Novela histórica de Gabriela Margall
Agatha Christie, entre la aventura y las letras
Huellas en el desierto cuenta sus viajes a Siria con quien sería su esposo, el arqueólogo Max Mallowan.
Gabriela Margall presentó Huellas en el desierto, su último libro, y para asombro de sus lectoras, no se trata esta vez de una novela romántica ambientada en los tiempos de antes o después del rosismo, ni dentro de la historia argentina. Ahora, la protagonista es la novelista Agatha Christie, y su segundo amor, vale decir, cómo conoció y se casó con Max Mallowan, su segundo esposo, arqueólogo y quince años menor que ella, culpable, tal vez, de que Hércules Poirot, el célebre detective de la autora, haya paseado su figura por los más exóticos escenarios para resolver enigmáticos crímenes.
Si algo le queda claro al lector de Agatha Christie es que matar, la gente se mata entre sí por todo el mundo. Entonces, para entender quién es la protagonista, primero un poco de Agatha Christie. Nació en 1891 como Mary Clarisa Miller, con una educación victoriana y primorosa. Según cuenta Margall, “a ella las costumbres victorianas le pesaban mucho. El divorcio de su primer marido Archie Christie la afectó muchísimo. En los años ‘20 la escritura no era una actividad mal vista en una mujer, menos en la tradición literaria inglesa. Las novelas de detectives estaban de moda y desde el inicio publicó con su propio nombre y tuvo éxito.”
Se dio a conocer con El misterioso caso de Styles en 1920, pero fue en 1929 con La muerte de Roger Ackroyd que se convirtió en best-seller. Aun en 1999, este título figuraba entre los “Cien mejores libros del siglo” según el diario Le Monde, en el puesto 49.
Agatha Christie publicó 66 novelas y entró en los Récords Guinness como la autora que más obras vendió de todos los tiempos. Escribió dos piezas de teatro: La ratonera se estrenó en Londres en 1952 y estuvo veinticinco años ininterrumpidamente en escena. Testigo de cargo llegó a película de Hollywood, dirigida por Billy Wilder y nada menos que con Marlene Dietrich como protagonista.
Fue a raíz de un episodio de amnesia que protagonizó un escándalo, sobre el cual se escribió mucho en su tiempo y hasta se hizo una película (Vanessa Redgrave hacía de Agatha Christie en el film). La reina del crimen desapareció durante diez días en 1926. Fue encontrada después en una ciudad del norte de Inglaterra, alojada en un hotel spa con el nombre de Teresa Neel, y queriendo acompañar en el piano a la orquesta del establecimiento. Mientras los psiquiatras hablan de un “estado de fuga”, una amnesia temporal provocada por una depresión, las malas lenguas opinan que fue todo un plan para desbaratarle a Archie, el marido, un fin de semana con su amante.
Haya sido como haya sido, Agatha fue sometida a tratamiento psiquiátrico. El marido se divorció de ella y se casó con su amante, la verdadera señorita Neel, Nancy Neel. Viajar y distraerse fue una de las recomendaciones que le dio el médico y Agatha Christie viajó a las expediciones de unos amigos suyos, los arqueólogos Leonard y Katherine Wolley, donde conoció a Max Mallowan, su futuro esposo. Aquí es donde comienza Huellas en el desierto, ágil y entretenido, válido para amantes de la novela romántica y para fanáticos de Agatha Christie.
Gabriela Margall es historiadora y, lo mismo que Max Mallowan, fue formada como asirióloga. “Mi historia con Agatha comienza en mis años de docencia en la UBA -cuenta-. Trabajaba con Bernardo Gandulla, doctor en historia especializado en asiriología, y cada vez que hablábamos de Max Mallowan y sus hallazgos en Siria, él mencionaba que había sido esposo de Agatha Christie y que juntos habían hecho excavaciones arqueológicas. Siempre paraba la clase, me miraba y me decía que tenía que escribir esa historia. No le hice caso hasta que hace un par de años un link de Twitter me llevó a descubrir esa historia otra vez. Me encantó que Agatha, una escritora que admiraba, se animara a vivir una historia de amor y aventuras como esa.”
La novela está, como suele decirse, “basada en hechos reales”, en primer lugar porque se refiere a un acontecimiento que ocurrió en la realidad y a personas fácilmente reconocibles -hasta los ayudantes de las excavaciones existieron- y en segundo lugar, porque Gabriela Margall hace uso de su profesión de base, la historia. Consultada sobre su método de trabajo, responde: “La historiadora está en todo. No está separada de la escritora, al contrario, es la misma Historia la que me va haciendo construir los argumentos para las novelas. Escribo con el libro de Historia en la mano porque sé que ahí está el argumento y la lógica de la novela”.
El final feliz de la historia, lo conocemos todos: Agatha y Mallowan vivieron juntos por siempre, mitad del año en Inglaterra y la otra mitad en polos arqueológicos. Agatha Christie llegó a decir que el agua del río Tigris da un té mucho mejor preparado que con la del Támesis. Pero el vértigo de una historia no está en el final sorpresa, sino en la forma en que está contado y cómo se despierta el interés por la lectura, al punto que se hace doloroso abandonarlo. Cosa que pasa con este libro, y hasta tiene su cuota de morbo respecto del personaje de Kate Wolley, imposible de revelar antes de tiempo.
Habilidad de Margall, además, es su capacidad para describir los paisajes por los que andan los personajes y que para nosotros son el Medio Oriente remoto, hoy devastado por las guerras. La autora adenda allí mismo dos sitios web: el de la Universidad de Pennsylvania dedicado a las campañas de excavación de los Wolley, y el del Museo Británico sobre la ciudad súmera Ur, civilización que en nuestro imaginario se pierde en la noche de los tiempos. En suma, Huellas en el desierto despierta la curiosidad del lector con mundos -el de la novela policial, el de la arqueología, y el de las civilizaciones perdidas- que querrá conocer.