domingo, 25 de junio de 2017
Maldiciones romanas de andar por casa
¿Cansado de lanzar maldiciones ineficaces contra la clase política corrupta de este país? ¿Y a ese vecino ruidoso que religiosamente coge el taladro a las 8 de la mañana? Afortunadamente, tenemos la solución a sus problemas: Maldiciones romanas "caseras".
http://www.ivoox.com/maldiciones-romanas-andar-casa-audios-mp3_rf_16902320_1.html?utm_expid=113438436-41.XwSbWAIXSCCDvn5myOP5Yw.0&utm_referrer=http%3A%2F%2Fwww.ivoox.com%2F
La leyenda del invierno
Como dijo un gran sabio y presidente español: "Esto no es como el agua que cae del cielo sin que se sepa exactamente por qué". Nuestros antepasados griegos, no tuvieron ese problema, ya que usaron la mitología para explicar los fenómenos que ocurrían a su alrededor.
Mujeres espartanas: la verdad silenciada de los “300”
Las mujeres espartanas han sido relegadas a un segundo plano por los destellos de admiración que despiertan los musculosos hoplitas espartanos. Marta Huelves Molina nos habla sobre las espartanas, mujeres de leyenda, deseadas y a la vez odiadas por todo el mundo griego.
http://www.ivoox.com/18864628
Historia Antigua ¿Traidora o chacha? Y tú… ¿cuál prefieres? Helena de Troya vs. Penélope de Ítaca
¿Traidora o chacha? Y tú… ¿cuál prefieres? Helena de Troya vs. Penélope de Ítaca
Hoy hablamos sobre la historia de dos famosas mujeres griegas: Penépole y Helena.
Los mitos tienen, como todo lo interesante en esta vida, un componente extraordinario: el poder de resistir el paso del tiempo. Son una herencia colectiva y memorable, utilizados muchas veces con fines educativos. La historia de estas dos heroínas griegas, rescatadas del universo de Homero, supone un ejemplo de la parcialidad con la que se ha tratado la imagen de la mujer a lo largo de la historia, reduciendo la complejidad de nuestra condición a dos categorías: mujeres buenas o malas.
¿Creéis que estos criterios están superados? Las historias de Helena y Penélope mantienen todavía su influencia en nuestra sociedad, a juicio de algunos, tan evolucionada.
Nuestras heroínas tienen en común vairos rasgos que las unen. Primero el poder, las dos pertenecen a la casa real espartana. Segundo la belleza, cuentan con un séquito de pretendientes. Y tercero la maternidad, cada una tuvo un hijo con su marido: Hermíone, hija de Helena, y Telémaco de Penélope. Además eran primas por parte de padre. La relación entre ellas no es casual: mientras Helena representa el origen de la guerra de Troya y sus desgracias, la historia de Penélope pertenece, sobre todo, a la posguerra. Cada una simboliza un modelo de mujer: frente a la casta y fiel Penélope, encontramos una casquivana, traidora e infiel Helena.
Penélope de Ítaca: señora de su casa, aficionada a las mortajas y tejedora en paro
Penélope es, sin ninguna duda, el modelo de mujer perfecta en la Antigüedad (y en no pocos foros actuales como foro coches): representa la tradición patriarcal de la mujer sumisa y obediente. Su aparición se produce cuando Odiseo, Ulises para los romanos y para algunos despistados, se casa con ella. Homero nos cuenta que no había pasado un año cuando Odiseo abandona su patria, Ítaca, de la que era rey, para ayudar a su amigo Menelao y participar en la Guerra de Troya. Tras la marcha de Odiseo, Penélope quedó como única dueña de los bienes de su marido. El palacio real fue asediado por numerosos pretendientes, los príncipes, que la acosaron para que eligiese a uno de ellos para desposarla, (no perdamos de vista que no les movía el amor ni la compasión: deseaban el trono de Ítaca). Cuenta el mito que Penélope se las ingenió para ganar tiempo, esperando aún el regreso de Odiseo. Es de sobra conocida la estratagema que urdió: afirmó que elegiría a uno de ellos en cuanto terminara de tejer una mortaja para su suegro, Laertes, (¡pobre hombre!, imagino el desasosiego cada vez que la veía acercarse al telar). Durante el día trabajaba en la tela, pero por la noche deshacía el trabajo.
Bien. Si analizamos la historia detenidamente, descubriremos algo sorprendente: Penélope demostró, además de una fina inteligencia, una capacidad de aguante extraordinaria, si tenemos en cuenta que el señor Odiseo pasó veinte años fuera de su casa, los diez que duró la guerra de Troya y otros diez que tardó en encontrar el camino de regreso. No era muy despierto parece, estaba por ahí de juerga, con Circe, por ejemplo…Existen, por tanto, otros aspectos más relevantes que la fidelidad: con independencia de que Penélope estuviera locamente enamorada de Odiseo, se mantuvo al frente de la casa real durante veinte años. Demostró su capacidad de gestión y administración, además de la defensa de unos bienes, que por derecho la pertenecían. Si Penélope hubiera cedido a las pretensiones de los príncipes, su hijo, Telémaco, se habría quedado para vestir santos.
Frente a este comportamiento ejemplar de paciencia y fidelidad durante la ausencia del marido, encontramos a Helena.
Helena de Troya: golfa, peleona y casquivana
En primer lugar, se trataba de la mujer más hermosa, que es presentada como un trofeo: muchos pretendientes acudieron desde todas partes de Grecia, animados por la fama de su belleza y con la promesa del trono de Esparta. Tindareo, su padre, temiendo provocar una guerra entre los pretendientes, siguió un consejo de Odiseo: hizo jurar a los pretendientes que acudirían en auxilio del elegido, por si (en algún momento), Helena fuese seducida o raptada. Un tipo listo éste Odiseo, sabía que Helena no era para él, ya que los otros eran más ricos; y de paso se ganaba el favor del rey para que lo ayudara a obtener la mano de Penélope, la única mujer que podía competir en belleza con Helena. Por si a alguien le interesa, el elegido fue Menelao.
Y en segundo lugar, Helena es raptada, seducida o no, por Paris, un príncipe troyano. Cuando Menelao se entera, apela al “juramento de Tindareo”, por el cual, los antiguos pretendientes de Helena debían ayudar al marido ultrajado. Comienza así la guerra de Troya, (no vamos a entrar aquí en el dudoso origen de la guerra por una mujer, por aquello del marido despechado, los cuernos, los celos y demás), donde la figura de Helena pasa del Olimpo al Averno en cero coma. De ser considerada casi una diosa, paradigma de belleza, se convierte en prototipo de mujer adúltera y mujer objeto; una especie de Mata Hari de la Antigüedad.
¿Y quién puede creer que el origen de la guerra de Troya lo causara una mujer?
Los verdaderos motivos de la guerra son ajenos a Helena. Intereses como el enriquecimiento y la extensión del poder en Asia, la ambición, el afán de riquezas y la ubicación de Troya; en definitiva, razones económicas y geoestratégicas son las que llevan a los griegos a una guerra decidida por Agamenón mucho antes de que Helena fuera raptada. Ella será, pues, una simple excusa, el pretexto oficial.
Y tú, ¿de quién eres?
Presentadas nuestras heroínas, me reitero en el argumento: no pretendemos variar el significado del mito, evidencia que algunos esgrimen para desacreditar los estudios de género. Sin embargo, creo más que conveniente superar los estereotipos que representan estas mujeres e incidir en aquellas partes de la historia digamos… veladas, poco destacadas, suprimidas, ocultadas, silenciadas o pasadas por el arco del triunfo.
¿Todavía seguís pensando que los mitos forman parte del pasado?
La misma Historia, una mirada distinta; mirada de mujer, necesaria para contar nuestra Historia.
Bibliografía
- Apolodoro, 1998, Biblioteca Mitológica, Alianza Editorial, Madrid. Traducción, introducción y notas de Julia García Moreno
- Homero, 2000, La Odisea, Editorial Gredos, Madrid. Introducción de Carlos García Gual, traducción de José Manuel Pabón.
- Butler, J., 2001, El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, México.
- Finley, M. I., 1961, El Mundo de Odiseo, Fondo de cultura económica, México D.F.
- García Gual, C., 2003, Diccionario de mitos, Siglo XXI de España Editores, Madrid.
- Pomeroy, S. B., 1987, Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la Antigüedad clásica, Akal, Madrid.
La sexualidad romana
Los romanos vivían el amor y el sexo como un gran regalo de los dioses, que debían practicarlo al máximo.
Hay un grafiti en las ruinas de Pompeya que dice “que viva el que ama; que se muera quien no sabe amar. Dos veces perezca todo el que pone obstáculos al amor”.
Visité las ruinas de Pompeya hace un año con gran detenimiento. El guía, que nos acompañaba, empezó diciendo, que para entender la vida romana deberíamos dejarnos los tabúes actuales, consecuencia de la moral cristiana con la que nos educaron, que es totalmente represora de la sexualidad.
Debemos saber que los dioses romanos no tenían la sexualidad como una cuestión moral degradante. Se buscaba siempre el placer, la vida natural y la felicidad. En la misma Pompeya hay escrita una frase de un amante, que dice “Los amantes como las abejas, saborean una vida dulce como la miel”.
La presencia del falo era algo cotidiano para los romanos, al igual que había sucedido en todas las culturas antiguas, porque era el instrumento que garantizaba la fertilidad.
El falo estaba en el dios romano Fascinus. Las matronas romanas eran las encargadas de llevarle flores. Su culto era desarrollado por las conocidas vestales, cuya misión consistía en alejar el mal de ojo (fascinum) que tanto preocupaba a los romanos, favorecer la germinación de las plantas y estimular el alumbramiento de las hembras estériles.
Los romanos vivían el amor y el sexo como un gran regalo de los dioses, que debían practicarlo al máximo. Para que veamos hasta donde llega esta sexualidad hay una lápida funeraria que dice “Vino, sexo y termas arruinan nuestros cuerpos, pero son la sal de la vida”.
La sexualidad romana ha pretendido siempre mostrarse orgullosa de su propia virilidad, por eso es fácil encontrar inscripciones, grafitis que hacen alabanza de la misma. De esta forma, el poder, el estado social y la buena fortuna se expresaban frecuentemente en términos fálicos.
Los hombres romanos tenían que ser parte activa en todo lo referente a la sexualidad. No se entendía la pasividad sexual en un hombre, pues suponía la pérdida del control, virtud esta que era muy valorada en Roma.
Los hombres romanos podían tener relaciones tanto con hombres prostitutos (los prostitutos eran esclavos, siempre que el romano fuera el activo) como con mujeres. Esto era aceptado social y legalmente.
La homosexualidad
Las leyes romanas regulaban la homosexualidad. Tenemos la “Lex Scantinia”, “Lex Iulia” y “Lex Iulia de vi publica” que regulaban la homosexualidad entre hombres libres. Un hombre, que disfrutaba siendo penetrado, era llamado pathicus o catamita. Se le consideraba pasivo y en consecuencia es presentado como hombre débil y femenino, con una fuerte connotación despreciativa.
Estas leyes sobre la homosexualidad no se aplicaban cuando eran los esclavos o los bárbaros quienes la practicaban, pues no eran considerados como seres humanos. Si un romano se dejaba penetrar por cualquiera de ellos, era mirado con desdén. Los esclavos eran definidos como res (cosa) y podían ser usados libremente en cualquier situación sin ser considerado algo ilegal.
El hombre romano era bisexual y la educación que se daba a los hijos, iba encaminada a lograr esa bisexualidad. El hombre era quien dominaba y tenía que mostrar su superioridad en todos los órdenes de la vida, tanto en la familia, como en la sociedad, la política y por supuesto en la guerra.
El hombre romano era el que mandaba en casa y decidía todo. Su bisexualidad era buscada, porque su dominio superaba a la mujer y debía tener una dominación total sobre todas las cosas.
Una de las prácticas, que hacían los romanos, era la sodomización de los enemigos venidos. Además también sodomizaban a los esclavos que vivían en sus casas.
Visité las ruinas de Pompeya hace un año con gran detenimiento. El guía, que nos acompañaba, empezó diciendo, que para entender la vida romana deberíamos dejarnos los tabúes actuales, consecuencia de la moral cristiana con la que nos educaron, que es totalmente represora de la sexualidad.
Los frescos de Pompeya demuestran la importancia del sexo en la época
La presencia del falo era algo cotidiano para los romanos, al igual que había sucedido en todas las culturas antiguas, porque era el instrumento que garantizaba la fertilidad.
El falo estaba en el dios romano Fascinus. Las matronas romanas eran las encargadas de llevarle flores. Su culto era desarrollado por las conocidas vestales, cuya misión consistía en alejar el mal de ojo (fascinum) que tanto preocupaba a los romanos, favorecer la germinación de las plantas y estimular el alumbramiento de las hembras estériles.
Los romanos vivían el amor y el sexo como un gran regalo de los dioses, que debían practicarlo al máximo. Para que veamos hasta donde llega esta sexualidad hay una lápida funeraria que dice “Vino, sexo y termas arruinan nuestros cuerpos, pero son la sal de la vida”.
La sexualidad romana ha pretendido siempre mostrarse orgullosa de su propia virilidad, por eso es fácil encontrar inscripciones, grafitis que hacen alabanza de la misma. De esta forma, el poder, el estado social y la buena fortuna se expresaban frecuentemente en términos fálicos.
Los hombres romanos tenían que ser parte activa en todo lo referente a la sexualidad. No se entendía la pasividad sexual en un hombre, pues suponía la pérdida del control, virtud esta que era muy valorada en Roma.
Los hombres romanos podían tener relaciones tanto con hombres prostitutos (los prostitutos eran esclavos, siempre que el romano fuera el activo) como con mujeres. Esto era aceptado social y legalmente.
La homosexualidad
Las leyes romanas regulaban la homosexualidad. Tenemos la “Lex Scantinia”, “Lex Iulia” y “Lex Iulia de vi publica” que regulaban la homosexualidad entre hombres libres. Un hombre, que disfrutaba siendo penetrado, era llamado pathicus o catamita. Se le consideraba pasivo y en consecuencia es presentado como hombre débil y femenino, con una fuerte connotación despreciativa.
Estas leyes sobre la homosexualidad no se aplicaban cuando eran los esclavos o los bárbaros quienes la practicaban, pues no eran considerados como seres humanos. Si un romano se dejaba penetrar por cualquiera de ellos, era mirado con desdén. Los esclavos eran definidos como res (cosa) y podían ser usados libremente en cualquier situación sin ser considerado algo ilegal.
El hombre romano era bisexual y la educación que se daba a los hijos, iba encaminada a lograr esa bisexualidad. El hombre era quien dominaba y tenía que mostrar su superioridad en todos los órdenes de la vida, tanto en la familia, como en la sociedad, la política y por supuesto en la guerra.
El hombre romano era el que mandaba en casa y decidía todo. Su bisexualidad era buscada, porque su dominio superaba a la mujer y debía tener una dominación total sobre todas las cosas.
Una de las prácticas, que hacían los romanos, era la sodomización de los enemigos venidos. Además también sodomizaban a los esclavos que vivían en sus casas.
La educación bisexual de los romanos no iba encaminada a la consecución del placer, sino a demostrar su poder, esto era por motivos culturales y políticos. En Roma, la insinuación de que un hombre hubiera sido penetrado por otro hombre, podía ser suficiente para terminar con una carrera política. Sin embargo, debemos saber que no todos los ciudadanos romanos realizaban estas prácticas homosexuales.
Como estamos viendo de forma reiterada, la sociedad romana era profundamente machista y además muy jerarquizada. Los hombres jóvenes no debían llegar vírgenes al matrimonio y era mal visto, que un joven se casara sin tener experiencia sexual.
Sin embargo, lo que era válido para el hombre, no lo era para la mujer joven. Las mujeres pertenecientes a las clases poderosas tenían terminantemente prohibido haber mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio. La virginidad femenina en las clases pudientes representaba un gran valor social en la mujer. Al mismo tiempo, se impedía que se llegara al matrimonio estando embarazada y el marido tuviera que admitir un hijo que no fuera suyo.
EL MATRIMONIO
Uno de los aspectos que nos debe llamar la atención es que los romanos no se casaban por amor, sino simplemente para reproducir y así dar continuidad y engrandecer el futuro de Roma. Los contrayentes matrimoniales, salvo excepciones, no eran fruto del amor, pues su finalidad al igual que estamos viendo en otras sociedades antiguas era la procreación de hijos legítimos. Es lo que vemos continuamente en los planteamientos de la iglesia católica, que entiende el matrimonio como un sistema de reproducción y nunca como una forma de placer humano, al cual condena con toda su fuerza.
Los matrimonios romanos eran exclusivamente por intereses sociales y económicos. Las relaciones entre los esposos carecían de intimidad alguna y en consecuencia la atracción sexual era muy escasa. Esto hacía que el divorcio se diera en la sociedad romana con gran frecuencia.
Las relaciones con esclavas eran alentadas. Sin embargo, las relaciones con esclavos no eran alentadas como forma de placer sexual. Estas relaciones homosexuales eran una forma de castigo al mismo nivel que cuando se usa el látigo para infringir dolor.
El matrimonio era una institución básica en la sociedad romana, pues definía de forma clara la propiedad y legitimidad de los hijos. Sin embargo, no era necesariamente considerada como una institución sagrada desde el punto moral y religioso.
Los esposos acataban las rígidas reglas legales que marcaba el matrimonio, sin embargo las actividades íntimas de los esposos no eran tan estrictas, siendo considerado normal que el esposo buscara satisfacción sexual con otras mujeres.
Vemos como predominaba el machismo más rancio, porque a las esposas no se les permitía lo mismo que al marido y debían respetar las reglas de fides marita y ser fieles a sus esposos.
EL ADULTERIO
El adulterio no estaba bien visto, pero una vez más podemos comprobar que el mismo hecho no es considerado igual, si la que lo realiza es una mujer pobre o una matrona romana. Si el adulterio lo provoca una mujer de clase baja esto no es considerado un problema, mientras que era considerado un serio crimen si venía de una matrona de la elite.
Los romanos partían del principio de que se iban a producir traiciones y adulterios en el matrimonio. El hombre adultero lo podía hacer de forma pública, mientras que las mujeres lo tenían que hacer en la oscuridad para evitar ser descubiertas. Las leyes romanas condenaban el adulterio femenino, pero a pesar de esto era muy practicado.
El castigo para el adulterio variaba en función de la clase social. La mayoría de las veces, las penas eran aplicadas para la mujer adúltera y su amante. Los castigos eran mayormente patrimoniales, dictando la confiscación de la mitad de los bienes del adúltero, un tercio del de la mujer, así como la mitad de su dote.
En determinadas circunstancias se permitía, que el marido pudiera matar a su esposa si la sorprendía cometiendo el adulterio. Normalmente lo que se le planteaba era que se divorciara.
La sociedad romana era patriarcal, en la familia todo era decidido por el hombre y en consecuencia el castigo del adulterio sería decidido por el marido. Cuando el adulterio no era condenado con la muerte, entonces esta mujer después del matrimonio tenía prohibido volverse a casarse.
Todas las leyes romanas buscaban mantener la limpieza moral del Imperio y sobretodo mantener las clases sociales intactas. Para Thomas A. J. McGinn “es como que las leyes augustas sobre el adulterio y el matrimonio, alentaran indirectamente el alza de un respetable concubinato como una institución reconocida en su propio derecho”.
El emperador Augusto, nada más llegar al poder promulgó leyes que hacían del adulterio femenino un delito grave y fuertemente castigado.
EL CONCUBINATO
El concubinato es una institución romana, que permitía a un hombre tener una cierta relación ilegal sin repercusiones, con la excepción del emparejamiento con prostitutas. Los ciudadanos no podían casarse o cohabitar legalmente con una concubina mientras se tuviera una esposa legal.
El marido utilizaba a las esclavas, las amantes, las concubinas y a las prostitutas. El papel de la esposa era exclusivamente darle hijos al marido. La esposa no debía conocer el placer que proporcionaba el sexo y el amor.
Esta poligamia masculina era tolerada de hecho porque no significa una amenaza para la religión y la integridad legal de la familia. El título de concubinato no era considerado derogatorio y era utilizado incluso en las lápidas funerarias.
La leges Juliae aprobado por el emperador Augusto dio el primer reconocimiento legal al concubinato y lo definía como la convivencia pero sin matrimonio. De esta forma, el concubinato tenía una función práctica, permitiendo tener unas relaciones legales fuera del matrimonio. Sin embargo, eran consideradas ilegales las de la prostitución.
La leges Juliae regulaba muchas de estas relaciones fuera del matrimonio y consideraba inapropiados algunas relaciones. Por ejemplo un senador no podía casarse con una esclava liberada o convivir con una exprostituta. El hombre que deseaba vivir en concubinato con una mujer y no casarse era preciso que lo notificara a las autoridades.
Este tipo de cohabitación variaba muy poco del matrimonio. Sin embargo, si de esta relación de concubinato había hijos, estos no eran considerados legítimos. Muchos hombres de las clases dominantes después de quedarse viudos solían vivir en concubinato, entonces los hijos de su primer matrimonio eran los que heredaban, mientras que los del concubinato no tenían ningún derecho.
¿Qué diferencia había entre una mujer casada y una concubina en el mundo romano?
Para tenerlo claro debemos seguir al jurista romano Paulo que lo definió de la siguiente forma “una concubina se diferencia de una esposa solamente en la consideración social en la que se la tiene”, lo que nos viene a decir es que una concubina no era considerada socialmente igual a su hombre como lo era la esposa. La ley romana decía que un hombre no podía tener una concubina al mismo tiempo que una esposa.
A pesar de estar clara la ley romana, los primeros que la incumplieron fueron los propios emperadores como fue el caso de Augusto, Marco Aurelio y Vespasiano.
Jurídicamente las concubinas estaban muy desamparadas por las leyes romanas. Estas dependían de lo que los hombres le otorgaran. Las leyes romanas tenían claro que debían diferenciar claramente entre lo que es una esposa y una concubina. Si seguimos al jurista Numa Pompilio decía “Una concubina no tocará el altar de Juno. Si lo hace, le ofrecerá sacrifico con una oveja teniendo el pelo suelto”.
El concubinato es una figura que aparece rápidamente en el mundo romano y ya existía esta figura en la época de la monarquía romana, pero las concubinas tenían prohibido la adoración a la diosa Juno que era la diosa del matrimonio. El jurista Ulpiano decía “solamente esas mujeres con las que se tienen relaciones lícitas pueden ser concubinas sin temor a cometer un crimen”.
LA PROSTITUCIÓN
La prostitución en la historia de Roma fue evolucionando. De esta forma, en la antigua Roma, la prostitución era un símbolo de vergüenza. En la República Tardía en los inicios del Principado, la falta de reputación estaba reflejada en la ley y calificaba a sus practicantes como infames.
La primera documentación, que hace referencia a la prostitución romana lo encontramos en el Cuerpo de Derecho Civil que tiene su origen en los inicios del siglo VI a. C.
Todas las personas que se dedicaban a la prostitución no podían expresarse en la Corte, ni realizar acusaciones y no podían presentarse en candidaturas para la Magistratura.
Toda persona que ejerciera la prostitución debía estar registrada legalmente. La ley romana estipulaba la infamia y decía “no solamente una mujer que practica la prostitución, pero también quien lo ha hecho aunque haya cesado la práctica; la desgracia no es eliminada aunque se discontinúe la actividad”.
La infamia era la pérdida formal de una buena reputación y en el mundo romano era una gran herramienta cultural para la consecución del buen comportamiento de todos sus ciudadanos.
Esta pérdida de la buena fama debido a un comportamiento vergonzoso, como era la prostitución, representaba un estigma social y legal muy importante. Significaba la pérdida a los ciudadanos de muchos de sus privilegios.
El miedo a la vergüenza a los ojos de la comunidad, suponía un buen antídoto y era un modo de controlar socialmente el comportamiento decoroso de la ciudadanía.
La literatura romana da muestras de cómo eran utilizada estas formas de comportamiento y se trabaja sobre el comportamiento de estos dos tipos de mujeres: la bien educada que era virgen y puede esposarse y la prostituta que está por debajo del nivel social de los ciudadanos.
La literatura romana muestra de una forma muy sugerente el papel de la prostituta. Muchas veces se recurría a la prostitución como una metáfora. Eran vestidas y reconocidas por su vestimenta, con ropas chillonas hechas de seda transparente. Además, se distinguían por el uso de las togas, que eran ropas que solían usar los hombres romanos.
Los escritores romanos presentaban la prostitución de forma muy degradante para la mujer y la representaban como signo de impureza. La prostitución era asociada a la suciedad, lo que todavía le daba un rango social menor.
Los proxenetas romanos también eran representados de forma infame. Estos eran mirados con desdén y estaban estigmatizados dentro de la sociedad romana. La ley decía “la ocupación de un proxeneta no es menos degradante que la práctica de la prostitución y el crimen por ello es incluido en las leges Juliae, como una pena preservada contra el marido que tenga ganancias monetarias por el adulterio de su esposa”.
Debemos saber, que los romanos vivían con marcados tabúes morales y sexuales. Todos aquellos aspectos de la práctica sexual que estaban socialmente reconocidos se desarrollaban dentro del matrimonio romano.
Dentro de la sexualidad romana los genitales femeninos y la menstruación eran vistos de manera negativa. No se permitía que se produjera alteración de los roles establecidos, así era muy mal visto que una mujer pudiera ejercer un rol dominante sobre el hombre.
Ser penetrado un hombre o hacer sexo oral a la mujer era considerado sexualmente como un rol pasivo. El sexo oral hacia la mujer era muy controvertido. Hay muy pocos datos sobre el lesbianismo entre romanas, pero parece claro que era un tabú más fuerte, que si lo realizaban dos hombres.
Las prácticas sexuales dentro del mundo femenino también variaban en función de la clase social a la que pertenecían. Las mujeres de clase baja, las extranjeras y las esclavas, tenían mucha más libertad sexual que las de clase alta, las matronas.
Lo que sí era igual era el uso de afrodisiacos o las llamadas pociones del amor, utilizadas tanto por mujeres como por hombres. El sexo con mujeres embarazadas era socialmente muy aceptado. Hay textos donde se relata que Julia, hija del emperador Augusto aprovechaba su embarazo para tener relaciones sexuales con otros hombres, que no fuera su marido.
Hay un aspecto muy llamativo dentro de la sexualidad romana y es que en la época de la Roma imperial la violación era una práctica muy normal, muy diferente a la de otras culturas antiguas, que era muy castigado. Sin embargo, durante la monarquía la violación era considerada un delito y estaba penada con la pena de muerte o debía partir para el exilio el violador y se le confiscaban todos sus bienes.
Lo que se pretendía era preservar el valor de la castidad en las mujeres, el honor del padre si era virgen y el honor del esposo de la mujer casada. No podemos hablar de un atentado a la libertad sexual, porque las mujeres no podían decidir con quién mantener relaciones sexuales.
Las mujeres no tenían libertad en sus relaciones con los hombres. Estos consideraban el lesbianismo como algo excitante y morboso, pero estaba muy oculto en la sociedad, ya que la mujer de entonces sólo tenía la misión reproductora y no del disfrute de su sexualidad ni como elegir la forma del disfrute carnal. Una mujer que quería ser la pareja activa en una relación se le llamaba tribade, algo no consentido socialmente y penalizado.
La sexualidad romana era de total dominio del hombre que actuaba como un amo respecto a su esposa y esclavos, es decir, esta relación estaba basada en el sometimiento total al hombre.
El placer femenino era totalmente ignorado. La moral sexual romana se basaba en el binomio someter y ser sometido. Someter era un honor, mientras que ser sometido era absolutamente vergonzoso y más si este era un varón adulto libre. Sin embargo, si era un esclavo o una mujer se consideraba de lo más natural.
Uno de los aspectos que llaman mucho la atención es que los romanos no practicaban el beso en la calle. Sin embargo, la ley dice que el esposo tiene el derecho al beso, es decir una mujer romana estaba obligada a besar cada día al marido en la boca.
Esto que nos resulta sorprendente ahora era una vieja costumbre romana y tenía la finalidad de controlar que la mujer no bebiera. Había una ley que prohibía beber vino a las mujeres, porque se decía que si una mujer bebía podía perder el control, porque podía favorecer y dar facilidades al adulterio por los efectos desinhibidores que produce el alcohol.
Habrá una segunda parte donde tocaré temas como el aborto, el infanticidio, las bacanales, las fiestas de las prostitutas, las monedas sexuales y las termas. Espero que les guste y no se pierdan la segunda parte.
Como estamos viendo de forma reiterada, la sociedad romana era profundamente machista y además muy jerarquizada. Los hombres jóvenes no debían llegar vírgenes al matrimonio y era mal visto, que un joven se casara sin tener experiencia sexual.
Sin embargo, lo que era válido para el hombre, no lo era para la mujer joven. Las mujeres pertenecientes a las clases poderosas tenían terminantemente prohibido haber mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio. La virginidad femenina en las clases pudientes representaba un gran valor social en la mujer. Al mismo tiempo, se impedía que se llegara al matrimonio estando embarazada y el marido tuviera que admitir un hijo que no fuera suyo.
EL MATRIMONIO
Uno de los aspectos que nos debe llamar la atención es que los romanos no se casaban por amor, sino simplemente para reproducir y así dar continuidad y engrandecer el futuro de Roma. Los contrayentes matrimoniales, salvo excepciones, no eran fruto del amor, pues su finalidad al igual que estamos viendo en otras sociedades antiguas era la procreación de hijos legítimos. Es lo que vemos continuamente en los planteamientos de la iglesia católica, que entiende el matrimonio como un sistema de reproducción y nunca como una forma de placer humano, al cual condena con toda su fuerza.
Los matrimonios romanos eran exclusivamente por intereses sociales y económicos. Las relaciones entre los esposos carecían de intimidad alguna y en consecuencia la atracción sexual era muy escasa. Esto hacía que el divorcio se diera en la sociedad romana con gran frecuencia.
Las relaciones con esclavas eran alentadas. Sin embargo, las relaciones con esclavos no eran alentadas como forma de placer sexual. Estas relaciones homosexuales eran una forma de castigo al mismo nivel que cuando se usa el látigo para infringir dolor.
El matrimonio era una institución básica en la sociedad romana, pues definía de forma clara la propiedad y legitimidad de los hijos. Sin embargo, no era necesariamente considerada como una institución sagrada desde el punto moral y religioso.
Los esposos acataban las rígidas reglas legales que marcaba el matrimonio, sin embargo las actividades íntimas de los esposos no eran tan estrictas, siendo considerado normal que el esposo buscara satisfacción sexual con otras mujeres.
Vemos como predominaba el machismo más rancio, porque a las esposas no se les permitía lo mismo que al marido y debían respetar las reglas de fides marita y ser fieles a sus esposos.
EL ADULTERIO
El adulterio no estaba bien visto, pero una vez más podemos comprobar que el mismo hecho no es considerado igual, si la que lo realiza es una mujer pobre o una matrona romana. Si el adulterio lo provoca una mujer de clase baja esto no es considerado un problema, mientras que era considerado un serio crimen si venía de una matrona de la elite.
Los romanos partían del principio de que se iban a producir traiciones y adulterios en el matrimonio. El hombre adultero lo podía hacer de forma pública, mientras que las mujeres lo tenían que hacer en la oscuridad para evitar ser descubiertas. Las leyes romanas condenaban el adulterio femenino, pero a pesar de esto era muy practicado.
El castigo para el adulterio variaba en función de la clase social. La mayoría de las veces, las penas eran aplicadas para la mujer adúltera y su amante. Los castigos eran mayormente patrimoniales, dictando la confiscación de la mitad de los bienes del adúltero, un tercio del de la mujer, así como la mitad de su dote.
En determinadas circunstancias se permitía, que el marido pudiera matar a su esposa si la sorprendía cometiendo el adulterio. Normalmente lo que se le planteaba era que se divorciara.
La sociedad romana era patriarcal, en la familia todo era decidido por el hombre y en consecuencia el castigo del adulterio sería decidido por el marido. Cuando el adulterio no era condenado con la muerte, entonces esta mujer después del matrimonio tenía prohibido volverse a casarse.
Consoladores romanos
Todas las leyes romanas buscaban mantener la limpieza moral del Imperio y sobretodo mantener las clases sociales intactas. Para Thomas A. J. McGinn “es como que las leyes augustas sobre el adulterio y el matrimonio, alentaran indirectamente el alza de un respetable concubinato como una institución reconocida en su propio derecho”.
El emperador Augusto, nada más llegar al poder promulgó leyes que hacían del adulterio femenino un delito grave y fuertemente castigado.
EL CONCUBINATO
El concubinato es una institución romana, que permitía a un hombre tener una cierta relación ilegal sin repercusiones, con la excepción del emparejamiento con prostitutas. Los ciudadanos no podían casarse o cohabitar legalmente con una concubina mientras se tuviera una esposa legal.
El marido utilizaba a las esclavas, las amantes, las concubinas y a las prostitutas. El papel de la esposa era exclusivamente darle hijos al marido. La esposa no debía conocer el placer que proporcionaba el sexo y el amor.
Esta poligamia masculina era tolerada de hecho porque no significa una amenaza para la religión y la integridad legal de la familia. El título de concubinato no era considerado derogatorio y era utilizado incluso en las lápidas funerarias.
La leges Juliae aprobado por el emperador Augusto dio el primer reconocimiento legal al concubinato y lo definía como la convivencia pero sin matrimonio. De esta forma, el concubinato tenía una función práctica, permitiendo tener unas relaciones legales fuera del matrimonio. Sin embargo, eran consideradas ilegales las de la prostitución.
La leges Juliae regulaba muchas de estas relaciones fuera del matrimonio y consideraba inapropiados algunas relaciones. Por ejemplo un senador no podía casarse con una esclava liberada o convivir con una exprostituta. El hombre que deseaba vivir en concubinato con una mujer y no casarse era preciso que lo notificara a las autoridades.
Este tipo de cohabitación variaba muy poco del matrimonio. Sin embargo, si de esta relación de concubinato había hijos, estos no eran considerados legítimos. Muchos hombres de las clases dominantes después de quedarse viudos solían vivir en concubinato, entonces los hijos de su primer matrimonio eran los que heredaban, mientras que los del concubinato no tenían ningún derecho.
¿Qué diferencia había entre una mujer casada y una concubina en el mundo romano?
Para tenerlo claro debemos seguir al jurista romano Paulo que lo definió de la siguiente forma “una concubina se diferencia de una esposa solamente en la consideración social en la que se la tiene”, lo que nos viene a decir es que una concubina no era considerada socialmente igual a su hombre como lo era la esposa. La ley romana decía que un hombre no podía tener una concubina al mismo tiempo que una esposa.
A pesar de estar clara la ley romana, los primeros que la incumplieron fueron los propios emperadores como fue el caso de Augusto, Marco Aurelio y Vespasiano.
El concubinato es una figura que aparece rápidamente en el mundo romano y ya existía esta figura en la época de la monarquía romana, pero las concubinas tenían prohibido la adoración a la diosa Juno que era la diosa del matrimonio. El jurista Ulpiano decía “solamente esas mujeres con las que se tienen relaciones lícitas pueden ser concubinas sin temor a cometer un crimen”.
LA PROSTITUCIÓN
La prostitución en la historia de Roma fue evolucionando. De esta forma, en la antigua Roma, la prostitución era un símbolo de vergüenza. En la República Tardía en los inicios del Principado, la falta de reputación estaba reflejada en la ley y calificaba a sus practicantes como infames.
La primera documentación, que hace referencia a la prostitución romana lo encontramos en el Cuerpo de Derecho Civil que tiene su origen en los inicios del siglo VI a. C.
Moneda romana sprintia
Todas las personas que se dedicaban a la prostitución no podían expresarse en la Corte, ni realizar acusaciones y no podían presentarse en candidaturas para la Magistratura.
Toda persona que ejerciera la prostitución debía estar registrada legalmente. La ley romana estipulaba la infamia y decía “no solamente una mujer que practica la prostitución, pero también quien lo ha hecho aunque haya cesado la práctica; la desgracia no es eliminada aunque se discontinúe la actividad”.
La infamia era la pérdida formal de una buena reputación y en el mundo romano era una gran herramienta cultural para la consecución del buen comportamiento de todos sus ciudadanos.
Esta pérdida de la buena fama debido a un comportamiento vergonzoso, como era la prostitución, representaba un estigma social y legal muy importante. Significaba la pérdida a los ciudadanos de muchos de sus privilegios.
El miedo a la vergüenza a los ojos de la comunidad, suponía un buen antídoto y era un modo de controlar socialmente el comportamiento decoroso de la ciudadanía.
La famosa Copa Warren, se encuentra en el Museo Británico
La literatura romana da muestras de cómo eran utilizada estas formas de comportamiento y se trabaja sobre el comportamiento de estos dos tipos de mujeres: la bien educada que era virgen y puede esposarse y la prostituta que está por debajo del nivel social de los ciudadanos.
La literatura romana muestra de una forma muy sugerente el papel de la prostituta. Muchas veces se recurría a la prostitución como una metáfora. Eran vestidas y reconocidas por su vestimenta, con ropas chillonas hechas de seda transparente. Además, se distinguían por el uso de las togas, que eran ropas que solían usar los hombres romanos.
Los escritores romanos presentaban la prostitución de forma muy degradante para la mujer y la representaban como signo de impureza. La prostitución era asociada a la suciedad, lo que todavía le daba un rango social menor.
Figura 1. Escenas de sexo en representaciones artísticas romanas: A) Detalle de mosaico (termas de Caracalla, Roma). B) Fragmento de vidrio (Metropolitan Museum, Nueva York). C) Pintura estucada (casa del Centenario, Pompeya)
Los proxenetas romanos también eran representados de forma infame. Estos eran mirados con desdén y estaban estigmatizados dentro de la sociedad romana. La ley decía “la ocupación de un proxeneta no es menos degradante que la práctica de la prostitución y el crimen por ello es incluido en las leges Juliae, como una pena preservada contra el marido que tenga ganancias monetarias por el adulterio de su esposa”.
Debemos saber, que los romanos vivían con marcados tabúes morales y sexuales. Todos aquellos aspectos de la práctica sexual que estaban socialmente reconocidos se desarrollaban dentro del matrimonio romano.
Dentro de la sexualidad romana los genitales femeninos y la menstruación eran vistos de manera negativa. No se permitía que se produjera alteración de los roles establecidos, así era muy mal visto que una mujer pudiera ejercer un rol dominante sobre el hombre.
Ser penetrado un hombre o hacer sexo oral a la mujer era considerado sexualmente como un rol pasivo. El sexo oral hacia la mujer era muy controvertido. Hay muy pocos datos sobre el lesbianismo entre romanas, pero parece claro que era un tabú más fuerte, que si lo realizaban dos hombres.
Las prácticas sexuales dentro del mundo femenino también variaban en función de la clase social a la que pertenecían. Las mujeres de clase baja, las extranjeras y las esclavas, tenían mucha más libertad sexual que las de clase alta, las matronas.
Lo que sí era igual era el uso de afrodisiacos o las llamadas pociones del amor, utilizadas tanto por mujeres como por hombres. El sexo con mujeres embarazadas era socialmente muy aceptado. Hay textos donde se relata que Julia, hija del emperador Augusto aprovechaba su embarazo para tener relaciones sexuales con otros hombres, que no fuera su marido.
Hay un aspecto muy llamativo dentro de la sexualidad romana y es que en la época de la Roma imperial la violación era una práctica muy normal, muy diferente a la de otras culturas antiguas, que era muy castigado. Sin embargo, durante la monarquía la violación era considerada un delito y estaba penada con la pena de muerte o debía partir para el exilio el violador y se le confiscaban todos sus bienes.
Lo que se pretendía era preservar el valor de la castidad en las mujeres, el honor del padre si era virgen y el honor del esposo de la mujer casada. No podemos hablar de un atentado a la libertad sexual, porque las mujeres no podían decidir con quién mantener relaciones sexuales.
Las mujeres no tenían libertad en sus relaciones con los hombres. Estos consideraban el lesbianismo como algo excitante y morboso, pero estaba muy oculto en la sociedad, ya que la mujer de entonces sólo tenía la misión reproductora y no del disfrute de su sexualidad ni como elegir la forma del disfrute carnal. Una mujer que quería ser la pareja activa en una relación se le llamaba tribade, algo no consentido socialmente y penalizado.
La sexualidad romana era de total dominio del hombre que actuaba como un amo respecto a su esposa y esclavos, es decir, esta relación estaba basada en el sometimiento total al hombre.
Relieve que muestra una pareja practicando sexo
El placer femenino era totalmente ignorado. La moral sexual romana se basaba en el binomio someter y ser sometido. Someter era un honor, mientras que ser sometido era absolutamente vergonzoso y más si este era un varón adulto libre. Sin embargo, si era un esclavo o una mujer se consideraba de lo más natural.
Uno de los aspectos que llaman mucho la atención es que los romanos no practicaban el beso en la calle. Sin embargo, la ley dice que el esposo tiene el derecho al beso, es decir una mujer romana estaba obligada a besar cada día al marido en la boca.
Esto que nos resulta sorprendente ahora era una vieja costumbre romana y tenía la finalidad de controlar que la mujer no bebiera. Había una ley que prohibía beber vino a las mujeres, porque se decía que si una mujer bebía podía perder el control, porque podía favorecer y dar facilidades al adulterio por los efectos desinhibidores que produce el alcohol.
Habrá una segunda parte donde tocaré temas como el aborto, el infanticidio, las bacanales, las fiestas de las prostitutas, las monedas sexuales y las termas. Espero que les guste y no se pierdan la segunda parte.
Puede ver este artículo en la siguitente dirección http://www.nuevatribuna.es/articulo/historia/la-sexualidad-romana/20170508123607139564.html
© 2017 Nuevatribuna
© medio digital de información general editado por Página 7 Comunicación S.L. Madrid
Suscribirse a:
Entradas (Atom)