sábado, 25 de abril de 2015

El embrujo de Sergio Aguirre


Sergio Aguirre vuelve al terror con un relato de brujas en La señora Pinkerton ha desaparecido, que será publicada en marzo del 2013. Aquí cuenta cómo la escribió y de qué va esta historia sobre una mujer que, según asegura la protagonista, “es una bruja verdadera”. 

Hay una reunión de escritores. De agentes culturales. De gente más o menos relacionada con la literatura. La conversación en todos los grupos aparenta una intensidad impostada, como si todos estuvieran haciendo un gran esfuerzo por demostrar una cierta importancia para el sistema, algo que los fija a sus copas con una dignidad de granaderos de baja estatura. En algún lugar de la reunión la atmósfera parece diferente: un hombre de edad indeterminable propone juegos, lanza despreocupadamente varias líneas posibles para que alguna conversación no transite la recuperación del ego. Es Sergio Aguirre y su risa no es contagiosa. O hay algo que el resto de los escritores tiene que los vuelve inmunes a la diversión. 
Desde que abandonó su profesión de psicólogo para dedicarse a escribir novelas de intrigas, entusiasmado por el éxito de su opera prima La venganza de la vaca -que lo incluyó desde entonces en el catálogo internacional de la editorial Norma y en los programas de estudio de los colegios de casi todo el continente-, Sergio es un ave rara en la bandada de escritores cordobeses: a diferencia de cualquiera de sus colegas, es un invitado perfecto para cualquier reunión que necesite soltura, liviandad y música alegre. Si hay una conversación en marcha, preferirá cortar en seco todo para pedir que alguien saque el jazz de fondo y ponga algo “menos virtuoso” que le permita seguir el hilo de la charla. Si el murmullo del evento cede al silencio, romperá el hielo proponiendo un juego. Si no recibe apoyo inmediato esperará un instante: en cuestión de segundos otro invitado dirá el título de alguna obra que haya leído o esté leyendo, Sergio volverá entonces a la carga: “Eso, eso: títulos buenos de novelas malas”. Por ejemplo. 
En estos días la vida de Sergio (es imposible aquí llamarlo sólo por su apellido: “Aguirre”. Sería hablar de otra persona. De alguien que, por lo menos, no se divierte tanto) consiste en repasar los detalles de su nueva novela, La señora Pinkerton ha desaparecido. Sus lectores esperan por ella: el inolvidable final de El hormiguero, su última novela publicada hasta la fecha, había dejado la sensación de un artefacto perfecto, un dispositivo que llevaba el tono de la novela juvenil a un territorio oscuro y estremecedor. Toda la obra de Sergio es un poco así, pero no al modo habitual de los escritores de literatura juvenil que se esfuerzan por demostrar que no hay diferencias entre esa y la “gran” literatura. En La Venganza de la vacaLos vecinos siempre mueren en las novelasEl misterio de Crantock y El Hormiguero, esa costura no se percibe. Si hay esfuerzo que no se note, parece ser el lema de este escritor que ha encontrado un método festivo de escritura. 
¿Cómo es eso? Sergio tiene dos asistentes. Las dos se llaman Lili. Las Lilis escriben mientras Sergio dicta. Ellas opinan, claro. Él somete cada paso que da al juicio de esas otras cuatro manos. Esto cierra, esto no. Esta palabra acá… ¿te parece? Esta otra… no sé. 
“Convertí la escritura en una fiesta”, dice. “Es una alegría”. ¿Cómo no creerle? ¿Cómo no imaginar sesiones de un relajado intercambio, conversaciones acerca de cuán british puede sonar el apellido Pinkerton, qué cuota de extrañamiento le agrega eso a la historia? 
La historia. Paremos un poco: hay que hablar de la historia deLa señora Pinkerton, un relato de terror que comienza de un modo brutal, simple, imposible de dejar pasar: “¡Es una bruja!”, le susurra la señora Pinkerton a su hijo. Es una bruja. Sergio habrá pasado un buen tiempo confirmando que éste era el mejor comienzo: “Es una bruja… ¿cómo no te va a interesar una historia que comienza así?”. 
La historia ocurre en los suburbios de Oxford: al igual que enEl Misterio de Crantock, el ambiente británico ayuda a crear una atmósfera misteriosa, una distancia que le da permiso a que pueda ocurrir algo fuera de lo común. Hay un gato con nombre de pintor y la señora Pinkerton es bastante agria, engreída… “arrogante”. Sin embargo su hijo la ve ahora desaliñada y aterrada: “Es una bruja verdadera”, le dice ella a él. 
La palabra “verdadera”, en la novela, está en itálicas. Hay una correspondencia entre ese gesto técnico y el gesto físico de Sergio cuando cuenta, oralmente, esta misma historia: Se curva un poco, lleva la mano adelante con el codo hacia abajo y cierra el puño lentamente, como si quisiera agarrar todos los vanos significados de la palabra “verdadera”. 
La señora Pinkerton es el resultado de una historia que iba a terminar siendo un cuento, pero, con algunos cambios, dio para más. Hay etapas en la vida de Sergio Aguirre en las que las ideas se amontonan hasta que una sobrevive, por interés y por cierta certeza en la resolución (hay un relato que no corrió la misma suerte: un cuento terrible que “se oscureció demasiado” y quedó inconcluso). 
¡Paremos un poco! La historia de La señora Pinkerton: sí, desconfía de su vecina. La vecina es hermosa e imponente, su hijo siente una extraña atracción hacia ella. La señora Pinkerton la conoce de antes, “sabe” que es una bruja porque recuerda un verano, cuando hizo desaparecer a Lucy Grey. Su hijo teme que la señora Pinkerton haya perdido la razón. Pero de acuerdo al título… la señora Pinkerton… ha desaparecido. 
La publicación de la novela está prevista para marzo o abril de 2013. Yo ya sé cómo termina. Igual que las Lilis y que otro grupo de privilegiados. Entre nosotros hay un código tácito, como si fuera 2009 y se nos hubiera confiado un secreto como el final de Lost. 
Lo que hay en la literatura de Sergio Aguirre es una gran dosificación de la información para beneficio de la intriga. Había un punto de El Hormiguero en el que la lectura se transformaba en un acto físico, un nudo en el estómago hasta el final. La señora Pinkerton empieza en ese punto. El desafío de Sergio parece haber sido el de concentrar al máximo la anécdota, lograr un cuento que fuera puro núcleo, una pequeña bomba no desactivable, cuyos cables llevan, todos, a la explosión. No está permitido aquí hablar del final, aunque terminada la novela uno sólo quiera hablar de eso. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo es posible? 
Acaso eso sea lo que mejor le sale a Sergio Aguirre: dejarnos invadidos de preguntas divertidas, dejarnos en la puerta de un juego mezcla de tren fantasma con campamento en una noche de tormenta. Eso, y una insólita capacidad para transformar cualquier momento en otra cosa. ¿En qué cosa? He ahí la cuestión. 
Sergio Aguirre es escritor, autor de las novelas La venganza de la vaca, Los vecinos siempre mueren en las novelas, El misterio de Crantock y El hormiguero. En 2013 la editorial Norma-Kapeluz publicará su nueva novela, La señora Pinkerton ha desaparecido. Sus obras forman parte de los planes de estudio en las escuelas secundarias de varios países de América Latina: una vez por año Sergio Aguirre viaja por esos países para hablar sobre sus libros con los alumnos. Es uno de los autores más importantes de las colecciones juveniles de Norma-Kapeluz, sello al que ingresó tras ganar un accésit con su primera novela. 
Preguntas y respuestas
-¿Cuál es el origen de “La señora Pinkerton ha desaparecido”? 
-La señora Pinkerton tiene varios orígenes, por un lado una idea que tengo hace años de una escena donde una persona normal, en un día normal, en su casa, desaparece.  A partir de ahí escribí algunas notas para una novela, que al final no escribí, y el tema volvió a aparecer en un cuento que pensaba escribir el año pasado, y que este año finalmente se transformó en la Sra. Pinkerton…
Por otra parte, este año y el anterior estaba trabajando sobre una novela que no paraba de mutar y que me tenía un poco abrumado. En junio, Liliana Moyano me regaló un libro ilustrado, La ventana abierta, de Saki. Era una edición tan hermosa, con un texto tan breve, que me dieron ganas de escribir algo así, una novela en este caso, breve e ilustrada, tal vez para una colección de una franja de edad más chica que la propuesta para El hormiguero. Y de las historias que tenía, La señora Pinkerton ha desaparecido era la qué más me entusiasmaba y que podía adecuarse a la idea de un libro ilustrado.
Me pareció una buena idea escribirla como un paréntesis, para ver si tomando distancia salía del atolladero de la otra, y finalmente resultó que fluyó como nunca, como si la hubiera estado cocinando mucho tiempo. Bueno, a lo mejor fue así.
Hacía mucho que tenía ganas de escribir algo sobre brujas. Hace un par de años comencé un cuento que se llamaba “La casa embrujada”, un cuento que presentaba un misterio y no tenía solución, y también hice notas para otra novela que se llamaba “La casa embrujada” (Como verás, me encanta ese título!), que tenía un estructura que me gustaba mucho, pero la historia no terminó de entusiasmarme.
Por otra parte, La señora Pinkerton también es una especie de homenaje a Roald Dahl y a Rod Serling, cuyas historias siempre me gustaron. Serling aparece en un momento de la novela, como un médico, preguntando lo mismo que se preguntaba, y respondía, al comienzo de su programa La Dimensión desconocida: ¿Que no es posible..?
-¿Cuál es tu situación ideal de escritura? 
-En las primeras novelas mi situación ideal era a la noche, durante la madrugada. Pero cuando escribía Crantock sucedió algo raro. Empezaba a dar vueltas, y vueltas, y se me iba la noche y no me sentaba a escribir. Yo me distraigo con todo y, sin ahondar, doy muchas vueltas. Un día, hablando de este “síntoma” mío, Liliana Macchione, una amiga de toda la vida, me propuso ir a casa, sentarse a la máquina para que le dicte, y ver qué pasaba. ¡Y lo que pasó es que me puso a trabajar! No tenía más remedio que concentrarme y darle. Mi amiga estaba dándome su tiempo y su presencia y tenía que estar a la altura de las circunstancias. Después, como funcionó, “formalizamos”, y con ella hice El hormiguero. Por eso, te diría, ahora mi situación ideal ha cambiado, y es más plástica, porque puede ser de noche, de día… Con la Sra Pinkerton  Liliana Moyano se incorporó al equipo, con lo cual, te diría, mi situación ideal de escritura ahora es “cuando llegan las chicas”. 
-¿Qué ventajas le encontrás al hecho de escribir con un asistente? 
La primera ventaja, en mi caso, es que me puedo concentrar inmediatamente y puedo seguir hasta que decidimos tomar un descanso y regresar a la novela sin ningún problema. Solo se me transformaría en una carrera de obstáculos. Que me dan ganas de ver una película antes, un capítulo de una serie, y ya que estoy el que sigue, que un tema, los cafés sucesivos, etc.
No sé cómo será en otros casos, pero en el mío trabajé con dos amigas muy queridas con quienes tengo una relación de años, o sea que es trabajar en compañía de alguien de la casa. Eso significa un clima de intimidad y libertad que hace que todo fluya, que sea divertido. Por ejemplo, si un párrafo hace ruido y hace ruido, y es difícil arreglarlo, si es un problema sólo mío es un garrón. Yo a lo mejor me quedaría clavado ahí, amargado con el párrafo. En cambio con otro, bueno, se sigue, ya se arreglará, pasamos a otra cosa.
-La editorial es la que decide, pero ¿a qué franja de lectores atribuirías tu nueva novela? 
-Mi idea inicial era la de un lector más temprano que el de las otras, también porque quería dibujos, pero a poco de comenzar ya empecé a dudar de eso. La novela crecía y adquiría cierta complejidad que la alejaba, como después se confirmó, de la colección a la que estaba destinada originalmente. Por lo demás, es como mis otras novelas, apta para todo público.
-¿Cuál sería una situación ideal de lectura para tu nueva novela? 
-La situación ideal dependerá de cada lector, pero la novela transcurre durante una tormenta, una tarde. A lo mejor, si uno ve nubarrones…
Esta entrevista fue publicada el jueves 27 de diciembre de 2012 en Ciudad X, la revista cultural de La Voz del Interior.