Sólo vine a hablar por teléfono [Cuento -Texto completo] Gabriel García Márquez | |
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jueves, 17 de marzo de 2011
Sólo vine a hablar por teléfono
Primer apologo chino
El ministro X bajo cuya inestable dirección trabajé algún tiempo en el curso de mi aguerrida existencia, oponiéndose una vez a mis opiniones, que consideraba él demasiado filosóficas, me dijo:
-Señor, “primero vivir y luego filosofar”
-¿Está seguro? – le pregunté, mirándolo a los ojos.
-Tan seguro – me respondió él – como que está escrito en lengua latina: Primun vivere, deiende philosophari.
Tras admirarlo en su candidez extrema, le pregunte:
-¿A Su Excelencia le gustan los apólogos chinos?
Ciertamente, dado su natural pedagógico, a Su Excelencia lo extasiaban los apólogos, chinos o no. Visto lo cual referí lo siguiente:
El maestro Chuang tenia un discípulo llamado Tseyu el cual, sin abandonar sus estudios filosóficos, trabajaba como tenedor de libros en una manufactura de porcelanas.
Una vez Tseyu le dijo a Chuang:
-Maestro, has de saber que mi patrón acaba de reprocharme, no sin acritud, las horas que pierdo, según él, en abstracciones filosóficas. Y me ha dicho una sentencia que ha turbado mi entendimiento.
-¿Qué sentencia? – le pregunto Chuang.
-Que primero es vivir y luego filosofar – contestó Tseyu con aire devoto - ¿Qué te parece, maestro?
Sin decir una sola palabra, el maestro Chuang le dio a Tseyu en la mejilla derecha un bofetón enérgico y a la vez desapasionado; tras de lo cual tomó una regadera y se fue a regar un duraznero suyo que a la sazón estaba lleno de flores primaverales.
El discípulo Tseyu, lejos de resentirse, entendió que aquella bofetada tenia un picante valor didáctico. Por lo cual, en los días que siguieron, se dedico a recabar otras opiniones acerca del aforismo que tanto lo preocupaba. Resolvió entonces prescindir de los comerciantes y manufactureros (gentes de pragmatismo tan visible como sospechoso), y acudió a los funcionarios de la Administración Pública, hombres vestidos de prudencia y calzados de sensatez. Y todos ellos, desde el Primer Secretario hasta los oficiales de tercera, convenían en sostener que primero era vivir y luego filosofar. Ya bastante seguro, Tseyu volvió a Chuang y le dijo:
-Maestro, durante un mes he consultado nuestro asunto con hombres de gran experiencia. Y todos están de acuerdo con el aforismo de mi patrón. ¿Qué me dices ahora?
Meditativo y justo, Chuangle dio una bofetada en la mejilla izquierda; y se fue a estudiar su duraznero, que ya tenia hojas verdes y frutas en agraz.
Entonces el abofeteado Tseyu entendió que la Administración Pública era un batracio muy engañoso. Advertido lo cual resolvió levantar la puntería de sus consultas y apelar a la ciencia de los magistrados judiciales, de los médicos psiquiatras, de los astrofísicos, de los generales en actividad y de los más ostentosos representantes de la Curia. Y afirmaron todos, bajo palabra de honor, que primero había que vivir y luego filosofar, si quedaba tiempo. Con muchísimo ánimo, Tseyu visito a Chuang y le habló así:
-Maestro, acabo de agotar la jerarquía de los intelectos humanos; y todos juran que la sentencia de mi patrón es tan exacta como útil. ¿Qué debo hacer?.
Dulce y meticuloso, Chuang hizo girar a su discípulo de tal modo que le presentase la región dorsal. Y luego, con geométrica actitud, le ubico un puntapié didascálico entre las dos nalgas. Hecho lo cual, y acercándose al duraznero, se puso a librar sus frutas de las hojas excesivas que no dejaban pasar los rayos del sol. Tseyu, que había caído de bruces pensó, con el rostro en la hierba, que aquel puntapié matemático no era otra cosa, en el fondo, que un llamado a la razón pura. Se incorporó entonces, dedicó a Chuang una reverencia y se alejó con el pensamiento fijo en la tarea que debía cumplir.
En realidad a Tseyu no le faltaba tiempo: su jefe lo había despedido tres días antes por negligencias reiteradas, y Tseyu conocía por fin el verdadero gusto de la libertad. Como un atleta del raciocinio ayunó tres días y tres noches; limpió cuidadosamente su tubo intestinal; y no bien rayó el alba, se dirigió a las afueras, con los pies calientes y el occipital fresco, tal como lo requiere la preceptiva de la meditación.
Tseyu estableció su cuartel general en la cabaña de un eremita ya difunto que se había distinguido por su conocimiento del Tao: frente a la cabaña, en una plazuela natural que bordeaban perales y ciruelos, Tseyu trazó un circulo de ocho varas de diámetro y se ubicó en el centro, bien sentado a la chinesca. Defendido ya de las posibles irrupciones terrestres, no dejó de temer, en este punto, las interferencias del orden psíquico, tan hostiles a una verdadera concentración. Por lo cual en la órbita de su pensamiento, dibujó también un círculo riguroso dentro del cual sólo cabía la sentencia: “Primero vivir, luego filosofar”.
Una semana permaneció Tseyu encerrado en su doble círculo. Al promediar el último día, se incorporó al fin: hizo diez flexiones de tronco para desentumecerse y diez flexiones de cerebro para desconcentrarse. Tranquilo bajo un mediodía que lo arponeaba de sol, Tseyu se dirigió a la casa de Chuang, y tras una reverencia le dijo:
-Maestro, he reflexionado.
-¿En qué has reflexionado?- le pregunto Chuang.
-En aquella sentencia de mi ex-patrón. Estaba yo en el centro del círculo y me pregunté: “¿Desde su comienzo hasta su fin no es la vida humana un accionar constante?” Y me respondí: “En efecto, la vida es un accionar constante”. Me pregunté de nuevo: “¿Todo accionar del hombre no debe responder a un Fin inteligente, necesario y bueno?” Y me respondí a mí mismo: “Tseyu, dices muy bien” Y volví a preguntarme “¿Cuándo se ha de meditar ese Fin, antes o después de la acción?” Y mi respuesta fue: “ANTES de la acción; porque una acción libre de toda ley inteligente que la preceda va sin gobierno y solo cuaja en estupidez o locura”. Maestro, en este punto de mi teorema me dije yo: “Entonces, primero filosofar y luego vivir.”
Tseyu no aventuró otro sonido. Antes bien, con los ojos en el suelo, aguardó la respuesta de Chuang, ignorando aun si tomaría la forma de un puntapié o de una bofetada. Pero Chuang, cuyo rostro de yeso nada traducía, se dirigió a su duraznero; arrancó el durazno más hermoso y lo depositó en la mano temblante de su discípulo.
Tal es el apólogo que le referí al Ministro X.
-No lo conocía – me dijo - ¿En que selección china figura esa historia?
-En ninguna – le respondí -: acabo de inventarla.
El Ministro X me hizo llegar sus felicitaciones; y ordenó, bajo cuerda, mi primer “descenso” en el escalafón administrativo.
Leopoldo Marechal
Segundo apólogo Chino
Segundo apólogo Chino
despojado ahora de su investidura oficial, lo he visto en toda su amplitud humana, como si una primavera civil hubiese remojado su viejo armazón de papel de oficio. ¿Dónde quedaron las heridas que nos inferimos el uno al otro, cuando yo soportaba su férula y el mi aguijón de funcionario beligerante? A decir verdad, el Ministro X es un gran cirujano a quien la tentación de la política (“Musa non Sancta”) llevó al ministerio público quizá en tren de amputación, ya que se trataba de un especialista. Desgraciadamente, la Política no era la sola musa que cortejaba el Ministro, ya que, según las malas lenguas, perseguía también a las otras (y sobre todo a Calíope), bien que furtivamente y con melancólicos resultados. Lo cierto fue que yo, sin comerla ni beberla, me vi lanzado a una rivalidad poética en la cual el Ministro X me atacaba sordamente y yo me defendía (o defendía mi pan) con las leves e incruentas armas del soslayo. Por ejemplo, si él ponía en relieve mi escaso dinamismo en algunas cuestiones, yo sentenciaba: “una cosa es el dinamismo y otra la dinamomanía” si me acusaba de no “poner nervio” en alguna empresa, yo le decía: “una cosa es poner nervio y otra poner nerviosidad” Y así, de contragolpe, desmantelaba yo los lugares comunes del Ministro, fría y perversamente, como si el demonio de la lógica militara bajo mi bandera.
Naturalmente, mi sorda batalla con el Ministro se desembolvía frente a las caras muertas de los Directores Generales. ¿Puedo hablar de los Directores Generales? Al principio los aborrecí con toda mi alma: La función pública, según yo conjeturaba entonces, les había hecho sudar una goma o resina que al solidificárseles en toda la piel, creaba para ellos una suerte de caparazón duro, impenetrable y agresivo como la escafandra de la solemnidad. Pero descubrí mas tarde que la envoltura quitinosa de los Directores Generales no era un arma ofensiva, sino defensiva, y que, debajo de su caparazón los Directores Generales recataban y protegían sus interiores frescuras, regaban sus claveles del alma, nutrían a sus pájaros íntimos, todo a favor de un secreto amurallado contra los expedientes ministeriales. Y atisbé tal secreto muchas veces, cuando, en mis batallas con el Ministro, y por las junturas de las corazas que protegían a los directores Generales, advertí en ellas la luz interna de una solidaridad que desbordaba y se repartía como un ungüento sobre mi alma llena de cicatrices. Instantes hubo en que, levantando mis ojos al cielo, exclamé: “Dios mío, te doy las gracias por haber creado al Director General!”.
Cierta mañana, desde su trono burocrático y no recuerdo a raíz de que distribución oficinesca, el Ministro sentenció a locas:
-El orden de los factores no altera el producto.
-No estoy de acuerdo -le dije yo, lanzándome a la liza.
-¿No está de acuerdo en qué? -tronó el Ministro.
-En que el orden de los factores no altera un producto.
Los Directores Generales no abandonaron su abstracción; pero en sus ojos abisales yo vi el relámpago de una delicia naciente.
-¿Altera o no el producto? -me interrogó el Ministro, adoptando el aire frugal de la aritmética.
-Según y conforme -le dije yo-, ¿Puedo contar un apólogo chino?
La estructura ministerial de mi contendiente retembló, como si yo acabase de amenazarlo con un arma secreta. Sus ojos buscaron auxilio en el frente alerta de los Directores Generales, pero sólo encontraron una muralla de silencio cómplice. También inútilmente Su Excelencia consultó los retratos de Sarmiento y Almafuerte que, sobre su escritorio, parecían mirarse "con bronca". Observando lo cual el Ministro, sin esconder su fracaso, me concedió la palabra sólo a los efectos de un apólogo chino.
-Señor Ministro -comencé yo-, señores Directores Generales: el emperador Yao discutía cierta vez un asunto administrativo con el Tercer Subsecretario del Segundo Secretario de su Primer Ministro. A la discusión asistía, con voz pero sin voto, el maestro Chuang, quien abandonando su ermita ubicada en el monte Lou, había descendido a la corte para ilustrar al emperador sobre la influencia del Tao en el cultivo prudente de las azucenas. En cierto instante de la discusión, cuando el tercer Subsecretario se mostraba dispuesto a no ceder en sus argumentaciones que consideraba graníticas, el emperador Yao le dijo:
-¿Y qué me importan a mí tus argumentos de academia? El orden de los factores no altera el producto.
-¿Quién te lo dijo? -le preguntó el maestro Chuang, abandonando un silencio que lo vestía de pies a cabeza.
El emperador Yao le respondió:
-Me lo dijo la Aritmética, que sólo se equivoca en los libros de los usureros y prestamistas.
-Bien -admitió Chuang -. ¿Quieres que demostremos ahora ese principio aritmético?
-La verdad es la verdad, y siempre debe ser aplicada -sentenció el emperador, asintiendo con la propuesta del filósofo.
El maestro Chuang dio media vuelta y se dirigió a la salida.
-Maestro, ¿a dónde vas? -le preguntó Yao.
-A la cocina del palacio -le respondió el maestro.
-¿Y qué tienes que hacer tú en la cocina?
-Voy a buscar a uno de los "factores".
Por numerosas escaleras bajó el maestro Chuang hasta la cocina del palacio: allá, entre marmitas y sartenes, el cocinero Li practicaba su oficio bonancible.
-Cocinero, vengo a buscarte -le dijo Chuang.
-Maestro, ¿para qué? -inquirió Li, temblando como una hoja por el honor que recibía.
-Para demostrar un postulado aritmético -le explicó Chuang-. Sube conmigo a la sala del emperador.
Sin abandonar el cucharón, insignia de su arte, el cocinero Li siguió al maestro Chuang hasta la gran sala de audiencias; y allí, con sus ojos nublados de humos y cebollas, vio por primera vez a su majestad sentado en un trono de marfil impecable.
-¿Qué hace aquí este hombre? -preguntó Yao, cejijunto, apuntando con su índice al cocinero tembloroso.
-Señor -le dijo Chuang-, es tu cocinero Li, dispuesto a colaborar en la demostración del postulado aritmético. ¿Lo demostramos o no?
El emperador Yao, que siempre fue un goloso de la ciencia, ordenó entonces que fuesen llamados el Primer Cronista y el Primer Amanuense del reino, a fin de que asistieran a la demostración de Chuang y la registraran en los frondosos archivos de la corona. Y una vez que todos estuvieron presentes, el maestro Chuang, dirigiéndose al emperador, le dijo así:
-Majestad Altísima, mi propósito es demostrar si el orden de los factores altera o no el producto. ¿Lo altera o no?
-¡No lo altera! -sostuvo el emperador irreductible.
-Entonces -dijo Chuang-, apliquemos esa doctrina. Vuestra Majestad es un "factor"del reino. ¿Sí o no?
-¡Mandaría decapitar al que lo dudase! -tronó Yao.
-Pero -dijo Chuang- el cocinero Li también es un "factor"del reino. ¿Quién lo niega?
-Nadie -respondió Yao-: el cocinero es un "factor", no hay duda.
Entonces el maestro Chuang dirigiéndose a toda la asamblea, dijo:
-Señores magistrados, el reino es un "producto" resultante de sus "factores". Ahora bien, el emperador Yao y el cocinero Li son dos "factores"de tal producto. Si tal producto no altera con el orden de sus factores, yo propongo que el cocinero Li tome ahora el cetro y la corona de Yao, y suba inmediatamente al trono; y que el emperador Yao tome a su vez el cucharón de Li y baje inmediatamente a la cocina.
Un gran silencio, hijo del estupor y la duda, reinó en la sala de las audiencias. El emperador Yao, que había caído en la más honda de las abstracciones, volvió de su éxtasis y le dijo a Chuang:
-¡Maestro, gracias! me has enseñado que, por culpa de un lugar común, podrían demolerse las bases de mi reino.
Luego sacudió al Primer Amanuense que se había dormido al calor de la lógica y le dictó el siguiente decreto:
"Visto que el uso de lugares comunes puede alterar la noble jerarquía del Reino, el emperador Yao, en salvaguardia de la salud pública,
DECRETA:
1ro. Se prohibe terminantemente la emisión inconsulta de lugares comunes, en tierra, mar y aire, a pie o a caballo.
2do. Publíquese y archívese."
Luego el emperador, en señal de acatamiento, se inclinó ante Chuang el filósofo, tal como debe hacerlo el Poder cuando se enfrenta con la sabiduría. En cuanto al cocinero Li (que, como es justo, no había entendido absolutamente nada), le regaló un cucharón de oro que llevaba grabado el siguiente aforismo del Tao Te Ching: "Lo que permanece quieto es fácil de sostener".
Leopoldo Marechal - Cuaderno de Navegación
La mortalidad materna es una epidemia
DERECHOS
La mortalidad materna es una epidemia
Este año se creó ONU Mujeres para darle un rango mayor a la lucha contra las desigualdades de género a nivel mundial. La representante regional de Brasil y el Cono Sur, Rebecca Reichmann Tavares, conversó con LAS12.
Por Luciana Peker
Cuatro de cada diez varones conocen a algún familiar, amigo o conocido que ha golpeado a una mujer o practican esta agresión de una forma más regular. “La agresión se produce cuando la mujer quiere separarse, ser independiente o salir de la casa. El tema central de la violencia es el control”, explica Rebecca Reichmann Tavares, una psicóloga norteamericana que vive en Brasilia y ahora es la representante regional para Brasil y el Cono Sur de ONU Mujeres, la entidad de las Naciones Unidas –creada el 24 de febrero del 2011– para propiciar la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.
–¿Por qué si Naciones Unidas ya contaba con Unifem y otros organismos que trabajaban las cuestiones de género se creó ONU Mujeres?
–Existían cuatro entidades separadas que no trabajaban de forma coordinada: Unifem, un instituto de investigación con sólo diez personas en República Dominicana, una instancia para asesorar al secretario general de la ONU y otro organismo para opinar sobre el estatus internacional de la mujer. Eran oficinas pequeñas que hacían alguna parte del trabajo pero no todo. Ahora estamos unificados. Pero no somos sólo una suma de las partes. La creación de ONU Mujeres implica darle un rango mucho mayor a la problemática de género. La nueva entidad es una secretaria general y su presidenta, Michelle Bachelet, participa en el Consejo Directivo de Naciones Unidas, que es algo similar al gabinete de la ONU.
–¿Es una decisión política de Naciones Unidas jerarquizar la lucha por la igualdad de género?
–Exactamente, es una elevación en importancia y prioridad en las cuestiones de igualdad de género dentro de la ONU. Ahora estamos al mismo nivel que el trabajo que hace Naciones Unidas por la infancia, la paz o la seguridad.
–La semana pasada (8 de marzo) fue el Día de la Mujer y todavía se escuchan muchas voces que cuestionan esa conmemoración y suponen que ya no se puede avanzar más. ¿Por qué, en cambio, la ONU considera que es necesario reforzar la lucha por la igualdad de género?
–Porque, todavía, en muchos países las mujeres no tienen derecho al aborto, ni a recibir herencias, ni a ser propietarias o a tener acceso al crédito o a cuentas bancarias (en donde sólo los maridos pueden sacar cuentas) o las muchachas no van a la escuela. También sigue existiendo la mutilación genital. Hay países en donde estamos lejos de resolver estas desigualdades y, en otros, donde sí existe participación política, inserción en la fuerza laboral, paridad en la educación secundaria y universitaria, igualmente tenemos mucho que mejorar en la violencia contra las mujeres, que es un fenómeno universal. Además tenemos que luchar por la igualdad de sueldos: en América latina la diferencia salarial, con el mismo nivel de preparación, es de un 40 por ciento menos para las mujeres.
–¿Qué análisis hace de la Argentina, en donde convive un alto grado de participación política y de estudiantes universitarias con una elevada tasa de mortalidad materna, en gran medida a causa del aborto clandestino?
–Es un tema muy importante. Nosotras no trabajamos directamente con el tema de mortalidad materna (porque en esa área interviene el Fondo de Naciones Unidas para la Población), pero sí consideramos que es una epidemia y que para alcanzar las metas del milenio (que se cumplen en el 2015, en sólo cinco años) el aborto clandestino es un problema. Hay buenas perspectivas de que las metas que nos propusimos sean alcanzadas, menos en mortalidad materna. Por eso, nos damos cuenta de que los servicios de salud sexual todavía no son ofrecidos de la manera en que debían prestarse. También existe el problema de los abortos ilegales. Ya sabemos que el aborto, sea legal o no sea legal, es practicado porque muchas personas que no tienen cómo mantener una familia más grande o por otros motivos recurren a esta intervención.
–¿Argentina puede cumplir con su compromiso ante la ONU en las metas del milenio de llegar al 2015 con una baja considerable de la mortalidad materna o el aborto clandestino va a impedir que se cumpla con la mejora en la vida de las mujeres que está pactada?
–Yo creo que la clandestinidad va a impedir que se alcancen las metas del milenio sobre mortalidad materna, porque la gran mayoría de los problemas en salud reproductiva y de muertes es resultado de abortos practicados en condiciones inseguras.
–¿Usted está a favor de que se despenalice el aborto y pueda ser practicado en hospitales públicos y en condiciones seguras?
–ONU Mujeres no tiene una posición oficial sobre la despenalización del aborto. En cada contexto y en cada país se analiza el proceso. Pero la verdad es que cuando las mujeres pueden practicar un aborto seguro, legal y en un hospital se generan cifras mucho mejores de salud.
–En Argentina, el año pasado, según monitoreos de medios, los femicidios aumentaron un 10 por ciento. ¿La violencia de género está saliendo a la luz o hay un resurgimiento de la violencia machista como reacción a la independencia femenina?
–Lamentablemente no tenemos cifras confiables sobre violencia. No sabemos si se están conociendo más casos de violencia como resultado de la mayor conciencia pública y la mayor voluntad de denunciar o si está aumentando la incidencia de la violencia contra la mujer. Pero sí sabemos que cuando la mujer comienza a actuar de una forma más autónoma (trabajando afuera o de manera independiente) muchas veces la reacción del hombre es la violencia.
–¿O sea que muchas veces la violencia es una reacción a la independencia femenina?
–Sí.
–¿Hay mediciones sobre el nivel de violencia en los varones?
–En Brasil, recientemente, se publicó en un periódico una encuesta de un instituto de investigación que fue chocante. Normalmente nosotras usamos las cifras judiciales y policiales y nunca se había hecho un estudio sobre las ideas de los varones en relación con la agresión física hacia las mujeres. Por eso, fue muy revelador saber que más del 40 por ciento de los varones conocen a algún familiar, amigo o conocido que ha golpeado a una mujer o practica esta agresión de una forma más regular. Ante la pregunta de por qué golpean a las mujeres, ellos respondieron que los motivos son que la mujer quiere separarse, ser independiente o salir de la casa. El tema central es el control.
No digas oui, di psi
POLEMICAS > ELISABETH ROUDINESCO RESPONDE A MICHEL ONFRAY Y A LOS ATAQUES CONTRA FREUD
No digas oui, di psi
El año pasado, el filósofo Michel Onfray publicó en Francia Le Crépuscule d’une idole (El crepúsculo de un ídolo), un brulote de 500 páginas contra “la fabulación freudiana” en el que impugna la obra del padre del psicoanálisis acusándolo de mezquino, mentiroso, perverso, misógino, homofóbico y admirador de Hitler y Mussolini. La repercusión mediática fue tan estridente como irreflexiva. La brillante Elizabeth Roudinesco le respondió de manera fulminante, así como después se sumaron varios psicoanalistas, psiquiatras, filósofos y profesores universitarios. Ahora, esas respuestas fueron recopiladas en el libro ¿Por qué tanto odio? (Libros del Zorzal), junto con esta entrevista y un ensayo en el que Roudinesco investiga y refuta las dos mayores mentiras creadas contra Freud: la del abuso de su propia cuñada y la de que favorecía la persecución de judíos, pergeñada mientras sus libros eran quemados por los nazis.
Por Sylvain Courage
¿Por qué las teorías de Freud siempre han generado cierto rechazo?
–El odio hacia Freud ya se manifestó desde sus primeros escritos. Es de la misma naturaleza que el odio hacia Darwin. Freud aportó algo que parece intolerable a la humanidad. Es la revolución de lo íntimo. Es la explicación del inconsciente y de la sexualidad. Este es el primer escándalo, que aún sigue chocando. Así como todas las iglesias reprochan a Darwin el haber hecho del hombre un descendiente del mono, así también están resentidas contra Freud por haber hecho de la sexualidad algo normal y ya no algo patológico. En los inicios de Freud, todos los psicólogos se interesaban en la sexualidad, pero para reprimir las sexualidades que parecían perversas: los verdaderos perversos sexuales, por cierto, pero también y sobre todo las mujeres histéricas consideradas malsanas porque desviaban su cuerpo de la maternidad, los “invertidos” porque rechazaban la procreación, y los llamados “niños degenerados” porque se masturbaban.
Era la gran pregunta en 1890-1900. Freud se esfuerza en responderla. Dice que para comprender la sexualidad humana hay que desprenderse de las descripciones puramente sexológicas. Dicho de otro modo, es normal que un niño se masturbe, ¡el asunto sólo se vuelve patológico si exclusivamente hace eso! Según Freud, la sexualidad perversa polimorfa está potencialmente en el corazón de cada uno de nosotros. No hay, por un lado, perversos degenerados y, por otro, individuos normales. Hay grados de norma y de patología. El ser humano, en lo que tiene de más monstruoso, forma parte de la humanidad. Y el niño está en el corazón de nosotros mismos. Por lo tanto, hay que liberar al niño y redefinir los criterios de la perversión. Para liberar a la mujer histérica de sus conflictos y de su sufrimiento, está la palabra.
También siempre se ha reprochado al psicoanálisis el no ser una ciencia. ¿Qué relación mantiene Freud con las ciencias naturales, de las que reclama formar parte en sus inicios?
–Muy temprano, a partir de 1896, Freud, que era médico, abandonó el modelo neurológico. Más allá de lo que digan quienes querrían ver hoy en él a un partidario antes de tiempo de las neurociencias, comprendió que había que romper con las mitologías cerebrales. Esperaba que algún día progresara la medicina del cerebro. No tenía nada en contra de la ciencia. Pero fundó el psicoanálisis a partir de otra racionalidad que no es del mismo orden que la de las ciencias naturales. Comprendió que el hombre no era solamente neuronal, sino que estaba hecho de mitos, de fantasías, de cultura. Y ubicó la tragedia griega –la de Sófocles (Edipo)–, pero también la conciencia culpable de Hamlet, en el centro de la subjetividad. En resumen, el psicoanálisis es una ciencia humana al igual que la antropología: no es una rama de la neurología. Y si biologizamos las ciencias humanas, caemos rápido en el oscurantismo, e incluso en el ocultismo: descubrimos causalidades allí donde no las hay. El desencadenante psíquico de las enfermedades orgánicas –el cáncer, por ejemplo– no está en absoluto probado científicamente, y si confundimos todo, aterrorizamos a la gente al hacerle creer que, si tiene una vida psíquica “higiénica”, no tendrá enfermedades, lo que es opuesto a lo que dice la ciencia médica y también al orden natural del mundo y de la vida.
¿Cuál es, según su opinión, la especificidad de la crítica de Freud en Francia?
–En Estados Unidos, el puritanismo aliado al cientificismo alimenta los ataques contra el freudismo. El debate historiográfico se centró, por ejemplo, en la sexualidad de Freud. ¿Acaso se acostó con su cuñada en 1898? Según el gran rumor norteamericano, completamente inventado, Freud la habría embarazado y obligado a abortar. En Francia, este tipo de polémica no prende. Originalmente, la elite intelectual se apoderó de las tesis de Freud. Los surrealistas y los progresistas vieron en ellas una revolución, en la línea del “yo es otro” de Rimbaud. En el contexto del caso Dreyfus, el freudismo se vio asociado a la ideología de 1789. Pero nuestra historia es de dos caras: Francia generó Valmy y Vichy. Desde esa época, asistimos a una lucha feroz entre los partidarios de una psicología francesa con eje en la fisiología –Théodule Ribot o Pierre Janet– y el freudismo considerado como una “ciencia boche”, antinacional, especulativa. No hay que olvidar que un buen número de psicólogos franceses también fueron teóricos de la desigualdad de los pueblos y las razas a fin de justificar la colonización. Es por eso que suele haber en Francia una confluencia inconsciente entre antifreudismo, racismo, chauvinismo y antisemitismo, fundada en el odio de las elites y el populismo. En los años 1970, Pierre Debray-Ritzen hizo resurgir el viejo fondo antijudeocristiano tratando al psicoanálisis de “ciencia judía”. Y también el libelo antifreudiano de Jacques Bénesteau. Los eternos complots y fabulaciones atribuidos a los psicoanalistas por los adeptos del conspiracionismo son discutibles.
¿Estas polémicas no provienen sobre todo del hecho de que el psicoanálisis fue superado por el progreso médico?
–En lo más mínimo. Después de la Segunda Guerra Mundial, ocurrió la revolución de los psicotrópicos y, en especial, de los neurolépticos. Eso permitió suprimir el asilo. Los medicamentos de la mente permitieron poner fin a las camisas de fuerza. Pudimos tratar, o al menos estabilizar, las psicosis. Pero no las neurosis, ni siquiera las depresiones. Y los tratamientos medicamentosos no alcanzan en ningún caso. En verdad, para tratar las psicosis, hay que asociar la administración razonada de psicotrópicos con curas psíquicas basadas en la palabra, y también hay que ocuparse de reintegrar a los enfermos en la ciudad. Ahora bien, este triple enfoque, el único que permite progresar, cuesta muy caro. Es por eso que las sociedades occidentales prefieren renunciar a él y conformarse con una ideología cientificista en apariencia menos costosa.
¿Cómo se manifiesta esta ideología cientificista?
–Se impuso con la nomenclatura del Manuel estadístico y diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM). De origen norteamericano, este nuevo mapa de las clasificaciones, adoptado por la Organización Mundial de la Salud, se supone que sirve para hacer un repertorio de los trastornos psíquicos a fin de prescribir los tratamientos. A todos los médicos se les impone. Pero, según mi opinión, es pura ideología. Decidieron creer que todo refería a un mecanismo cerebral. En lugar de considerar al sujeto según lo que vive, sólo se toman en cuenta sus comportamientos. El problema, por consiguiente, es que ya no se sabe quién está loco y quién no. ¿Usted chequea tres veces si su puerta está bien cerrada? Está angustiado, por lo tanto, es un enfermo mental. No se preocupan en saber a qué reenvían los comportamientos. El sujeto está cortado, dividido, normado. Ya no quieren saber nada de la intimidad. A tal punto que la influencia del DSM dio pie a una revuelta de los propios sujetos. En especial, contra el proyecto de incluir en el DSM, en preparación para 2013, las nuevas adicciones a Internet y otros medios como si fueran drogas dañinas. Sin embargo, sabemos bien que para determinar si alguien está realmente alienado por su adicción hay que pasar por la palabra y oír lo que tiene para decir. En la próxima entrega del DSM, también está previsto anexar los comportamientos sexuales bajo el ángulo de las adicciones. En este ámbito, ¿dónde está la norma? ¿Cuántas veces por semana? ¿Cómo? Nos hallamos en un callejón sin salida.
Ante la competencia de otros enfoques, en especial, las terapias cognitivas conductuales (TCC), ¿la cura analítica clásica debe evolucionar?
–Creo que sí. Hemos asistido a la rigidificación de la cura clásica: hoy, el silencio del analista durante años ya no es aceptable, si es que alguna vez lo fue. De allí proviene el éxito de las terapias conductuales y cognitivas, que pretenden frenar los síntomas de las enfermedades psíquicas que nos son presentadas como los males del siglo: fobias, trastornos obsesivo-compulsivos (TOC), pérdida de autoestima, etc. Por comparación, se les reprocha a los analistas su no intervención sobre los síntomas. Ahora bien, el análisis puede responder mucho mejor que las TCC. Pero es necesario, sin embargo, proponer curas cortas y activas como las que practicaba el propio Freud. Todo debe reinventarse en el campo clínico..., de manera que la cura se adapte a cada sujeto.
El movimiento psicoanalítico, dividido en una multiplicidad de capillas enfrentadas, ¿puede reaccionar?
–Al estructurarse, el movimiento psicoanalítico se volvió conservador corporativo. En los años 1930-1960, la refundición kleiniana, que puso en evidencia el papel central de la madre, luego la revolución lacaniana (1950-1970), que asoció psicoanálisis y teoría del lenguaje, aportaron ideas novedosas. Pero estas revoluciones produjeron también nuevos conforismos. Esto se hizo visible de manera notoria cuando la emancipación de las mujeres y después de los homosexuales vino a chocar contra la vulgata freudiana. Hubo que rever el viejo modelo patriarcal, revisar las viejas concepciones de la sexualidad femenina, permitir a los homosexuales convertirse en psicoanalistas y padres. Después de haber sido atacado por la derecha, el freudismo fue sacudido por la izquierda y por brillantes filósofos de quienes estuve cerca: Deleuze, Derrida, Lyotard, etc. Y la crítica ha sido fecunda. Hoy, lamentablemente, la mayoría de los analistas parecen dejar de lado el compromiso ciudadano. Están despolitizados y suelen ignorar su historia, lo que les impide ser eficaces en la lucha ideológica que los antifreudianos radicales llevan en su contra. Por otro lado, demasiados psicoanalistas se aferran a tesis de otra época condenando, por ejemplo, la familia monoparental, homoparental o la gestación en vientre de alquiler, aun cuando estas nuevas formas de filiación son perfectamente pensables y los conciernen de lleno.
Virginia Woolf
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Las Horas
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Una mañana de 1923, en un suburbio de Londres, Virginia Woolf se despierta con la idea que se convertirá en Al igual que la protagonista de su obra, los personajes se debaten entre la soledad, la desesperanza y el amor por la belleza y la vida hasta unirse en un trascendente final. "HABÍA algo regio en Virginia", constató Leon Edel en su estudio sobre el grupo de Bloomsbury, titulado con precisión psicológica Una guarida de leones. Y los definió así: "Fue un grupo de individuos racionalistas y liberales que desarrollaron un arduo trabajo ético y un ideal aristocrático". Y si aquel grupo de escritores e intelectuales, nacidos a fines del siglo XIX, modificó el mundo cultural, ¿qué podríamos decir de su verdadera Reina de Corazones, Virginia Woolf (1882-1941), sino que fue su mejor vórtice? El profesor Cunningham la toma, a ella y a algunos miembros de su grupo, para convertirlos en personajes de esta novela, |