jueves, 14 de octubre de 2010

"Que esto nunca más vuelva a ocurrir”


Cinco minutos antes de las 22 salió el último de los 33 mineros atrapados. Fue el final de una jornada que llevó 22 horas y media para un rescate histórico y único en el mundo.

Por Emilio Ruchansky

Desde Copiapó

Imagen: EFE.

Al salir el sol, con las fogatas apagadas pero humeantes y las botellas de pisco vacías en la Campamento Esperanza, los rescatistas seguían sobre el cerro sacando mineros atrapados. Ayer, durante todo el día se oyeron gritos, sirenas y aplausos cada 45 minutos. Cerca de las carpas de los familiares, cientos de periodistas se amontonaban para trasmitir en vivo las últimas angustias. “No me da la voz, perdónenme”, suplicaba la hermana de Franklin Lobos, rodeada de periodistas. El ex futbolista de Cobresal fue el número 27 en salir, a las 19.30. Los tiempos se aceleraron tanto que los mineros fueron sacados en 22 horas y media, cuando se había calculado el doble de tiempo. El último, Luis Urzúa (el líder del grupo y jefe del turno que trabajaba aquel 5 de agosto), emergió a las 21.55 y se convirtió en el ser humano que más tiempo permaneció bajo la superficie terrestre. “Le sirvo (entrego) el turno”, le dijo simbólicamente al ministro de Minería. “Y que esto no se vuelva a repetir”, agregó ya sin simbolismos.

A la madrugada, desde el hospital regional de Copiapó, el tercero en salir, Juan Illanes, habló con una voluntaria. Primero le agradeció por haber convencido a su mujer Carmen Baeza de que no se quedara en el Campamento Esperanza y volviera a Chillán hasta que ocurriera el rescate. Luego le contó que había llegado al hospital a las 8, seis horas después del rescate. “Me dijo que todavía se sentía dentro de la mina, que había cambiado el trabajo de minero por el de albañil, porque ahora estaba rodeado de paredes de ladrillo y cemento. Quería irse, pero le dijeron que debía permanecer 48 horas más adentro”, contó a Página/12 la voluntaria, que está desde mediados de agosto en el Campamento Esperanza.

Illanes estuvo confinado en el sur chileno en los preparativos por el posible conflicto con Argentina en 1978 y del otro lado del teléfono, la voluntaria, entre sus propias lágrimas, escuchó que el hombre le decía que estaba tranquilo y a la vez sorprendido por la comitiva que lo esperaba afuera: el presidente Sebastián Piñera, su esposa Cecilia Morel, el jefe de los rescatistas Andrés Sougarret y el omnipresente ministro de Minería, Laurence Golborne, entre otros. “Lo único que quiere es irse para Chillán con su familia y tratar de digerir todo lo que le pasó”, agregó la voluntaria, mientras ofrecía el menú del día traído de la ciudad de Caldera: filet de merluza con arroz y ensalada de tomate y cebolla.

Promediaba el mediodía y las familias de los mineros se mezclaban en las pocas carpas con televisores plasmas o alrededor de las pantallas que colgaron algunos móviles de televisión. Cada rescate era festejado por ellos como propio. A todos los titanes se les cantó “el ceacheí”, que tanto le cantan a la selección: “¡Chichi-chi! ¡lele-le!” Una vez izado, cada minero saludaba a su familia, al presidente, a los ministros y a algunos rescatistas. Luego era llevado en camilla al hospital de campaña para los primeros controles. De allí, finalmente, era trasladado en helicóptero al hospital de Copiapó para un chequeo general de 48 horas.

En tanto, para escapar del asedio mediático, Susana Valenzuela, la mujer actual de Yonni Barrios, cuya esposa merodeó la mina un mes atrás aunque ambos están separados hace veinte años, se escondió en la despensa. Allí, vestida con una camisa de rombos celestes y negros, y muy maquillada, se largó a llorar al lado de una de las cocineras.

A pocos metros, dentro del comedor, Jorge Bastías luchaba contra un pedazo frío de pescada (como le dicen acá a la merluza). Vestido con su uniforme azul de la Armada, hablaba maravillas de dos de los personajes que estaban bajo tierra en ese momento y no son mineros: Patricio Roblero y Roberto Ríos. “Son especialistas en medicina prehospitalaria o de combate, en lugares hostiles como éste. Te matan con un meñique. Se van a quedar todo el tiempo abajo, o sea, las 24 horas que dure el rescate. No se turnan cada 12 horas como los especialistas de Codelco”, dijo sobre sus compañeros.

Roblero fue como voluntario a Irak durante dos años, contó Bastías, preocupado porque sus hombres dejen la fuerza, ya que pronto, dijo, “serán tratados como héroes”. “Yo charlé bastante con ellos para que tengan conciencia de la sobreexposición. Si me han llamado desde medios de Copiapó hasta la BBC para entrevistarlos. Usted sabe: dicen que todo hombre tiene su precio. Yo trato de orientarlos para que no vayan a agarrar otro trabajo.” “¿Cobran bien?”, preguntó este cronista. La respuesta fue otro dicho: “Pan duro pero seguro. O sea, tienen que entender que cuando se les pase la fama por ahí también se les pasa cualquier nuevo trabajo en algún reality como Pelotón (un reality de supervivencia muy popular en Chile)”.

En el medio del campamento, bajo un sol que empequeñece y apoyados sobre la valla, aparecieron dos monjes vestidos de marrón caqui. Parecían una alucinación del desierto. Un carabinero pasó y les preguntó. “¿Y a ustedes cómo les digo? ¿Padre o hermano?”. “Hermano”, le dijo Nicolás. “Y yo que tengo tantos hermanos”, les respondió el carabinero. Ellos se rieron. “Bueno, dos más que le hace”, dijo Eduardo. Ambos son de La Plata, de la congregación Gran Río, pero hace dos años fueron enviados a Los Loros, a 40 kilómetros de Copiapó. Recorren casas, hospitales y escuelas y en otro pueblo, Tierra Amarilla, conocieron a dos mineros atrapados: Carlos Barrios y Víctor Zamora.

“Si estuvimos en las buenas con ellos y su familia, cómo no íbamos a estar en las malas”, comentó Nicolás, que suele rezar con los familiares. Según él, en el norte de Chile, como en el de Argentina, hay un fenómeno de “religiosidad popular”, fusión de cultura y religión de la que salen la Virgen de la Candelaria y San Lorenzo, patrono de los mineros, cuyo nombre fue utilizado para bautizar la operación de rescate. Eduardo admitió que es difícil entrar al hospital regional de Copiapó, aunque se lo notó conforme con entrar a la mina San José. ¿Y cómo hicieron para pasar los tres controles de los carabineros? “Y... tuvimos que chapear bastante”, dijo Eduardo.

De todas las personas y personajes que pasaron por este campamento, el más intrigante, por lo silencioso, fue el fiscal de Atacama, Héctor Mella. Su trabajo consistió en confirmar la identidad de cada rescatado y verificar su salud para dar cierre a una investigación que se frustrará. “En principio se denunció una presunta desgracia (la muerte de los mineros)”, dijo al canal oficial. Sin embargo, otra investigación se abrirá pronto para juzgar las responsabilidades del Estado chileno y de los dueños de la minera San Esteban, Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny, a quienes el gobierno también denunciará para poder aplacar los gastos del rescate, calculado, extraoficialmente, en casi 22 millones de dólares, sin contar los gastos de mantenimiento del Campamento Esperanza.

A las 21.55 se oyó un extenso aplauso. Habían sacado a quien la NASA, de activa participación en el rescate, consideró como el “líder natural” de los mineros atrapados: Luis Urzúa, de 54 años, el jefe de turno. Doscientos fotógrafos y camarógrafos, compitiendo por la altura con sillas y escaleras, tomaron esta última escena, la más fuerte del día. Rodearon a 20 familiares que miraban el final del rescate en la proyección del canal local sobre una pared del comedor. “¡Vamooos, vaaaamos mineros, que esta noche lo vamos a lograr!”, corearon todos juntos. El rescate era historia.

Urzúa salió, sin lágrimas en los ojos. Su padre estaba afiliado al Partido Comunista y fue desaparecido por la dictadura de Augusto Pinochet cuando él era un niño. Su madre al menos pudo enterrar al padrastro de Urzúa, Benito Tapia, asesinado por los militares. Era del Partido Socialista. “Desde chico fue el hombre de la casa, se hizo cargo de sus cinco hermanos”, contó hace poco ella. El jefe de turno caminó dos pasos y enseguida le salió al cruce, con los brazos tendidos, el presidente Sebastián Piñera, el mismo que pide perdonar los crímenes que marcaron la vida de Urzúa y aún insiste en “dejar el pasado en el pasado”.

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