miércoles, 1 de abril de 2009
Raúl Alfonsín: de paladín de la democracia a caudillo en las sombras
Raúl Alfonsín (1927/2009), fue el primer presidente electo en Argentina tras una sangrienta dictadura (1976-1983), a cuyos jefes se juzgó durante su gobierno, pero renunció en medio de una brutal hiperinflación, sin abandonar desde entonces el rol de caudillo en las sombras.
Alfonsín llegó al poder con el respaldo de la clase media, incluso la más baja, al derrotar en 1983 al peronismo, hasta ese momento invencible adversario tradicional de su partido, la Unión Cívica Radical (UCR, socialdemócrata).
Su deseo al asumir era que un tribunal militar enjuiciara a los comandantes dictatoriales y propició una investigación civil encabezada por el laureado escritor Ernesto Sábato.
Los testimonios de sobrevivientes y familiares, calificados por Sábato de "un descenso al infierno", se publicaron en una obra sin precedentes en Latinoamérica, con el nombre de 'Nunca más'.
Pero fue un tribunal federal el que sentó en el banquillo a los dictadores en 1985, cuando el mundo se estremeció con las pruebas de la crueldad en los centros clandestinos de prisioneros, donde desaparecieron unas 30.000 personas, según organismos humanitarios.
Los comandantes Jorge Videla y Emilio Massera fueron condenados a cárcel de por vida, en un caso considerado 'el Nuremberg argentino', como el de los criminales nazis tras la II Guerra Mundial.
Aquel histórico juicio marcó el cénit de su mandato, junto con un plebiscito para firmar un acuerdo de paz con Chile que puso fin al conflicto fronterizo en el austral canal de Beagle.
En su apogeo, Alfonsín y el presidente brasileño José Sarney sembraron la semilla del Mercosur con un acuerdo de complementación de las industrias automotrices.
Pero pasada la euforia popular por la retirada del régimen empezó a menguar su imagen y entrar en un lento ocaso.
"¡Felices Pascuas, la casa está en orden!", fue la triste y famosa frase que lanzó en 1987 desde el balcón de la Casa Rosada (gobierno) al terminar una sublevación de militares 'carapintadas' que reivindicaban la represión.
Pese a que millones de argentinos se manifestaban en las plazas de sur a norte, e incluso colmaban la histórica Plaza de Mayo en apoyo a la democracia, Alfonsín negoció un acuerdo con los sublevados para que depusiesen las armas.
El pacto incluyó una ley de Obediencia Debida, que exculpaba a quien se amparara en haber recibido órdenes, incluso para cometer atrocidades como torturar a embarazadas, robar bebés o arrojar vivas al mar a personas desde aviones.
Aquella ley de amnistía, derogada en el siglo XXI, fue un golpe mortal para la credibilidad del gobierno de Alfonsín, mientras la economía comenzaba a entrar en crisis.
La agitación social creció con 13 huelgas generales de la central obrera peronista CGT, hasta que una astronómica inflación de 5.000% anual hizo pedazos su gobierno.
Al fracasar con estrépito los planes económicos Austral y Primavera, recomendados por tecnócratas del Fondo Monetario, estalló una ola de saqueos a supermercados, mientras quienes podían compraban dólares con frenesí.
Alfonsín anunció por TV en 1989 que resignaba el poder seis meses antes del plazo y le pasaba el bastón de mando al ganador de las elecciones, el peronista liberal Carlos Menem.
Desde entonces, el viejo caudillo, con la imagen tan dañada que no pudo presentarse más como candidato, se dedicó a manejar los hilos de la UCR.
Sus críticos no le perdonaron facilitar la reelección de Menem con una reforma constitucional en 1994, en lo que se llamó 'El Pacto de Olivos' (residencia presidencial), pero otros elogiaron la modernización de la Carta Magna.
Apoyó a regañadientes al gobierno radical conservador de Fernando de la Rúa (1999-2001), abatido por una rebelión popular, y combatió a los Kirchner (la presidenta Cristina y el ex presidente Néstor), que cogobiernan de hecho, aunque ambos le rindieron en 2008 un homenaje por su papel en democracia.