miércoles, 14 de mayo de 2014

Historias de mi Comuna: Arroyo Maldonado

Historias de mi Comuna: Arroyo Maldonad
¿Sabías que el arroyo Maldonado tiene nombre de mujer?
Este arroyo de 21,30 Km. nace en la intersección de las calles Mármol y Coronel Lynch, al oeste de la ciudad de San Justo, en el partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires. Corre intubado mayormente, bajo la Av. Juan B. Justo y atraviesa las comunas 6, 9, 10, 11, 14 y 15 ¡recorriendo un total de 10 barrios!
Era el límite entre la provincia y la capital. Arrabal de malevos y pobreza. Alguna vez fue un arroyito sin pretensiones, de aguas claras, hasta que el crecimiento demográfico lo fue enturbiando. Aguas pestilentes y ratas del tamaño de gatos. Guarida de malandras e inmorales. El arroyo en sus crecidas arrastraba consigo las miserables casillas de los ribereños y envenenaba el aire de la ciudad con los hedores del agua.
A lo largo de la historia de este tortuoso romance entre el arroyo y la ciudad, se propusieron diferentes soluciones para que el Maldonado no siga desbordando sobre la ciudad, cuando la verdad es que Buenos Aires estaba desbordando sobre el arroyo Maldonado…
Un canal navegable, un lago, entubarlo… Ganó la última opción y se le puso un techo de asfalto con nombre de presidente al arroyo. Una obra atrevida: querer dominar un curso de agua no es cosa fácil. Las obras se hicieron en tiempo record y el arroyo desapareció junto con los límites entre el partido de Belgrano y la ciudad.
En 2012 se inauguraron obras titánicas en el entubamiento del arroyo que multiplicaron la capacidad de drenado del agua de lluvia y del Maldonado.
De las noticias más antiguas que hay sobre este arroyo temperamental, surge la leyenda de La Maldonado…
Cuando en 1.536, don Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires, los españoles tuvieron que rodear la ciudad con un cerco para protegerla de los ataques de los indios. Con la amenaza de terribles castigos, las autoridades prohibieron a los habitantes salir del cerco. Como la primera expedición no tuvo la previsión de traer granos ni animales de crianza, cundió la hambruna. Una mujer española, llamada Maldonado, quiso escapar a la suerte de los que morían de hambre en el campamento y un día cruzó el cerco y escapó de la ciudad. Se refugió en una cueva junto a un arroyo. Y allí, cansada y hambrienta, se desmayó.
De la oscuridad surgió una feroz hembra de puma, que dejó caer junto a la mujer un pedazo de carne que le había sobrado. Cuando la Maldonado despertó, comió de esa carne. Al rato sintió un rugido desgarrador que la sobresaltó. Se asomó de la cueva y vio a la puma, que estaba echada a punto de dar a luz. Como el parto parecía difícil, la Maldonado ayudó a la dolorida madre. Los rugidos del animal se convirtieron en mansos rezongos, y terminó lamiendo cariñosamente a sus dos flamantes cachorros. La mujer permaneció quieta, mirando esa escena conmovedora. Poco después, los indios que merodeaban cerca del arroyo se sorprendieron al ver a la mujer, la puma y sus crías, paseando juntas y de inmediato sintieron un gran respeto por esa mujer que no le temía a las fieras.
Un día en que la Maldonado caminaba sola, fue capturada por varios soldados españoles que se aventuraron en busca de alimentos. En la ciudad la enjuiciaron por haber traspasado el cerco de protección, y la condena que le impusieron fue terrible: la ataron a un tronco al costado del arroyo para que se la comieran las fieras. Allí permaneció la Maldonado todo el día hasta la llegada de la noche. El rugido de un animal salvaje pareció anunciarle su terrible final. Luego vio la sombra de dos fieras trabándose en lucha, y poco después, una de ellas, la que había salido victoriosa, se le acercó con sus brillantes ojos de fuego. La mujer, que esperaba la muerte, sintió de pronto la caricia de una lengua áspera lamiéndole los pies.
Al cabo de tres días, los españoles volvieron al arroyo. Encontraron a la mujer custodiada por una puma, que los atacó en cuanto se acercaron. Tuvieron que hacer disparos al aire para ahuyentar al animal. La condena no se cumplió. Si las fieras no habían podido, ningún hombre lo intentaría. Desataron a la Maldonado y la perdonaron.
Al arroyo se lo conocía como “El Arroyo de la Maldonado” y luego, como lo conocemos hoy.
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