Alfredo Veiravé, Orfeo y
Eurídice
¿Es él de aquí? Oh. pues de ambos
mundos se nutrió su naturaleza
vasta.
Rilke, Sonetos a Orfeo
Orfeo es culpable de impaciencia.
Maurice Blanchot, El espacio
literario
Mito Poética
Se tocan las lenguas de la pareja adentro de
la boca y el primer enigma
del
conocimiento de Eros y Thánatos
en
el mar Egeo se regocija
con el lenguaje de los cuerpos
de lo invisible.
Entre las algas de las profundidades
brilla una luz, una energía de eternidades
como imagen de un sol incandescente
alrededor del cual giran planetas de palabras
extraídas del mundo de las sombras: es la
poesía.
Rompe la ola sobre lo no revelado y el poeta
órfico busca,
huele en el olor marino de las sirenas, no la
verdad
sino la luminosa cima, el abismo de la
oscuridad,
y desde ese
espacio habla el poema con el predominio del poder.
El poeta canta siempre en la sustancia del
gran Hacedor de las civilizaciones,
en
la materia de la poesía como diamantes de palabras
(aunque todo
parezca una historia personal)
1
Lo contaré en primera persona porque yo fui
el
protagonista
de ese fracaso matrimonial cuando volví a
buscarte
y también el autor de una mirada
que
al volver hacia atrás su ojo de crueldad
trató con paciencia de retenerte
como imagen de la esposa rescatada de los
valles de Plutón.
Oh, Eurídice, de las regiones inferiores
donde moran las almas,
eco mirtos de los enamorados,
mi
propia voz modernamente movediza, trama del más allá.
2
Eurídice,
la de una rama de la inteligencia
perdida en un bosque de arrayanes,
mojándote
de deseos bajo el blanco camisón transparente
¡cómo
te he perdido en las sombras!
¿Es que a los príncipes del misterio
no
se les otorga la piedad de poder preguntarse
qué hora es cuando estás en esas
tinieblas?
¿Es que los dioses no saben cómo la
deslealtad de los amantes
los
hace sentir culpables en el mundo de los otros?
¿Y que el castigo es también una forma de
resurrección?
(A
veces lo buscamos sin saber qué golpe nos será más necesario,
cuál
exilio o expulsión del paraíso encenderá la rama de la palabra florida)
Porque yo sé que estás allí del otro lado
aunque las columnas no dejen ver tu rostro
demacrado:
viva,
en tu propia respiración exhalando un espacio irreal;
muerta,
en la ceguera de un silencio que me duele en el pecho.
(A
las terribles ménades furiosas entregaré este dolor
del
que pierde en la lucha sus queridos miembros
y
también muere para vivir en el canto de los inmortales amantes.)
3
Vestida con fulgurantes estelas funerarias
que ocultaban la maravilla de ese cuerpo
desnudo de la doncella
(ellas) te impedían caminar con rapidez hacia
la luz del poema.
Oh,
cuerpo nuevamente cerrado que enmudece
cuando
Eros pasa de largo, distraídamente.
Eurídice, tu nombre de mujer universal tiene
dentro
una
consagración que nace en el mundo de las separaciones
donde
los peces brillan como símbolos
en
un estanque que se torna rojo cada vez que tu cuerpo
se
da vueltas y ofrece la visión carnal de una sonrisa
llena
de vida para mí, porque me traslada del mundo de los dioses
al otro mundo de los sentimientos de la
venerada Naturaleza.
4
Yo amaba la música de la poesía y mis voces en
el doble reino
se volvían dulces y eternas, mis cantos eran
la flor que yo buscaba en las vastas regiones
tenebrosas; por eso bajé
a los infiernos y bajaría de nuevo una y otra
vez
para buscarte y perderte.
De esto no hay ninguna duda después de tantos
años
de dialogar contigo en el momento de las
madrugadas,
en las noches de insomnio
provocado por la energía de nuestras
fantasías:
una energía que provenía de tus fuentes o de
las mías
cuando entre tú y yo había otro descenso
que nos separaba en las habitaciones de la
casa familiar,
y que yo no sabía conjurar
como mensajero de lo perdurable.
Porque el amor siempre vuela como la flecha en
el aire.
5
El nuestro era un mundo poblado de la armonía
que
al convertirse en cuerpos habitaban
la
poesía misma
donde Orfeo y Eurídice se amaban.
“No
estaba lejos de la superficie de la tierra
cuando
temiendo que se le escapara y ávido
de
verla
su
amante esposo vuelve sus ojos” como lo cuenta Ovidio,
pero lo cierto es que mi impaciencia no era
sino la única forma
de tenerte para siempre como provocadora en el
poema,
dejándote volver todas las
noches
en una voz de doncella a la cual
no alteraría ya nunca más
el
ocaso de los cambios y las mutaciones de la persona.
¡El
esternón del varón es visitado
por el arrullo de tus pechos!.
6
Quizá yo tenía ese desorden de la belleza que
tenías en tu cuerpo
de
mujer, apetecible como un fruto salvaje,
deseable como el deseo de la posesión. ¿Al
fin y al cabo
la complicidad del deseo no tiene un límite?
¿Y el pensamiento de la belleza no exige
acaso una castidad necesaria
para
que los misterios se multipliquen?
Creo
que estas preguntas que entonces no me hice
en
la empinada cuesta del regreso
aseguraban
un retorno victorioso, inalterable,
definitivo
de la que fue mi Eurídice en el ámbito de las
Celebraciones.
7
A veces vuelves en mis sueños
donde
busco otra vez tu boca
rica
en jugos de la cereza dulce
y
a través de la cual preguntas en el poema
¿quién
me llama?
Y me dueles en verdad al despertar
porque no estás en la tierra a mi lado
sino
como una sombra que desaparece.
Eurídice que
huyes al amanecer entre los personajes de una
trama que cada
noche
arma sus
dispersas y momentáneas figuras,
como la imagen de una nube que flota sobre el
río.
8
Me digo entonces de qué manera este canto
podría llegar
A
reflejar nuestra historia personal
en otros hombres y mujeres, en esas parejas
que
todavía bajo la sombra de los grandes árboles
una historia que les es familiar con
separaciones o rupturas
similares,
cuando al perder a la que encarna la dualidad
se quedan solos
como viudos atrapados por la negligencia del
destino.
Otras veces mi corazón se dirige en su
embriaguez a tratar
de resolver el camino de una letanía que todos
entiendan
la materia de la poesía como algas invisibles de palabras
y que para que esa revelación se consume
deben sacar del Averno
imágenes que
se puedan compartir, aunque los hombres
están en este
momento
distraídos,
cerrados, abiertos solamente
a la
avidez de la riqueza pública
con lo cual a
nadie le interesa la historia de una pasión
particular,
el desarrollo
de un fracaso matrimonial. Este torpe orgullo
que
nos impide transformar a la mujer querida
en
el fruto de una inspiración incesante
sin
tener que abandonarla en la oscuridad.
Ese
es mi propio castigo cuando al dar vuelta la cabeza
y
mirarte logré que desaparecieras de la vida
aunque pudieras aparecer como ahora en la
memoria del poema.
9
Yo
sé que me has condenado a escribir siempre el mismo lamento
fúnebre, y ésta
es tu venganza desde el más allá de los
límites,
en
esa zona donde todas las cosas son maravillas, palabras y bodas de belleza
fantásticamente
oníricas que al despertar refulgen como dioses
y nos dan la
potente alegría de ver el mundo de otra manera.
Pero
también tengo conocimiento a diario de que un lejano día
otras personas en
la faz de la tierra, lejos de estos
campos
del mito,
seguirán
gozando de otros acontecimientos
de
la historia universal
donde
nosotros no estaremos aunque nos hayamos
tocado
para siempre entre las sombras
de
los enamorados.
10
A
veces pasas por la avenida de la ciudad loca
en
una motocicleta, en los filmes,
envuelta
en un ruido musical de preguntas que nadie te contestará
y que ya nunca
entenderías;
en
ese otro mundo
al cual has
vuelto con los cabellos peinados sobre la frente
según la última
moda de los aqueos.