Thomas Couture - “Los romanos de la decadencia” (1847, óleo sobre lienzo, 772 x 472 cm, Museo d’Orsay, París)
Couture fue uno de los pintores académicos más importantes e influyentes del siglo XIX. Muchos artistas famosos, como Manet, Fantin-Latour o Puvis de Chavannes, aprendieron a pintar en su taller de París, aunque luego desarrollaron un estilo propio, bastante diferente del de su maestro. “Los romanos de la decadencia” es el cuadro más conocido de Couture. En teoría, es una pintura bastante tradicional, de tema histórico, formato gigantesco y una técnica academicista irreprochable, en la que se le da mucha más importancia al dibujo que al color, como mandaban los cánones. Hasta aquí todo correcto. Lo políticamente incorrecto era el mensaje que quería transmitir el artista: todos estos romanos borrachines y lujuriosos, más preocupados por los placeres de la vida que por las cosas serias, como ese imperio que se les estaba yendo a pique, son una dura fotocopia del gobierno francés de ese momento. Couture podía ser muy clásico en temas pictóricos, pero en cuestiones políticas era un republicano convencido que veía con muy malos ojos el reinado de Luis Felipe de Orleans. Para el artista, el gobierno estaba dando la espalda a todos los avances conseguidos durante la Revolución Francesa, que él equipara en su cuadro a la Roma republicana. El Imperio romano equivaldría al gobierno de Napoleón y la decadencia, al reinado de Luis Felipe. La verdad es que no iba nada desencaminado con su predicción, puesto que al año siguiente de presentar este cuadro en el Salón de París, el pueblo francés volvió a levantarse contra sus gobernantes y largó a Luis Felipe del trono, instaurando la Segunda República.
Técnicamente, lo más interesante de esta obra es como ha utilizado Couture los contrastes para contraponer lo antiguo y lo moderno, el pasado glorioso contra el presente chungo. Los valores del pasado están reflejados en la arquitectura y las esculturas, con un predominio de líneas verticales y horizontales, mucho dibujo, poco color y una ordenación perfecta. La decadencia del presente está simbolizada por una masa colorida, informe y caótica de romanos, bebiendo, ligando, bailando o durmiendo la mona. Pero tampoco era plan de tirar la toalla. Hasta en la peor civilización, siempre hay gente sensata que puede luchar por cambiar las cosas, como esos dos hombres que entran por la derecha y contemplan con el ceño fruncido el desmelene de sus congéneres, o el chico que está sentado sobre la base de la escultura de la izquierda, perdido en pensamientos melancólicos, y cuya serenidad contrasta con la bestia parda que se ha colgado de la estatua de un emperador para invitarle a beber de su copa en plena euforia etílica. Como demostró la Revolución de 1848, todavía no estaba todo perdido.