lunes, 2 de enero de 2012
Recordando a La Maga
" Oí, esto sólo para vos, para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde hueco era yo, vos temblabas, pura y librecomo una llama, como un río de mercurio...» (pág.12)
Recora
" Oí, esto sólo para vos, para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde hueco era yo, vos temblabas, pura y librecomo una llama, como un río de mercurio...» (pág.12)
"Escritos 1 " Julio Cortázar
Pañuelos
Un fama es muy rico y tiene sirvienta. Este fama usaun pañuelo y lo tira al cesto de los papeles. Usa otro, y lo tira al cesto. Va tirando al cesto todos los pañuelos usa-dos. Cuando se le acaban, compra otra caja.La sirvienta recoge los pañuelos y los guarda para ella. Como está muy sorprendida por la conducta del fama,un día no puede contenerse y le pregunta si verdaderamente los pañuelos son para tirar.Gran idiota dice el fama, no había que preguntar. Desde ahora lavarás mis pañuelos y yo ahorraré dinero.
Comercio
Los famas habían puesto una fábrica de mangueras,y emplearon a numerosos cronopios para el enrollado y apenas los cronopios estuvieron en el lugardel hecho, una grandísima alegría. Había mangueras ver-des, rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas se veía correr el agua con todas susburbujas y a veces un sorprendido insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían bailartregua y bailar catala en vez de trabajar. Los famas se en-furecieron y aplicaron en seguida los artículos 21, 22 y23 del reglamento interno. A fin de evitar la repeticiónde tales hechos.Como los famas son muy descuidados, los cronopiosesperaron circunstancias favorables y cargaron muchí-simas mangueras en un camión. Cuando encontraban unaniña, cortaban un pedazo de manguera azul y se la obse-quiaban para que pudiese saltar a la manguera. Así entodas las esquinas se vieron nacer bellísimas burbujasazules transparentes, con una niña adentro que parecíauna ardilla en su jaula. Los padres de la niña aspirabana quitarle la manguera para regar el jardín, pero se supoque los astutos cronopios las habían pinchado de modoque el agua se hacía pedazos en ellas y no servía paranada. Al final los padres se cansaban y la niña iba a laesquina y saltaba y saltaba.Con las mangueras amarillas los cronopios adorna-ron diversos monumentos, y con las mangueras verdestendieron trampas al modo africano en pleno rosedal,para ver cómo las esperanzas caían una a una. Alrededor de las esperanzas caídas los cronopios bailaban tregua y bailaban catala, y las esperanzas les reprochabansu acción diciendo así:Crueles cronopios cruentos. ¡Crueles!Los cronopios, que no deseaban ningún mal a las es-peranzas, las ayudaban a levantarse y les regalaban pedazos de manguera roja. Así las esperanzas pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso de sus anhelos: regar los jardines verdes con mangueras rojas.Los famas cerraron la fábrica y dieron un banquetelleno de discursos fúnebres y camareros que servían elpescado en medio de grandes suspiros. Y no invitaron aningún cronopio, y solamente a las esperanzas que nohabían caído en las trampas del rosedal, porque las otrasse habían quedado con pedazos de manguera y los famas estaban enojados con esas esperanzas.
Historia
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puertade la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí sedetenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
Insolencia, humor y excentricidad Con flemática ironía
Por Eduardo Berti
La Nación, Suplemento Cultura, 22.07.1998
MI PADRE, MI MADRE, LORD BENTLEY, EL CANICHE, LORD KITCHENER Y EL RATON
Por Sylvia Townsend Warner
(Barcelona, Lumen) - 226 páginas
POCO conocida en Argentina, figura de considerable culto en Gran Bretaña a raíz de sus novelas Lolly Willowes (1926) y Mr. Fortune´s Maggot (1927), y de una vida que desafió las convenciones -incluyó una resonante militancia comunista y un notorio romance con la también escritora Valentine Ackland-, Sylvia Townsend Warner merece además ser presentada como poeta, como la traductora al inglés de Contra Saint-Beuve, de Marcel Proust, y como una cuentista magistral.
Nacida en 1893, hija de un profesor de historia, Townsend Warner colaboró con la revista New Yorker desde mayo de 1936 hasta su muerte en 1978. En todo ese tiempo trabó amistad con el editor y narrador William Maxwell y llegó a publicar más de 150 cuentos. De semejante cosecha, la editorial Lumen ha seleccionado once relatos, reunidos bajo un título nada fácil de memorizar.
Por definición -y salvo muy raras excepciones- todo volumen de cuentos es "desparejo". Claro que la irregularidad siempre tiene matices y, en este caso, ocurre que los relatos menos satisfactorios no están para nada lejos de los verdaderamente buenos ("Desagravio", "Sus apacibles vidas", "Vivir para los demás") y de los dos que, sin duda, se destacan como los mejores: "Idenborough" y "Amantes".
Sylvia Townsend Warner (y no Silvia, como informa por error la tapa) escribió "Amantes" en 1963. Un clima siniestro (entendiendo como "siniestro" lo extraño en un contexto familiar) atraviesa este cuento que trata la historia de dos hermanos incestuosos. Celia Tizard, que ha perdido en el frente a su joven y flamante esposo Tim, recibe a su hermano Justin de "permiso" después de una batalla. La bienvenida a Justin es tan exagerada que Warner escribe: "Era como si lo hubiese preparado todo por Tim...". Una noche, Celia se descubre de pie ante la cama de su hermano, "tratando de despertar al hombre que (...) caso de despertarlo sería Justin". Lo que sigue, aunque puede imaginarse (Warner expande hasta el límite el significado de la palabra "permiso"), conviene ser leído.
Cuento de enorme sutileza, "Idenborough" combina la "memoria involuntaria" de Proust con ese tono de epifanía nostálgica que hay, por ejemplo, en la última escena de "Los muertos", de James Joyce. La historia es simple: una mujer viaja por Inglaterra con su segundo marido y llega por accidente a un pueblo donde, según recuerda, muchos años atrás vivió una inolvidable aventura amorosa y le fue infiel a su primer esposo. "Reincidiendo en la deslealtad, ella miraba al frente, humedeciéndose los labios, impaciente por reconocer el paraje", escribe Warner, al tiempo que esconde en la manga un desenlace agudo y sorpresivo.
De todos los relatos agrupados en este volumen, "Vivir para los demás" es acaso el de mayor resonancia autobiográfica porque tiene como protagonista a un compositor, profesión que la autora estuvo a punto de abrazar en desmedro de la literatura.
Insolencia, humor y excentricidad son elementos tan propios de Warner como la bruma de misterio que a menudo envuelve los hechos o la frialdad que exhibe la voz del narrador. Leer estos cuentos es acercarse al mundo de una escritora de primer nivel, cuya flemática ironía alcanza su cumbre en una escena de "Desagravio". En ese cuento, la ex mujer de un personaje de nombre Fenton vuelve a su antiguo domicilio conyugal para, con el consentimiento de la joven "sustituta", cocinar el plato favorito de su ex esposo. Mientras la "sustituta" tiene ante sus ojos asombrados "una esposa que Fenton nunca le había descrito", la "sustituida" lamenta que los cuchillos se hayan oxidado, pero igual se pone manos a la obra. "Estará listo a las siete. Hay que dejarlo hervir a fuego lento, no a borbotones", dice una nota que encuentra Fenton al regreso del trabajo. La nota, escrita al dorso de una tarjeta de visita, es una muestra perfecta de ese tono provocador y escueto que tanto identifica a Sylvia Townsend Warner.
La Nación, Suplemento Cultura, 22.07.1998
MI PADRE, MI MADRE, LORD BENTLEY, EL CANICHE, LORD KITCHENER Y EL RATON
Por Sylvia Townsend Warner
(Barcelona, Lumen) - 226 páginas
POCO conocida en Argentina, figura de considerable culto en Gran Bretaña a raíz de sus novelas Lolly Willowes (1926) y Mr. Fortune´s Maggot (1927), y de una vida que desafió las convenciones -incluyó una resonante militancia comunista y un notorio romance con la también escritora Valentine Ackland-, Sylvia Townsend Warner merece además ser presentada como poeta, como la traductora al inglés de Contra Saint-Beuve, de Marcel Proust, y como una cuentista magistral.
Nacida en 1893, hija de un profesor de historia, Townsend Warner colaboró con la revista New Yorker desde mayo de 1936 hasta su muerte en 1978. En todo ese tiempo trabó amistad con el editor y narrador William Maxwell y llegó a publicar más de 150 cuentos. De semejante cosecha, la editorial Lumen ha seleccionado once relatos, reunidos bajo un título nada fácil de memorizar.
Por definición -y salvo muy raras excepciones- todo volumen de cuentos es "desparejo". Claro que la irregularidad siempre tiene matices y, en este caso, ocurre que los relatos menos satisfactorios no están para nada lejos de los verdaderamente buenos ("Desagravio", "Sus apacibles vidas", "Vivir para los demás") y de los dos que, sin duda, se destacan como los mejores: "Idenborough" y "Amantes".
Sylvia Townsend Warner (y no Silvia, como informa por error la tapa) escribió "Amantes" en 1963. Un clima siniestro (entendiendo como "siniestro" lo extraño en un contexto familiar) atraviesa este cuento que trata la historia de dos hermanos incestuosos. Celia Tizard, que ha perdido en el frente a su joven y flamante esposo Tim, recibe a su hermano Justin de "permiso" después de una batalla. La bienvenida a Justin es tan exagerada que Warner escribe: "Era como si lo hubiese preparado todo por Tim...". Una noche, Celia se descubre de pie ante la cama de su hermano, "tratando de despertar al hombre que (...) caso de despertarlo sería Justin". Lo que sigue, aunque puede imaginarse (Warner expande hasta el límite el significado de la palabra "permiso"), conviene ser leído.
Cuento de enorme sutileza, "Idenborough" combina la "memoria involuntaria" de Proust con ese tono de epifanía nostálgica que hay, por ejemplo, en la última escena de "Los muertos", de James Joyce. La historia es simple: una mujer viaja por Inglaterra con su segundo marido y llega por accidente a un pueblo donde, según recuerda, muchos años atrás vivió una inolvidable aventura amorosa y le fue infiel a su primer esposo. "Reincidiendo en la deslealtad, ella miraba al frente, humedeciéndose los labios, impaciente por reconocer el paraje", escribe Warner, al tiempo que esconde en la manga un desenlace agudo y sorpresivo.
De todos los relatos agrupados en este volumen, "Vivir para los demás" es acaso el de mayor resonancia autobiográfica porque tiene como protagonista a un compositor, profesión que la autora estuvo a punto de abrazar en desmedro de la literatura.
Insolencia, humor y excentricidad son elementos tan propios de Warner como la bruma de misterio que a menudo envuelve los hechos o la frialdad que exhibe la voz del narrador. Leer estos cuentos es acercarse al mundo de una escritora de primer nivel, cuya flemática ironía alcanza su cumbre en una escena de "Desagravio". En ese cuento, la ex mujer de un personaje de nombre Fenton vuelve a su antiguo domicilio conyugal para, con el consentimiento de la joven "sustituta", cocinar el plato favorito de su ex esposo. Mientras la "sustituta" tiene ante sus ojos asombrados "una esposa que Fenton nunca le había descrito", la "sustituida" lamenta que los cuchillos se hayan oxidado, pero igual se pone manos a la obra. "Estará listo a las siete. Hay que dejarlo hervir a fuego lento, no a borbotones", dice una nota que encuentra Fenton al regreso del trabajo. La nota, escrita al dorso de una tarjeta de visita, es una muestra perfecta de ese tono provocador y escueto que tanto identifica a Sylvia Townsend Warner.
VERA NABOKOV La enemiga de Lolita
Por Eduardo Berti
Suplemento cultural diario La Nación, Buenos Aires, 6 de febrero de 2000
Cuando la investigadora Stacy Schiff, después de publicar en 1994 una completa biografía de Saint-Exupery, anunció a sus amigos y colegas que se aprestaba a indagar la vida de Vera Nabokov, esposa por 52 años del autor de Lolita, casi todos intentaron disuadirla. La mujer había llevado una existencia poco menos que invisible, discretamente a la sombra de su amado Vladimir. ¿Cómo hacer para atrapar el fantasma? Hoy, ya publicado en inglés y en francés su encomiable Vera o la vida con Nabokov, Schiff puede sonreír orgullosa: el fantasma se ha corporizado, todo gracias a su perseverancia y a la ayuda de diversas personas, entre ellas Dmitri Nabokov, quien puso al alcance de la biógrafa el preciado diario íntimo de su madre.
"La señora Nabokov ejerció una influencia enorme sobre uno de los mayores escritores de nuestra época", considera Schiff. "Pensé que a través de ella podría hacer, además, un retrato oblicuo y revelador de su marido. La vida de Vera tal vez no nos haga descubrir nuevos estratos de la obra de Nabokov, pero nos dice mucho acerca del autor".
Vladimir Nabokov no tiene veinticinco años cuando conoce en Berlín, en un baile de máscaras, a Vera Evseievna Slonim. Las familias de ambos han dejado San Petersburgo debido a la revolución bolchevique. Para la fecha, 1923, hay medio millón de rusos radicados en Berlín y 86 editoriales de emigrados, entre ellas la fundada por el señor Evsei Slonim, padre de Vera. Por entonces Vladimir escribe poemas y firma como Sirin. Vera --nacida en 1902-- no sólo conoce la obra de Sirin sino que es capaz de recitar algunos de sus versos de memoria. Muchos amigos de Nabokov se consternan al saber que Vera es judía. Lo mismo algunos familiares. Haciendo oídos sordos, Volodia se casa con ella el 15 de abril de 1925. Meses atrás --estima Schiff que bajo el influjo de Vera-- ha dejado a un lado la poesía y el alias de Sirin para ponerse a escribir su primera novela: Mashenka.
"Delgada, de huesos muy finos, Vera tenía una tez transparente y un porte de reina", describe Schiff en su libro. Lo mismo que Vladimir, era ella una aristócrata con ideas democráticas. Lo mismo que Vladimir, desdeñaba a Freud. Lo mismo que Vladimir, era una fervorosa amante de las artes. "Nos parecemos terriblemente", dice una carta de Nabokov a Vera. "A los dos nos gusta 1) introducir discretamente palabras extranjeras, 2) citar pasajes de nuestros libros favoritos, 3) traducir nuestras impresiones de un sentido (la vista, por ejemplo) a otro (el gusto, por ejemplo)...".
El libro de Schiff tiende a mostrar cuán indispensable ha sido Vera para Vladimir, tanto el hombre como el escritor. Usualmente Nabokov recitaba de memoria un listado con las cosas que jamás había aprendido a hacer: tipear a máquina, contestar el teléfono, hallar un objeto extraviado, conducir, cortar la página de un libro, dedicar su tiempo a un "filisteo". De todos estos menesteres se encargaba Vera, para que su esposo existiera "sólo a través del arte".
En la historia de las letras rusas abundan los casos de mujeres inmoladas al servicio de un esposo literato. Se cuenta que Sofía, mujer de Tolstoi, copió siete u ocho veces el manuscrito de La guerra y la paz; se sabe que la estenógrafa a quien Dostoievski dictó El jugador acabó siendo su segunda mujer. Lo peculiar de Vera, afirma Schiff, es que ayudar a su marido nunca fue para ella una condena, sino una "misión" que abrazó con agrado. Fue "mucho más que una mera dactilógrafa", señala Schiff, aunque menos que una "colaboradora directa". Fue la primera lectora de Nabokov y él tomaba seriamente sus dictámenes. Fue su público y su crítica, su chofer y su enfermera, su agente literaria, su compañera en la caza de mariposas y también quien salvó de las llamas el borrador de Lolita. Aunque en vida Vera odiaba ser llamada "musa", fue por lo menos el modelo para muchos personajes femeninos de su esposo: Zina, la heroína de su última novela europea, El don (o La dádiva), y también Clare en La verdadera vida de Sebastian Knight, su primera novela norteamericana.
La investigación de Shiff completa aquellas zonas que quedaban más o menos penumbrosas en la biografía monumental de Brian Boyd sobre Nabokov, sobre todo en lo que se refiere a bambalinas familiares, o a las acusaciones que cayeron sobre Vera cuando su marido abandonó el idioma ruso para dedicarse a escribir en inglés. Más que un estudio literario, Vera ofrece un retrato abundante y complejo, salpicado de anécdotas jugosas. La misma Vera Slonim que en su temprana juventud habría participado en un complot para matar a Trotsky es la esposa abnegaba que en 1955 obtiene un permiso para portar un arma calibre .38 con el fin de "protegernos cuando viajamos a regiones lejanas a hacer investigaciones entomológicas". La misma madre que no quiere que su hijo de doce años lea Tom Sawyer porque se trata de "un libro indecente", es la mujer que defiende con ardor la novela Lolita y se indigna frente a los que hacen un análisis moral de la obra, en vez de literario.
Gracias a Schiff descubrimos los gustos literarios de Vera: leía con entusiasmo a Robbe-Grillet, Scott Fitzgerald y Evelyn Waugh, rechazaba a Pasternak y Dostoievski con el mismo rigor que Vladimir. Era raro que sus opiniones fueran divergentes. Cierta vez que su marido ponderó la obra de George Eliot, Vera exclamó horrorizada: "¿Pero cómo pude casarme contigo?".
A mediados de los años cuarenta, Nabokov comenzó a dictar cursos de literatura rusa y europea en universidades norteamericanas. Vera decidió comprar un auto, un Plymouth 1940 color beige, y obtuvo "en tiempo record" la licencia para conducir y llevar a su esposo al campus. Los alumnos pronto se habituaron a esa mujer delgada y serena que, a veces, incluso intervenía en la mitad de una clase para corregir un leve error en una cita apresurada de Gogol o de Pushkin. Para su libro, Schiff tuvo la feliz ocurrencia de entrevistar a varios ex alumnos. De esta forma se enteró de los rumores y leyendas que corrían acerca de la señora Nabokov, a quien unos apodaban "la condesa" y otros "el águila gris":
Según los estudiantes, Vera estaba siempre allí:
a) para recordar a todos que el profesor era un genio,
b) porque Nabokov tenía problemas de salud y ella lllevaba a todas partes los remedios,
c) porque no era su mujer, sino su madre,
d) porque en realidad él era ciego y ella lo guiaba,
e) para alejar del profesor a las jóvenes estudiantes (y esto mucho antes de Lolita).
Ningún alumno sabía que, en realidad, era Vera quien corregía los exámenes. En cuanto a la última hipótesis --acaso la menos falsa de todas--, la esporádica presencia de "la condesa" no impidió que el profesor Nabokov tuviera un romance con una alumna de Wellesley llamada Katherine. "Nabokov era fiel sólo lo indispensable", afirma Schiff. "Como lo atestiguan sus escritos, era muy sensible a la belleza en todas sus formas, particularmente a la belleza femenina. Su esposa no ignoraba que él era un seductor impenitente. El matrimonio estuvo a punto de naufragar en 1937, debido a una aventura pasional. Sus amigos se preguntaron entonces si Nabokov sería capaz de dejar a Vera, tan esencial para su vida y su obra. El tiempo demostró que no".
En los años cincuenta, aún en los Estados Unidos y antes de su última mudanza a Suiza, los Nabobov "dieron a luz", al margen de su hijo Dmitri (actual albacea de la obra de su padre, ex corredor de autos y cantante de ópera), a una suerte de "construcción lejana e inaccesible", un ente llamado V.N. cuyas iniciales, deliberadamente ambiguas, podían corresponder tanto a uno como a otro. En la autobiografía de Nabokov, Habla memoria, hay a primera vista una engañosa ausencia: la de Vera. Enseguida se descubre que su nombre falta explicitado pero que, por lo demás, el libro está lleno de invocaciones a una segunda persona porque el narrador se dirige a su esposa. De esta manera vivió Vera: desempeñando un papel omnipresente y al mismo tiempo invisible.
La señora Nabokov sobrevivió unos quince años a su esposo. Durante su viudez, recluida en Montreux, recibió entre otros a Martin Amis. Toda vez que un periodista o visitante intentaba sonsacarle una anécdota conyugal, ella eludía la pregunta. "No me acuerdo", respondía si estaba de buen humor. O, si malhumorada: "¿Usted es de la KGB?". Llegaron a pedirle que escribiera un texto sobre Vladimir. Se negó amablemente. No quería ser una "viuda escritora", como Anna Dostoievski o Fanny Stevenson. Poco antes de morir en 1991, destruyó todas sus cartas dirigidas a Volodia pero preservó las de él, que a su entender sí eran preciadas para la posteridad.
"¿Qué hubiese ocurrido sin la revolución?", le preguntó una vez a Vera y Vladimir el periodista Andrew Field. "Te habría conocido en San Petersbugo, nos habríamos casado y habríamos llevado una vida muy similar a ésta", respondió Nabokov, mirando a su esposa. "Para ese hombre de imaginación tan poderosa era absolutamente inconcebible una vida sn Vera", dice Schiff. "Tenía una convicción casi religiosa de que habían nacido para conocerse".
Suplemento cultural diario La Nación, Buenos Aires, 6 de febrero de 2000
Cuando la investigadora Stacy Schiff, después de publicar en 1994 una completa biografía de Saint-Exupery, anunció a sus amigos y colegas que se aprestaba a indagar la vida de Vera Nabokov, esposa por 52 años del autor de Lolita, casi todos intentaron disuadirla. La mujer había llevado una existencia poco menos que invisible, discretamente a la sombra de su amado Vladimir. ¿Cómo hacer para atrapar el fantasma? Hoy, ya publicado en inglés y en francés su encomiable Vera o la vida con Nabokov, Schiff puede sonreír orgullosa: el fantasma se ha corporizado, todo gracias a su perseverancia y a la ayuda de diversas personas, entre ellas Dmitri Nabokov, quien puso al alcance de la biógrafa el preciado diario íntimo de su madre.
"La señora Nabokov ejerció una influencia enorme sobre uno de los mayores escritores de nuestra época", considera Schiff. "Pensé que a través de ella podría hacer, además, un retrato oblicuo y revelador de su marido. La vida de Vera tal vez no nos haga descubrir nuevos estratos de la obra de Nabokov, pero nos dice mucho acerca del autor".
Vladimir Nabokov no tiene veinticinco años cuando conoce en Berlín, en un baile de máscaras, a Vera Evseievna Slonim. Las familias de ambos han dejado San Petersburgo debido a la revolución bolchevique. Para la fecha, 1923, hay medio millón de rusos radicados en Berlín y 86 editoriales de emigrados, entre ellas la fundada por el señor Evsei Slonim, padre de Vera. Por entonces Vladimir escribe poemas y firma como Sirin. Vera --nacida en 1902-- no sólo conoce la obra de Sirin sino que es capaz de recitar algunos de sus versos de memoria. Muchos amigos de Nabokov se consternan al saber que Vera es judía. Lo mismo algunos familiares. Haciendo oídos sordos, Volodia se casa con ella el 15 de abril de 1925. Meses atrás --estima Schiff que bajo el influjo de Vera-- ha dejado a un lado la poesía y el alias de Sirin para ponerse a escribir su primera novela: Mashenka.
"Delgada, de huesos muy finos, Vera tenía una tez transparente y un porte de reina", describe Schiff en su libro. Lo mismo que Vladimir, era ella una aristócrata con ideas democráticas. Lo mismo que Vladimir, desdeñaba a Freud. Lo mismo que Vladimir, era una fervorosa amante de las artes. "Nos parecemos terriblemente", dice una carta de Nabokov a Vera. "A los dos nos gusta 1) introducir discretamente palabras extranjeras, 2) citar pasajes de nuestros libros favoritos, 3) traducir nuestras impresiones de un sentido (la vista, por ejemplo) a otro (el gusto, por ejemplo)...".
El libro de Schiff tiende a mostrar cuán indispensable ha sido Vera para Vladimir, tanto el hombre como el escritor. Usualmente Nabokov recitaba de memoria un listado con las cosas que jamás había aprendido a hacer: tipear a máquina, contestar el teléfono, hallar un objeto extraviado, conducir, cortar la página de un libro, dedicar su tiempo a un "filisteo". De todos estos menesteres se encargaba Vera, para que su esposo existiera "sólo a través del arte".
En la historia de las letras rusas abundan los casos de mujeres inmoladas al servicio de un esposo literato. Se cuenta que Sofía, mujer de Tolstoi, copió siete u ocho veces el manuscrito de La guerra y la paz; se sabe que la estenógrafa a quien Dostoievski dictó El jugador acabó siendo su segunda mujer. Lo peculiar de Vera, afirma Schiff, es que ayudar a su marido nunca fue para ella una condena, sino una "misión" que abrazó con agrado. Fue "mucho más que una mera dactilógrafa", señala Schiff, aunque menos que una "colaboradora directa". Fue la primera lectora de Nabokov y él tomaba seriamente sus dictámenes. Fue su público y su crítica, su chofer y su enfermera, su agente literaria, su compañera en la caza de mariposas y también quien salvó de las llamas el borrador de Lolita. Aunque en vida Vera odiaba ser llamada "musa", fue por lo menos el modelo para muchos personajes femeninos de su esposo: Zina, la heroína de su última novela europea, El don (o La dádiva), y también Clare en La verdadera vida de Sebastian Knight, su primera novela norteamericana.
La investigación de Shiff completa aquellas zonas que quedaban más o menos penumbrosas en la biografía monumental de Brian Boyd sobre Nabokov, sobre todo en lo que se refiere a bambalinas familiares, o a las acusaciones que cayeron sobre Vera cuando su marido abandonó el idioma ruso para dedicarse a escribir en inglés. Más que un estudio literario, Vera ofrece un retrato abundante y complejo, salpicado de anécdotas jugosas. La misma Vera Slonim que en su temprana juventud habría participado en un complot para matar a Trotsky es la esposa abnegaba que en 1955 obtiene un permiso para portar un arma calibre .38 con el fin de "protegernos cuando viajamos a regiones lejanas a hacer investigaciones entomológicas". La misma madre que no quiere que su hijo de doce años lea Tom Sawyer porque se trata de "un libro indecente", es la mujer que defiende con ardor la novela Lolita y se indigna frente a los que hacen un análisis moral de la obra, en vez de literario.
Gracias a Schiff descubrimos los gustos literarios de Vera: leía con entusiasmo a Robbe-Grillet, Scott Fitzgerald y Evelyn Waugh, rechazaba a Pasternak y Dostoievski con el mismo rigor que Vladimir. Era raro que sus opiniones fueran divergentes. Cierta vez que su marido ponderó la obra de George Eliot, Vera exclamó horrorizada: "¿Pero cómo pude casarme contigo?".
A mediados de los años cuarenta, Nabokov comenzó a dictar cursos de literatura rusa y europea en universidades norteamericanas. Vera decidió comprar un auto, un Plymouth 1940 color beige, y obtuvo "en tiempo record" la licencia para conducir y llevar a su esposo al campus. Los alumnos pronto se habituaron a esa mujer delgada y serena que, a veces, incluso intervenía en la mitad de una clase para corregir un leve error en una cita apresurada de Gogol o de Pushkin. Para su libro, Schiff tuvo la feliz ocurrencia de entrevistar a varios ex alumnos. De esta forma se enteró de los rumores y leyendas que corrían acerca de la señora Nabokov, a quien unos apodaban "la condesa" y otros "el águila gris":
Según los estudiantes, Vera estaba siempre allí:
a) para recordar a todos que el profesor era un genio,
b) porque Nabokov tenía problemas de salud y ella lllevaba a todas partes los remedios,
c) porque no era su mujer, sino su madre,
d) porque en realidad él era ciego y ella lo guiaba,
e) para alejar del profesor a las jóvenes estudiantes (y esto mucho antes de Lolita).
Ningún alumno sabía que, en realidad, era Vera quien corregía los exámenes. En cuanto a la última hipótesis --acaso la menos falsa de todas--, la esporádica presencia de "la condesa" no impidió que el profesor Nabokov tuviera un romance con una alumna de Wellesley llamada Katherine. "Nabokov era fiel sólo lo indispensable", afirma Schiff. "Como lo atestiguan sus escritos, era muy sensible a la belleza en todas sus formas, particularmente a la belleza femenina. Su esposa no ignoraba que él era un seductor impenitente. El matrimonio estuvo a punto de naufragar en 1937, debido a una aventura pasional. Sus amigos se preguntaron entonces si Nabokov sería capaz de dejar a Vera, tan esencial para su vida y su obra. El tiempo demostró que no".
En los años cincuenta, aún en los Estados Unidos y antes de su última mudanza a Suiza, los Nabobov "dieron a luz", al margen de su hijo Dmitri (actual albacea de la obra de su padre, ex corredor de autos y cantante de ópera), a una suerte de "construcción lejana e inaccesible", un ente llamado V.N. cuyas iniciales, deliberadamente ambiguas, podían corresponder tanto a uno como a otro. En la autobiografía de Nabokov, Habla memoria, hay a primera vista una engañosa ausencia: la de Vera. Enseguida se descubre que su nombre falta explicitado pero que, por lo demás, el libro está lleno de invocaciones a una segunda persona porque el narrador se dirige a su esposa. De esta manera vivió Vera: desempeñando un papel omnipresente y al mismo tiempo invisible.
La señora Nabokov sobrevivió unos quince años a su esposo. Durante su viudez, recluida en Montreux, recibió entre otros a Martin Amis. Toda vez que un periodista o visitante intentaba sonsacarle una anécdota conyugal, ella eludía la pregunta. "No me acuerdo", respondía si estaba de buen humor. O, si malhumorada: "¿Usted es de la KGB?". Llegaron a pedirle que escribiera un texto sobre Vladimir. Se negó amablemente. No quería ser una "viuda escritora", como Anna Dostoievski o Fanny Stevenson. Poco antes de morir en 1991, destruyó todas sus cartas dirigidas a Volodia pero preservó las de él, que a su entender sí eran preciadas para la posteridad.
"¿Qué hubiese ocurrido sin la revolución?", le preguntó una vez a Vera y Vladimir el periodista Andrew Field. "Te habría conocido en San Petersbugo, nos habríamos casado y habríamos llevado una vida muy similar a ésta", respondió Nabokov, mirando a su esposa. "Para ese hombre de imaginación tan poderosa era absolutamente inconcebible una vida sn Vera", dice Schiff. "Tenía una convicción casi religiosa de que habían nacido para conocerse".
Le livre d'amour de Lila Azam Zanganeh à Vladimir Nabokov
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Le livre d'amour de Lila Azam Zanganeh à Vladimir Nabokov
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Anaïs Digonnet
21 juillet 2011
Fascinée par Vladimir Nobokov depuis son enfance, Lila Azam Zanganeh, écrivaine franco-iranienne, vient de publier un ouvrage sur le licencieux auteur russe. Entre biographie, autofiction et conte, elle s’amuse des genres et des styles d’écriture et livre ici une œuvre inclassable, pour faire découvrir aux lecteurs une partie de l’œuvre de son idole littéraire.
Il y a des auteurs qui vous collent à la peau, des livres qui vous restent en mémoire, des mots qui reviennent sans cesse. Pour Lila Azam Zanganeh, cette fascination a pris forme dans l’univers de Vladimir Nabokov.
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Rencontre avec Tatiana de Rosnay : La reine des lettres
The Enchanter : Nabokov and Happiness, son premier livre, publié en mai dernier, vient ainsi mettre un terme à une longue période où elle n’a cessé de rendre hommage à ce natif de Saint-Pétersburg. « C’est un adieu à mon travail universitaire (son objet de maîtrise avait pour titre ‘Lolita, ou la texture des mots’, ndlr). Je n’ai pas fait de doctorat, j’ai fait un livre », explique-t-elle.
Quand l'auteur se dédouble pour donner au lecteur de nouveaux points de vue
Nabokov détestait la didactique, Lila a suivi les préceptes du maître en écrivant une œuvre ludique, véritable cartographie du bonheur, inclassable dans une bibliothèque. « Ton livre n’a ni début, ni fin ! » lui a dit un jour un proche. Au fil des pages, elle se joue du temps, des personnages fictifs ou réels qui ont marqué la vie du romancier, s’amuse de ses mots et de la police du texte.
Elle aide le lecteur à construire sa lecture, lui donnant des temps de récréation, intervenant en pointillé dans certaines phrases pour développer son imaginaire.
« Il y a trois ‘je’ narratifs : celui du conteur, qui au fil d’une investigation littéraire, parle des livres de Nabokov, celui du biographe qui intervient comme un appareil photo qui s’ouvre et se referme, et celui où le narrateur, en ombres chinoises, qui devient à mesure que les chapitres avancent, un menteur en allant jusqu’à imaginer sa rencontre avec Nabokov. »
Le genre est donc aussi mis à l’épreuve de ce divertissement littéraire. Ni totalement romanesque, ni simplement biographique, ni entièrement critique,.« A vous de l’interprétez comme vous le voulez », vous dira Lila qui trouve son compte en appelant sa création « un road-novel bizzaroïde ».
L'Iran, la France puis les Etats-Unis
Enfant d’immigrés iraniens, fuyant la révolution de 1979, Lila Azam Zanganeh a grandi à Paris, « comme une Française dans une communauté de réfugiés ». Brillante, elle intègre l’Ecole normale supérieure qui l’envoie directement à Harvard en 1998, comme chargée de travaux dirigés. Elle y restera deux ans, avant de s’installer à New York. « A 24 ans, j’étais un peu paumée. En ayant fait de la littérature, je pensais qu’on ne pouvait rien faire à part être professeur. L’écriture, c’était ‘être Chateaubriand ou rien’ comme disait Victor Hugo. Je pensais qu’il fallait mieux que je reste silencieuse. »
Elle s’essaie alors un peu au droit, puis aux sciences politiques avant de se découvrir une passion pour le journalisme, poussée par Judith Crist, célèbre critique cinématographique américaine et professeure à Columbia. « En France, on mystifie beaucoup le statut d’écrivain alors qu’aux Etats-Unis, c’est beaucoup plus simple légalement et socialement », commente Lila. Au début des années 2000, elle collabore alors à la critique culturelle du Monde puis à celle du New York Times.
En 2006, on lui propose d’éditer un ouvrage sur l’Iran auquel participe entre autre, Marjane Satrapi. « J’aidais d’autres voix à se poser sur le papier. J’ai fait beaucoup d’interviews à ce sujet et puis j’ai décidé d’arrêter. »
« Je vais écrire pour moi-même plutôt que d’écrire contre Nabokov »
Pendant toutes ces années, Nabokov, le synesthète, est posé sur son épaule, à l’image de ces papillons qu’il aimait étudier. Son héros, « écrivain du réenchantement, totale contre-figure de l’écrivain romantique », reprend alors vie sous son stylo dès 2009, avec l’aval de son fils, Dmitri. Lila avoue même avoir rencontré l’auteur d’Ada ou l’Ardeur, pourtant décédé 11 mois après sa naissance.
La première fois, c’était sûrement dans la voix de sa mère, qui, adolescente, lui lisait Autres rivages, ses mémoires. « Elle a inventé mon éducation. Il a quelque chose de commun avec elle, la révolution, puis l’exil. » Mais aussi l’amour des langues. Nabokov était un fin traducteur. Lila et sa mère sont polyglottes, passant avec aisance, du français au persan, de l’anglais à l’italien ou à l’espagnol. « C’est effrayant. On ne fait plus l’effort de parler une seule langue, mais on utilise le mot qui vient le plus facilement, le plus évocateur. »
Les rendez-vous suivants, Lila, plus âgée, est seule avec Nabokov, tournant les pages de ses romans, insatiables de ses descriptions. « J’ai appris l’anglais grâce à lui », se souvient la jeune femme âgée de 34 ans. « Chez Nabokov, l’anglais est spectaculaire, il y a une forme d’émotion dans la lecture, que personne ne m’avait donné jusque là. A part Shakespeare, personne n’arrive à dire le monde de cette manière-là. »
Avec The Enchanter, elle met fin à cette musique nabokovienne qui l’habitait depuis son enfance. Aujourd’hui, Lila s’est lancée dans l’écriture d’un nouveau roman. « Je vais écrire pour moi-même plutôt que d’écrire contre Nabokov ». D’ores et déjà baptisé The Orlando Inventions, ce nouvel ouvrage, écrit en anglais, devrait explorer la nature de l’amour en France, racontant l'histoire d'un chevalier qui est à la fois un homme et une femme. Un vrai changement de registre.
Pour en savoir plus :
The Enchanter : Nabokov and Happiness, 228 pages, 23,95 dollars.
Le livre sortira en Grande-Bretagne, en France, en Hollande et en Italie le 3 novembre prochain.
http://www.lazanganeh.com/
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