 1921 decía “si nos queremos dar cuenta de la diferencia entre masculino y femenino, no podremos hacerlo más que remontándonos a la situación social respectiva de mujeres y hombres en la época en la que se forjaron estas normas”. Cuando lo cuento nadie me lo cree, pero la última edición revisada del diccionario de la RAE que tiene palabras como piercing, en la definición de huérfano/a dice “a quien se le ha muerto el padre y la madre, o solo uno de los dos, preferiblemente el padre”. El diccionario no refleja la lengua, refleja el poder de quien hace diccionarios. Cada lengua tiene su universo de sentidos, ¿cómo es en otras lenguas?
–Todas las lenguas tienen el patriarcado, todas las lenguas son sexistas pero las manifestaciones son muy distintas. El masculino que a veces es específico y a veces es genérico, les pasa a las lenguas que provienen del latín. En inglés, si digo “my friend”, no sé si estoy hablando de un amigo o de una amiga, pero ¿y esa lista de palabras terminadas en man? Cameraman, milkman, barman... Si yo nombro niñas y niños no estoy repitiendo, estoy nombrando, y el lenguaje está para eso. Como dice Ana Mañeru, ¿quién decide esa especie de minimalismo llevada al extremo, esa especie de belleza mutilada que borra las experiencias de las mujeres, que borra los aportes, que nos hace invisibles del lenguaje? ¿Qué efectos produce el sexismo en el lenguaje?
–Dos fenómenos, uno es la ocultación, la invisibilidad, la resistencia, pero también el menosprecio, todos esos ejemplos donde el masculino es algo y el femenino es un insulto. Si buscás “sereno” es “hombre frío”, pero “mujer fría” es “frígida”. Hay miles de ejemplos. “Gobernante: que decide los designios de un país. Gobernanta: que dirige la planta de un hotel”. El lenguaje es algo inconsciente, que usamos sin pensar, arrastra mucha inercia, hay que desmontar todo lo que nos enseñaron, pero si quieres nombrar a las mujeres encontrarás la manera. A partir de que una persona se da cuenta de la importancia de la lengua en la construcción del pensamiento, en la transmisión de la realidad, como instrumento en la lucha por una sociedad no sexista, habrá gente que no quiera cambiar su lenguaje, pero por lo menos el uso será consciente. Y si quieres hacerlo, encontrarás la manera. |