lunes, 22 de marzo de 2010

Sara no puede esperar


Viernes, 12 de marzo de 2010
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Una mujer en Misiones acosada y golpeada brutalmente por su vecino, que además es comisario, se encuentra en un callejón sin salida luego de haberlo denunciado.

Por Irupé Tentorio
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¿Cómo se vuelve a la vida luego de una terrible paliza? ¿Cómo superar esas cicatrices que no sólo duelen en los días de humedad? ¿Cómo no temblar al salir a la vereda de su casa, si el agresor es su vecino? Ni siquiera el llanto de un niño –de apenas nueve años– detuvo la agresión de este ex comisario Hugo Ariel Benítez.

Sara Báez vive en Posadas, Misiones, su hogar está ubicado en el barrio Santa Rita, a pasos de la casa de Benítez, quien día tras día e impunemente abusaba de ella. En principio psicológicamente “cada vez que me veía me decía piropos, pero bastantes guarangos, y alguna que otra vez tuvo actitudes exhibicionistas. Después la situación y su vocabulario fueron más densos, me acosaba con palabras más burdas. Yo fui a quejarme varias veces a la jefatura policial decimotercera de Posadas pero –en ese momento– no tomaron las medidas necesarias que yo reclamaba, me decían que tenía que tener marcas para que la denuncia sea sustentable”, relata Sara.

Esta pregunta cae de maduro: ¿Cuánta sangre hay que mostrar para ser protegido?

Lo que tanto temía que ocurriera aconteció el pasado 10 de diciembre al regreso del acto de finalización escolar de su hijo menor. “Yo venía feliz y orgullosa ya que a mi hijo le habían entregado la medalla de honor por mejor comportamiento, entonces compramos comida para cenar y festejar juntos”, sin embargo el festejo no pudo ser llevado a cabo ya que el ex comisario la aguardaba entre penumbras en el portal. Cuando Sara abrió las rejas de su casa la arrastró de los pelos hacia la vereda, “quiso obligarme a practicarle sexo oral. Yo me negué y le dije que prefería morir antes de hacer lo que me estaba exigiendo”, sus labios ensangrentados le expelieron, pero Benítez no se detuvo.

Sin ningún tipo de límite le dio duro en su espalda, hasta perforar sus riñones, y entre golpe y golpe le gritaba “hija de puta por qué me denunciaste, qué anduviste diciendo por ahí”. Los gritos de desesperación no detuvieron a Benítez: sacó su cinto y dejó la piel de ella en carne viva, “me pegaba con la hebilla del cinto, recibí tantas trompadas en mi rostro, que me aflojó la mandíbula. Yo a esa altura ya estaba inconsciente, y el dolor casi no lo sentía, no tuve más opción que entregarme, no tenía fuerzas para defenderme. Este animal destruyó mi vida. Las secuelas que dejó en mi cuerpo, no me permiten ahora trabajar”, remata Sara.

Ella sólo logró en ese momento esquivar las sombras de él y los golpes constantes que podrían haberle quitado la vida. “Cuando me apuntó en la sien con su calibre de nueve milímetros y disparó dos veces, sin que saliera la bala, me hizo callar y me dijo: los muertos no hablan”, sostiene Sara.

Esta situación que eriza la piel fue intervenida por un chofer de colectivo y pasajeros que circunstancialmente pasaban. “Al escuchar mis gritos y los de mi hijo ellos se acercaron para ayudarme, y Benítez cuando los vio huyó, se metió por el barrio. Su cobardía lo hizo correr y escapar.”

Alexis gritaba, rogaba por la vida de su madre. Esas imágenes encarceladas que dejó este hecho en su hijo no son sencillas de borrar. “Mi hijo presenció esta espantosa escena, ahora él tiene continuos ataques de llanto. Todas las noches se hace pis en su cama, a mí como madre se me parte el alma.” Sara hace ya 6 años que es padre y madre. “Lo único que espero es que los dos podamos superar esta historia, pero se me hace difícil seguir con este veneno que me llena de angustia.” Un veneno que podría haber sido evitado si la policía misionera hubiera registrado y accionado cuando Sara realizó su primera denuncia, y hubieran tenido en cuenta la ley 26.485.

Perla Prigoshin, asesora legal de la Presidencia del Consejo Nacional de la Mujer, asegura qué “esta nueva ley, que está vigente desde el 11 de abril del 2009, tiene como objetivo prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en ‘todos’ los ámbitos en que se desarrollen sus relaciones interpersonales. Remarco ‘todos’ porque está instalado en el imaginario colectivo que sólo es violencia la intrafamiliar. Afortunadamente la ley, que es una de las más avanzadas de Latinoamérica, obliga a los tres Poderes del Estado, tanto del ámbito nacional como del provincial y municipal, a ocuparse de distintos tipos y distintas modalidades de violencia”, sostiene la especialista.

Las mujeres que sufren violencia, por lo general no son escuchadas. Pese a que en este terreno en los últimos diez años las cosas hayan cambiado para mejor, aún falta más información sobre dónde pueden ser asistidas.

“El Consejo se ocupa del diseño y monitoreo de las políticas públicas con perspectiva de género. Con esto señalo que el organismo no debe accionar en forma directa vulnerando competencias locales. Articulamos nuestro trabajo con todas las provincias del país y en ese marco. Respecto de la señora Sara Báez, el CNM intervino desde el momento en que nos enteramos de la situación. Nos pusimos en comunicación con el área pertinente de Misiones y nos informamos permanentemente del estado de la mujer violentada. Sabemos que desde que nos contactamos con las autoridades de la provincia éstas se ocuparon de brindarle a la víctima tanto asistencia psicológica como jurídica”, concluye la Dra. Prigoshin.

Por lo general en la comisaría se les informa: “No deje que se acerque a su domicilio”, “evite que se aproxime a tantos metros’” pero, ¿cómo hace esa mujer para ponerlas en práctica una vez que se quedó sola? Lamentablemente estas respuestas que dan en las diferentes comisarías penden de un hilo muy fino y aún no se resguarda a la mujer en la confidencialidad de la denuncia.

Complicidad, encubrimiento, intervención, son sinónimos que se hacen presentes en esta historia, en donde el culpable aún no tiene castigo, solamente estuvo detenido algunos días y antes de las fiestas lo “soltaron”. Pareciera que el brindis navideño habilitó su libertad y es así como Sara —al día de la fecha— sigue recibiendo constantes amenazas.

¿Acaso ser ex comisario significa estar exento de todo castigo?

Que lo dejaran en libertad a Benítez, sin dudas para Sara fue una patada más en su riñón, un mal chiste, fue llenarla de terror.

Sara, que mantenía su familia trabajando en reflexología, ahora debido a estas intensas lesiones, le es imposible continuar. “En este momento algunos de mis vecinos me ayudan, me dan de comer a mí y a mi hijo. No tengo paz, cada dos por tres aparecen personas en mi casa y me amenazan. Hace semanas atrás se acercaron dos personas encapuchadas en una moto y lo agredieron a mi hijo, y hace poco una patota me gritó que lo que no terminó de hacer Benítez lo iban a terminar de hacer ellos. Yo no puedo más.” Cuando Sara habla su voz tiembla, sin embargo el silencio no la detiene y en vez de callar esta impunidad la comunica, porque es la única manera que encuentra para salir adelante, intentando expulsar esa imagen horrorosa que muchas veces le quita la respiración.

Cabe destacar que Hugo Benítez años atrás ya había sido denunciado por abuso sexual por el personal femenino de su ex área de trabajo.

Este caso, en la actualidad, está a cargo del Juzgado de Instrucción Nº3 de Posadas. Vale recalcar que el caso aún no ha sido resuelto. Al buscar explicación sobre esto la respuesta es la clásica que corresponde al mes de enero “estamos de feria”.

Sara suplica ayuda, suplica cuidado, suplica tranquilidad y ante todo suplica que respeten sus derechos como mujer.

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