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viernes, 21 de junio de 2013
martes, 18 de junio de 2013
La conjura de los necios
La conjura de los necios
Polémicas Se la anunciaba como la novela que terminaría con todas las novelas: un texto colectivo, adjudicado a un tal Luther Blisset (nombre de un futbolista jamaiquino que jugó alguna vez en el Milan), que cataloga de perimida la figura del autor y convoca a los lectores a cambiar lo que quieran del libro antes de ponerlo a circular nuevamente en Internet. Radar se sumergió en las casi 700 páginas de Q y descubrió que, lejos de ser una nueva vuelta de tuerca al género paranoico-crítico, se trata del tibio nacimiento de una categoría marketinera-editorial: el spaghetti renacentista.
POR CARLOS GAMERRO
La novela Q invita a hablar de dos cuestiones en principio diversas: por un lado, del contenido de sus páginas y su posible valor literario, histórico o ideológico; por el otro, del status anómalo de su autor, el enigmático Luther Blisset. Primero, lo segundo: Luther Blisset, el individuo, es un futbolista jamaiquino que jugó en el Milan entre 1983 y 1984, con el único resultado aparente de convertirse, por el color de su piel y el estilo de su juego, en objeto de odio y burla de los hinchas, especialmente los racistas y neofascistas. Aparentemente, Luther nunca contó entre sus ambiciones la de escribir una novela sobre las guerras religiosas que azotaron Europa durante el siglo XVI. Porque Luther Blisset, el autor de Q y de numerosos textos y panfletos, es un colectivo virtual creado por Internet, un nombre de autor múltiple con el cual distintos grupos underground, anarquistas y de tendencias de izquierda, firman sus escritos o acciones “antisistema”, sobre todo engaños a los medios de comunicación y sabotajes contra la Iglesia Católica.
Entre las acciones más resonantes firmadas por Luther Blisset se cuentan: 1) el secuestro –a cambio de un rescate a ser entregado a los pobres– de numerosos Niños Jesús de distintas iglesias de la costa Tirrena; 2) la publicación de un libro de ensayos falsos del anarquista árabe-americano Hakim Bey; 3) la difusión de la noticia de que Naomi Campbell estaba en Bolonia para operarse de celulitis; 4) la creación de una página web falsa del Vaticano plagada de textos heréticos; 5) la redacción del estudio Enemigos del Estado: criminales, “monstruos” y leyes de excepción en la sociedad del control; y 6) la composición de la novela Q.
En un principio, los rumores señalaban que ésta había sido escrita por Umberto Eco, debido a algunas similitudes con El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault. O, en su defecto, por un sacerdote renegado e innominado. Finalmente, los autores (eran varios) decidieron dar las caras, o al menos los nombres: se trata de cuatro jóvenes de entre 26 y 35 años, miembros de la rama Luther Blisset de Bolonia: Federico Guglielmi, Luca Di Meo, Giovanni Cattabriga y Fabrizio P. Belletati. Las 641 páginas (en la elegante edición española de Mondadori) de Q son, entonces, el resultado de un trabajo en equipo, y los autores han utilizado diversas metáforas para explicar su método de trabajo: la de una banda de jazz, la de un equipo de diseñadores de videojuegos y la de un equipo de fútbol, donde “los cuatro hemos sido entrenadores, arqueros, defensores y delanteros”. La naturaleza anarquista y antiautoritaria de la obra vendría así dada desde el inicio, por sus circunstancias mismas de producción: “Creemos que la figura del novelista que escribe a solas, delante de su computadora, encerrado en una torre de marfil, es un mito romántico que sólo sobrevive en la literatura. Todas las otras artes, hoy por hoy, han aceptado el hecho de que la creación es colectiva”, afirman estos cuatro boloñeses, decididos a practicar lo que predican hablando siempre en plural, sin identificarse individualmente.
Entre las acciones más resonantes firmadas por Luther Blisset se cuentan: 1) el secuestro –a cambio de un rescate a ser entregado a los pobres– de numerosos Niños Jesús de distintas iglesias de la costa Tirrena; 2) la publicación de un libro de ensayos falsos del anarquista árabe-americano Hakim Bey; 3) la difusión de la noticia de que Naomi Campbell estaba en Bolonia para operarse de celulitis; 4) la creación de una página web falsa del Vaticano plagada de textos heréticos; 5) la redacción del estudio Enemigos del Estado: criminales, “monstruos” y leyes de excepción en la sociedad del control; y 6) la composición de la novela Q.
En un principio, los rumores señalaban que ésta había sido escrita por Umberto Eco, debido a algunas similitudes con El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault. O, en su defecto, por un sacerdote renegado e innominado. Finalmente, los autores (eran varios) decidieron dar las caras, o al menos los nombres: se trata de cuatro jóvenes de entre 26 y 35 años, miembros de la rama Luther Blisset de Bolonia: Federico Guglielmi, Luca Di Meo, Giovanni Cattabriga y Fabrizio P. Belletati. Las 641 páginas (en la elegante edición española de Mondadori) de Q son, entonces, el resultado de un trabajo en equipo, y los autores han utilizado diversas metáforas para explicar su método de trabajo: la de una banda de jazz, la de un equipo de diseñadores de videojuegos y la de un equipo de fútbol, donde “los cuatro hemos sido entrenadores, arqueros, defensores y delanteros”. La naturaleza anarquista y antiautoritaria de la obra vendría así dada desde el inicio, por sus circunstancias mismas de producción: “Creemos que la figura del novelista que escribe a solas, delante de su computadora, encerrado en una torre de marfil, es un mito romántico que sólo sobrevive en la literatura. Todas las otras artes, hoy por hoy, han aceptado el hecho de que la creación es colectiva”, afirman estos cuatro boloñeses, decididos a practicar lo que predican hablando siempre en plural, sin identificarse individualmente.
LA REIVINDICACION DEL ANTI-COPYRIGHTEs una línea de argumentación atractiva, pero que cae en la simpleza de sugerir que la ideología viene dada por el proceso de producción sin más. Si la creación colectiva y anónima otorgara de por sí chapa de libertario, no habría nada más anarquista y contestatario en la cultura mundial que las películas de Hollywood. Podría argumentarse que lo que es conformismo en una forma de arte bien puede ser vanguardismo en otra: la creación colectiva sería lo convencional en el cine o en la música, pero revolucionaria en la literatura. Además del tufillo sofístico que adquieren las palabras y la sintaxis cuando uno empieza con esta clase de argumentos, es aquí donde la comprobación empírica nos puede dar una mano: los textos literarios escritos en colaboración suelen ser más blandos quelos productos individuales. Las obras que Shakespeare escribió con Fletcher, los cuentos que escribieron Borges y Bioy Casares, las colaboraciones entre William Burroughs y Brion Gysin pueden haber resultado muy divertidas de escribir para los autores –el trabajo solitario a veces abruma–, pero los resultados son en general más flojos que la obra individual de ambos (o, al menos, del miembro más talentoso de la pareja). La búsqueda de consenso, los hábitos de cortesía, la necesidad de alcanzar puntos de encuentro suelen mitigar, más que radicalizar, el potencial carácter revulsivo de cada obra. Hasta ahora, nada que la imaginación literaria conjunta haya podido engendrar ha sido capaz de superar en extremismo a las visiones de las que es capaz un individuo solo, sentado ante una hoja de papel en blanco. Si Q abre nuevos rumbos, entonces, no es por su múltiple autoría, y mucho menos por el uso de seudónimos más o menos anónimos (una costumbre tan vieja como la literatura misma) sino en un gesto menos espectacular, pero de mayor sustancia: en la página de créditos de la edición española se lee que “está permitida la reproducción total o parcial de esta obra y su difusión telemática, siempre y cuando sea para uso personal de los lectores y no con fines comerciales”. Es decir, no sólo los Luther Blisset han renunciado a una parte de los derechos de posesión autorales sino que, como afirman, “por primera vez en la historia de la edición hemos obligado a una gran editorial a aceptar una fórmula anti-copyright”. En otras palabras, han logrado aplicar a la industria editorial tradicional el principio de difusión libre de la Internet.
De hecho, Q puede bajarse, completa y gratis, de varios sitios de la red, y más aun: “Cualquier lector puede meter mano a nuestra novela y hacer con ella, con su historia y sus personajes lo que le dé la gana”. Es decir, no sólo los autores sino también los lectores somos Luther Blisset, y el proyecto se concretaría cuando bajemos Q de la red, le hagamos todos los cambios que creamos convenientes (yo empezaría suprimiendo unas 200 páginas por lo bajo) y luego la devolvamos a la circulación masiva. Las viejas aspiraciones de los dadaístas (capaces de adjuntar un hacha y la inscripción “destruya esta obra” a una de sus tallas en madera) o de los surrealistas (que sugerían que la poesía debe estar hecha por todos) se han vuelto así realidad en el mundo de infinitas posibilidades de la red.
De hecho, Q puede bajarse, completa y gratis, de varios sitios de la red, y más aun: “Cualquier lector puede meter mano a nuestra novela y hacer con ella, con su historia y sus personajes lo que le dé la gana”. Es decir, no sólo los autores sino también los lectores somos Luther Blisset, y el proyecto se concretaría cuando bajemos Q de la red, le hagamos todos los cambios que creamos convenientes (yo empezaría suprimiendo unas 200 páginas por lo bajo) y luego la devolvamos a la circulación masiva. Las viejas aspiraciones de los dadaístas (capaces de adjuntar un hacha y la inscripción “destruya esta obra” a una de sus tallas en madera) o de los surrealistas (que sugerían que la poesía debe estar hecha por todos) se han vuelto así realidad en el mundo de infinitas posibilidades de la red.
EL NOMBRE DEL BEST-SELLERSuele suceder que la narración de cómo fue hecha una obra resulte más interesante que la obra misma. Georges Perec escribió su novela La Disparition (traducida como El secuestro), prescindiendo de la letra e (a, en español): este hecho es sin duda más interesante que la lectura de la novela en sí. La descripción de los métodos surrealistas (escritura automática, cadáveres exquisitos, etc.) es más divertida que la lectura de los más bien fofos poemas resultantes. No es muy distinto lo que sucede con Q. La novela transcurre en la primera mitad del siglo XVI, y su marco histórico va desde la Reforma de Lutero hasta el Concilio de Trento, el lanzamiento de la Contrarreforma y la Inquisición. La óptica no es ni católica ni protestante: fiel a la filiación ácrata de su autor virtual, es más bien anticlerical y agnóstica. Lo que se señala en cada episodio histórico es la alianza entre las iglesias reformada y el papado, entre los nobles separatistas y el imperio, en contra de los pobres, los marginados, los místicos y los fanáticos: la traición de Lutero –que termina predicando la sumisión incondicional a la autoridad y justificando la masacre de más de 100 mil campesinos que se levantaron enarbolando sus ideas– es sólo el inicio de una larga serie de luchas de poder en las cuales los pobres siempre terminan siendo el pato de la boda.
Varios procesos históricos vertebran a la novela: la Reforma de Lutero; la rebelión de los campesinos alemanes bajo el liderazgo de Thomas Müntzer(quizá la primera revuelta comunista de masas de la historia occidental); la ocupación de la ciudad de Münster por los anabaptistas, que llegaron a fundar sobre la tierra una nueva Jerusalén donde el trabajo, el dinero y las mujeres (y por ende los hombres) se compartían entre todos, antes de que las tropas del obispo retomaran la ciudad y los masacraran; la lucha contra la expansión del poder financiero internacional representado por la banca Fugger, y más tarde contra la imposición de la línea más dura –la inquisidora de Pietro Carafa, al final de la novela papa Pablo IV– en el Vaticano. Pero Q es una novela política, además de histórica, y el siglo XVII es en realidad un espejo del nuestro: el imperio de Carlos V en lugar de los EE.UU.; los príncipes separatistas como los actuales líderes europeos; los rebeldes religiosos como los luchadores antiglobalización; el potencial liberador de la imprenta (y la lucha de la Inquisición contra la misma) como las promesas de Internet (y los actuales embates contra la libre circulación de mensajes en la red). Los autores hacen explícita esta relación: “El inicio y el fin de una época se asemejan. Nuestra Q habla de Lutero, el primer gran comunicador de masas, el primero en utilizar la invención de la prensa, una revolución tan importante como puede ser para nosotros la de Internet. Y también habla del capital financiero de Fugger, un auténtico Soros en los albores del capitalismo; de los éxodos de masas, parangonables a los de hoy día en los Balcanes; del nacimiento de la idea de Europa o del asalto de un ejército internacional a una pequeña comunidad, tras lo cual se determinará por fuerza un nuevo orden”.
Los protagonistas –y los narradores– de la novela son dos: una especie de revolucionario profesional del siglo XVII, que a lo largo de la novela va tomando varios nombres, pero cuyo nombre original nunca conoceremos (llamémoslo Luther, ya que de eso, ser todos y nadie, se trata) y su antagonista, el enigmático Q, una especie de agente de la CIA (léase Vaticano) de la época, cuya especialidad es infiltrar los movimientos rebeldes y sugerir caminos de acción suicidas a sus líderes. Los grandes protagonistas de la historia (Lutero, Carlos V, Carafa) son frecuentemente mencionados, pero nunca aparecen en escena, por donde pululan los personajes menores, algunos históricos –los líderes rebeldes–, la mayoría pertenecientes a la gran masa anónima, “los verdaderos artífices de la historia: espías, herejes, putas, cortesanos, mercenarios, profetas improvisados, siervos”. Ésta es, según los autores, la diferencia fundamental entre Q y otras novelas históricas centradas en un protagonista “convencionalmente” importante, como Alexandros, Ramsés o Napoléon. Lapsus o decisión consciente, la lista es reveladora: inscribe a Q más en el campo del best-seller histórico o biográfico que en el de novelas como Guerra y paz, Memorias de Adriano, Mason & Dixon o incluso El nombre de la rosa.
La estructura de Q es la de la picaresca más tradicional, y el protagonista logra estar presente en tantos hechos históricos de importancia que por momentos nos recuerda al Zelig de Woody Allen. El estilo de Q es el de la novela de aventuras del siglo XIX y su ideología automáticamente progresista, con una tajante oposición entre opresores y oprimidos que se repite casi sin variantes en cada nuevo episodio histórico, aunque a veces los autores –o uno de ellos, tolerado por los otros tres– son capaces de caer en el idiotismo moral: nunca más profundamente que en la secuencia en la cual el héroe rebelde, desilusionado por los sucesivos fracasos, se une a una banda de anabaptistas renegados y, en sus propias palabras: “Maté, torturé, aniquilé, vi arder aldeas enteras y empalar a frailes como si fueran cerdos en el asador”. Digamos que, si la transformación de héroe revolucionario en autor de crímenes contra la humanidad no es la primera vez que sucede en la historia, sí tenemos derecho a esperar, en una novela de más de seiscientas páginas, que no lo haga en el curso de una, y sinprevio aviso, y tres páginas más adelante vuelva sin tapujos a ser el incriticable Che Guevara de la temprana modernidad. Más de una vez, en el transcurso de la lectura de Q, el lector se ve asaltado por la sospecha de que al cuádruple colectivo le sobra al menos un autor.
Varios procesos históricos vertebran a la novela: la Reforma de Lutero; la rebelión de los campesinos alemanes bajo el liderazgo de Thomas Müntzer(quizá la primera revuelta comunista de masas de la historia occidental); la ocupación de la ciudad de Münster por los anabaptistas, que llegaron a fundar sobre la tierra una nueva Jerusalén donde el trabajo, el dinero y las mujeres (y por ende los hombres) se compartían entre todos, antes de que las tropas del obispo retomaran la ciudad y los masacraran; la lucha contra la expansión del poder financiero internacional representado por la banca Fugger, y más tarde contra la imposición de la línea más dura –la inquisidora de Pietro Carafa, al final de la novela papa Pablo IV– en el Vaticano. Pero Q es una novela política, además de histórica, y el siglo XVII es en realidad un espejo del nuestro: el imperio de Carlos V en lugar de los EE.UU.; los príncipes separatistas como los actuales líderes europeos; los rebeldes religiosos como los luchadores antiglobalización; el potencial liberador de la imprenta (y la lucha de la Inquisición contra la misma) como las promesas de Internet (y los actuales embates contra la libre circulación de mensajes en la red). Los autores hacen explícita esta relación: “El inicio y el fin de una época se asemejan. Nuestra Q habla de Lutero, el primer gran comunicador de masas, el primero en utilizar la invención de la prensa, una revolución tan importante como puede ser para nosotros la de Internet. Y también habla del capital financiero de Fugger, un auténtico Soros en los albores del capitalismo; de los éxodos de masas, parangonables a los de hoy día en los Balcanes; del nacimiento de la idea de Europa o del asalto de un ejército internacional a una pequeña comunidad, tras lo cual se determinará por fuerza un nuevo orden”.
Los protagonistas –y los narradores– de la novela son dos: una especie de revolucionario profesional del siglo XVII, que a lo largo de la novela va tomando varios nombres, pero cuyo nombre original nunca conoceremos (llamémoslo Luther, ya que de eso, ser todos y nadie, se trata) y su antagonista, el enigmático Q, una especie de agente de la CIA (léase Vaticano) de la época, cuya especialidad es infiltrar los movimientos rebeldes y sugerir caminos de acción suicidas a sus líderes. Los grandes protagonistas de la historia (Lutero, Carlos V, Carafa) son frecuentemente mencionados, pero nunca aparecen en escena, por donde pululan los personajes menores, algunos históricos –los líderes rebeldes–, la mayoría pertenecientes a la gran masa anónima, “los verdaderos artífices de la historia: espías, herejes, putas, cortesanos, mercenarios, profetas improvisados, siervos”. Ésta es, según los autores, la diferencia fundamental entre Q y otras novelas históricas centradas en un protagonista “convencionalmente” importante, como Alexandros, Ramsés o Napoléon. Lapsus o decisión consciente, la lista es reveladora: inscribe a Q más en el campo del best-seller histórico o biográfico que en el de novelas como Guerra y paz, Memorias de Adriano, Mason & Dixon o incluso El nombre de la rosa.
La estructura de Q es la de la picaresca más tradicional, y el protagonista logra estar presente en tantos hechos históricos de importancia que por momentos nos recuerda al Zelig de Woody Allen. El estilo de Q es el de la novela de aventuras del siglo XIX y su ideología automáticamente progresista, con una tajante oposición entre opresores y oprimidos que se repite casi sin variantes en cada nuevo episodio histórico, aunque a veces los autores –o uno de ellos, tolerado por los otros tres– son capaces de caer en el idiotismo moral: nunca más profundamente que en la secuencia en la cual el héroe rebelde, desilusionado por los sucesivos fracasos, se une a una banda de anabaptistas renegados y, en sus propias palabras: “Maté, torturé, aniquilé, vi arder aldeas enteras y empalar a frailes como si fueran cerdos en el asador”. Digamos que, si la transformación de héroe revolucionario en autor de crímenes contra la humanidad no es la primera vez que sucede en la historia, sí tenemos derecho a esperar, en una novela de más de seiscientas páginas, que no lo haga en el curso de una, y sinprevio aviso, y tres páginas más adelante vuelva sin tapujos a ser el incriticable Che Guevara de la temprana modernidad. Más de una vez, en el transcurso de la lectura de Q, el lector se ve asaltado por la sospecha de que al cuádruple colectivo le sobra al menos un autor.
EL SPAGHETTI-RENACENTISTAPor sobre todas las cosas, lo que llama la atención sobre los autores de Q es su recreación de la antiquísima polémica entre la revolución en la forma y la revolución en el contenido: “Desde nuestro punto de vista, narrar significa contar historias... no nos interesa el experimentalismo lingüístico por sí, ni tampoco las innovaciones estilísticas en particular. La lengua y el estilo de nuestra novela están encaminados a potenciar la trama. Q se halla en las antípodas del minimalismo, del aire juvenil y del estéril autobiografismo de cierta literatura reciente... La ola minimalista debe llegar a su fin”. Más allá de la hábil aunque artera selección del adversario, con la cual es difícil en principio estar en desacuerdo (minimalismo = Generación X = recreaciones interminablemente banales de la anomia juvenil), la oposición entre novela política y “minimalismo o autobiografismo estéril” deja de lado u olvida los formidables modelos “maximalistas” de autores como William Burroughs y Thomas Pynchon, en los cuales la unión entre experimentación formal y extrema radicalidad política marca un antes y un después en la literatura (frente a la cual Q, que viene después, termina colocándose antes). En los albores del siglo XXI, y tras los denodados esfuerzos didácticos que el realismo social soviético ha llevado a cabo para probar las tesis de sus adversarios, no hay nada más anacrónico y demodé que recrear esta oposición entre revolución o vanguardia. Es verdad que la trama de Q incluye elementos paranoicos y de teorías conspirativas que le otorgan cierto lustre posmoderno, pero de ninguna manera resiste la comparación con esos monumentos paranoico-críticos como El arco iris de gravedad, o Vineland, o Mason & Dixon (de Pynchon, los tres), improbables cruzas entre Tolstoi y Burroughs, textos que combinan el fresco histórico con la escritura de vanguardia, la física cuántica con el dibujo animado, la política anarquista con la estética posmoderna.
Las gacetillas de prensa y los sitios de Internet han comparado a Q con las novelas de Umberto Eco, pero sus propios autores nos reenvían a James Ellroy, Raymond Chandler, Dashiell Hammett y el cine de Sergio Leone. Si bien la última de estas filiaciones es atractiva, permitiendo inscribir no sólo a Q sino a las novelas de Eco en un nuevo género (al cual tentativamente podríamos llamar el spaghetti-renacentista), quiero sugerir otro candidato para figurar como precursor oculto o negado de los cuatro boloñeses: el de su inimitable compatriota Emilio Salgari. Aquí tenemos todos los elementos que ellos invocan: novelas de aventuras de ambiente histórico en las que predomina la trama; ambientes exóticos; batallas; fugaces amores de guerreros y, por sobre todas las cosas, una ideología insospechable: después de todo, ¿quién va discutirle las credenciales anticolonialistas y rebeldes a Sandokán, el Tigre de la Malasia, tan incansable y furibundo enemigo del Imperio Británico como Bin Laden lo es hoy del Americano?
Q es una novela entretenida, aunque por momentos tan larga que tiene el efecto paradojal de hacer que el lector desee el triunfo de las fuerzas de la reacción, con tal de que sea rápido y acorte el número de páginas. Es informativa y de lectura provechosa para quienes quieran aprender algo de historia sin pasar por las arideces de la escritura académica. Y, por supuesto, todas las críticas que uno pueda hacerle se desvanecen si comparamos a Q con las aventuritas erótico-sentimentales de los próceres de la escuela primaria que entre nosotros circulan bajo el rótulo de novela histórica. Pero también es cierto que se trata de un best-sellerhistórico más, camuflado –a través de una hábil maniobra de una de las editoriales más poderosas del planeta– de novela anónima, colectiva y libertaria: la prueba palpable –como si todavía hiciera falta– de que, en el mundo de hoy, no hay otras conspiraciones de peso que las que urde el mercado.
Las gacetillas de prensa y los sitios de Internet han comparado a Q con las novelas de Umberto Eco, pero sus propios autores nos reenvían a James Ellroy, Raymond Chandler, Dashiell Hammett y el cine de Sergio Leone. Si bien la última de estas filiaciones es atractiva, permitiendo inscribir no sólo a Q sino a las novelas de Eco en un nuevo género (al cual tentativamente podríamos llamar el spaghetti-renacentista), quiero sugerir otro candidato para figurar como precursor oculto o negado de los cuatro boloñeses: el de su inimitable compatriota Emilio Salgari. Aquí tenemos todos los elementos que ellos invocan: novelas de aventuras de ambiente histórico en las que predomina la trama; ambientes exóticos; batallas; fugaces amores de guerreros y, por sobre todas las cosas, una ideología insospechable: después de todo, ¿quién va discutirle las credenciales anticolonialistas y rebeldes a Sandokán, el Tigre de la Malasia, tan incansable y furibundo enemigo del Imperio Británico como Bin Laden lo es hoy del Americano?
Q es una novela entretenida, aunque por momentos tan larga que tiene el efecto paradojal de hacer que el lector desee el triunfo de las fuerzas de la reacción, con tal de que sea rápido y acorte el número de páginas. Es informativa y de lectura provechosa para quienes quieran aprender algo de historia sin pasar por las arideces de la escritura académica. Y, por supuesto, todas las críticas que uno pueda hacerle se desvanecen si comparamos a Q con las aventuritas erótico-sentimentales de los próceres de la escuela primaria que entre nosotros circulan bajo el rótulo de novela histórica. Pero también es cierto que se trata de un best-sellerhistórico más, camuflado –a través de una hábil maniobra de una de las editoriales más poderosas del planeta– de novela anónima, colectiva y libertaria: la prueba palpable –como si todavía hiciera falta– de que, en el mundo de hoy, no hay otras conspiraciones de peso que las que urde el mercado.
http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Radar/01-12/01-12-23/NOTA3.HTM
Op Oloop de Juan Filloy
Op Oloop 10 Hs. Sonaron las diez. Ya había escrito todas las invitaciones. Sólo le faltaba redactar el sobre de la última, para su amigo más íntimo: Piet Van Saal. Pero una fuerza enorme le inhibió. Algo así como dos garras plúmbeas se posaron en sus hombros. Y lo sustrajeron a su empeño. Permaneció largo rato con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón giratorio. La laxitud parecía hacerle la barba. Después abrió los ojos con dulzura. Y como engañando a la fatiga, lentamente, aproximó de nuevo su busto al escritorio. Miró a izquierda y derecha, lleno de cautela –como quien va a cometer una mala acción y tomó la pluma. Pero no pudo escribir más que la S de Señor. Una ese mayúscula fina y elegante en forma de gancho de carnicería. Y colgó en ella la carne: su cansancio, y el alma: su fastidio. Op Oloop acababa de convencerse una vez más que no es posible ser traidor a sí mismo. "Domingo: escribir de siete a diez", era la regla. Cuando la vida está ordenada como una ecuación no se pueden saltar las coyunturas matemáticas. Era incapaz de cualquier impromptu allende las normas preestablecidas; aún del levísimo impromptu gráfico de poner el nombre y domicilio en un sobre ya empezado. –Lo veré personalmente –se consoló. Verdugo paulatino de toda espontaneidad, Op Oloop era ya el método en persona. El método hecho verbo. El método que canaliza en profundo las ilusiones, las sensaciones y las voliciones. El método ya consubstancializado que evita los respingos del espíritu y los corcovos de la carne. ¿Cómo romper su vaivén rítmico? ¿Cómo alterar su fluencia consuetudinaria? –Es inútil. No podré nunca emanciparme. El hábito me ha forjado una tiranía atroz. Yo no quise nada más que trabajarme, hacerme grande desde la pequeñez, como una de esas joyas diminutas del Renacimiento, cinceladas sobre la paciencia, que ostentan el decoro de una fresca intuición y una larga sagacidad. Pero me he adiestrado idiotamente en una amarga escuela de constricción. He hecho de mi espíritu un cronómetro de exactitud ineluctable, con timbre despertador y esfera luminosa... Oigo y veo mi "exacto" fracaso a cada instante. Y sufro no poder vencerme, venciendo el arte indigno que ahogara desde el escrúpulo más tenue al impulso más poderoso. Un factor novel de rebeldía, tímido ayer, implacable ahora, trabaja la populosa pena de mis ideas. Estérilmente. Me ha castrado el afán de ser algo, ¡algo notable! en el concepto del mundo. Y sólo he logrado ser algos, en el sentido patológico de la palabra: un dolor vivo, que se desliza oculto bajo las horas y la mentira de mis propias sumisiones. No hablaba. Su voz era dirigida hacia adentro, a un daimon acurrucado en la conciencia. El valet entró en ese momento: –Señor: me permito recordarle que hoy, domingo, a las diez y media, debe usted tomar su baño turco. No le quedan más que pocos minutos para llegar a tiempo. ¿Pido el auto? –¡Todavía esto! Ya le he dicho que no olvido nunca nada. El auto está pedido. Entregue hoy mismo esta correspondencia a sus respectivos destinatarios. Un movimiento automático de cabeza cercenada hizo chocar la barbilla con el tórax del mucamo. Se contrajo a entregarle el sombrero, el bastón y los guantes. Hay personas que conocen los días en que viven por los boletos de combinación que expenden los tranvías, por los avisos bancarios de próximos vencimientos o por el almanaque de las oficinas donde llenan gratuitamente de tinta la pluma-fuente. Op Oloop no era de ésos. Su casa era una agenda viva, un archivo meticuloso, un emporio de mementos.Cada pared ostentaba profusión de tablas sinópticas, mapas estadísticos y diagramas policromados. Cada mueble era un almacén repleto de datos y reseñas, de estudios y experiencias. Cada cajón, un fichero que custodiaba la fidelidad de su memoria. Hasta en sus bolsillos guardaba extractos de profundas lucubraciones. Unigénito del método y la perseverancia. Op Oloop era la más perfecta máquina humana, la más insigne creación de autodisciplina que conociera Buenos Aires. Cuando se llevan compulsados y seriados desde la pubertad los fenómenos más importantes del universo y los actos fallidos más leves del ser, se puede afirmar con seriedad que el sistema ha sido constreñido a su mínima expresión: vale decir endiosado a su mayor jerarquía metodológica; ¡porque la grandeza del método se revela en su soberanía sobre lo nimio! La vida se llena. haciendo esquemas: en el aire, la tierra, el agua y las cosas: vuelo, surco, estela, escrito. Los ociosos que redactan espirales de humo, que dibujan ritmos en el baile o trazan contorsiones en el sport, provocábanle su mayor indiferencia. Si en vez de esos esquemas inconducentes se ahincaran a contar los paraguas que se pierden en los cafés, los casos de bigamia o apendicitis, las comas que obstruyen la claridad de los códigos, al menos resultarían fructuosos para establecer en el cálculo de probabilidades los índices normativos del nexo causal. Mas, no todos vienen al mundo impregnados del fervor divino, que es la presencia útil del hombre en su medio. Hay gentes que no reconocen otro quehacer, que hacer esquemas en su nada. Op Oloop era distinto. Usando impermeable, sabía el número de paraguas que se pierden; siendo soltero, la jurisprudencia universal respecto de la bigamia; gozando buena salud, las teorías arcaicas y modernas en torno de la apendicitis; y aborreciendo gentilmente a los abogados, la cantidad de comas sobre las cuales especulan en embrollos de latines y hermenéutica. El automóvil frenó frente a la casa de baños. Parece mentira, pero es cierto. La vida solitaria de los especímenes más evolucionados gira siempre sobre goznes de rutina. Al pobre Kant, los imperativos no le dejaban alejarse más allá de las cervecerías de su pueblo; al pobre Pasteur, los microbios lo forzaron a una soledad pura de leche pasteurizada; al pobre Edison, los inventos lo retuvieron circuido en el insomnio y la sordera. A medida que se expande el espíritu, la carne se sujeta a clisés ineludibles. Los hábitos de yacer, folgar y yantar se tornan matemáticos. Y las horas del día, irrevocablemente asignadas a goces, funciones y eventos conocidos, se ahondan en el deber; pues, cuando la audacia mental más se aventura por las zonas inéditas de la abstracción, la materia más se empecina y circunscribe en el sótano de la costumbre. 5.15 Hs. Sonó el cuarto de hora. Las ondas del gong llevaron flotando sus palabras. Quedó suspenso, como persiguiendo la quimera. Después, sin saber por qué, la puerta abierta le invitó a asomarse al balcón. ¡Fue un vértigo espantoso! Una tromba absorbente de pensamientos macabros le encalabrinó. Elevándose desde la calzada, otra tromba hacía girar las casas, los árboles, los automóviles, en una zarabanda demoníaca. En medio de esos dos caos, frenéticamente, remolineó en sí y fuera de sí. Como un náufrago se crispó sobre los barrotes. El estrago abatía todo en feroces rolidos. Al entreabrir los ojos, la calle se verticalizó. Entonces, el asfalto hecho goma se adhirió a sus párpados. Y le tiraba, le tiraba con tanta fuerza, que bamboleó ya en trance de ceder. Cuando el vértigo iba a arrancarlo, Op Oloop cerró los ojos guillotinando la atracción. Sudoroso, trepidante, reculó hasta el escritorio. Se sentó. En medio del desorden mental se abría una enorme franja de luz: –¡Los prados azules de la muerte! Y en ella –friso de gloria– la imagen concisa y frágil de Francisca, repetida al infinito, cada cual con un encanto nuevo, cada cual con una ternura fresca. No pudo ahondar el prodigio. Al reponerse, su gabinete de trabajo –colmado de bibliotecas y cajas compiladoras, de máquinas y diagramas– le causó repugnancia. El, que había llenado las horas de sabiduría, tenía al fin la experiencia negativa de la vanidad. Todo se le antojó insufrible. Todo había sido inútil. No era dolor su padecimiento, sino escarnio viendo al Tiempo sacudir su odre vacío y aconsejarle: –¡Imbécil: otra vez lo llenas de amor! Revolviéndose en el sillón, afligido por agudas heridas espirituales, al llevar la mano al pecho palpó su libreta de apuntes. Ebrio de un interés subitáneo, abrió las páginas destinadas a su estadística libidinosa. Y en el cuadro asignado al Número Mil, escribió: KUSTAA IISAKKI, 21 años, finlandesa, rubia, manida. Hija de Minna Uusikirkko. Casi hija mía.. . ¡Hija de mis sueños! Coito interrupto. 0 0 00... OP OLOOP. Mientras estampaba su resumen de ceros, se le anudó la garganta gimiendo: –¿Eso es amor, Minna?... ¿Eso es felicidad Kustaa?... ¿Eso es lo que prometes, Franzi?... Enrojecía. Las respuestas –obvias– acentuaron su anormalidad afectiva. Ninguna emoción le era agradable ya. Su desaliento aumentó, sin embargo, merced a un motivo fútil. Al cerrar con su firma los mil casos de su estadística sensual, las cuatro O de su nombre y apellido coincidieron con los cuatro ceros del renglón anterior. Vio en ello un símbolo deprimente. Magnificándolo, interpretó los cuatro ceros como el juicio puesto por el destino a los cuatro afanes cardinales de su vida: libertad, trabajo, cultura, amor. Y se llenó de tintes crepusculares su antiguo gusto de vivir. El arte y la ciencia de todas las cosas está en saber manejar las fatalidades. Leyendo a Daudet, en la adolescencia, se había apropiado de esa verdad que fue mentora de sus pasos en diversas encrucijadas. Pero esa noche todos los fatums y anankés estaban convulsionados en el aquelarre de su cabeza. No podía espantarlos. Los recursos de veinte años para elevarse, depurarse y glorificarse fallaron. Eran meros espejismos, suntuosos burladeros de un sino preestablecido, ¡tan preestablecido que brillaba en las cuatro nulidades de su firma! El Estadígrafo se inmergió en un remanso de tranquilidad contemplativa. Hizo el balance escueto de su trayectoria vital. Estaba errada. Escudriñó la perspectiva de afrontar nuevos rumbos. Eran pavorosas. Sumiso, entonces, aceptó su suerte, su impotencia y su esterilidad. Y se allanó a considerarse la encarnación de un teorema absurdo. Viendo aún el sobre que intentó llenar, al iniciar la jornada, con la dirección de Van Saal, lo tomó. La soledad de la S ya escrita, acusábale sus desatenciones para con él. En desagravio, resolvió escribirle primero que a nadie. E1 numen que concentra las energías finales del espíritu le ayudó con tanta lucidez y fortaleza que, en vez de pensar, parecía transcribir: Querido Piet: ¡Silencio! Mientras la vida puede sobrellevarse dignamente es obligación vivirla. Mas, cuando se comprueba la falencia de los valores eviternos, vivir es una cobardía. No me juzgues. Sólo la muerte juzga a la vida. He aquí mi falla. ¡Silencio! Sea flor de ternura la comprensión de tu sonrisa. Y sol que ilumine el abismo de mi trance, el sol diminuto que brilla en el punto de luz de tus pupilas. El sol que rueda en tus lágrimas. ¡Silencio! ¿Para qué exaltarte con un recuerdo estéril? Junta el mío y nada mas. Tú también eres una incidencia de recuerdos... ¡Que no los actualice nunca el amor! Te alumbrana el recuerdo del futuro que forjaste en el ensueño. Eso es fatal. ¡Silencio! Tú sabes que mi egoísmo ha contradicho todo lo que ha podido y que ahora contradigo "el principio supremo de todo deber". Tú sabes que al sumirme en la eutanasia yo me no de Dios. Bueno: calla y tolera. ¡Silencio! No extiendas tu lástima como un manto sobre mi cadáver. No hagas la tonta filosofía del ejemplo. Cada cual es un triste ejemplo de torpezas en esa vida exenta de paradojas que se vive en el fondo del ser. ¡Silencio! Un silencio trágico de rostro demudado. Vuelve mi soplo al aire, mi fuego al sol, mi sombra a la tierra. Y toda mi algarabía a la mudez esencial del mundo. Ni una palabra. Hay un riesgo atroz. Podrías oírte... ¡Silencio! Soy un alma con mucha muerte encima. Me enorgullece. Es la única fortuna que vale... Desde la distancia póstuma vendré a buscar tu amistad que fue el gran hallazgo de mi vida. Ya charlaremos en la vereda del misterio. ¡Hosanna, Piet!
OP OLOOP
Leyó la carta con fría naturalidad. Obraba de acuerdo con un plan que dijérase maduro en la subconsciencia, por la insensibilidad de su realización. Tomó más papel y escribió: Gastón: Kustaa lisakki, "la sueca" que usted me indicara es nada menos que hija psíquica mía. Si bien yo no materialicé el ensueño, su realidad me acusa. Por el amor que tuve a su madre: Minna Uusikirkko –hija del profesor de letras del Liceo de Uleaborg– le ruego coopere con Piet y Franziska en la noble tarea de redimir su alma. Confío en usted como he confiado siempre
OP OLOOP
Sonriendo tétricamente secó la tinta. Su letra era neta, firme, estilizada con sobriedad. Acto continuo, sin ninguna hesitación, redactó: Yo, Optimus Oloop, soltero, treinta y nueve años, nativo de Uleaborg, Finlandia, por este mi testamento ológrafo declaro: Primero: Que no tengo herederos forzosos. –Segundo: Que no debo nada a nadie ni nadie me debe a mi. –Tercero: Que mi patrimonio lo constituyen el mobiliario de este departamento y veintiocho mil pesos depositados en el Banco Anglo Sud Americano. –Cuarto: Que lego el mobiliario con todo su material científico a la Dirección Nacional de Estadística; y el resto de los enseres a mi "valet". – Quinto: Que lego el dinero, por partes iguales, a Mina Uusikirkko, Kustaa lisakki, Piet Van Saal y Franziska Hoerée. –Sexto: Que estando la primera internada en el Manicomio de Mujeres de Helsingfors, Piet Van Saal dispondrá de la suma para atender al recobro de su salud. –Séptimo: Que estando la segunda como pupila "chez" Madame Blondel, de esta ciudad, Franziska Hoerée dispondrá de la suma para obtener su reeducación. –Octavo: Que mi cadáver sea cremado y mis cenizas aventadas sobre el Río de la Plata, por el Comisario de tráfico aéreo, don Luis Augusto Penaranda, próximo al lugar donde desaguan los detritos de la urbe; mientras, simultáneamente, el Jefe de obras sanitarias, don Cipriano Slatter, escriba en la playa este epitafio: "Aquí yace Op Oloop. Para él nada fue difícil excepto el amor. ¡Por eso amó tanto a las mujeres fáciles!" –Noveno: Nombro albacea para el cumplimiento de estas disposiciones a don Gastón Marietti, amigo fiel, cuya riqueza y cultura superan al bien y al mal. En Buenos Aires, a veintitrés días de abril de mil novecientos treinta y cuatro.
Optimus Oloop
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lunes, 17 de junio de 2013
Julio Cortázar
Julio CortázarArgentino1914 - 1984 Nacido accidentalmente en Bruselas en 1914, Julio Cortázar es uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos. Realizó estudios de Letras y de Magisterio y trabajó como docente en varias ciudades del interior de Argentina. En 1951 fijó su residencia definitiva en París, desarrollando desde allí una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos figuran entre los más perfectos del género. Su novela Rayuela conmocionó el panorama cultural de su tiempo y marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea. Cortázar murió en París en 1984. Ver biografíaMe caigo y me levanto Me caigo y me levanto Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer ya es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablamos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada. Contra lo que pasa se impone pacientemente la rehabilitación. En lo mas recaído hay siempre algo que pugna por rehabilitarse, en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda, en los poemas de Pérez, en Pérez. Todo recayente tiene ya en si un rehabilitante pero el problema, para nosotros los que pensamos nuestra vida, es confuso y casi infinito. Un caracol segrega y una nube aspira; seguramente recaerán, pero una compensación ajena a ellos los rehabilita, los hace treparse poco a poco a lo mejor de sí mismos antes de la recaída inevitable. Pero nosotros, tía, ¿cómo haremos, cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído si por la mañana estamos tan bien, tan café con leche, y no podemos medir hasta dónde hemos recaído en el sueño o en la ducha? Y si sospechamos lo recayente de nuestro estado, ¿cómo nos rehabilitaremos? Hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña, al terminar su obra maestra, al afeitarse sin un solo tajito; no toda recaída va de arriba a abajo, porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa cuando ya no se sabe dónde se está. Probablemente Ícaro creía tocar el cielo cuando se hundió en el mar epónico, y Dios te libre de una zambullida tan mal preparada. Tía, como nos rehabilitaremos? Hay quien ha sostenido que la rehabilitación sólo es posible alterándose, pero olvidó que toda recaída es una desalteración, una vuelta al barro de la culpa. En efecto somos lo más que somos porque nos alteramos, salimos del barro en busca de la felicidad y la conciencia y los pies limpios. Un recayente es entonces un desalterante, de donde se sigue que nadie se rehabilita sin alterarse. Pretender la rehabilitación alterándose es una triste redundancia: nuestra condición es la recaída y la desalteración, y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera, que por lo demás ignoro. No solamente ignoro eso sino que jamás he sabido en qué momento mi tía o yo recaemos. ¿Cómo rehabilitarnos, entonces, si a lo mejor no hemos recaído todavía y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados? Tía, ¿no será ésa la respuesta, ahora que lo pienso? Hagamos una cosa: usted se rehabilita y yo la observo.Varios días seguidos, digamos una rehabilitación continua, usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo. O al revés, si prefiere, pero a mi me gustaría que empezara usted, porque soy modesto y buen observador. De esa manera, si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación, mientras que usted no le da tiempo a la recaída y se rehabilita como en un cine continuado, al cabo de poco nuestra diferencia será enorme, usted estará tan por encima que dará gusto. Entonces, yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente, pondré el despertador a las tres de la mañana, suspenderé mi vida conyugal y las demás recaídas que conozco para que sólo queden las que no conozco, y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos, tía, y será tan hermoso decir: "Ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado, el mío todo de frutilla y el de usted con chocolate y un bizcochito. Julio Cortázar http://www.escribirte.com.ar/audio/16/julio-cortazar-me-caigo-y-me-levanto.htm |
sábado, 15 de junio de 2013
José Luis Guerín - En la ciudad de Sylvia (2007)
14 junio 2013
José Luis Guerín - En la ciudad de Sylvia (2007)
Français I Subs: Castellano/Català/Italiano/English
(en el mkv/ included in mkv)
81 min I mkv AVC x264 712x572 (16:9) I 2416 kb/s I 384 kb/s mp3 I 25.0 fps
1.63 Gb + 3% rec.
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A young artist searches the winding streets of Strasbourg in search of an old love. While sketching the beautiful women he sees around him at an outdoor cafe, he believes he sees the woman he met several years earlier. He sets off to find her, dashing down city streets and hoping to finally capture his lost love. - See more at: http://caryarealibrary.bibliocommons.com/item/show/1822044035_en_la_ciudad_de_sylvia#sthash.96hdYmjh.dpuf
An artist returns to Strasbourg after a literary pilgrimage, where he's driven to search for a young woman briefly sighted in a street-side cafe.Tras un peregrinaje literario un artista vuelve a Estrasburgo, donde se lanza a la búsqueda de una joven entrevista brevemente en la vereda de un café.
A young artist searches the winding streets of Strasbourg in search of an old love. While sketching the beautiful women he sees around him at an outdoor cafe, he believes he sees the woman he met several years earlier. He sets off to find her, dashing down city streets and hoping to finally capture his lost love. - See more at: http://caryarealibrary.bibliocommons.com/item/show/1822044035_en_la_ciudad_de_sylvia#sthash.96hdYmjh.dpuf
A young artist searches the winding streets of Strasbourg in search of an old love. While sketching the beautiful women he sees around him at an outdoor cafe, he believes he sees the woman he met several years earlier. He sets off to find her, dashing down city streets and hoping to finally capture his lost love. - See more at: http://caryarealibrary.bibliocommons.com/item/show/1822044035_en_la_ciudad_de_sylvia#sthash.96hdYmjh.dpuf
¿Y si esas secuencias hipnóticas de Vertigo en las que Jimmy Stewart persigue, espía y se obsesiona con Kim Novak, siguiéndola a través de lo que parecen todas locaciones de San Francisco, adquirieran por sí mismas la duración de un film, se alargaran hasta alcanzar la extensión de un largometraje y se ralentizaran de tal modo que cada plano nos concediera una atenta visión de la ciudad circundante, y atisbos de todas las vidas que rodean a esa mujer misteriosa y su fanática sombra?
Algo así es lo que José Luis Guerín consuma en su sorprendentemente lograda En la ciudad de Sylvia, film en el que la búsqueda obsesiva de un joven artista por la mujer que conoció seis años antes -y cuyo rostro no está siquiera seguro de poder recordar exactamente- se convierte en un lánguido y cautivante viaje a través del agujero del conejo cinematográfico, un espectro de placeres visuales y emotivas percepciones que lenta pero irresistiblemente cautiva y gratifica.(...)
La generosidad de Guerín tiene algo intrínsecamente conmovedor -su reconocimiento de las otras vidas que circulan en torno nuestro, cada una de ellas con sus preocupaciones particularmente propias- y también lo tiene esa habilidad suya, que por medio de una meticulosa y exquisitamente sensible atención a la luz, al sonido, al lugar, a la puesta en escena y a la expresión facial, extiende aquella generosidad a lo que vemos en la pantalla. Aquí no se confía gran cosa a la expresión verbal: la observación de esta rancia convención habría hecho perder al film gran parte de su gracia sutil. "Muestra, no digas" es un precepto seguido aquí muy rigurosamente, y que nos lleva a no querer apartar la vista de lo que se nos muestra.
What if those hypnotic sequences in Vertigo where Jimmy Stewart pursues, spies on, and obsesses over Kim Novak, following her through what seem to be all the locales of San Francisco, were in themselves the entire extent of the film, stretched out to feature length and slowed down so that each shot allowed us a lingering awareness of the surrounding city, and glimpses of all the lives being lived around the mysterious woman and her fanatical shadow? That is something like what José Luis Guerin does in his awesomely accomplished In the City of Sylvia, in which the obsessive search of a young artist for a woman he met six years ago--whose face he cannot even be certain he remembers exactly--becomes a languorous, captivating trip down the cinematic rabbit hole, a buffet of visual pleasures and emotional perceptions that quietly but irresistibly entices and gratifies.(...)
There is something incredibly moving about Guerin's generosity--his acknowledgment of other lives always going on around us, everyone with their own legitimate concerns--and his ability, via an exquisitely sensitive, meticulous attention to light, sound, setting, mise-en-scène, and facial expression, to extend that generosity to what we see on the screen. There is very little reliance upon verbal exposition; that kind of clunky convention would weigh down this fleet, graceful film. "Show, don't tell" is obeyed pretty stringently here, and we don't want to turn our eyes away from what Guerin is so adeptly showing us.
Christopher McQuain, DVDTalk
En su crítica del film, Rosenbaum menciona al cine europeo, "la largamente sostenida idea europea del cine como continuación de la literatura por otros medios, donde lenguaje e imagen se entremezclan y colaboran como socios iguales en una empresa común." Esta cita, para mí, explica la diferencia entre una película y un film, entre el entretenimiento y el arte, porque a veces el diálogo no es siempre necesario para contar una historia, y el rostro humano tiene tal caudal de expresión que cuando faltan las palabras hablan los ojos.
In Jonathan Rosenbaum’s review of the film he mentions European cinema “…the long-standing European idea of cinema as literature by another means, where language and image commingle and collaborate as equal partners in a joint enterprise.” For me that quote explains the difference between a movie and a film, entertainment and art, because sometimes dialogue isn’t always necessary to tell a story, and the human face has so much expression that when words fail the eyes will speak.
Rebecca Noelle Mason, Theactingbusiness.wordpress.com
A hypnotic and haunting feature by Spanish experimental filmmaker Jose Luis Guerin, with reference points to W.G. Sebald's novel Vertigo and Alfred Hitchcock's film of the same title.
A mysterious, beautiful, and primal work, telling its elliptical story with color, carefully articulated sound, and minimal dialogue.
Jonathan Rosenbaum, Chicago Reader
Uno de los films "de autor" más insoportables del año.
Voici certainement l'un des films « d'auteur » les plus insupportables de l'année.
Olivier Bachelard, abusdecine.com
La ciudad, espacio pacificado poblado de extras y apto para la espera alucinatoria. Guardo sentimientos encontrados hacia esta película: por momentos me parece sublime, y por momentos, levemente despreciable (¡sin llegar a los extremos tan poco franceses de O. Bachelard!)...
Esta ambivalencia no quita (o justamente, tal vez hace) que la juzgue una obra interesante.
Todo el mérito por la difusión de esta excelente copia corresponde hasta donde sé atonioferah, aunque no me consta que este habitante de la Bahía sea también el autor del rip.
Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Darcy Ribeiro. Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Publicado por auguskahl
Título Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos
Volumen 180 de Biblioteca Ayacucho
Autores Darcy Ribeiro, Mércio Pereira Gomes
Editor Fundacion Biblioteca Ayacuch, 1992
pp. 377-383
Cuarta Parte LOS PUEBLOS TRASPLANTADOS
I. INTRODUCCIÓN
Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a América de miseria, en nombre de la libertad.
(Simón Bolívar)
Los pueblos trasplantados de las Américas surgieron de la radicación de europeos, emigrados en grupos familiares, a los que movía el deseo de reconstituir en el nuevo continente, con una libertad mayor y con mejores perspectivas de prosperidad que las existentes en sus países de origen, el estilo de vida característico de su cultura matriz.
Algunos, como los colonizadores de América del Norte, se instalaron en territorios despoblados o escasamente ocupados por grupos tribales que vivían de la caza y de una agricultura incipiente. Dichos grupos fueron hostilizados y desalojados; jamás se fundieron con ellos, ni crearon formas de convivencia adecuada. Este hecho nada tiene de excepcional porque tanto los colonizadores ingleses, holandeses, como los portugueses o españoles, actuaron siempre de esta manera cada vez que sus establecimientos contaron con mujeres blancas en número suficiente. Otros, como los argentinos y uruguayos, resultaron de corrientes migratorias europeas que entraron en competencia con grupos mestizos espa ñolizados, de configuración étnica anterior, a los que también desalojaron por la violencia aunque ésta alcanzara un grado menor.
Los pueblos trasplantados contrastan con las demás configuraciones socioculturales de América, por su perfil característicamente europeo manifiesto no sólo en el tipo racial predominantemente caucasoide, sino también en el paisaje creado como reproducción del Viejo Mundo, como en la configuración cultural y en el carácter más maduramente capitalista de su economía. Esta se fundó principalmente en la tecnología industrial moderna y en la capacidad integradora de su estructura social, que pudo incorporar casi toda la población al sistema productivo, y a la mayoría de ella a la vida social, política y cultural de la nación. Por esto mismo ellos se enfrentan con problemas nacionales y sociales que les son propios y tienen una visión del mundo distinta a la de los pueblos americanos de las otras configuraciones.
Hay entre los pueblos trasplantados del norte y del sur del continente profundas diferencias, no sólo por su cultura, predominantemente latina y católica en éstos, anglosajona y protestante en aquéllos, sino
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también por el grado de desarrollo alcanzado. Estas diferencias aproximan e identifican más a los argentinos y uruguayos con los demás pueblos latinoamericanos, también neoibéricos, católicos, pobres y atrasados. Por la mayoría de sus otras características, sin embargo, ellos son pueblos trasplantados, y como tales presentan muchos rasgos comunes con los colonizadores del norte.
Naturalmente, no es por mera coincidencia que todos estos pueblos trasplantados se encuentran en zonas templadas. Condicionado milenariamente a los rigores del invierno y al ritmo marcado de las estaciones, el inmigrante europeo se encontró más cómodo en climas similares, huyendo en lo posible de las regiones tropicales. Se puede apreciar que a la inversa, los pueblos adaptados al trópico, no se sienten a gusto en las áreas frígidas, donde son compelidos a vivir en ambientes artificiales, que avasallan y deprimen a la naturaleza y también a los hombres.
Algunos autores han querido explicar las diferencias en cuanto al grado de desarrollo económico de los pueblos trasplantados respecto de los otros, como una consecuencia de estos factores de diferenciación. De esta manera se atribuye un valor causal en el proceso de formación de estos pueblos —como acelerador o retardador de progreso— a la condición racial predominantemente blanca, en contraste con el mayor mestizaje con pueblos de color de las demás poblaciones americanas, a la homogeneidad cultural europea, en oposición a la heterogeneidad resultante de la incorporación de tradiciones indígenas, como ocurrió con los Pueblos Trasplantados, a la posición geográfica y a sus consecuencias climáticas, y finalmente, al protestantismo de unos y al catolicismo de los otros.
La mayoría de esas afirmaciones no resisten la crítica. Las civilizaciones se han desenvuelto en diferentes contextos raciales, culturales y climáticos. Fisonomías distintas de la civilización occidental europea misma, han logrado elevada expresión en combinación con cultos católicos y protestantes, que en rigor no son más que variaciones de una misma tradición religiosa. Solamente el registro de la homogeneidad cultural tiene alguna significación causal. Su papel como motor del desarrollo, no reside sin embargo en la homogeneidad cultural en sí, sino en las posibilidades con que por esta razón y de manera circunstancial, contaron los emigrantes salidos de Europa en un determinado período histórico, para adquirir los conocimientos y la tecnología en que se fundaba la revolución industrial en curso.
En verdad, es posible encontrar una explicación de sus caracteres y logros sólo del punto de vista histórico y mediante un examen cuidadoso del proceso civilizatorio global en el que todos estos pueblos se vieron envueltos, así como de los varios factores intervin¡entes en la formación de cada uno de ellos. Esto es lo que nos proponemos hacer con respecto a los pueblos trasplantados al considerar, tanto su composición racial y cultural y el modo de reclutarse sus contingentes forma-dores, como la manera en que se asociaron y fundieron en nuevas entidades étníconacionales.
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Sin embargo anies debemos señalar otros factores generales de diferenciación o aproximación de los pueblos trasplantados en relación a las demás configuraciones históricoculturales de América; éstos probablemente resulten más explicativos de sus respectivos modos de ser que los tan traídos y llevados factores climáticos, raciales o religiosos. Entre ellos sobresalen en el caso de los pueblos trasplantados del norte, el hecho de ser el resultado de proyectos tendientes a la autocoloniza-ción de nuevos territorios, en oposición al carácter exógeno de las empresas que dieron lugar a las otras configuraciones; en el de los pueblos testimonio, la circunstancia de someter a sociedades cultural-mente muy avanzadas sobre las cuales el conquistador se estableció como una nueva dase dominante; y en los pueblos nuevos, el hecho de que el proceso de poblamiento se cumplió a través de la esclavización de indios y negros con destino a explotaciones agrícolas o mineras.
A estos se suman otros factores explicativos y especialmente, la preponderancia en los pueblos trasplantados de un proceso de mera asimilación de los nuevos contingentes por parte de los primeros núcleos coloniales. En los pueblos nuevos la integración de los grupos indígenas y negros esclavizados estuvo presidida por el signo de la deculturación, en tanto que en los pueblos testimonio consistió en la desintegración cultural y la transfiguración étnica.
Los tres procesos presentan semejanzas y diferencias, pero las características específicas de cada uno de ellos marcarían distintos manifiestos en las configuraciones resultantes. En el primer caso, se trataba de anglicanizar desde el punto de vista lingüístico, a europeos de diversos orígenes, o de uniformar las normas y costumbres de la vida social, que en realidad presentaban las desemejanzas propias de las variantes múltiples de una misma tradición cultural. En el segundo caso, se trataba de erradicar culturas originales altamente diferenciadas entre sí y respecto de la europea, a fin de imponer formas simplificadas de trabajo y de coexistencia, bajo la opresión del sistema esclavista y con el exclusivo interés de hacer rendir al máximo la mano de obra. En el tercer caso, estrangulado el proceso de desarrollo autónomo de las altas civilizaciones originales, se formó un complejo espurio y alienado en el que se perdieron los contenidos eruditos de las mismas y la calificación ocupacional de su población. Es claro que los pueblos resultantes de los dos procesos de formación cultural señalados últimamente enfrentaban dificultades mucho mayores para su reconstitución étniconacional y para integrar a su patrimonio cultural la tecnología de la civilización industrial.
Otros (actores explicativos de las diferencias de las tres configura-ciones derivan de la mayor madurez de la economía capitalista mercantil propia de los pueblos trasplantados en oposición a las otras dos. Entre otros, se destaca el carácter más igualitario de la sociedad establecida en el norte, frente al perfil autoritario de las configuraciones del sur. Esta oposición encuentra expresión en el predominio en toda América Latina del sistema de haciendas, basado en el monopolio de la tierra, que contrasta con el de las granjas familiares difundido en los Estados Unidos. El primero dio lugar a un tipo de república oligárquica que
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condujo los destinos nacionales luego de la independencia; el segundo generó una república democrática asentada en una amplia clase media, políticamente activa y defensora de las instituciones de autogobierno.
Deben considerarse como factores concomitantes de idéntica naturaleza, el predominio del trabajo asalariado —aunque en sus formas más elementales— en las colonias del norte, a la esclavitud y el vasallaje existente en las otras regiones. Estas dos formas de reclutamiento de la fuerza de trabajo dejaron profundas huellas en las sociedades en que tuvieron lugar. Por un lado, permitieron una dignificación del trabajo manual, en tanto que en el segundo tipo de sociedades éste era considerado como una actividad "denigrante", propia de las categorías serviles.
Se da un cierto paralelismo entre estas concepciones referentes al trabajo, y algunas actitudes protestantes o católicas relativas a la materia, lo que no significa que estas religiones hayan representado un papel causal en la génesis de ambos comportamientos. Simplemente señalar que ellas sustentaban el sistema vigente en las sociedades respectivas; las protestantes, sociedades capitalistas más avanzadas; las católicas, más atrasadas y aristocráticas. No debemos despreciar sin embargo la importancia de este apoyo, así como la de otras derivaciones de las dos posiciones religiosas. Por ejemplo el estímulo a la alfabetización a fin de que pudiera leerse la Biblia en el caso de los protestantes, en el de la ideología católica tradicional el conservadorismo manifiesto en el empeño puesto en infundir resignación frente a la ignorancia y la pobreza.
Sin embargo, más que el factor religioso en sí mismo, fueron las características institucionales de las iglesias que catequizaron el Nuevo Mundo las que desempeñaron un papel modelador para sus pueblos, constituyendo los mecanismos productores de su profunda diferenciación.
El traslado de la Iglesia Católica a América se ubica en la coyuntura de los imperios mercantiles salvacionistas cuyo tipo habían adoptado España y Portugal con posterioridad a la ocupación musulmana. Las sectas protestantes en cambio, desembarazadas de la jerarquía romana y del peso de los obispados locales, en las cuales el culto se realizaba bremente, encuadran en las formaciones socioculturales capitalistas mercantiles.
La primera fue una parte esencial de la maquinaria del estado, promotora de la conquista y de su pretendida acción salvadora. De igual modo que el islamismo expansivo, el expansionismo ibero-católico ejercía sobre las poblaciones que llegaba a dominar una gran fuerza coercitiva, exigiéndoles además, cantidades mayores de sus excedentes productivos a fin de poder sostener un clero numeroso y de que su gloria se reflejara en la magnificencia de los templos. Basta comparar el número y la calidad arquitectónica, el tamaño y la riqueza de las catedrales de la América Católica, con la modestia de las construcciones religiosas de la América protestante, para apreciar la desproporción de los recursos económicos aplicados a finalidades religiosas en ambas zonas. Obviamente, esto se hizo en perjuicio de otras inversiones en obras de utilidad general, como caminos y escuelas, por lo que vino a constituir otro factor de atraso.
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La asociación de la iglesia con el poder temporal no sólo significó para la acción religiosa la seguridad de contar con todo lo que el estado pudiera darle, sino además, su adhesión y fidelidad permanente a los objetivos de perpetuación del dominio colonial y de mantenimiento de la organización oligárquica. También le aparejó la aristocratización de sus altas jerarquías, lo que la puso frecuentemente en oposición a las aspiraciones e intereses de los más humildes componentes de su grey. Esta es la causa de que tantas veces, en América católica el alto clero se haya visto envuelto en crisis políticas graves, y de que por reacción surgiera un laicismo militante típico de estos países. En la América protestante en cambio, los dirigentes de las distintas sectas, al situarse al margen de la estructura del poder político, pudieron cuidar mejor su posición y ejercer un control más eficaz justamente por ser más informal.
El estilo diferente de la propaganda religiosa, en un caso llevada de consuno con el brazo secular, y en el otro por medio del estímulo a la acción comunitaria, hizo que la acción de la Iglesia católica fuera apreciada como teñida de fanatismo. Este tuvo en el mundo puritano una entidad equivalente, pero allí no resulta tan ostensible por disolverse en las responsabilidades colectivas. La obra misionera incluso, al emprenderse en la América católica con el fervor propio de una religión de conquista, sería una fuente constante de conflicto con los colonizadores cuyos intereses afectaba, mientras que en la América protestante no se observa un fenómeno de este tipo. También esto es demostrativo del carácter salvacionista de la estructura imperial en que la Iglesia católica se hallaba inserta.
Otra expresión de esta oposición fue el vigor fanático del celo catequista católico. Pretendiendo dar al mundo y a los hombres una configuración acorde a la de la cristiandad creó las reducciones jesuíticas, tan admirables en tanto que generosas concreciones de la utopía platónica y a la vez tan lamentables por su carácter artificioso y por significar para los indios una sujeción aún más dura que las otras. Lo paradójico es que en la América protestante, donde no hubo una acción misional rigurosa y extensa como en la otra América, la religión ha sido más ortodoxa que el catolicismo latinoamericano; se ha generalizado como una religiosidad popular más activa y menos impregnada de sincretismos, pero a la vez, más intolerante.
Otros factores de diferenciación derivados del proceso de formación nacional de los pueblos trasplantados, son la discriminación y la segregación, frente a la integración y a la expectativa de asimilación de todos los contingentes constituyenies de la etnia por medio del mestizaje, de las otras configuraciones históricoculturales. Estas diferencias pueden apreciarse hoy nítidamente, en los tipos de preconceptos raciales prevalentcs en las dos áreas. Uno es el preconcepto de origen, que recae sobre el individuo que tiene antepasados negros conocidos cualquiera sea su fenotipo, como ocurre en los Estados Unidos; y otro, característico de los pueblos nuevos, el preconcepto de marca, que discrimina al individuo de acuerdo a la intensidad de sus rasgos negroides,
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pero para el cual los mulatos claros se incluyen en el grupo socialmenie blanco (Oracy Nogueira, 1955), como ocurre en los pueblos nuevos y los pueblos testimonio.
Otra diferencia radica en la proporción de los contingentes marginales a la vida económica, social y política de la nación. Estos presentan el carácter de grupos distinguidos del punto de vista cultural, principalmente neoindígenas y mestizos, en los pueblos testimonio, y el de grupos socialmcnte distinguidos, por lo general, compuestos por neoafri-canos o sus mulatos en los pueblos nuevos. Se hallan siempre presentes en cada etnia nacional, a veces, como la porción mayor de su población dentro de las formaciones señaladas, en cambio aparecen como minorías raciales bien definidas en los pueblos trasplantados. Aquí también, más que de un factor causal estamos en presencia de uno de los resultados del proceso de formación que hizo que los pueblos trasplantados del norte compusieran sociedades más igualitarias en lo social, más progresistas en lo económico y más democráticas en lo político. Pero también se volvieron más discriminatorias y segregacionistas en consideración a las particularidades raciales. Este último factor no sólo frustró la constitución de un sistema sociopolítico efectivamente democrático en los Estados Unidos, sino que además ha desencadenado en las últimas décadas, innúmeras tensiones disociativas que ya casi llegan al grado de una guerra racial interna.
Desarrollo y estancamiento no deben mirarse como situaciones consolidadas e inmodificables, sino como el efecto de componentes dinámicos que han modelado a los pueblos de cada configuración histórico-cultural abocándolos a una problemática específica. Ha resultado de ello un nuevo factor de diferenciación, consistente en la división del continente americano en un núcleo de elevado desarrollo, y un conglomerado de pueblos subdesarrollados.
Entre ambas regiones las relaciones presentan el cariz de las cumplidas entre sociedades ubicadas en distintas posiciones económicas: una se halla en el nivel de las formaciones imperialistas industriales, y las otras en la situación de territorios sometidos al dominio neocolonial. Estas relaciones, al implicar indefectiblemente el despojo de las naciones atrasadas, resultan fecundas en conflictos de intereses y tensiones. Los Estados Unidos se han erigido en los mantenedores de un sistema extremadamente fructífero para sus empresas, que le resulta conveniente además a su posición política en el continente y en el mundo. El estudio de esta polarización es de primordial importancia, ya que cualesquiera sean los caminos que sigan en su desarrollo los pueblos latinoamericanos, no podrán emprenderlos sin sopesar la fuerza intervencionista de los Estados Unidos, la naturaleza imperativa de sus compromisos de gran potencia mundial y el peso de los intereses que han invertido en esta su zona de influencia.
Además de los citados bloques étniconacionales del norte y del sur configurados como pueblos trasplantados encontramos a lo largo del continente y enclavados en las restantes configuraciones histórico-culturales varios bolsones que presentan las características propias de
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éstos. Entre otros, los amplios manchones de colonización europea en el sur de Brasil, en Costa Rica y en Chile. Cada uno de estos conjuntos formados predominantemente por poblaciones europeas trasplantadas, compone una variante de sus respectivas etnias nacionales, y han tenido una función de agentes dinámicos de importancia muchas veces decisivas en el desarrollo de las mismas.
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