Lecturas - N° 244 - 9/12/08
“…las cosas afortunadas nos llegan de modos insospechados”
Reproducimos el discurso pronunciado por el escritor suizo Jürg Schubiger durante la ceremonia de entrega de los Premios Hans Christian Andersen 2008 (),en septiembre de 2008 en Dinamarca. En esta edición del premio fueron distinguidos Schubiger por su trayectoria como escritor y el italiano Roberto Innocenti por su obra como ilustrador.
Imaginaria agradece a la profesora Alicia Salvi -miembro del Jurado del Premio Hans Christian Andersen 2008 por Argentina- su gentileza y autorización por permitirnos ofrecer a nuestros lectores su traducción del discurso.
Nota introductoria por Alicia Salvi:
El 7 de septiembre de 2008, en el Pabellón de Cristal del Parque Tívoli en Dinamarca, se otorgaron los Premios Hans Christian Andersen 2008. La ceremonia fue cálida y atravesada por el espíritu del autor, como el IBBY de Dinamarca anunciara en su programa. Escuchamos al coro Nacional de Niños daneses quienes ejecutaron canciones de Hans Christian Andersen, Eduard Grieg y otros compositores.
Después de las palabras de Vagen Plenge, Presidente del Congreso y Patsy Aldana Presidente de IBBY, intervino Chieko Suemori, en nombre del compañía Nissan Motor Company, auspiciante de los premios.
Los galardones fueron presentados por la presidente del Jurado, Zohreh Ghaeni, quien resumió el trabajo realizado.
La reina Margarita II ofreció las medallas de bronce a los ganadores. Tanto Jürg Schubiger como Roberto Innocenti hablaron en su lengua natal y contamos con traducción al Inglés.
Dos breves piezas teatrales con danza y pantomima ilustraron el mundo de los cuentos de Andersen: “La princesa y el guisante” y “El encendedor de yesca”.
Se encontraban presentes las jurados Nadia el Kholy de Egipto, Junko Jokota de los Estados Unidos y quien escribe, por argentina.
Alicia Salvi
Discurso de aceptación del Premio Hans Christian Andersen
por Jürg Schubiger
Su majestad, distinguidos señores y señoras del IBBY, distinguido jurado, participantes del Congreso, estimados delegados del Swiss Institute of Children’s and Young Adult’s Media, queridos amigos.
La noticia de que el jurado me había elegido para recibir el premio Hans Christian Andersen 2008 me llegó de una manera indirecta. Había viajado para hacer unas lecturas en Graz. Al mismo tiempo, el jurado se pronunció en Bologna. Mi esposa escuchó el mensaje en nuestra contestadora automática. No sabía cómo conectarse conmigo pues yo había olvidado dejarle los datos de mi hotel, como hago normalmente cada vez que salgo de casa. No tengo teléfono celular. Poco después de enterarse la llamó Franz Hohler, mi amigo y coautor de algunas obras. “¡¿Escuchaste?!”, le dijo.
Franz había visitado la Literaturhaus Graz, y recordaba que se había hospedado en el Castle Hotel. Mi esposa llamó al hotel. Yo no había regresado aún de mi sesión de lectura. El portero nocturno no sabía qué hacer. Le ofreció escribir un mensaje y pasarlo por debajo de mi puerta. Cuando volví a mi habitación, me encontré con una hoja de papel aleteando en el aire que salía de la puerta y escrito con grandes y coloridas letras hechas con marcadores, como una invitación al cumpleaños de un niño: “¡Felicitaciones, ganó el Premio Andersen!”, decía. Enterarme de ese modo le hizo muy bien a mi estado de ánimo. Evidentemente, algo había pasado en la realidad. Sólo que yo no sabía exactamente en cuál realidad.
Les he contado esa historia circunstancial porque estoy convencido de que las cosas afortunadas nos llegan de modos insospechados. El camino directo entre un proyecto de vida y el logro de una vida (en el que Heinrich von Kleist creía tan ardientemente en su juventud) o del deseo a su satisfacción (en lo que todos estamos tentados de creer de tanto en tanto) termina, en el mejor de los casos, en un suave desencanto o en una resignación.
Hans Christian Andersen nos mostró esto muy claramente en su cuento “Los zuecos de la felicidad” (*):
Dos hadas, la Pena y una joven errante y novata llamada Dama de la Fortuna hablan sobre su tarea cotidiana. El hada de la buena fortuna contaba que había estado probando un par de zuecos muy especial. Quienquiera que se los pusiera era directamente trasladado hasta donde quisiera ir. El hada de la Fortuna da por descontado que así finalmente la humanidad conseguirá la felicidad en la Tierra. La Pena está absolutamente segura de lo opuesto. Varios hombres cuyos caminos en la vida son diferentes aparecen calzados con los zuecos. El resultado es una serie de aventuras, a veces pesadillescas, así como un repaso de la vida social que Andersen conoció. El primer episodio corresponde al Consejero de Justicia Kanp. Estaba absorto leyendo acerca de los tiempos del rey Hans. Como estaba tan profundamente imbuido en sus pensamientos, se equivocó y se calzó los zuecos de la Fortuna en lugar de los suyos. Inmediatamente, se ve pisando en un charco de barro y basura del camino, que en esa época no estaba empedrado. “Todo el pavimento se ha ido, observa, y las luces de la calle están apagadas”. Es tarde en esa noche medieval, hay niebla en el aire y la luna aún no ha aparecido. Trata de llamar un coche. Después de muchas aventuras, termina en una casa de mala reputación. Unas mujeres vulgares le sirven carne y cerveza de Bremen. Hasta que se le ocurre una forma de escaparse: se escabulle debajo de la mesa y se arrastra hacia la salida. Pero sus compañeros lo arrastran por las piernas y al hacerlo, le sacan los zuecos: así se rompe el encantamiento. Dos minutos más tarde el Consejero Knap está sentado en un coche, feliz de haber vuelto a su época, la cual, a pesar de sus defectos, es mucho mejor que esa que acaba de visitar. Y eso, nos dice el autor como conclusión, fue sabio de su parte.
La Pena gana la partida: todos los que se calzan los zuecos de la Fortuna están contentos de librarse de ellos pues son traicioneros. Así son las cosas. Pero sólo en lo que respecta a deseos y zuecos. Esta no es la última palabra acerca de lo que se puede decir de los poderes y las modos que tiene la Fortuna.
Andersen nos da pistas desde el comienzo y después de que lo seguimos por todos los episodios que van cambiando abundantemente casi nos hemos olvidado de su advertencia inicial. La Pena, se nos dijo al comienzo, sólo cumple sus propias tareas. Ni siquiera fue ella el oponente de la Fortuna en el experimento de los zuecos.
El hada de la Fortuna no es siquiera la Fortuna misma sino sólo la sirvienta de una dama que la estaba esperando. ¿Qué hubiera pasado, entonces, si la auténtica Fortuna se hubiera ocupado del asunto? Esta pregunta crucial, Andersen no la propone directamente pero fuerza al lector a que él mismo se la haga y la deja en un terreno discutible.
En este contexto quiero presentarles una historia que fue publicada treinta años atrás, en mi primer y delgado libro para niños: “La niña y su suerte”.
“Una niña deja su hogar para buscar su suerte. Pero todo lo hace mal. Cuando deja el pueblo detrás suyo tomó el camino hacia la derecha en lugar de tomar hacia la izquierda.
Después bajó al valle en lugar de subir la sierra. Saltó sobre el cerco en lugar de arrastrarse por debajo. Acarició a un cerdo en lugar de alimentar a una gallina y quitarle una de sus plumas. Cruzó el río en lugar de seguir su curso. Durante todo este camino la niña cantó varias canciones que ni siquiera recordaba de memoria en lugar de decirse a sí misma: «Dichosa de mí, dichosa de mí, encontraré mi suerte detrás de un árbol».
De pronto, el sendero se termina en un cantero. Ahí, al final del camino y apoyada contra un sauce, encontró una gran bicicleta roja, flamante. Se subió y pedaleó de vuelta a su casa. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de doblar a la izquierda hubiera doblado a la derecha, si hubiera subido al cerro en lugar de quedarse en el valle, si se hubiera arrastrado bajo el cerco en lugar de haber saltado por encima, si hubiera alimentado a la gallina y le hubiera sacado una de sus plumas en lugar de acariciar al cerdo, si hubiera seguido el curso del río en lugar de cruzarlo y si hubiera dicho «Dichosa de mí, dichosa de mí, encontraré mi suerte detrás de un árbol» en lugar de cantar distintas canciones que ni siquiera sabía de memoria?
Me preguntaba qué habría pasado si le hubieran dado a Hans Christian Andersen el Premio Andersen. Cómo lo hubiera agradecido delante de un auditorio internacional como éste. Andersen hablaba danés y alemán. Para un viajero tan fervoroso como él, era bastante malo hablando otros idiomas. Se dice que sus lapsus lingüísticos lo inspiraron para hacer algunas volteretas verbales que dejaban sin aliento. Los suplementaba con profundas reverencias y unas olas suntuosas que hacía con sus largos brazos.
Grazie tanti. Saint-Honoré. Jeg er helt ude af flippen af glade og stolthed. Oh dear me! Ich danke Ihnen untertänigst für eine Auszeichnung, die ich zu verdienen hoffe mit dem, was künftig noch aus meiner Feder fliesst. IBBY urbi et orbi.
Gracias de todo corazón.
Nota
(*) También traducido como “Los chanclos de la felicidad”. En Cuentos completos de Hans Chrisitian Andersen. Madrid, Editorial Cátedra, 2005; págs. 152-158.
Traducción al inglés de Eva Glistrup (Copenhage, Dinamarca).
Traducción del inglés al castellano por Alicia Salvi.
Jürg Schubiger nació en Zürich en 1956. A lo largo de su vida realizó distintos oficios (jardinero en el sur de Francia, viticultor en Tessin y leñador en Korsika) y estudió Filología Alemana, Psicología y Filosofía. Entre 1969 y 1979 trabajó en la editorial pedagógica de su padre como editor. Actualmente se dedica a la escritura y ejerce como psicoterapeuta en Zürich y en Tessin. Sus primeros cuentos fueron publicados en 1971 en el libro Die vorgezeigten Dinge.
Publicó varias novelas y libros de cuentos pero sólo dos de ellos fueron traducidos al castellano:
Cuando el mundo era joven todavía (Link a la sección Reseñas de libros de este número) (1997) y Así empezó todo. 34 historias sobre el origen del mundo (2007) -en coautoría con Franz Hohler-, ambos en el catálogo de la editorial Anaya.
Recibió numerosos premios literarios, entre otros el Premio Juvenil de Literatura Alemana, el Premio Suizo al Libro Juvenil y, en 2008 el Premio Hans Christian Andersen.
Fuente: http://www.imaginaria.com.ar/?p=1573#more-1573