lunes, 21 de octubre de 2024
'Brujas (la muerta)', de Georges Rodenbach: el demonio de la analogía
CRÍTICA
'Brujas (la muerta)', de
Georges Rodenbach: el demonio de la analogía
Esta obra es
un juguete fúnebre y morboso que, más de 130 años después de su publicación,
todavía fascina e impacta a los lectores
Portada del libro 'Brujas' de Georges
Rodenbach. / EPE
Ricardo
Menéndez Salmón
Oviedo 30 ENE 2024 6:50
Edmund Wilson caracterizó al simbolismo como la segunda oleada romántica. De
este modo, vendría a representar el impulso postrero de ese gigantesco
acontecimiento intelectual y emocional que agitó Europa y Estados Unidos entre
1770 y 1870, aproximadamente, encarnando en cumbres literarias como Byron,
Goethe, Hugo, Leopardi o Poe, por mencionar a unos pocos
elegidos. Y aunque la narrativa simbolista no puede competir con la poesía ni
con la pintura adheridas a dicha escuela, algunos de sus frutos sobreviven como
experiencias estéticas de primer orden.
"Brujas (la
muerta)" (1892), de Georges Rodenbach, puede reclamar por
derecho propio esa clase de impacto en el lector. La novela de Rodenbach se
alimenta de ciertos lugares comunes del movimiento: la atracción por la muerte,
la fetichización del amor, la lectura cifrada y esotérica de la realidad.
Conjugando estos elementos, Rodenbach construye un juguete fúnebre,
sofisticadamente morboso, en el que cuerpo y piedra, mujer y ciudad, se funden
en un réquiem por la pasión que es también una parábola acerca de la
imposibilidad de resucitar el pasado.
Amor
sin mácula
El demonio de la analogía
conduce al protagonista de la novela, un viudo llamado Hugues Viane, a
refugiarse en Brujas, la más triste de las ciudades, para guardar luto por su
amada. Viane ha levantado en su hogar un museo de la memoria, en el que una
trenza del cabello de la muerta es venerada como grial de un amor sin mácula.
Huyendo de lo solar, del
bullicio, de la vida en definitiva, Viane se recluye en un escenario lleno de
campanas y de humedad, bello como un cromo detenido en el tiempo pero por ello
mismo ajeno al porvenir, un mundo que se remansa junto al agua y que se
contempla ensimismado, y que provoca en sus moradores peculiares formas de
ennui: el gusto por la enfermedad, una religiosidad militante, la deambulación
como forma predilecta de matar el tiempo.
La aparición de una mujer
extraordinariamente parecida a la esposa muerta será el detonante de nuevas y
dramáticas correspondencias. Pues aunque la carne parezca repetirse, el
carácter y las motivaciones de la gemela son distintas. Viane se obstina en
resucitar una existencia agotada. El precio a pagar por ello es el engaño
primero, el desdén más tarde, la tragedia al fin.
La debacle psíquica
conduce a la muerte, destino habitual de cualquier forma de paranoia, y la
reliquia amada se hace instrumento del dolor. Los muertos, a su modo, son
celosos de su estado, y la irrevocabilidad de su condición no debe ser tomada a
la ligera. Si todo en Brujas abunda en esa perspectiva de un tiempo
inalterable, introducir en sus calles y canales otro relato, un segundo amor,
es un asunto delicado.
En 1954, más de sesenta
años después de la publicación de la obra de Rodenbach, Boileau-Narcejac volverían
a la obsesión por el doble en "De entre los muertos", que cuatro años
más tarde Hitchcock convertiría en hito mayor de la historia
del cine: "Vértigo". Son los pasadizos secretos y reiterados de un
asunto fascinante.
https://www.epe.es/es/abril/20240130/critica-libro-brujas-georges-rodenbach-97198144