viernes, 10 de mayo de 2019
La adaptación al comic del "Ulises" de Joyce se puede leer en la web
La adaptación al comic del "Ulises" de Joyce se puede leer en la web: El proyecto de cómic 'Ulysses «Seen» Graphic Novel', que lanzó recientemente el Centro James Joyce de Dublin y que facilita la comprensión de la obra Ulises con la ayuda visual de la novela gráfica y explicaciones enriquecidas, se puede leer gratis desde la web de la institución.
Siri Hustvedt y sus traductores
Siri Hustvedt y sus traductores
“Pienso en todos los libros que leí y que habrían sido inaccesibles para mí de no existir una traducción al inglés. Sin traducción mi experiencia con la literatura se habría visto muy empobrecida. Me habría desarrollado de otra forma. Me avergüenza la pequeña cantidad de libros que las editoriales traducen al inglés en los Estados Unidos cada año. Eso demuestra la arrogancia y el provincianismo estadounidense.”
Este cuestionario fijo que contestan los escritores en el Blog Authors and translators, de Cristina Vezzaro, se publicó en inglés el 24 de abril de 2013. Esta es mi traducción.
Siri Hustvedt nació en Northfield, Minnesota, el 19 de febrero de 1955. En 1978 se mudó a la ciudad de Nueva York y en 1986 terminó su doctorado en Lengua Inglesa en la Universidad de Columbia. Escribió un libro de poemas: Leer para ti; tres libros de ensayos: Los misterios del rectángulo (sobre pintura), Una súplica para Eros, y Vivir, pensar y mirar; un libro de no ficción: La mujer temblorosa o la historia de mis nervios y cinco novelas: Los ojos vendados, El hechizo de Lily Dahl, Todo cuanto amé, Elegía para un americano y El verano sin hombres. Su sexta novela, El mundo deslumbrante, se publicará en el 2014. En el 2003 y el 2011 su trabajo fue pre-seleccionado para el Prix Femina Etranger en Francia al mejor libro del año. Todo cuanto amé ganó el Prix des Librairies de Quebec en Canadá al mejor libro del año. En 2012 recibió el Premio Internacional Gabarrón de Pensamiento y Humanidades.
¿A cuántos idiomas se han traducido sus libros?
Mis libros están traducidos a más de treinta idiomas. Fui muy afortunada. Llegué a la traducción con mi primer novela, Los ojos vendados, que se publicó en los Estados Unidos en 1992 y más tarde se tradujo a veinte idiomas. Mi última novela El verano sin hombres se tradujo también al chino y al coreano, dos idiomas nuevos para mí.
¿Ha tenido oportunidad de reunirse personalmente con sus traductores?, ¿o ha tenido algún contacto con ellos?, ¿cómo fue ese contacto?
Tengo una relación cercana con mis traductores de alemán, francés, italiano, finlandés y sueco. Me hacen preguntas acerca del libro en cuestión y hago todo lo posible para explicar el sentido de lo que escribí. Todos ellos se han convertido en mis amigos. Mi último traductor español, Gian Castelli Gair, siempre me enviaba listas de preguntas y me encontré con él algunas veces en mis viajes a España. Le tomé mucho cariño y lamenté su muerte que ocurrió poco después de terminar de traducir mi novela Todo cuanto amé. Me dijeron que se la daba a sus amigos cuando estaba muriendo en el hospital.
Cuando era más joven fui co-traductora de una biografía de Dostoievski del noruego al inglés. También traduje algunos poetas noruegos y algunos poemas de Ingeborg Bachman del alemán. Esas últimas traducciones nunca se publicaron porque al final el libro no se editó. La traducción somete al texto a la mirada más rigurosa y los textos endebles colapsan bajo esa mirada. Como yo misma he traducido, soy plenamente consciente de que el traductor debe reinventar el texto en otro idioma. Lo que es esencial es que el texto no se lea como una traducción, sino como si se hubiera escrito en ese otro idioma. La semana pasada un editor estadounidense me envió las pruebas de una novela noruega y aunque el libro parecía sólido, el traductor había importado la estructura y la puntuación noruega al inglés, lo que le daba al lenguaje una cadencia particular y el uso de la coma y el punto resultaba muy extraño. Podía ver las oraciones noruegas asomando tras las inglesas. Le escribí de inmediato al editor diciéndole que era necesario hacer un cambio radical en la traducción.
¿Le resulta difícil confiar sus textos literarios a los traductores?, ¿o confía ciegamente en ellos?
Para ser honesta, confío ciegamente en ellos en muchos casos. Cuando recibo mis libros en ruso, búlgaro, turco, griego o hebreo, por ejemplo, traducciones hechas por personas que no conozco o de las que nunca recibí una pregunta, no puedo más que confiar en que hicieron bien su trabajo. Es una posición práctica. Sería imposible estar detrás de todos mis traductores y darles instrucciones.
¿Cree que puede evaluar la calidad de la traducción?
Puedo evaluar las traducciones escandinavas porque soy bilingüe, crecí hablando inglés y noruego. El sueco y el danés tienen un gran parecido con el noruego, así que puedo sentir la música en esas traducciones. Leo alemán y francés y me doy cuenta si hay errores muy notorios, pero no me siento capaz de evaluar su calidad literaria. De todas formas, mucha gente dice que mi traductor alemán es excepcional. También han elogiado a mi traductor francés, así como a mis traductores de italiano, noruego y español. Mi traductora sueca ganó un premio por su traducción de Anna Karenina al sueco. Se la considera una traductora brillante.
Tal vez el humor y la ironía sean lo más difícil de recrear en otra lengua y a veces me pregunto si esa cualidad de mi trabajo atravesará la traducción. Mientras trabajaba en una conferencia sobre Kierkegaard que daré en Copenhagen a principios de mayo, estuve comparando una y otra vez la traducción inglesa con la versión original en danés. El texto de Kierkegaard es muy irónico, es complejo en extremo y está maravillosamente escrito. Tengo un profundo respeto por las traducciones de su trabajo. Conozco a Howard y Edna Hong, la pareja que hizo la traducción al inglés, publicada por Princeton University Press. Ellos viven enfrente al arroyo donde estaba mi casa de la infancia en las afueras de Northfield, Minnesota. Fue un trabajo de vida, compartido. Por supuesto, cada tanto tengo alguna pequeña objeción. Lo mismo en el caso de Freud. Mark Solms, un amigo mío, trabajó durante doce años en la revisión que pronto se publicará de la traducción inglesa de Freud hecha por Strachey. Es para sacarse el sombrero. Tanto Kierkegaard como Freud tenían un estilo soberbio y traducirlos es tanto una tarea filosófica como literaria.
¿Alguna vez escuchó a alguien leer un extracto de alguno de sus libros en otro idioma? ¿Cuál fue su reacción?
Una vez leí en voz alta mi propia novela Todo cuanto amé en noruego, para una presentación organizada por mi editor. Pensé que la traducción era muy buena, pero cuando pronunciaba las palabras las sentía raras. Escuché mi trabajo leído en francés y en alemán y siempre disfruté al escuchar la reinvención, pero de nuevo, como dije antes, mis traductores en esas lenguas son amigos en los que confío.
¿En qué idiomas querría ver traducidos sus libros y por qué?
Estoy encantada cada vez que algún libro mío se traduce a un nuevo idioma. Cuando un editor ruso compró los derechos de mis libros, por ejemplo, me sentí honrada, sin duda, porque la literatura rusa fue muy importante para mí y amo la idea de que mis libros existan en la lengua de Gogol, Chekhov, Dostoievski, Tolstoy, Tsvetayava, Ahkmatova y muchos otros, aunque no hable ruso (cursé de todas formas un semestre de ruso en la universidad). ¡Cualquier nuevo idioma es una alegría!
¿Qué es lo primero que se le ocurre cuando piensa en la profesión del traductor literario?
Admiro profundamente la profesión. Pienso en todos los libros que leí y que habrían sido inaccesibles para mí de no existir una traducción al inglés. Sin traducción mi experiencia con la literatura se habría visto muy empobrecida. Me habría desarrollado de otra forma. Me avergüenza la pequeña cantidad de libros que las editoriales traducen al inglés en los Estados Unidos cada año. Eso demuestra la arrogancia y el provincianismo estadounidense. De todas formas, los escritores siguen escribiendo y los traductores siguen traduciendo en todo el mundo. Estoy muy agradecida a mis traductores por reescribir mis textos en sus idiomas.
El sofocante mundo de los adultos
El sofocante mundo de los adultos
Debido a su mal desempeño en el colegio, Bill tendrá que estudiar todo el verano para dar su examen final de bachiller. Mientras sus hermanos y su madre veranean en la playa, a él se lo condena a pasar el verano en el campo con un padre distante y severo; un desconocido casi, con el que se siente profundamente incómodo. Sin embargo, esa cercanía le revelará un aspecto inesperado de su padre. Bill descubrirá al hombre tras la correctísima apariencia. Las fisuras, las incoherencias, los sufrimientos quedarán expuestos y aunque no deje de cohibirlo, Bill sabrá quién es su padre en realidad.
La narración en primera persona nos instala en la adolescencia; en la soledad, la tristeza y el desconcierto de esos años. La ambivalencia entre rebeldía y sumisión. El peso de la figura paterna. Las apariencias que dominan tanto a los jóvenes como a los adultos. La relación con el sexo opuesto. Todo pasa por la cabeza de este personaje a veces niño, a veces adulto, que examina, que observa su entorno, que se enoja y que se indigna, que juzga y cada tanto claudica.
Aquel sofocante verano (1906) es una novelle, un género muy utilizado en Alemania que no se reduce a ser breve sino que tiene características propias bien definidas: la unidad de su trama, unos pocos personajes y un giro inesperado que precipita el final. En un prólogo muy esclarecedor, la traductora de la novela, Miriam Dauster, hace un detallado análisis en el que revela las claves para entender mejor el texto. Dauster desmenuza la sintaxis de von Keyserling para mostrar los elementos que inscriben a la novelle dentro del impresionismo, explicando a su vez, las características del movimiento.
El impresionismo surgió en Francia, primero en la pintura con Monet, Degas, Renoir, Cezanne y se trasladó más tarde a la literatura. Comenzó como una reacción contra el realismo y su intención era mostrar un punto de vista subjetivo. Se centraba en la vida mental del personaje, en su percepción de la realidad, sus sentimientos, sensaciones y emociones. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, es un claro ejemplo de novela impresionista, en donde el personaje recuerda y describe con todo detalle, con constantes digresiones e involucrando para ello los cinco sentidos, toda su vida desde la primera infancia.
Von Keyserling, en la misma línea, se destaca por el colorido de sus imágenes, su despliegue de luces y sombras, de sonidos, de olores con los que crea atmósferas que se mezclan con los procesos mentales del personaje. Una sinestesia entre percepción y pensamiento que nos mete de lleno en la situación del protagonista, experimentando con él cada sorpresa, cada incomodidad, cada humillación.
Como telón de fondo, la mirada crítica de von keyserling sobre la vida aristocrática: la decadencia, el vacío, “la jaula de oro”, la hipocresía de las convenciones sociales y la relación con los campesinos y la servidumbre en la Alemania de principios del siglo pasado.
Eduard von Keyserling (1855-1918) fue novelista, dramaturgo y uno de los exponentes más importantes del impresionismo alemán. Aunque de familia noble, su personalidad lo llevó a ser un marginal en su entorno. No se sentía cómodo con las convenciones de la época. Enfermizo y muy poco agraciado, vivió los últimos veinte años de su vida junto con dos de sus hermanas. La sífilis que había contraído de joven le causaba terribles dolencias. Quedó ciego y más tarde paralítico. En sus últimos años vivió aislado, sin salir casi de su casa y, sin embargo, esos fueron sus años más fecundos como escritor . Varias de las novelas que muchos juzgan como las mejores de su producción las dictó en esa época a sus hermanas.
En Alemania se lo consideraba como uno de los escritores destacados del siglo XIX, y aunque tras su muerte fue olvidado, cada tanto vuelve a surgir el interés por sus obras. En los últimos años se tradujeron y publicaron varias de sus novelas al español. Algunas de ellas: Princesas, En un rincón tranquilo, Dumala, Olas, Otoño en Berlín, Casas en el crepúsculo.
La señorita Brill – de Katherine Mansfield
Aunque era un día radiante —en el cielo azul un polvo dorado y resplandecientes haces de luz se derramaban como vino blanco sobre los Jardins Publiques— la señorita Brill estaba contenta de haberse puesto la estola. El aire estaba quieto, pero cuando uno abría la boca se sentía el aire helado, como el frío que uno siente antes de beber de un vaso de agua con hielo y cada tanto una hoja llegaba planeando desde quién sabe dónde, quizás desde el cielo. La señorita Brill se llevó la mano al cuello y tocó la piel de zorro. ¡Qué ternura! ¡Era tan grato sentirla otra vez! La había sacado de la caja esa misma tarde, le había sacudido el polvo enmohecido, le había dado una buena cepillada y devuelto la vida a los ojitos nublados. “¿Qué me ha pasado?” decían los ojitos tristes. ¡Ah!, ¡qué dulce verlos otra vez espiándola desde la colcha roja!, … pero la nariz, de un material negro, no estaba tan firme. Debía de haberse golpeado. No tenía importancia, un toque de lacre negro llegado el momento, cuando fuera absolutamente necesario… ¡ese pícaro!
Sí, lo sentía así. El pícaro se mordía la cola justo debajo de su oreja. Podía sacárselo, ponerlo sobre el regazo y acariciarlo. Sintió un hormigueo en las manos y los brazos, seguramente por la caminata. Y cuando respiraba, algo leve y triste, no, no exactamente triste, algo dulce se movía en su pecho.
Había una buena cantidad de gente esta tarde, mucho más que el domingo anterior. Y la orquesta sonaba más fuerte y alegre. Y todo porque la temporada había empezado. Porque aunque la orquesta tocaba todos los domingos del año, no era lo mismo fuera de temporada. Era como alguien que tocara solo para la familia, no importaba tanto cómo sonara a menos que lo escuchara también gente desconocida. ¿No llevaba el director una levita nueva? Estaba segura de que era nueva. Rascaba el piso con el pie y batía los brazos como un gallo a punto de cantar y los hombres de la orquesta, sentados bajo la glorieta verde, hinchaban los cachetes y resplandecían con la música. Ahora venía una parte de flauta, ¡qué bonita!, una breve cadena de gotas brillantes. Estaba segura de que se repetiría. Sí, ahí estaba de nuevo, levantó la cabeza y sonrió.
Solo dos personas compartían “su” banco: un anciano muy elegante que usaba un abrigo de terciopelo y tenía las manos unidas sobre la empuñadura de un gran bastón y una anciana robusta sentada muy erguida con un tejido sobre el delantal bordado. No hablaban. Lo que era una pena, ya que a la señorita Brill le encantaba escuchar conversaciones. Se había vuelto realmente una experta, pensaba, en escuchar como si no lo hiciera, en entrar por unos minutos en la vida de las personas que hablaban cerca de ella.
Espió a la anciana pareja de costado. Quizás se fueran pronto. El último domingo tampoco había sido muy interesante. Un caballero inglés y su esposa, él con un horrible sombrero panamá, ella con botas de botones. Y ella no dejaba de repetir que debía usar lentes, que sabía que los necesitaba, pero que tenerlos no sería para nada bueno; estaba segura de que se le iban a romper y que nunca se quedarían en su lugar. ¡Él tenía tanta paciencia! Había sugerido de todo: los de armazón dorado, los que se adaptaban bien a las orejas, los que tenían una almohadilla en el puente. Pero no, nada la conformaba. “Siempre se me van a estar resbalando por la nariz”. La señorita Brill hubiera querido darle un buen sacudón.
Los ancianos estaban sentados en el banco, quietos como estatuas. No importaba, había un montón de gente para mirar. Frente a los canteros y la glorieta de la orquesta, desfilaban de un lado a otro parejas y grupos que se detenían para saludar o comprarle ramos de flores al viejo mendigo que tenía la bandeja junto a las rejas. Los niños corrían entre la gente, agachándose como avioncitos cayendo en picada y riendo, pequeños con moños blancos de seda bajo la barbilla; las niñas, unas muñequitas francesas todas vestidas en terciopelo y encaje. Y a veces un pequeñito salía tambaleando de abajo de los árboles, se detenía, miraba hacia uno y otro lado y de pronto ¡plop! caía sentado, entonces una pequeña madre adoptiva, como gallina joven, corría a buscarlo y lo regañaba. Muchos se sentaban en los bancos y las sillas verdes, pero esos casi siempre eran los mismos, domingo tras domingo, y, la señorita Brill ya lo había notado antes, había algo curioso con respecto a todos ellos. Eran peculiares, silenciosos, casi todos viejos y por la manera de mirar, parecía que acababan de salir de pequeñas habitaciones oscuras o quizás… ¡quizás hasta de armarios!
Más allá de la rotonda, algunos árboles esbeltos con hojas amarillas que caían y tras ellos apenas una línea de mar y más allá el cielo azul con nubes de bordes dorados.
Ta-ta- taratatá, tata tá, taratatá, taaaa- tatá! Tocaba la orquesta.
Dos jovencitas de rojo caminaban y dos jóvenes soldados de azul se les unieron, las tomaron del brazo y riendo se alejaron en parejas. Dos campesinas con ridículos sombreros de paja, pasaron solemnes, tirando de unos preciosos burros grises. Una monja pálida y fría aceleró el paso. Una hermosa mujer tiró al piso su ramito de violetas y un niño corrió tras ella para alcanzárselo; ella lo tomó y lo volvió a tirar como si hubiera estado envenenado. ¡Santo Dios! ¡La señorita Brill no sabía si admirarla o no! Y ahora un gorro de armiño y un caballero de gris se encontraron justo frente a ella. Él era alto, rígido, circunspecto y ella usaba el gorro que había comprado cuando su pelo era rubio. Ahora, todo: su pelo, su cara, incluso sus ojos tenían el mismo color que el armiño gastado y dentro del fino guante su mano, que se elevó hasta tocar suavemente sus labios, era una pequeña garra macilenta. ¡Ah!, estaba tan contenta de verlo, ¡encantada! Imaginó que iban a encontrarse esa tarde. Ella describió todos los lugares en los que había estado; en todas partes, aquí, allá, a orillas del mar. El día era espléndido, ¿no le parecía? Y no querría, quizás…Pero él sacudió la cabeza, encendió un cigarrillo, lentamente le tiró una gran bocanada de humo en la cara y aunque ella todavía seguía hablando y riendo, tiró el fósforo y siguió caminando. El gorro de armiño quedó solo, ella sonrió más radiante que nunca. Pero hasta la orquesta parecía saber lo que sentía y tocó con más suavidad, con dulzura. Y el tambor redoblaba: “¡qué bruto!”, “¡qué bruto!” Una y otra vez. ¿Qué iba a hacer ella?, ¿qué pasaría ahora? Pero mientras la señorita Brill se lo preguntaba, el gorro de armiño se dio vuelta, levantó la mano como si hubiera visto de pronto a alguien más, alguien mucho mejor, ahí cerca y se alejó de prisa en su dirección. Entonces la orquesta cambió el ritmo y tocó más rápido y más alegre que nunca, y la pareja de ancianos se levantó del banco de la señorita Brill y se marchó y un viejo muy cómico de largos bigotes rengueó al ritmo de la música y casi cae atropellado por cuatro jovencitas que marchaban tomadas del brazo.
¡Ah, qué fascinante era todo! ¡Cómo lo disfrutaba! ¡Cómo adoraba sentarse allí y observar! Era como una obra de teatro. Exactamente eso. ¿Quién podría creer que ese cielo no era una pintura? Pero fue cuando el perrito marrón trotó solemne y luego se alejó, como un perro actor, como un perrito amaestrado, que la señorita Brill descubrió lo que era tan divertido. Todos estaban en el escenario. No eran solo el público, no solo miraban, estaban actuando. Incluso ella tenía un papel e iba cada domingo. Sin duda alguien lo habría notado si ella no hubiera ido. Ella también formaba parte de la función. ¡Qué extraño que no se le hubiera ocurrido nunca antes! Y sin embargo eso explicaba por qué era tan importante para ella ir todas las semanas a la misma hora —para no llegar tarde a la función—, y también explicaba por qué sentía cierta timidez de contar lo que hacía los domingos por la tarde a sus alumnos de inglés. ¡Con razón! La señorita Brill casi se ríe en voz alta. Ella estaba en el escenario. Entonces pensó en el anciano caballero inválido al que le leía el periódico cuatro veces a la semana mientras dormitaba en el jardín. Ya se había acostumbrado a su cabeza frágil sobre la almohada de algodón, los ojos vacíos, la boca abierta y la nariz filosa apuntando el cielo. Si hubiera estado muerto, no lo hubiera notado en semanas; tampoco le habría importado. Pero de pronto él supo que una actriz le había estado leyendo el diario. “¡Una actriz!”. La cabeza se alzó de pronto, dos chispas saltaron de los ojos viejos. “¿Eres actriz?”. Y la señorita Brill dobló con delicadeza el diario como si fuera el libreto con su parte y dijo amable: Sí, soy actriz desde hace mucho tiempo.
La orquesta había descansado y ahora comenzaba a tocar otra vez. Y la música era cálida, llena de luz, aunque también había algo frío… algo, ¿qué era?… no era tristeza, no, no era tristeza… era algo que daba ganas de cantar. El tono subía, subía, la luz brilló más y parecía que en cualquier momento todos ellos, la compañía entera iba a ponerse a cantar. Los jóvenes, los que reían y caminaban juntos empezarían y después las voces de los hombres, muy resueltas y valientes. Y ella, ella también y los demás en los bancos… entrarían, como una especie de acompañamiento… algo sutil, que apenas subía o bajaba, algo tan precioso…conmovedor… y los ojos de la señorita Brill se llenaron de lágrimas y miró sonriendo a los demás integrantes de la compañía. Sí, entendemos, entendemos, pensó, aunque lo que ellos entendían, ella no lo sabía.
Justo en ese momento un joven y una jovencita se sentaron donde antes había estado la pareja de ancianos. Estaban muy bien vestidos y estaban enamorados. El héroe y la heroína, por supuesto, recién bajados del barco de su padre. Y aún cantando sin sonido, todavía con la sonrisa temblando en los labios, la señorita Brill se preparó para escuchar.
—No, ahora no —dijo la chica—. Aquí no. No puedo.
—¿Pero por qué? ¿Por esa vieja estúpida del otro lado? — preguntó él—. ¿Para qué vendrá? ¿A quién le interesa? ¿Por qué no dejará su cara de idiota en casa?
—Es su es-tola, lo que me hace reír —dijo la chica con una risita—. Parece un pescado frito.
—¡Ah, basta con eso! —murmuró él enojado, y después—: Dime, ma petite chere…
—No, aquí no —dijo ella—. Todavía no.
Camino a casa, solía comprar una porción de torta de miel en la panadería. Era la concesión del domingo. A veces con la porción venía una almendra, a veces no. Eso lo cambiaba todo. Cuando venía la almendra, era como llevarse a casa un regalo— una sorpresa— porque bien podría no haber venido. Con la almendra del domingo caminaba más de prisa, y apenas llegaba prendía el fósforo para la pava.
Pero hoy siguió de largo, subió las escaleras, entró en la pequeña habitación oscura —la habitación como un armario— y se sentó sobre la colcha roja. Quedó así un largo tiempo. La caja donde guardaba la piel estaba sobre la cama. Desabrochó la piel rápido, muy rápido, sin mirarla, y la puso dentro. Pero cuando puso la tapa encima, creyó oir un sollozo.
Traducción de Magdalena Solari
Katherine Mansfield (1988-1923) nació en Nueva Zelanda y murió en París de tuberculosis a los treinta y cuatro años de edad. Aunque su vida fue demasiado corta, también fue muy intensa. Sus padres la mandaron a estudiar a Londres y cuando terminó el colegio no quiso volver a vivir a Nueva Zelanda. Era muy rebelde, tenía una pésima relación con su madre y la vida en Nueva Zelanda después de haber vivido en Londres le resultaba deprimente. Nunca pudo sentirse en casa en ninguna parte, aunque recordaba con nostalgia a su abuela y algunos momentos de su infancia. Vivió una vida bohemia, mudándose permanentemente de lugar. Se casó, se divorció, se volvió a casar, tuvo amoríos con hombres, con mujeres. Vivió más que nada en Londres, y breves períodos en Francia e Italia. Fue parte del grupo de Bloomsbury y amiga personal de D. H. Lawrence y de Virginia Woolf, quien en su diario confesó sentir celos de la escritura de Katherine. Llegó a ser reconocida en su época como una escritora de gran talento, como una voz novedosa y original. A su muerte llevaba publicados cinco libros de cuentos.
Desmantelar la crueldad
El discurso inaugural de la Feria del Libro de Buenos Aires lo dará, en su 45° edición, una argentina que reside hace más de treinta años en Brasil. Rita Segato es antropóloga, y trabaja como docente e investigadora desde 1985 en la Universidad de Brasilia. Los temas que ha estudiado a lo largo de su carrera son la violencia de género, el eurocentrismo, la colonialidad del poder y del saber, el capitalismo, la raza; pero estos, afirma, no son temas desconectados, por el contrario, están complejamente interconectados y moldeados por la sociedad patriarcal en la que vivimos.
Contra-pedagogías de la crueldad está compuesto por cuatro conferencias o clases en las que Rita Segato hace un recorrido por todos los temas que ha abordado a lo largo de su carrera, por lo que es, digamos, una síntesis de su posición respecto a muchos temas. Para un desarrollo más exhaustivo de cada temática en particular Segato tiene otros libros que reúnen ensayos específicos sobre la materia en cuestión.
En Contra-pedagogías de la crueldad, Segato afirma que el problema de la violencia de género no se puede compartimentar, porque es parte y consecuencia del sistema en su conjunto. El sistema patriarcal es la matriz que lleva en sí misma el cúmulo de conceptos y creencias que es necesario de-construir para desestructurar lo que Segato llama “Pedagogía de la crueldad”. Este sistema no tiene como víctima solo a la mujer sino también al hombre que sufre la violencia intra-género. El mandato de masculinidad conduce a los hombres a la obediencia hacia sus pares —y también opresores—, los lleva a obedecer las reglas y las jerarquías del corporativismo masculino por el prestigio que pertenecer a la cofradía tiene, pero al mismo tiempo los hace pagar hasta con sus vidas el “fardo” de su masculinidad.
Lo que Segato llama “pedagogía de la crueldad” es la captura de la vida que fluía imprevisible para instalar la esterilidad de la cosa que conviene al consumo del capitalismo. En este contexto la relación entre las personas se vacía y se transforma en una relación entre funciones, utilidades e intereses. La repetición de la violencia produce el efecto de normalización necesario para desensibilizarse frente al sufrimiento del otro. El capital depende de que seamos capaces de acostumbrarnos a ese espectáculo de la crueldad. La cosificación de la persona, la enajenación, el aislamiento, la desprotección y la indefensión de la vida actual, el trabajo semi-esclavo debido al carácter precario del empleo y el salario: un modelo de explotación que depende de que naturalicemos la expropiación de la vida.
El hombre con su mandato de masculinidad está más dispuesto para la crueldad porque su entrenamiento para la vida lo lleva a concebir una afinidad entre masculinidad y guerra, entre masculinidad y distanciamiento, entre masculinidad y baja empatía. Así es como los hombres sufren y no perciben su propio sufrimiento y por ende tampoco pueden tratarlo. No lo pueden expresar y eliminan por tanto la percepción de ese dolor. El narcicismo no los deja ver sus carencias, hace que no puedan enfrentarse con su fragilidad y su insuficiencia. Por el contrario, las mujeres podemos reconocernos sin miedo como seres faltantes, en necesidad, y nuestra forma de vincularnos nos permite encontrar el apoyo y la contención que necesitamos.
A principios de los años noventa la Secretaría de Seguridad Pública de la ciudad de Brasilia acudió a la Universidad para consultar a las investigadoras de los temas de la mujer por el número sorprendentemente alto de violaciones callejeras. Fue así como Rita Segato comenzó un estudio en el que ella y un equipo de estudiantes entrevistaron durante años a presos por violación y que concluyó con la publicación de Las estructuras elementales de la violencia. La primera sorpresa que tuvieron, como equipo, fue que al igual que ellos, el preso también buscaba comprender su acto. No tenía necesidad, decían: “yo tenía esposa, tenía varias novias, con mis amigos íbamos al burdel el viernes a la noche. Entonces si no tenía necesidad de una mujer, ¿por qué violé?”. No tenían respuestas.
Así fue surgiendo la idea de la violencia como una dimensión más expresiva que instrumental. “Qué dice la violación y a quién”. Lo que lleva la interpretación del acto a otro ámbito. No es ya una cuestión de libido, sino de poder. Y no hay allí solo un eje vertical de agresor- víctima sino también un eje horizontal de agresor-pares. El análisis involucra entonces todo el conjunto de valores del sistema patriarcal con su mandato de masculinidad y dominación en el que la mujer se transforma en un objeto y pasa a ser la víctima más a mano para dar paso a la cadena ejemplarizante de mandos. Por tanto, no hay que ver el problema de la violencia de género como una cuestión de relación entre hombres y mujeres sino considerarlo en el contexto más amplio de sus circunstancias históricas.
El camino de la de-construcción que Segato propone consiste en una contra-pedagogía de la crueldad, una contra-pedagogía del poder. Una de-construcción del orden patriarcal para rescatar la sensibilidad. Cultivar los vínculos para resistir las presiones actuales y encontrar caminos alternativos. Una de las claves es desmontar ese mandato de masculinidad que victimiza al hombre obligándolo a obedecer las reglas y jerarquías desde que ingresa a la vida en sociedad; y la familia es — tenemos que tenerlo en cuenta— la que lo prepara para ello. Hoy ya muchos hombres se retiran de ese pacto corporativo y marcan un camino que transformará a la sociedad.
Solo un mundo vincular y comunitario puede poner límites a la cosificación de la vida. Centrarse en las cosas como meta de satisfacción produce personas que también se transformarán en cosas, Centrarse en los vínculos lleva a la reciprocidad que produce comunidad.
El camino, entonces, es la desobediencia diaria, correrse fuera del orden establecido, desestabilizarlo erosionando las certezas y las jerarquías. En el caso del feminismo no se trata de replicar la política patriarcal y la jerarquía del poder. El feminismo no debe construir al hombre como el enemigo natural. “Debemos soñar, pero no los sueños del patriarca”, dice Segato, y oponer una politicidad en clave femenina. Crear vínculos fuertes entre mujeres. Volver a generar el tejido comunitario, voltear las paredes que aislan los espacios domésticos; restaurar la politicidad de lo doméstico que es propio de la vida comunal. Es de allí que surgirá una nueva forma de acción política capaz de reorientar la historia hacia una felicidad mayor.
Segato también advierte sobre el papel de Latinoamérica en la distribución mundial del trabajo intelectual. La teoría viene del hemisferio Norte, dice, y nuestro papel es el de consumir y repetir las teorías del Norte. La docencia tiene que re-orientarse hacia el objetivo de enseñar a pensar —no solo de aprender y repetir lo elaborado por otros—. Enseñar es, también, autorizar el pensamiento propio.
Rita Segato hace un recorrido por sus treinta años de investigaciones y reflexiones: expone argumentos, propone un camino, nos ayuda a pensar, nos despierta, nos concientiza. Su pensamiento se aplica a nuestra cultura, porque no se transporta desde otros contextos sino que tiene origen en nuestra propia realidad latinoamericana. Por eso, y porque no es bueno que como personas adultas vivamos distraídos, creo que todo hombre o mujer que reconoce y se preocupa por la crueldad y la injusticia imperante debería leer a Rita Segato. Una lectura imprescindible.
Rita Segato (1951) nació en Buenos Aires y estudió Antropología en la UBA. En 1984 obtuvo su doctorado en Antropología Social en Queen’s University Belfast, en Irlanda del Norte. Desde 1985 trabaja en la Universidad de Brasilia. En el 2017 recibió el Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales Clacso y en el 2018 la Universidad Autónoma de Entre Ríos y la Universidad de Salta la distinguieron con el título Doctora Honoris Causa. Entre sus libros se destacan Las estructuras elementales de la violencia, La nación y sus otros, Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, La crítica de la colonialidad en ocho ensayos.
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