Un poema de Yeats
10/11/2014 POR 1 COMENTARIO
Nota y traducción de Pablo Ingberg*
De padre agnóstico, el dublinés William Butler Yeats (1865-1939) necesitó inventarse una creencia, sobre la base de mitos griegos, neoplatonismo, teosofía y religiones orientales, que iba a suministrarle un cúmulo de imágenes para su poesía. “Navegando a Bizancio”, uno de sus poemas más célebres y celebrados, es en cierto modo una síntesis de su obra. Incluido en el libro La torre (The Tower, 1928), ofrece una especie de coro de símbolos donde se mezclan la amargura por la decadencia física debida al avance de la edad y la admiración por la civilización bizantina, el canto a la perdurabilidad del arte y a la efímera sensualidad. Hacia el final, el yo poético aspira a sobrevivir al cuerpo como una especie de etérea ave dorada que cante para el emperador y la aristocracia. Yeats, uno de los poetas más destacados del modernismo en lengua inglesa, se diferenció de la corriente por su apego a formas tradicionales con metro y rima. Este poema está escrito en estrofas de ocho pentámetros yámbicos con rima a-b-a-b-a-b-c-c (ottava rima, metro de origen italiano tradicionalmente empleado para temas heroicos). La traducción aquí introducida, en alejandrinos de cesura algo flexible con unos pocos endecasílabos entremezclados, deja de lado la rima para poder seguir más de cerca otras complejidades del original. Agradezco comentarios de Andrew Daniels que me permitieron mejorar detalles.
Sailing to Byzantium
That is no country for old men. The young
In one another’s arms, birds in the trees
–Those dying generations– at their song,
The salmon-falls, the mackerel-crowded seas,
Fish, flesh and fowl, commend all summer long
Whatever is begotten, born and dies.
Caught in that sensual music all neglect
Monuments of unaging intellect.An aged man is but a paltry thing,
A tattered coat upon a stick, unless
Soul clap its hands and sing, and louder sing
For every tatter of its mortal dress,
Nor is there singing school but studying
Monuments of its own magnificence;
And therefore I have sailed the seas and come
To the holy city of Byzantium.O sages standing in God’s holy fire
As in the gold mosaic of a wall,
Come from the holy fire, perne in a gyre,
And be the singing-masters of my soul.
Consume my heart away; sick with desire
And fastened to a dying animal
It knows not what it is; and gather me
Into the artifice of eternity.Once out of nature I shall never take
My bodily form from any natural thing,
But such a form as Grecian goldsmiths make
Of hammered gold and gold enameling
To keep a drowsy emperor awake;
Or set upon a golden bough to sing
To lords and ladies of Byzantium
Of what is past, or passing, or to come.
That is no country for old men. The young
In one another’s arms, birds in the trees
–Those dying generations– at their song,
The salmon-falls, the mackerel-crowded seas,
Fish, flesh and fowl, commend all summer long
Whatever is begotten, born and dies.
Caught in that sensual music all neglect
Monuments of unaging intellect.An aged man is but a paltry thing,
A tattered coat upon a stick, unless
Soul clap its hands and sing, and louder sing
For every tatter of its mortal dress,
Nor is there singing school but studying
Monuments of its own magnificence;
And therefore I have sailed the seas and come
To the holy city of Byzantium.O sages standing in God’s holy fire
As in the gold mosaic of a wall,
Come from the holy fire, perne in a gyre,
And be the singing-masters of my soul.
Consume my heart away; sick with desire
And fastened to a dying animal
It knows not what it is; and gather me
Into the artifice of eternity.Once out of nature I shall never take
My bodily form from any natural thing,
But such a form as Grecian goldsmiths make
Of hammered gold and gold enameling
To keep a drowsy emperor awake;
Or set upon a golden bough to sing
To lords and ladies of Byzantium
Of what is past, or passing, or to come.
Navegando a Bizancio
Ése no es un país para viejos. Los jóvenes
Uno en brazos del otro, pájaros en los árboles
–Esas generaciones moribundas– cantando,
Cascadas de salmones, mares llenos de atunes,
Pez, carne y ave alaban el entero verano
Todo lo que se engendra, nace y muere.
Atrapado en tal música sensual todo descuida
Los monumentos del intelecto sin edad.Un hombre de edad no es más que algo sin valor,
Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos
Que el alma aplauda y cante, y en voz más alta cante
Por todos los andrajos de su ropa mortal,
Ni hay escuela de canto a excepción del estudio
De monumentos propios de su magnificencia;
Y por eso surqué los mares y llegué
A la ciudad sagrada de Bizancio.Oh sabios que se yerguen en el sagrado fuego
De Dios como en el áureo mosaico de algún muro,
Vengan del sacro fuego, giren en torbellino
Y sean los maestros de canto de mi alma.
Mi corazón consuman; enfermo de deseo
Y atado a un animal agonizante
No sabe lo que es; y recójanme para
El artificio de la eternidad.No tomaré, ya fuera de la naturaleza,
Nunca forma corpórea de nada natural,
Sino una forma como las que hace el griego orífice
En oro martillado y en esmaltado de oro
Para tener despierto a un emperador con sueño;
O puesta en una rama dorada a cantar
Para nobles señores y damas de Bizancio
Lo que pasó, o está pasando, o por venir.
Ése no es un país para viejos. Los jóvenes
Uno en brazos del otro, pájaros en los árboles
–Esas generaciones moribundas– cantando,
Cascadas de salmones, mares llenos de atunes,
Pez, carne y ave alaban el entero verano
Todo lo que se engendra, nace y muere.
Atrapado en tal música sensual todo descuida
Los monumentos del intelecto sin edad.Un hombre de edad no es más que algo sin valor,
Un abrigo andrajoso sobre un bastón, a menos
Que el alma aplauda y cante, y en voz más alta cante
Por todos los andrajos de su ropa mortal,
Ni hay escuela de canto a excepción del estudio
De monumentos propios de su magnificencia;
Y por eso surqué los mares y llegué
A la ciudad sagrada de Bizancio.Oh sabios que se yerguen en el sagrado fuego
De Dios como en el áureo mosaico de algún muro,
Vengan del sacro fuego, giren en torbellino
Y sean los maestros de canto de mi alma.
Mi corazón consuman; enfermo de deseo
Y atado a un animal agonizante
No sabe lo que es; y recójanme para
El artificio de la eternidad.No tomaré, ya fuera de la naturaleza,
Nunca forma corpórea de nada natural,
Sino una forma como las que hace el griego orífice
En oro martillado y en esmaltado de oro
Para tener despierto a un emperador con sueño;
O puesta en una rama dorada a cantar
Para nobles señores y damas de Bizancio
Lo que pasó, o está pasando, o por venir.
*Pablo Ingberg.
Escritor y traductor. Publicó cinco libros de poesía, último Nadie atiende los llamados, y una novela, Diario de un misógino.
Tradujo más de setenta libros, entre ellos Edipo rey y Antígona de Sófocles y Retrato del artista adolescente y Giacomo Joyce de Joyce.
Cuidó la edición de las Obras completas de Shakespeare y dirige la Colección griegos y latinos para Editorial Losada.
Escritor y traductor. Publicó cinco libros de poesía, último Nadie atiende los llamados, y una novela, Diario de un misógino.
Tradujo más de setenta libros, entre ellos Edipo rey y Antígona de Sófocles y Retrato del artista adolescente y Giacomo Joyce de Joyce.
Cuidó la edición de las Obras completas de Shakespeare y dirige la Colección griegos y latinos para Editorial Losada.