lunes, 19 de abril de 2010
Hans Christian Andersen
Seguramente habéis tenido la ocasión de alojar en vuestro hogar a un huésped de paso que abusa de vuestra buena predisposición y alarga indefinidamente la estancia, prodigándose en familiaridades que para nada le corresponden e incrustándose en vuestro sofá como una forma de vida parasitaria que os vacía la nevera y multiplica la factura de la luz. Semejante individuo puede habernos seducido por su carácter foráneo, quizás bajo la desamparada apariencia de un Erasmus, pero lo que deseábamos que fuera un amable intercambio cultural se convierte en lo más cercano al infierno sobre la tierra.
Consolaros pensando que esto le ocurre a los mejores. Al gran novelista victoriano Charles Dickens, por ejemplo, con ni más ni menos que el legendario escritor infantil Hans Christian Andersen. Esta difícil convivencia ha sido recordada en la Feria de anticuarios de Londres con motivo de la salida a la venta de un raro ejemplar de catálogo ilustrado que perteneció a Dickens y que está dedicado por Andersen. Y es que su amistad no podía haber empezado mejor, aún cuando Dickens no tenía ni idea en qué se metía.
Los dos autores se conocieron en un salón de la Condesa de Blessington, en el que se declararon su mutua admiración. Dickens regaló a Andersen una docena de sus libros y a partir de ahí se entabló una animada correspondencia epistolar. Dickens finalmente invitó a Andersen a pasar una temporada en su casa y este aceptó, prometiendo “no ser un gran estorbo”. Sin embargo su estancia se prolongó cinco semanas. Andersen, un hombre apagado y de escasas habilidades sociales, recibió el sobrenombre de “aburrimiento huesudo” (the bony bore) por parte de la hija de Dickens.
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