lunes, 18 de enero de 2010

Viejo hotel de Mar del Sur: una historia insensata




MEMORIASViejo hotel de Mar del Sur: una historia insensata

Fue erigido en 1890, en medio de una soledad de médanos y viento, para tener una existencia que parece signada por el océano con la amenaza permanente del naufragio

lanacion.com | Revista | Domingo 14 de enero de 2001



Fue erigido en 1890, en medio de una soledad de médanos y viento, para tener una existencia que parece signada por el océano con la amenaza permanente del naufragio


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Viejo hotel de Mar del Sur: una historia insensataEl frente del hotel

Anticipando en décadas al surrealismo, la imponente mole del hotel Boulevard Atlántico se irguió, enigmática y solitaria, en medio de la nada, entre los médanos y pastizales de Mar del Sud.

El edificio, al que sin duda Borges hubiera calificado de insensato, fue terminado de construir en 1890, luego de que un grupo de ingenieros alemanes y financistas argentinos, agrupados en el Banco Constructor de La Plata SA, decidió fundar el Balneario Mar del Sud, en el partido de General Alvarado. A causa de la debacle financiera que sucedió al crac del 90, el banco quebró dejando como herencia el flamante hotel, edificado en medio de un pueblo existente sólo en los papeles e imaginado como alternativa a la ya pujante Mar del Plata.

Los albañiles, herreros y carpinteros desaparecieron, las obras quedaron paralizadas, el ferrocarril tan anhelado nunca llegó, y el hotel, sin pasajeros, sin turistas, sin personal y sin muebles, quedó como un ignorado monumento a la soledad durante muchos años.

Su debut posterior no fue, ciertamente, promisorio, ya que a sus primeros ocupantes se los podría calificar como involuntarios: entraron por primera y última vez alzados por sus deudos. En otras palabras, estaban muertos...

La cosa, según se cuenta, fue así: en 1891, por razones no del todo claras, un grupo de inmigrantes judíos, inicialmente destinados a poblar las colonias santafecinas surgidas por iniciativa del barón Hirsch, fue trasladado transitoriamente a Mar del Sud. El obrador del hotel había sido más o menos acomodado para el alojamiento del desconcertado grupo, que se instaló como pudo en la precaria construcción. Pero la suerte insistía en ser esquiva.

Un furibundo tornado azotó esa misma noche la zona, devastando las frágiles instalaciones y causando la muerte de algunos de los recién llegados. La tormenta duró una semana, y hasta tanto tomó conocimiento la autoridad competente, los cadáveres fueron depositados en el sótano que aún existe bajo el comedor del hotel. Las víctimas fueron luego enterradas en las barrancas del arroyo La Tigra, distante unos 200 metros. Los sobrevivientes fueron finalmente trasladados a su destino inicial, quedando sólo las mentas del malhadado episodio.

El hotel fue posteriormente rematado, y sus adquirentes decidieron habilitarlo como tal en 1904. Dícese que el público inicial se componía, principalmente, de empleados jerárquicos del ferrocarril y de familias que poseían campos en la zona. El acceso era difícil -hoy casi podríamos verlo como turismo aventura-, el clima salvaje, y afuera del hotel (y adentro también, suponemos), las posibilidades de diversión eran modestas: algunos juegos de salón, cancha de bochas, cabalgatas, cacerías de perdices, caminatas por los médanos y, desde luego, aire, sol y mar.

Para los intrépidos que se internaban en las procelosas ondas oceánicas, el establecimiento había dispuesto la construcción de casillas de madera en la playa, para calzarse los trajes de baño de lana y volver a vestirse como corresponde para pasar al comedor. ¿El menú? Fiambre, sopa, plato principal, segundo plato, postre y café.

Por la noche, la vestimenta era más formal aún. No podía compararse el ambiente, desde luego, con el incesante y competitivo desfile de modas marplatense, pero sí mantenía un buen tono que nadie osaba alterar.

Y así, durante muchos años, el hotel Boulevard Atlántico (o Atlantic, como algunos pretenden) se constituyó en algo así como una clave para iniciados, un secreto del que no podía participar cualquiera.

Mar del Sud, finalmente, nació a su vera. De a poco fue creciendo, hubo almacenes y bares poblados al principio por una clientela mitad paisana y mitad veraniega. Llegó la luz eléctrica, la iglesia, se hizo el bulevar legendario, y brotaron hosterías, hoteles, restaurantes y locutorios.

Pero el hotel conservó siempre su núcleo de fieles, especialmente grupos familiares numerosos y alegres que seguían llegando a través de los años con conmovedora fidelidad.

En épocas más recientes los recién llegados podían dividirse en dos grandes sectores. Estaban aquellos que trasponían la entrada, y luego de somera inspección se marchaban para siempre, y estaban también quienes sucumbían al encanto decadente de los altísimos y descascarados cielos rasos, no se arredraban ante imprevisibles e inoportunos cortes de luz, y consideraban un aliciente no cuantificable pecuniariamente el dormir en las blancas camas de hierro tipo hospital que amoblaban las vetustas habitaciones. Y más... ¿Cómo no mencionar los patios circundados de galerías de baranda enrejada, donde aún están las espléndidas palmeras de 115 años, que ya sobrepasan los techos? Y a Albertina, la elegante señora que vivió sus últimos años en el hotel, y allí murió, de la que perduran en el salón los ecos de los valses y mazurkas que lograba arrancar al claudicante piano.

Parecería verse aún su blanca silueta esfumada al amparo de su infaltable sombrilla. En las tardes, Albertina solía instalarse en un pequeño pabellón del mismo hotel, y allí ejercía una módica y complaciente clarividencia, confeccionando previsibles y alentadores horóscopos para las niñas ansiosas por conocer el destino de sus romances playeros.

La mole neoclásica se mantiene en pie, su melancólico perfil persiste. Pero, ay, no funciona ya como hotel. Los siempre crecientes costos de refacción y mantenimiento no pueden ser cubiertos por las entradas veraniegas. El incendio de la cocina, en 1993, fue el golpe de gracia que determinó su cierre.

Pero, afortunadamente, hay quien lucha contra el destino que parece ensañarse con los desvencijados muros. Su actual propietario, Eduardo Gamba, toda una institución marsudense, imagina con empeño posibles atajos que salven al Boulevard Atlántico de un destino que parece inexorable. Consiguió, hace ya algunos años, que la mole fuera declarada lugar de interés histórico por la Municipalidad de General Alvarado.

Consagrado a eternos trabajos de refacción y mantenimiento, ha logrado habilitar el gran comedor como escenario para shows, fiestas y acontecimientos, además de ofrecer proyección digital de películas y comandar visitas guiadas para todos aquellos que buscan conocer historias y leyendas acumuladas a lo largo de un siglo que ya se fue.

Enrique Espina Rawson

Mar del Sud- 6 de enero de 2010










Muy cerca de Miramar, este hermosísimo lugar de veraneo "Mar del Sud",es sinónimo de tranquilidad, mar, sol y viento que despierta todos los sentidos.

Mar del Sud

Costa atlántica / La playa en el campoUna curiosidad llamada Mar del Sur

Quedan balnearios bonaerenses con aires pueblerinos, lejos y el teléfono celular. Como éste, un lugar al que se vuelve, aseguran, una y otra vez

lanacion.com | Turismo | Domingo 21 de enero de 2007




MAR DEL SUR.- Acá, en este pueblito agreste sobre el mar, se ven cosas curiosas.

La más llamativa tal vez sea ese hotel descomunal, el Boulevard Atlántico, que sobresale por encima de las casas y resiste con porfía el paso del tiempo. También está su propietario, un personaje que alguna vez interpretó a Drácula en el cine y que hoy vive casi atrincherado en esa mole de aires surrealistas y bellamente anacrónicos. Pero hay otras: una Virgencita a la que, entre otras ofrendas, se le dejan ojotas; una casa totalmente recubierta de caracoles (su dueño, un jubilado ferroviario de origen alemán, tardó 12 años en completar la obra); un bulevar de palmeras que se adaptaron al frío, aunque quedaron medio enclenques, o una irlandesa como Jacinta Deignan comiendo strogonoff en Makarska, el restaurante croata del pueblo (y prácticamente el único en el lugar, a decir verdad).

Así es Mar del Sur. Desconocido para buena parte de los argentinos, es capaz de aparecer en una guía turística inglesa y despertar la curiosidad de una dublinense con ganas de viajar y descansar. Porque, en definitiva, eso es Mar del Sur: un viaje al descanso.

A sólo 17 kilómetros de Miramar, esta franja de costa que nació con sueños de grandeza, con la promesa de ser el Gran Balneario Argentino, es hoy muy diferente de su vecino más famoso. Aquí no hay edificios, ni casinos, ni centros comerciales, ni discotecas, ni cines, ni semáforos, ni tantas otras cosas. Y para los habitués del lugar, esos que llegan todos los años con una fidelidad que conmueve, mejor que sea así. Mejor que el esperado ferrocarril, allá por fines del siglo XIX, no haya llegado nunca. Y que el espíritu de esta villa, que es mezcla de campo y playa, donde todos se conocen y saludan con la familiaridad de amigos, haya quedado intacto.

Ahí nomás, entre las casas, detrás de las rocas, desparramados entre los pastizales o bordeando los campos sembrados, todavía andan a sus anchas ovejas, vacas y caballos. Que nadie sabe bien de quién son, pero ahí andan. A veces se meten en el jardín de algún vecino, y entonces sale el dueño de casa a espantarlos para que no coman las plantas. Y al decir plantas hablamos de los cardos que crecen salvajes, con las flores violetas que salpican ese paisaje de pampa indómita.

Mar del Sur podría dividirse en dos. Por un lado, lo que sería el centro, con sus primeras casas construidas de espaldas al mar, resguardadas del viento (que por aquí sopla fuerte) entre una arboleda frondosa. Allí está la calle principal, la 100, única asfaltada del pueblo. A su vera hay dos supermercados; un polirrubro; una heladería; una casa de empanadas; un restaurante; el único pub (Laurel & Hardy); una verdulería; un puñadito de hoteles, además del Boulevard Atlántico, por supuesto; un local de videojuegos, otro de Internet, y eso es todo.

Después, más al Sur, en el sector Rocas Negras, están las casas más nuevas, esas que prácticamente se caen sobre el mar, que empezaron a construirlas tímidamente al principio, y con mayor ímpetu en los últimos cinco o seis años. Porque, claro, no son muchos los lugares en la costa en los que se puede tener un terreno sobre la playa por 20 mil o 30 mil dólares. O una casa en segunda línea, con precios similares a los de un dos ambientes en Buenos Aires.

Hay de todo, eso sí. Casitas que son un sueño, casas importantes, casas simples y modernas (entre ellas, algunas que comienzan a construirlas directamente para la venta), y casas que sencillamente no valen nada, piden a gritos una mano de pintura o parecen haber sido levantadas en el lugar equivocado (hay un par de construcciones alpinas, por ejemplo).

Pero la desprolijidad también es parte del encanto de este pueblo que se armó sin normas, que puede tener una casa apiñada sobre otra, o colgada de un pequeño acantilado en el medio de la nada. También un taxista puede ser vecino de un empresario, o un empresario de un actor (por acá veranean Alicia Bruzzo, Luisa Kuliok y, más recientemente, Boy Olmi y Carola Reyna), o un actor de un futbolista (el Tanque Rojas fue otro asiduo visitante).

Hace un par de años, Mar del Sur saltó por primera vez a algunos titulares por una mala noticia: una ola de robos. Pero las costumbres pueblerinas no cambiaron, la gente anda sin miedo, y aún son varios los que van a la playa y dejan la puerta sin llave, o los que jamás ponen candados en las bicicletas. Porque, hay que aclarar, bicicletas y caballos son medios de transporte tan válidos como los autos, e incluso a veces más populares. De hecho, Mar del Sur es una suerte de slow city improvisada. Sin quererlo, fue reuniendo la mayoría de los requisitos de esta filosofía, que podría resumirse en vivir la vida sin prisa. Sin prisa ni ruidos, luces de neón, ni incluso teléfonos celulares (no es a propósito: acá no hay señal).

Podrían decirse muchas cosas de Mar del Sur, en verdad. También de su gente. Gente que quiere tanto estas tierras de mar y viento como el más apasionado hincha de fútbol al club de sus amores. Y que vuelve, siempre vuelve.como llegar

En auto, por la ruta 2 hasta Mar del Plata, luego por la 11 hasta Mar del Sur (17 km pasando Miramar). El ómnibus llega hasta Miramar; de allí se puede tomar un colectivo local.

Por Teresa Bausili
Enviada especial
Historia de un gigante a la deriva

Mientras la mayoría de los pueblos costeros surgía con un puñado de casitas primero, el trazado de algunas calles después, acá se levantó un hotel de 4500 metros cubiertos, techo de pizarra francesa y más de noventa habitaciones. Todo en medio de médanos infinitos y la promesa de que aquél sería el mejor balneario argentino.

El Boulevard Atlántico fue edificado en 1886, por alemanes y argentinos agrupados en un banco de La Plata. Pero apenas estuvo terminado estalló la crisis del 90, el banco quebró, el esperado ferrocarril nunca llegó y el hotel quedó a la deriva. Lo siguiente podría inspirar decenas de libros y películas (el cineasta Mariano Llinás ya realizó aquí Balnearios ). En 120 años, la mole neoclásica resistió tornados y diluvios, sufrió un incendio y saqueos, pasó del esplendor a la decadencia. Alojó desde inmigrantes judíos que en 1891 llegaron en el vapor Pampa hasta elegantes huéspedes que venían en carruajes desde Miramar. El semanario italiano Oggi incluso desliza que allí se refugió Hitler, cuando la derrota alemana era inminente.

En 1972, luego de pasar por varias manos, Eduardo Gamba, asiduo veraneante y actor amateur (dice que hizo de Drácula en Penumbras y actuó en La Fierecilla Domada y Recuerdos del pasado ), compró el hotel, que funcionó a pleno hasta 1993, cuando fue usurpado por un grupo de contrabandistas. Su dueño pudo recuperarlo cuatro años más tarde, cuando ya se había venido abajo. Hoy, entre paredes desvencijadas, motos en la cocina y gatos flacuchos, sólo vive Gamba, el hombre que sueña con alguna inversión que rescate al gigante del olvido y la vergüenza. "Pero si el hotel se hunde, yo me hundo con él", sentencia.
Datos útiles
Cómo llegar

En auto, por la ruta 2 hasta Mar del Plata, luego por la 11 hasta Mar del Sur (17 km pasando Miramar). El ómnibus llega hasta Miramar; de allí se puede tomar un colectivo local.
Dónde alojarse

Hoteles como Mar Azul o Alé Alé cobran unos 90 pesos por una habitación doble, con desayuno incluido. Por más de una semana conviene alquilar una casa.
Alquileres

Los precios de las casas oscilan entre 3 mil y 10 mil pesos, por todo el mes. La mayoría de los alquileres se conocen de boca en boca, aunque hay dos inmobiliarias principales: Mar del Sur (02291 491035) y Elsa Blanco (02291 491098).