“ Vale la pena escudriñar nuestra vida cotidiana, sea quien sea, en todos hay secretos y dramas.” (Kieslowski)
Por: Ysi Ortega
Krzysztof Kieslowski (Polonia,1941-1996). Uno de los grandes cineastas del séptimo arte y para muchos un maestro de lo simbólico. Desde sus comienzos intentó mostrar y llegar al público con interesantes temáticas, planteando mayormente interrogantes, dejando llegar al espectador a enfrentarse con sus propios valores. Hizo un exquisito tratamiento de la imagen y los ambientes , usando el color de manera inteligente y obteniendo como resultado un deleite visual. En su cine el espectador puede ser parte de la experiencia transmitida por las historias de cada uno de sus personajes y vivir inmersos en un mundo lleno de emociones.
Su trilogía, filmaciones conocidas como Tres Colores, empieza en el año 1993 con “Blue” (Azul), luego le seguiría “Blanc” (Blanco) y termina con “Rouge” (Rojo). Son los colores de la bandera de Francia, y hacen referencia a cada uno de los tres principios básicos de la revolución francesa: Libertad (Azul), igualdad (Blanco) y fraternidad (Rojo). Para Kieslowski, la condición humana siempre estuvo presente y cada filme tiene una marca muy particular
. En Rojo, última película de la trilogía de los tres colores, Krzysztof Kieslowski nos ofrece lo que considera como la única respuesta válida ante la vida. No es casual que el tema central de Rojo sea el amor y que esta cinta sea la última de la serie: Sólo el amor permite al hombre ser él mismo, relacionarse y respetar a los demás, dar una vida digna a la sociedad. Pero por otra parte es la película de Kieslowski con el final más esperanzador de la saga.
Rojo plantea preguntas sobre la calidad de los valores puros idealizados por la mentalidad occidental, entre los cuales el Amor significa el punto más alto de pureza. Sin embargo, Kieslowski, un tanto escéptico ante tanto romanticismo regalado, sugiere a la Fraternidad como un sustituto de ese valor puro, ya que como ideal parece ineficaz. Kieslowski parece querer mostrar la bondad únicamente relacionada con el Amor, símbolo de pureza y, por defecto, a la Fraternidad vinculada más a una sensación de empatía que de Amor puro y mucho más relacionada con el amor propio, algo que ya dejaba entrever en los filmes Azul y Blanco al plantear las dudas sobre la pureza de la Libertad y la Igualdad. Segun Kieslowski, el Amor está directamente vinculado a fuerzas externas y conexiones impredecibles – como si interviniera la predestinación – mientras que la Fraternidad depende directamente de la responsabilidad individual y colectiva.
En el filme, Valentine, una joven estudiante que se gana la vida como modelo, salva la vida de un perro atropellado por un coche. La búsqueda de su dueño la conduce a un juez jubilado que tiene una extraña obsesión: escuchar las conversaciones telefónicas de sus vecinos. A Valentine le desagrada la conducta del hombre, pero no puede evitar ir a verlo.
En Rouge (Rojo) nos encontramos con las obsesiones, la soledad, la decepción, los juegos del destino, las ilusiones en sus distintas etapas y la juventud enfrentada cara a cara con la madurez. Gran parte de la responsabilidad de esta obra recae sobre un Jean-Louis Trintignant dominante y soberbio, a quien Kieslowski concedió la oportunidad de brillar en el que, muy posiblemente, fue el mejor papel que ha desempeñado en su trayectoria. Por su parte, Valentine (Irène Jacob) aporta su juventud, la belleza y su frescura en notorio contraste con la carga de los años y de las amarguras que pesan sobre el personaje de Trintignant. El director hace un apropiado uso de esto para que ambos personajes se complementen como las dos partes de un todo complejo, turbador y catártico.
La relación intergeneracional que se desarrolla coloca frente a frente a dos personas que se encuentran en distintos momentos del camino de la vida. La joven estudiante y modelo con éxito profesional, con muchos anhelos aún intactos, pero con una vida privada surcada de decepciones y nostalgia familiar. Y el juez, un anciano retirado, ermitaño y sumido en un retiro absoluto en donde no encuentra más aliciente que ser testigo oculto de las vidas ajenas que se desenvuelven a su alrededor. Un Joven apasionamiento y una madura experiencia se toman de la mano para idear un nuevo camino de aprendizaje, aceptación, intercambio, liberación y ternura.
Kieslowski cierra esta trilogía (Azul, Blanco y Rojo) con esta oscura y honesta obra maestra, centrándose en una gran amistad entre dos personas desconocidas y sin nada en común, tan opuestas en su manera de vivir, pero tan cercanas en lo que sufren. Lo único que comparten entre sí es el sufrir. Sufren por amor, por la soledad, por el pasado y por un futuro incierto. Cuando Valentine ingresa a la vida el Juez, el color rojo es lo único que prevalece, un rojo fuerte lleno de energía y calidez.. El film más allá de la visión negativa del comienzo, tiene un cierre con luz de esperanza y de optimismo. En su final, Kieslowski, logra salvar a cada uno de sus personajes que componen cada una de las tres películas. Cuando Valentine se despide del Juez, casi se puede decir que hay amor entre ellos, pese a su diferencia de edad. El juez le promete que se comprará un receptor de TV para ver su desfile (en la pasarela), pero lo que verá en él serán las imágenes de la tragedia ocurrida en el Canal de la Mancha: el ferry donde iba ella había naufragado y en el que de sus 1.435 pasajeros hay sólo 7 supervivientes, entre ellos Auguste, otro de los protagonistas del film, quien tiene una extraña conexión y semejanzas con la vida del Juez y Valentine. Otros supervivientes son, curiosamente, las parejas de las dos primeras películas de la trilogía (Julie y Olivier de “Azul” y Karol y Dominique de “Blanco”) más un barman. Auguste y Valentine se han conocido en el accidente e intercambian miradas ante las cámaras.
Parece que el “dedo de Dios” había dispuesto este encuentro. El viejo juez los ve por TV y, aliviado, sonríe. Un final de gran sorpresa y con una gran luz de esperanza y misticismo. Todo eso es precedido por una tormenta premonitoria en la que Valentine y el Juez están dentro de un rojísimo teatro.
Con escenas visualmente llenas de magia, de colores maravillosos y llenas de simbolismo. Con todo, la trama no responde todos nuestros interrogantes y he allí la maestría de la misma. Nada hay por seguro en esta vida. Todo para llegar a la conclusión de que somos piezas en el gran tablero de este universo fascinante en el que todo se renueva y se repite cíclicamente: las alegrías, los triunfos, las tristezas, las tragedias, las desilusiones, los errores, los fracasos…Pero por sobre todo esto, el AMOR prevalece…