jueves, 26 de septiembre de 2019

Ana Maria Donato pinturas y poemas: Retrato Emma

Ana Maria Donato pinturas y poemas: Retrato Emma

"A veces" de Ana María Donato

A VECES

Y a veces encuentro la fórmula mágica, la palabra
o la mirada que me enlaza con la vida, con las formas
los colores, los olores que alternativamente amo u odio
y que están allí, entre mi yo reducido a la memoria
y a vos, olvidado de esa memoria, y los días y las voces
y los juegos y los miedos y las balas y los hombres
                   y la Idea
A veces en realidad encuentro la fórmula mágica y 
me veo con mi propia sombra que sigue su descarnado
                   camino.

                                                                ANA MARÍA DONATO








martes, 10 de septiembre de 2019

Narrativa breve: Una aproximación.


NARRATIVA BREVE: UNA APROXIMACIÓN
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Fue a finales del siglo XIX cuando cobra fuerza la tesis defendida por Henry James –magnífico novelista, cuentista y crítico norteamericano- de que la novela más que narrar –tell- debía mostrar –show-. La teoría no es novedosa en tanto en cuanto el propio Platón, muchos siglos antes, concebía el discurso narrativo de dos formas: la diégesis o narración  y la mimesis o mostración. Todo ello a propósito del análisis que el filósofo hace del pasaje de La Ilíada en el que el sacerdote de Apolo, Crises, suplica que le devuelvan a su hija Criseida. Esta dicotomía “diégesis/mimesis” es sinónima de las de “narrar/mostrar”, “relato de palabras”/relato de acciones o historia” y afectan  a otras categorías narrativas, especialmente a las de tiempo y distancia. En 1920 con la publicación de The Craft of Fiction,  de P. Lubbock, la distinción entre narrar y mostrar se convirtió en la piedra angular en el estudio y valoración de la novela y, por extensión, del cuento.
Novela y cuento o relato –aclararemos más adelante la distinción- son obras literarias en las que se da una relación muy estrecha entre narrante y narratario, es decir, entre autor y lector, que son los sujetos fundamentales en toda comunicación literaria. Además de este proceso de comunicación, la novela comparte con el cuento el llamado discurso polifónico. Bobes Naves (La Novela, 1993) escribe a este propósito:
“El cuento y la novela corta se diferencian de la novela no sólo por la extensión, sino porque tienen caracteres estructurales diferentes, que derivan, eso sí, de la extensión; el cuento no sigue la intención novelesca de representar la vida humana en su totalidad, o dar cuenta de la formación de un personaje, pues su estilo rápido no permite análisis minuciosos del mundo interior o exterior de los personajes; la novela corta –i.e el relato, y por extensión el cuento, añado yo– es la representación de un acontecimiento sin la amplitud de una novela, por lo que no suele dedicar espacio a la descripción minuciosa de ambientes o de personajes; esto da mayor vivacidad al ritmo y sitúa la historia en acontecimientos, más que en el análisis psicológico de los personajes y de sus conductas”.
Se ha dicho, quizá con excesivo empeño e insistencia y, según mi opinión, sin acierto que la novela no es sino un conjunto de cuentos, es decir, varios relatos breves unidos por un espacio común o por un elemento coordinador –personaje, objeto, entorno, idea, etc.- que se convierte en un relato extenso, en una novela. Esta idea es en parte, cierta pero no completamente cierta. Efectivamente el cuento es una narración breve y la novela un relato más extenso. Pero hay diferencias mucho más profundas. En Los géneros literarios Tomachevski insiste en estas dos categorías de la obra narrativa. El cuento lo constituye una historia sencilla en una cadena de situaciones nucleares, en forma lineal progresiva o regresiva que suele desarrollar una anécdota y cuyo final –esto es importante- suele ser imprevisible, inesperado, sorprendente. Esto no suele suceder con la novela y si lo hace es por influencia del cuento. En el cuento, pues, los personajes suelen ser pocos, carentes de presentación minuciosa o detallista tanto en el aspecto físico como en el psicológico.
Parece conveniente decir algo acerca del origen del cuento en cuanto género literario. Hay unanimidad respecto a cómo se gestó el “cuento”. Las inscripciones cuneiformes en tablillas de arcilla que celebran las aventuras de Gilgamesh, héroe sumerio, hace más de cuatro mil años servían para que los recitadores profesionales adaptaran cualquiera de sus relatos y los adaptaran a la situación espacial y temporal del momento. Allí se nos dice cómo Gilgamesh visita al viejo Utnapishtim en un intento de encontrar la felicidad. Conocemos el relato bíblico del Arca de Noé y el Diluvio. Pues bien, con ese relato se encarga el anciano de divertir o distraer al héroe mesopotámico. Los jeroglíficos de los famosos rollos de papiro egipcios, también de esa época, describen situaciones en las que varios personajes se contaban cuentos. En uno de ellos el rey Khufu o Keops, en un momento de tristeza o depresión es entretenido por sus hijos, que le narran cuentos maravillosos. Mucho más cercano a nuestros conocimientos literarios y nuestra cultura greco-latina está Homero –siglo IX a.C.- que en sus escritos alterna acción y conversación y así en La Odisea describe cómo Ulises narra en el palacio de Alcinoo a los asombrados presentes sus aventuras con los Cíclopes, con Circe, con las Sirenas, con Calipso. Pero es Luciano de Somosata entre el 120 y el 200 d.C. quien hace del cuento un género independiente y aparte, con personalidad propia y definida. En su Diálogo titulado Toxaris o de la amistad, conversan Mnesipo y el escita Toxaris y cada uno cuenta al otro cinco cuentos contemporáneos referidos a la lealtad entre amigos. El diálogo es el marco pero el contenido, los temas de esos diálogos son verdaderos cuentos, tal como hoy entendemos el término. ¿Quién no conoce  o ha oído hablar alguna vez de las dos obras maestras de la narrativa latina El Satiricón de Petronio y El asno de oro de Apuleyo, de los siglos I y II d.C., respectivamente? Ambas, dentro de un marco dialogante también, se narran unos cuentos de altísimo nivel artístico. Bellísimo es el cuento de la viuda de Éfeso, en la primera de ellas –cuento que les aconsejo lean por su interés y didactismo acerca de la relación hombre/mujer-. Y otro tanto puede decirse del llamado de la doncella Carita, en El asno de oro. En la India la colección más completa y lograda es la del Panchatantra o “cinco libros”, perteneciente a un período comprendido entre los siglos IV a.C. y IV d.C. Se trata de setenta narraciones dentro de un contexto en el que se cuenta cómo un anciano religioso trata de inculcar en tres príncipes ignorantes e indolentes los principios básicos de la sabiduría práctica y lo hace a través de ejemplos o cuentos. Israel, India, China, Japón, Persia y Arabia no son ajenos al género pero su estudio y consideración alargaría esto que quiere ser una breve aproximación al tema. Sólo en la literatura medieval y en la moderna se puede decir que el cuento se ha constituido definitivamente como género literario independiente y autónomo.
“Cuento”, del latín computare como señala el Diccionario Etimológico de Corominas, es un término de vieja raigambre. José Sefardí o, ya cristianizado, Pedro Alfonso  insertó en su Doctrina clericalis un conjunto de relatos de origen árabe, de fábulas y apólogos. Uno de ellos nos presenta la historia de un rey que tenía un “cuentero” que debía contarle cinco cuentos cada noche. Esto lo he referido ya aquí en otra ocasión. Pero sigamos. Una noche en que el rey no lograba conciliar el sueño le pide al cuentero que siga con otro más. El cuentero se refiere entonces a un aldeano que tenía dos mil ovejas y debía  pasarlas al otro lado del río en una barca en la que sólo cabían dos. Es entonces cuando el narrador aconseja al rey que vaya contando las ovejas que pasan hasta completar las dos mil y, si se cansa, que eche un sueñecito. De aquí, las dos acepciones de “contar”, y también el conocido y dudoso recurso de contar ovejas para conciliar el sueño. Todo esto es bien conocido. Baquero Goyanes – Catedrático de la Universidad de Murcia y del que me honro haber sido alumno el curso 1959-60- es, quizá, el que más ha hecho por su historia y su semántica en ¿Qué es novela? ¿Qué es cuento? (Murcia, 1988) pero a lo largo y ancho de la literatura española y universal no siempre ha sido así. En El cantar de Mío Cid (ca. 1140) se emplea el verbo “contar” pero no se cita el término “cuento”. “Ejemplos” es el término aplicado a los cuentos de Calila e Dimna (1251), en traducción atribuida a Alfonso X. En El Conde Lucanor (1335) Don Juan Manuel habla de  ”contar un ejemplo” y el Arcipreste de Hita en El Libro de Buen Amor utiliza  “proverbio”, “fabla” y “estoria”. El Decameron, los llama “novelle” y Chaucer en Inglaterra llama tales a las distintas historias de su gran obra Canterbury Tales. Y ello sin perjuicio de que Dickens denominara a su “Historia de Dos Ciudades” –una auténtica novela- A tale of two cities. Finalmente,  el propio Cervantes utilizó “novela” para toda narración escrita y de carácter literario. Los límites están tan difuminados e indefinidos que el episodio titulado “El curioso impertinente”, insertado en El Quijote, se presenta como novela  porque se trata de un manuscrito hallado en una maleta, pero llama “cuento” al de la pastora Marcela porque es un cabrero quien lo narra oralmente. Unos  cuentos “…. encierran y tienen la gracia en ellos mismos, otros en el modo de contarlos”, escribe en El coloquio de los perros. Y no quiero pasar por alto lo que Lope de Vega observa en Novelas a Marcia Leonarda (1621): “…en tiempo menos discreto que el de ahora, aunque de hombres más sabios, se llamaban a las novelas cuentos. Éstos se sabían de memoria, y nunca que me acuerde los vi escritos”. Insistimos: la palabra “novela” acabará por designar la narración larga por oposición a la corta pero durante siglos hubo indecisiones. A partir de la generación de Emilia Pardo Bazán y Leopoldo Alas el término “cuento” es aceptado para designar un género de reconocido prestigio literario que coincide con lo que hoy en día conocemos como tal.
¿Y cómo lo entendemos hoy en día? El cuento, como cualquier otra identidad lingüística, es una operación cerrada. Lo que verdaderamente distingue novela y cuento es la empatía. En la novela el lector simpatiza o se familiariza  hasta tal punto con el protagonista que se siente impulsado a creer que haría lo mismo en sus circunstancias; en un cuento o en un relato no es necesario crear tal identificación pues (a) no hay espacio suficiente para proporcionar tantos datos; (b) como se pone el énfasis en los hechos, y no en el autor de los mismos, carece realmente de importancia –dentro de unos límites, claro- quién pueda ser, p.e. el criminal. Si en el cuento se conoce a los protagonistas por sus actos, en una novela sucede lo contrario, se describe a los personajes por lo que hacen, por sus acciones o actuaciones individuales. Una colección de cuentos en un marco común sigue siendo cuentos, pero si es un personaje el que vive las distintas experiencias aparecidas en un libro de cuentos, eso ya es una novela. Así, El Conde Lucanor es una colección de 51 cuentos de diferentes orígenes escritos por el Infante Don Juan Manuel en el siglo XIV, en cambio El Lazarillo de Tormes es una novela.
En un planteamiento taxonómico o histórico comparatista los cuentos pueden organizarse en torno a ciertas oposiciones, binomios o dicotomías fundamentales:
  1. a) Forma de transmisión: Oral o Escrita;
  2. b) Autoría: Anónima o Conocida;
  3. c) Ficción: Fantástica o Realista; y
  4. d) Origen temático: Tradicional u Original.
Si nos atenemos al primer término de esas oposiciones nos encontramos con un resultado claro: Transmisión oral, autoría anónima, ficción fantástica, temática tradicional. Es tanto como decir “Cuento Popular”. Los que han estudiado Letras conocen todo esto muy bien. Sabemos que las primeras colecciones son anónimas y que las más antiguas son las colecciones indias y las árabes. Entre las colecciones indias destaca el Pantchatantra, ya citado. A la tradición popular árabe pertenece Las mil y una noches. El “Cuento Popular” merece estudio aparte y en profundidad que no nos es posible abordar aquí y ahora.
Por otro lado, si nos acogemos al segundo término encontramos un resultado clarificador: “Cuento Literario”, i.e. transmisión escrita, autoría conocida, ficción realista, temática original. No vamos a entrar en la discusión acerca de las teorías sobre el origen de los cuentos. Baste decir que existen fundamentalmente tres: la germánica o indoeuropea; la orientalista y la primitivista. Y no entramos porque hay muchas otras. Anderson Imbert (Teoría y Técnica del Cuento, 1992) enumera teorías religiosas, mitológicas, simbolistas, psicoanalíticas, evolucionistas y ritualistas.
El cuento popular atrajo la atención y el interés de los investigadores, especialmente durante la época romántica porque esa etapa primitiva e ingenua de la humanidad en la que se entronca este tipo de cuento atraía sobremanera a los románticos. Por ello, como forma de expresión del alma popular y como obras dotadas de sencillez e ingenuidad que eran, folkloristas, etnólogos, teóricos y estudiosos de la literatura le prestaron un gran interés y admiración. A su vez, el siglo de oro del Cuento de autor es el XIX, y en parte fue debido a la aparición de las colecciones de cuentos populares recopiladas por los románticos. Oscar Wilde, E. Allan Poe. Hoffman, Maupassant, Chejov, y la Pardo Bazán o Clarín, entre los españoles, son nombres de grandísimos cuentistas.
En una interpretación totalmente personal concibo el cuento literario como un gran cuerpo poliédrico de ocho caras, un octoedro. La contemplación de esas caras nos revela una tras otra la naturaleza de ese cuerpo interior, rico y autónomo:
La cara tiene que ver con el argumento. Se trata de una narración sencilla o lineal carente de grandes pretensiones narrativo-descriptivas. Es decir, una estructura de hechos entrelazados en un formato triple: introducción, nudo y desenlace. La cara B nos habla de una caracterización simple, funcional, no minuciosa de los personajes. La cara C refleja un final que debe ser inesperado o sorprendente, no previsible. Es lo que ha inclinado a muchos críticos a comparar el cuento con el poema, en especial con el soneto, cuyo último verso debe ser un flash, un fogonazo, ser cierre y, a la vez, síntesis de todo el poema. La cara D habla de la existencia de un narrador o narrante frente a la cara E que implica la existencia de un narratorio o lector al que va dirigida toda creación literaria. Narrador no es sinónimo de autor. El narrador tiene un punto de vista y tiene un tono de voz al narrar. Y a ese propósito diremos que existe un narrador externo –el que cuenta la historia desde fuera- y un narrador interno –el que lo hace desde dentro-. La cara F es el llamado tono narrativo: Pueden existir múltiples tonos: irónico, humorístico, veraz, misterioso, hipotético. La G es el personaje o los personajes, el ente o entes de ficción, cuya presentación puede ser directa –y entonces el narrante lo retrata en su aspecto físico o psíquico- o indirecta – cuando son ellos mismos los que se presentan a través de sus comportamientos, de sus palabras. Los personajes pueden ser simbólicos, alejados de toda realidad abstracta, sacados del natural, imaginarios o inventados a partir de rasgos reales. Finalmente llamo cara H –la dicotomía espacio/tiempo-. Por un lado, el espacio narrativo, que puede ser de varios tipos: interior, exterior, real, fantástico, subjetivo y objetivo. Por otro, el tiempo narrativo puede que será lineal –cuando se refiere a un pasado, a un presente o a un futuro; retrospectivo –cuando se vuelve al pasado desde el presente; y de anticipación –si se narra lo que va a suceder.
Ni puedo ni quiero extenderme más, dadas las limitaciones que este acto y ocasión imponen. No obstante, quisiera decir unas palabras acerca del relato, término poco preciso, por cierto, ya que la mayoría de los analistas y escritores no hacen distinción entre cuento y relato y –opino- más por razones prácticas que técnicas. Algunos estudiosos utilizan el término relato para referirse a textos breves carentes de una línea argumental definida y precisa o a textos que no conducen necesariamente a un punto de tensión como ocurre en el cuento. Otros, en cambio, lo utilizan cuando se refieren a textos breves, de menor extensión que la novela aunque divididos en secciones o capítulos. Otros, en fin, como un género intermedio entre el cuento y la novela, lo que se conoce en literatura por nouvelle, narraciones de longitud intermedia pero caracterizadas por diversas líneas argumentales, personajes, etc. A diferencia del cuento, el relato admite elementos de no ficción, entonces tenemos un relato documental o periodístico. En definitiva, si el cuento está en la esfera de lo artístico y literario el relato está más en la línea de lo periodístico o ensayístico. Con frecuencia se cita como modelo preciso de relato A sangre fría – In cold blood- del norteamericano Truman Capote. Por académica que resulte esta concepción me resulta difícil de aceptar. Está el relato, efectivamente, entre el cuento y la novela pero mucho más próximo al primero, hasta el punto de que resulta difícil, si no imposible, distinguir claramente entre uno u otro.  Se trata, efectivamente, de una narración –por lo común breve, poco importa el número de páginas- pero carente de planteamiento argumental y que no conduce a un nudo y a un desenlace final. Una narración con esas características no es, pues, un cuento sino un relato. La ficción les relaciona y les acerca inequívocamente pero la no-ficción -i.e. la noticia, el documental, la historia- hacen del relato una estructura discursiva dotada de heterogeneidad narrativa alejada del cuento. Julio Cortázar, Kafka y el citado Capote, entre muchos otros,  no sólo han escrito bellísimas páginas del género con su calidad indiscutible sino que han demostrado las grandes posibilidades  de este género.
No sé si  estas ideas expuestas  aquí les serán de utilidad ni si han aportado algo nuevo a lo que ya conoce sobre el tema. Siempre queda el recurso de apelar a lo que Ludovico Ariosto dice en su Orlando furioso: Forse altro canterà con miglior plectro”. Sí, es posible que otro lo hubiera cantado con mejor plectro, con mayor acierto.  Quedo agradecido a la Academia de San Romualdo, a la que he pertenecido desde 1994 y con la que he colaborado modestamente desde los cargos de Bibliotecario, primero, y de Vicepresidente, hasta el día de hoy, su confianza para realizar este pequeña misión de hablarles sobre la narrativa corta. También a  todos ustedes por su atención y asistencia. Muchas gracias.

"Deleuze en el cine. Un análisis de Hitchcock y Godard" en Cursa Virtual


En la mayoría de los films hay muy poco cine y yo llamo a esto habitualmente “fotografía de gente que habla”. Cuando se cuenta una historia en el cine, sólo se debería recurrir al diálogo cuando es imposible hacerlo de otra forma.
A. Hitchcock


Son personas que son reales, y es el mundo el que hace banda aparte. Es el mundo el que se hace cine. Es el mundo el que no es sincrónico, ellos son justos, son verdaderos, representan la vida. Viven una historia simple, es el mundo alrededor de ellos el que vive un mal guión.
J-L. Godard



Idea:
Es posible decir que Gilles Deleuze al publicar La imagen-movimiento (1983) y La imagen-tiempo (1985) no construyó una teoría “del” cine sino una teoría “con” el cine, esto es, una fundamentación filosófica a partir de conceptos producidos por los propios directores de cine; para Deleuze los cineastas son como los filósofos: creadores de conceptos, en su caso cinematográficos, que su teoría taxonomizará y ordenará. Deleuze comparte una visión común con André Bazin, crítico y fundador de Cahiers du Cinéma, la idea de que la historia del cine se compone de dos grandes momentos: el cine clásico –hasta 1945- centrado en lo que llama “imagen-movimiento”, y el cine moderno, de la posguerra en adelante, anclado en la “imagen-tiempo”. Si los directores clásicos de Hollywood creían en la imagen, los directores modernos de los nuevos cines europeos creen en la realidad.
De todos los directores de cine que Deleuze menciona en sus estudios hay dos que serán particularmente recurrentes: Alfred Hitchcock y Jean-Luc Godard. El primero será quién lleve la imagen-movimiento del cine de Hollywood a su límite máximo hasta clausurarla, creando la “imagen-mental” e introduciendo al espectador como actor indispensable en la construcción de la lógica del relato; el segundo, será el fundador de un cine físico, de cuerpo presente, el principal articulador del nuevo régimen de imagen de los cines de posguerra, aquel en el cual sus personajes asumen la forma-vagabundeo en narraciones falsificantes y paródicas. Hitchcock y Godard configuran un tándem ineludible para comprender la interrogación deleuziana sobre cine. En este sentido, la nouvelle vague será “hitchcocko-marxiana”, vale decir, Godard buscó crear imágenes mentales al igual que el director inglés, pero a diferencia de éste no prolongó el sistema clásico hollywoodense (percepción – afección – acción) sino lo fracturó, mostró sus condiciones materiales de producción para generar un nuevo régimen, la imagen-tiempo, ya fuera del nucleo sensorio-motor.
Este es un curso teórico/práctico en el que analizaremos los conceptos deleuzianos sobre el cine y visualizaremos determinados films de Hitchcock y Godard, a fin de reflexionar sobre las problemáticas estéticas y políticas de dos creadores de imágenes fundamentales.















Programa:

Clase 1. Definiciones técnicas y montaje
Cuadro (funciones y fuera de campo), plano (movimiento, corte móvil y plano-secuencia) encuadre y guión técnico. Montaje: el todo y la composición de las imágenes-movimiento. Imagen indirecta el tiempo. Escuelas de montaje: 1) Composición norteamericana (orgánica), 2) Composición soviética (dialéctica), 3) Composición francesa (cuantitativa), 4) Composición alemana (expresionista).
Análisis: La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock (1954)


Bibliografía G. Deleuze:
(1981-1982) Cine I. Bergson y las imágenes, Buenos Aires: Cactus. [(2009) Traducción castellana de Sebastián Puente y Pablo Ires: Curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 10 de noviembre de 1981 y el 1 de junio de 1982. Edición preparada en base a las desgrabaciones y grabaciones existentes en el idioma original.]
(1982-1983) Cine II. Los signos del movimiento y el tiempo, Buenos Aires: Cactus. [(2011) Traducción castellana de Sebastián Puente y Pablo Ires: Curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 2 de noviembre de 1982 y el 7 de junio de 1983. Edición preparada en base a las desgrabaciones y grabaciones existentes en el idioma original.]
(1983) L’image-mouvement. Cinéma I, París: Les Éditions de Minuit. [(1994) Traducción castellana de Irene Agoff: La imagen-movimiento. Estudios sobre cine I, Barcelona: Paidós.]



Clase 2. Imagen-movimiento e imagen-mental
Tipos de imágenes: 1) Imagen-percepción (objetiva y subjetiva), 2) Imagen-afección (rostro y primer plano), 3) Imagen-pulsión (síntomas y fetichismo), 4) Imagen-acción de la Gran Forma de Hollywood (de la situación a la acción), 5) Imagen-acción de la pequeña forma (de la acción a la situación). Imagen-accion llevada a su límite e imagen-mental. La crisis de la imagen-acción en el cine norteamericano.
Análisis: Vertigo de Alfred Hitchcock (1958)


Bibliografía G. Deleuze:
(1981-1982) Cine I. Bergson y las imágenes, Buenos Aires: Cactus. [(2009) Traducción castellana de Sebastián Puente y Pablo Ires: Curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 10 de noviembre de 1981 y el 1 de junio de 1982. Edición preparada en base a las desgrabaciones y grabaciones existentes en el idioma original.]
(1982-1983) Cine II. Los signos del movimiento y el tiempo, Buenos Aires: Cactus. [(2011) Traducción castellana de Sebastián Puente y Pablo Ires: Curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 2 de noviembre de 1982 y el 7 de junio de 1983. Edición preparada en base a las desgrabaciones y grabaciones existentes en el idioma original.]
(1983) L’image-mouvement. Cinéma I, París: Les Éditions de Minuit. [(1994) Traducción castellana de Irene Agoff: La imagen-movimiento. Estudios sobre cine I, Barcelona: Paidós.]


Clase 3. Nuevos cines de posguerra y tiempo emancipado
Situaciones ópticas y sonoras puras vs. situaciones sensorio-motrices. Opsignos y sonsignos: real e imaginario, objetivismo y subjetivismo. Neorrealismo italiano y nouvelle vague francesa. De la subordinación al movimiento a la emancipación de la imagen-tiempo: su presentación directa. Diferencia entre lo clásico y lo moderno.
Análisis: Sin aliento de Jean-Luc Godard (1960)

Bibliografía G. Deleuze:
(1983-1984) Cine III. Verdad y tiempo. Potencias de lo falso, Buenos Aires: Cactus. [(2018) Traducción castellana de Sebastián Puente y Pablo Ires: Curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 8 de noviembre de 1983 y el 12 de junio de 1984. Edición preparada en base a las desgrabaciones y grabaciones existentes en el idioma original.]
(1985) L’image-temps. Cinéma II, París: Les Éditions de Minuit. [(1996) Traducción castellana de Irene Agoff: La imagen-tiempo. Estudios sobre cine II, Barcelona: Paidós.]
(1990) Pourparlers, París: Les Éditions de Minuit. [(1995) Traducción castellana de José Luis Pardo: “Cine” (pp.59-131), Conversaciones 1972-1990, Valencia: Pre-Textos.]

Clase 4. Imagen-tiempo y potencias de lo falso  
Lo actual y lo virtual. La imagen-cristal (lo indiscernible). Coexistencia de capas del pasado y simultaneidad. Regímenes de la imagen (orgánica y cristalina): narración verídica y falsificante. Potencias de lo falso. El pensamiento en el cine: cuerpo, cerebro e imágenes.
Análisis: Vivir su vida de Jean-Luc Godard (1962)

Bibliografía G. Deleuze:
(1983-1984) Cine III. Verdad y tiempo. Potencias de lo falso, Buenos Aires: Cactus. [(2018) Traducción castellana de Sebastián Puente y Pablo Ires: Curso dictado en la Universidad de Vincennes entre el 8 de noviembre de 1983 y el 12 de junio de 1984. Edición preparada en base a las desgrabaciones y grabaciones existentes en el idioma original.]
(1985) L’image-temps. Cinéma II, París: Les Éditions de Minuit. [(1996) Traducción castellana de Irene Agoff: La imagen-tiempo. Estudios sobre cine II, Barcelona: Paidós.]
(1990) Pourparlers, París: Les Éditions de Minuit. [(1995) Traducción castellana de José Luis Pardo: “Cine” (pp.59-131), Conversaciones 1972-1990, Valencia: Pre-Textos.]


Bibliografía complementaria será comentada en cada clase.