miércoles, 20 de noviembre de 2024

Bruges Minnewater Park

Minnewater: el Lago del amor de Brujas | La Gracia de Viajar

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Espejo de bruja: las primitivas "webcams de vigilancia" que tenían los ricos y burgueses en casa para que no les robaran

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Su fascinante diseño atrajo a mercaderes, maravilló a los pintores por su potencial y alentó supersticiones.




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23 Mayo 2024

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Carlos Prego

 

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"El diablo está en los detalles", reza el aforismo. Si buscas una imagen de 'El matrimonio Arnolfini', la celebérrima obra de Jan van Eyck expuesta en la National Gallery de Londres, y la examinas con atención lo que encontrarás en sus detalles no es el diablo, sino un "ojo de bruja". Tal vez nunca te hayas fijado hasta ahora. O tal vez sí. El caso es que uno de los elementos centrales de la composición, no por tamaño, pero sí desde luego por ubicación y la relevancia que le quiso conferir el propio maestro flamenco, es una pieza denominada así: "ojo de bruja", aunque también suele denominarse "espejo de bruja" o "espejo de banquero".

Y lo más importante: aunque la obra de Jan van Eyck data de la primera mitad del siglo XV, a su modo pueden considerarse primitivas cámaras de vigilancia.

¿Espejo de bruja? Así es. El nombre tiene resonancias a película clásica de Disney o relato de los hermanos Grimm, pero la realidad es menos fantasiosa… y mucho más fascinante. Lo que en su día se denominaba "espejo de bruja", "ojo de bruja" o "espejo de banquero" es en realidad un pequeño espejo circular y convexo cuyos orígenes suelen situarse en el norte de Europa, en el siglo XV, el mismo en el que van Eyck pintó su obra. En su retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa él lo situó justo en el centro de la estancia, entre ambos miembros de la pareja. Y su peculiar diseño le permitió alardear de su habilidad con los pinceles.



Detalle de "Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa", del pintor Jan van Eyck.

¿Y por qué ese nombre? Precisamente por las mismas cualidades que lo hicieron tan atractivo para Jan van Eyck: por su peculiar forma, curva y con un espejo convexo. Su diseño le confería una cualidad valiosa y que pronto supieron apreciar los comerciantes que recibían a clientes interesados en su mercancía. La forma del espejo les permitía seguir los movimientos de las visitas con discreción, por el rabillo del ojo, sin necesidad de asomarse, levantar la cabeza o inclinarse hacia adelante para asegurarse de que nadie hurtaba sus mercancías.

El espejo les ofrecía un buen rango de visión. La clave estaba en colocarlo en el lugar adecuado, uno desde el que pudiera ver reflejado buena parte de la estancia. Nada más. Tanto éxito debió de tener entre los burgueses acaudalados que, como recuerda Anne-Lise Carlo en Le Monde, el primer nombre que recibió fue "espejo de banquero". Allí donde había dinero, metales preciosos, joyas o cualquier otro género valioso su diseño resultaba una ventaja, igual que las cámaras CCTV.



Detalle de "El cambista y su mujer", de Quentin Massys, con el espejo en primer plano.

Y llegó la superstición. Con el tiempo aquellas piezas elegantes y bien diseñadas adoptaron otros nombres, con resonancias exóticas, como "espejo de bruja" o incluso el mucho más poético "ojo de bruja". El cambio se explica en gran parte por la superstición. Se dice que los sirvientes de las casas burguesas miraban con recelo aquellos pequeños espejos curvos y de vidrio abombado que permitían a sus patrones mirar allí donde aparentemente no debía alcanzar su vista.

Del mito queda básicamente eso, el mito, pero es bastante elocuente: había quien temía que los "ojos de bruja" espiasen todo el tiempo e incluso quien creía que eran algo más que decoración y les atribuía cualidades mágicas. Además de ampliar el rango de visión de los espectadores, los espejos ayudaban a difundir la luz por las estancias y servían también para iluminar los recovecos oscuros del hogar.

De decoración a moda vintage. Su historia no se limitó al siglo XV y los hogares burgueses. Lo del espejo convexo gustó lo suficiente como para que el diseño siguiese evolucionando y retocándose. Así se llegó, ya bien entrado el siglo XX, al "espejo de sol", o "miroir soleil", que era el nombre con el que se conocían los modelos decorados con marcos dorados en la Francia de la década de 1940.

Otro de sus herederos más populares, recuerda también Le Monde, son los chaty vallauris, inconfundibles por su diseño y que ideó el decorador y herrero Gilbert Poillerat. Los "espejos de bruja" siguen siendo aún hoy piezas populares.



'Un orfebre en su taller', obra de Petrus Christus.

Apreciado por los artistas. Quizás los mercaderes los apreciasen, pero si hay un colectivo que supo sacar partido de su peculiar diseño fue el de los pintores. Jan van Eyck es un buen ejemplo. En su retrato de los Arnolfini, de 1434, juega con su reflejo, luz y ángulos. Pero hay más. Petrus Christus lo incluyó en 'Un orfebre en su taller', obra datada en 1449; y Quentin Massys en otra pintura igual de reconocida, 'El cambista y su mujer', de 1514. Massys situó el espejo sobre la mesa, en primer plano, y su reflejo nos muestra una ventana situada fuera de la escena pintada.

¿Un antepasado de las cámaras? Su uso y popularidad ha llevado a algunos a ver en estos espejos convexos un antepasado remoto de las cámaras de seguridad. "La característica especial de los espejos convexos permite a sus dueños ver una habitación entera. Todo sin tener que cambiar de posición ni girarse. Por eso se utilizaban sobre todo para la vigilancia. Solían colocarse en lugares donde hoy se encuentran la mayoría de las cámaras de vigilancia, es decir, en bancos y tiendas; de ahí el nombre de 'espejo de banquero'", relata la galería francesa Atena.

No son los únicos que señalan ese vínculo y encuentran similitudes con las modernas cámaras de ojo de pez, aun cuando las primeras videocámaras para vigilancia no se inventaron hasta bien entrado el siglo XX y la webcam como tal, aunque con un funcionamiento primitivo, no llegó hasta hace apenas 30 años.

Imágenes | Wikipedia 12 y 3

 

https://www.xataka.com/magnet/espejo-bruja-primitivas-webcams-vigilancia-que-tenian-ricos-burgueses-casa-no-les-robaran

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jueves, 14 de noviembre de 2024

Música y agua, ser conscientes desde el sonido (a través de Debussy, por ejemplo)

 

Música y agua, ser conscientes desde el sonido (a través de Debussy, por ejemplo)

Acercamientos a la música


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Recibimos el Día Mundial del Agua en medio de una escasez que nos obliga a replantearnos la forma en la que nos relacionamos con ella en nuestra vida diaria.

Debemos experimentar con nuevas dinámicas para bañarnos, limpiar dientes y lavar platos. Te invitamos a acompañar estos procesos con música. Con música orquestal inspirada en el agua. Específicamente con música orquestal que nos remite al agua en uno de sus estados más plenos: la poética oceánica.

De entrada, tres ideas marítimas:

  1. La mar, de Claude Debussy
  2. Una sinfonía del mar, de Vaughan Williams
  3. Poema del amor y del mar, de Ernest Chausson

Y aquí estos versos de José Gorostiza como acompañamiento ideal:

“El mar, el mar, dentro de mí lo siento. Ya sólo de pensar en él, tan mío, tiene un sabor a sal mi pensamiento”.

El mar (1905) de Claude Debussy (1862-1918)

“El mar es un niño, juega y no sabe bien lo que hace. Tiene una larga y hermosa cabellera, y un alma… Va y viene y cambia sin cesar. El mar ha sido muy amable conmigo.Se me ha mostrado bajo todas sus formas. Por eso estoy aún completamente aturdido”, escribió Debussy al dramaturgo René Peter. Y, sin embargo, Debussy siempre vivió lejos del mar. Quizá de ahí provenga cierto fondo nostálgico que atraviesa su famoso poema sinfónico, que escribió en 1905 entre montañas, varios kilómetros alejado del agua.

De hecho, más adelante en esa misma carta se confiesa más cercano al bosque que a las olas:

“Los árboles son buenos amigos míos, mejores que el mar, que se agita, salta sobre la tierra y muerde las rocas con cóleras de jovencita, curiosas en una persona de su importancia. En rigor, se comprendería mejor que sacudiese a los barcos como a gusanos molestos. Los árboles, menos caprichosos, se renuevan a pesar de los siglos. ¿No es ésta la más hermosa lección de filosofía? Podrían seguirla los humanos, si fueran más pacientes y, sobre todo, si no fueran tan ávidos”.

Debussy compuso El mar  sobre todo por las noches y rodeado de tonalidades verdes: paredes verde botella, alfombra verde claro, muebles verde azulado y vestido con una chaqueta verde aceituna.

Esta obsesión con el color resulta trascendente para explicar El mar, obra maestra del llamado Impresionismo musical, cuya estética tiene un marcado influjo pictórico.

¿Por qué El mar de Debussy se considera música impresionista?

Los pintores impresionistas buscaban nuevas formas de balance y belleza a través de la experimentación con la luz. Debussy consideraba que la música podía hacer eso de una manera más plena e intensa que la pintura, como lo demuestra este fragmento de una carta que le escribió a su hijastro Raoul Bardac:

“Esto puede ser posible gracias a la ventaja que tiene la música sobre la pintura, en el sentido en que puede mostrar a la vez todos los cambios de luz y color”.

El mar es un ejemplo ideal de música que avanza a través de variaciones lumínicas y cromáticas.

Debussy estructura la obra en tres movimientos y a cada uno le asigna un subtítulo:

  1. Del alba al mediodía en el mar
  2. Juegos de olas
  3. Diálogo entre viento y mar

En una primera audición es posible recrear en los acontecimientos sonoros las imágenes que producen las palabras.

¿Cómo transcurren los humores de la mañana en el mar?, ¿de qué manera cambian conforme el tiempo avanza?, ¿a qué suena el agua durante las primeras claridades y cómo van ocurriendo sus transformaciones mientras el sol por el cielo escala? ¿Los juegos de las olas son suaves, asimétricos, constantes? ¿Antes de disolverse en la orilla en sus lúdicas interacciones intervienen otras presencias, como conchas, arena o pequeñas piedras? ¿Qué le dice el viento al mar y el mar qué le responde? ¿Su diálogo transita por etapas diversas, a veces es armónico y otras violento?

Pero El mar va más allá de cualquier narración. Su vocación no es hacia un programa literario, sino hacia el color. Así que la segunda audición puede profundizar: dejar de atender a la actividad o al movimiento y centrar la atención en los matices y las suavidades, en las sutiles variaciones de luz, sombras y reflejos, al mundo quieto de la luz, a la polifonía de las partículas cromáticas que cambian, colisionan y desaparecen sin hacer ruido.

¿Y cómo consigue Debussy que su música sirva a la luz?

Sobre los sorprendentes procedimientos compositivos que Debussy utiliza en El mar, el compositor mexicano Mario Lavista (1943-2021) explica en su ensayo “El mar cumple 100 años” (publicado el 30 de noviembre de 2005 en la revista Letras libres):

“(…) en Debussy los acordes casi nunca se encadenan obedeciendo a la retórica tradicional, los suyos son acordes ingrávidos que, valga la expresión, flotan sobre las aguas, sin ninguna necesidad de causa y efecto que los obligue a ir a un determinado lugar: son acordes que vagan libremente (…) la manera como Debussy maneja sus temas lo acerca al modo de operar de Claude Monet cuando pinta, a través de varios cuadros, la cambiante luz que incide sobre una catedral a diferentes horas del día. En Del alba al mediodía en el mar, los cornos enuncian el mismo tema, el mismo objeto sonoro, sin cambio alguno en su fisonomía. Lo que varía en cada una de sus apariciones es la orquestación; es decir, las sutiles gradaciones del color y de la luz que lo rodean e iluminan. En su invariabilidad y unicidad, el tema cantado por los cornos cambia de rostro gracias a las diferentes e inusuales combinaciones orquestales de luz y sombra que inciden sobre él: es el color el que modifica su apariencia. De ahí que la música del primer movimiento transite, a través de evanescencias y luminosidades, de una casi imperceptible bruma sonora al metálico estallido del sol, o que en Juego de olas escuchemos las más delicadas y exactas progresiones de color, de brillos, de reflejos, de una ola en movimiento. Debussy capta, por medio de finas e infalibles pinceladas, el claroscuro de este mar siempre cambiante.”.

¿Qué otras obras musicales inspiradas en el mar puedo escuchar?

Te recomendamos dos:

  1. Una sinfonía del mar (1909 y revisada en 1923) para soprano, barítono, coro y orquesta de Ralph Vaughan Williams (1872-2958), basada en el poemario Hojas de hierba de Walt Whitman, en donde el océano adquiere una palpitante dimensión mística.
  2. Poema del amor y del mar (1890) para voz y orquesta de Ernest Chausson (1855-1899), basada en dos poemas de Mauricio Bouchor que narran cómo un hombre se enamora de una mujer al lado del mar. Al año siguiente él regresa a la misma playa para descubrir que ella lo ha olvidado.

https://mineria.org.mx/musica-y-agua-ser-conscientes-desde-el-sonido-a-traves-de-debussy-por-ejemplo/

La música de Debussy

Brazilera - Organic Downtempo, Ethno House Mix by J. Pool (Nicola Cruz, ...

My Take

Debussy, el compositor que no sabía nadar y compuso «El mar»

 

Debussy, el compositor que no sabía nadar y compuso «El mar»

Forbes Nautik inaugura una serie de artículos sobre composiciones inspiradas en el mar. Aquí, la primera entrega

POR JESÚS RODRÍGUEZ LENIN3 DE AGOSTO DE 2022

 


El último viaje del «Temerario». Cuadro de J. M. W. Turner

La naturaleza y sus elementos han sido notable fuente de inspiración para compositores de todas las épocas y no ha sido extraño, incluso, en las últimas décadas, que sus sonidos se hayan incorporado a las propias obras. El mar, en concreto, es capaz de provocar miedo y asombro, y maravillar con una belleza que inspira a los más dotados de sensibilidad. En Forbes Nautik le vamos a rendir homenaje cada quince días, con una serie de artículos sobre las más destacadas obras de música, tanto clásica como contemporánea, que se han inspirado en su belleza y grandiosidad.

Debussy: “El mar”

La serie debía empezar obligatoriamente por la obra titulada El mar, tres bocetos sinfónicos para orquesta, pero conocida simple y popularmente como El mar (La mer, en francés). El mar es una de las obras fundamentales del siglo XX, compuesta por uno de los compositores más innovadores de la historia, Claude Debussy, de quien este verano se celebra el centésimo sexagésimo aniversario de su nacimiento (Saint-Germain-en-Laye, 22 de agosto de 1862-París, 25 de marzo de 1918).

Nacido en el seno de una familia de pequeños comerciantes y sin especial relación con la cultura, el joven Claude dio muestras tempranas de su gran e innovador talento musical, y ha pasado a la historia como el primer impresionista. Cuestionado por el establishment de la época, su estilo vanguardista ejerció una notable influencia en las generaciones posteriores. El mar es una obra de madurez, compuesta en Dieppe, en la costa normanda, entre 1903 y 1905, aunque se concluyó durante la estancia de Debussy en la localidad costera británica de Eastbourne.



En su estreno en París –ocurrido el 15 de octubre de 1905, a cargo de la orquesta Lamoureux dirigida por Camille Chevillard– ni que decir tiene no fue muy bien recibida; sin embargo, con el paso del tiempo, se ha convertido en una de las composiciones orquestales de Debussy más interpretadas. Aunque Debussy no admitía el calificativo de “impresionista” para su música, los expertos consideran La mer un equivalente musical de las obras pictóricas de Turner –del que Debussy era gran admirador–, envueltas en bruma, que exigen del espectador que vea más allá de la neblina.

Debussy, aunque no sabía nadar, amaba el mar y llegó a afirmar que de no haber sido músico se habría hecho marinero. Para la elaboración de La mer, Debussy pagó al capitán de un barco pesquero para adentrarse con él en una tormenta frente a la costa de Bretaña: al igual que Turner antes que él, el compositor quería experimentar la violencia del mar antes de representarla, pero la experiencia le hizo abandonar para siempre las ansias de aventura y preferir los paisajes marinos mostrados a través de la pintura y la literatura. 

Para mostrar la grandiosidad de la inmensidad marina, Debussy incorporó en esta obra sinfónica –aunque Debussy, por motivos intelectuales (consideraba obsoleta la sinfonía clásica) no quiso concederle ese título y bautizó la obra como “tres bocetos sinfónicos”– de entre veintitrés y veinticinco minutos de duración, grandes masas orquestales y una sección de percusión. Los tres movimientos –“Del amanecer al mediodía en el mar”, “Juego de las olas” y “Diálogo del viento y el mar”– se elaboran con armonías resplandecientes y amplios barridos de color orquestal, resaltados con la influencia del gamelán javanés.

En el primer movimiento, Debussy explora los sutiles cambios de atmósfera y luminosidad del mar, acompañados por el avance de la mañana sobre el agua. La primera parte es un crescendo que muestra el ascenso del día. Se apoya en un movimiento cíclico de cuerdas y flautas que simbolizan el flujo y reflujo de las olas. Le sigue un canto de 16 violonchelos que muestra un mar más tranquilo interrumpido por una flauta que dibuja el vuelo de un pájaro. El primer movimiento termina con un fondo de címbalos que recuerda el estruendo de las olas.

En el segundo movimiento Debussy sugiere el vaivén de las olas, los cambios inesperados de la corriente, la iridiscencia de la luz del sol en la superficie del agua y las misteriosas profundidades. Finalmente, los tonos oscuros y amenazantes del tercer movimiento dan la sensación de los peligros del mar. En la primera parte del movimiento la orquesta sube y baja como los movimientos del oleaje. La segunda parte es un periodo de calma antes de que en la parte final vuelva la tormenta hasta convertir el flujo de las olas en un auténtico maremoto.

Son muchas las versiones que existen de La mer. Muchos de los más grandes directores de orquesta de los últimos ciento veinte años –desde Toscanini a Esa-Pekka Salonen, pasando por Karajan, Bernstein, Celibidache, Boulez, Abbado, Baremboin o Simon Rattle– han grabado la obra, varios de ellos hasta varias veces. Pero, barriendo para casa, desde aquí queremos recomendar dos: una de las más recientes, la de nuestro Pablo Heras-Casado dirigiendo en 2018 a la orquesta londinense Philharmonia, y otra, de 2007, con Sir Mark Elder al frente de la orquesta Hallé de Mánchester.

Próxima entrega: Einstein on the Beach, de Philip Glass.

https://nautikmagazine.es/bitacora/debussy-el-compositor-que-no-sabia-nadar-y-compuso-el-mar/

Debussy: La mer, CD 111: I. De l'aube à midi sur la mer

Indonesian gamelan medley from Java, Sunda and Bali

Javanese Gamelan Ensemble - Pelog Barang - Singa Nebah (The Pouncing Lion)

Debussy Arabesque No.2 - P. Barton FEURICH 218 harmonic pedal piano

Debussy - Arabesque No. 1

6 Moments musicaux, Op. 94, D. 780: II. Andantino, A-Flat Major

domingo, 10 de noviembre de 2024

Ni de Eva ni de Adán Amélie Nothomb

 

Ni de Eva ni de Adán

Ni de Eva ni de Adán

Un año antes de la temporada infernal en una empresa nipona vivida en Estupor y temblores, Amélie Nothomb se sube en Tokio a la montaña rusa de una hilarante educación sentimental en brazos del muy delgado y muy oriental Rinri, un ávido lector de Stendhal que sueña con entrar en la orden del Temple. Amélie, decidida a aprender japonés enseñando francés a los autóctonos, conoce a Rinri en un bar. Pero, pocos días después, la relación entre maestra y alumno dará paso a una hermosa historia de amor. La primera noche de pasión se inicia con un cómico episodio en que profesora y alumno comparten una insípida imitación japonesa de la célebre fondue de queso francesa; le seguirán un viaje a Hiroshima y la lectura in situ de Hiroshima mon amour, un libro que Rinri detesta y no logra comprender, y el ascenso al monte Fuji, en el que la belga es poseída por el espíritu de la montaña.

Éstos son sólo algunos de los episodios que nos sitúan, una vez más, ante una rica y peculiar visión de Japón, la de alguien nacido allí pero cuyos orígenes son occidentales. La percepción de la alteridad de la cultura japonesa cobra en el libro los más variopintos matices. La relación de Amélie con Rinri se reviste de un barniz proustiano en una comida.con los amigos de su amante en la que un okonomiyaki la catapulta a los sabores de su infancia. Y Nothomb también analiza sus experiencias desde una perspectiva casi antropológica, nunca exenta de ironía, en las reflexiones sobre la educación de los japoneses, o cuando la joven es examinada por los abuelos de Rinri, a quienes su mera presencia hace tronchar de risa.

Cuando Amélie Nothomb se adentra en el terreno de lo biográfico jamás defrauda. Así sucedió con Estupor y temblores, Metafísica de los tubos El sabotaje amoroso y sucede de nuevo con Ni de Eva ni de Adán. Tan ácida y desternillante como la primera, la segunda incursión japonesa de la escritora belga se lee con gran placer desde la primera hasta la última línea. La diversión está asegurada, pero también la ternura e incluso la melancolía... , porque cuando Nothomb escribe en primera persona fascina, divierte, hace pensar y hace reír.

«"Si te sientes morir, parte; si sufres, huye. No hay más ley que el movimiento." La narradora opta por la fuga. Para ser libre y escribir hasta saciarse. Los lectores de Amélie no se quejarán ante tan espléndida cosecha Nothomb» (Marianne Payot, L'Express).

«Sus lacónicas ficciones autobiográficas han colocado a Amélie Nothomb en lo más alto de la escalera de la literatura francesa. La suya siempre es una literatura de la alienación, pero su escritura le ha demostrado que ella no está sola» (Richard Lea, The Guardian).

«Los instantes de gracia son legión en esta novela decididamente lograda. "No por casualidad he escrito una historia en la que nadie desea masacrar a nadie", reconoce Amélie Nothomb. Para nosotros ha sido una muy grata sorpresa» (Delphine Peras, Lire).

«Tras el sensual aroma del jengibre y los tonos agridulces de este relato de iniciación, descubrimos la novela más íntima de Amélie Nothomb, esta escritora definitivamente atípica» (Christine Rousseau, Le Monde).

https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/ni-de-eva-ni-de-adan/9788433975010/PN_719

Receta Fácil de Okonomiyaki 😍 (Tortilla callejera japonesa)

domingo, 3 de noviembre de 2024

80s Mix I - Pop Rock | 🎵 Queen, Baltimora, Rick Astley, Michael Jackson,...

El arte del cuento según Flannery O'Connor

 Taller literario

El arte del cuento según Flannery O'Connor

Literatura estadounidense

"Ustedes deberían ser capaces de descubrir algo en los cuentos que escriban. Porque si ustedes no lo son, probablemente, nadie lo será": una de las conferencias de Flannery O'Connor, traducida por Leopoldo Brizuela.  

Por Flannery O'Connor. Traducción de Leopoldo Brizuela.

 

 

 

Siempre he oído decir que el cuento es uno de los géneros literarios más difíciles; y siempre he tratado de descubrir por qué la gente tiene tal impresión de lo que considero una de las formas más naturales y básicas de la expresión humana. Al fin y al cabo, uno comienza a escuchar y a contar historias ya en la primera infancia, y no parece haber nada demasiado complejo en ello. Sospecho que la mayoría de ustedes se habrá pasado toda la vida contando historias; y sin embargo aquí están –ansiosos por aprender cómo se hace–.

Hasta que la semana pasada, cuando apenas si había apuntado algunas de estas serenas reflexiones para exponerlas aquí hoy, recibí los manuscritos de siete de entre ustedes me pidieron que leyese, y toda mi seguridad se trastocó.

Después de tal experiencia estoy en condiciones de admitir, no que el cuento sea uno de los géneros más difíciles, pero sí que resulta más difícil para unos que para otros.

Aún me inclino a pensar que la mayor parte de la gente posee una cierta capacidad innata para contar historias; capacidad que suele perderse, sin embargo, en el curso del camino. Por supuesto, la capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el vamos, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa.

No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Fuera como fuese, estoy segura de que son ellas quienes escriben los libros y los artículos sobre “cómo-se-escribe-un-cuento”. Una amiga mía, que sigue uno de estos cursos por correspondencia, me ha dictado alguno de los títulos de sus lecciones: “Recetas para escribir un cuento”, “Cómo crear un personaje”, “¡Inventemos una trama!”. Esta forma de corrupción le cuesta sólo veintisiete dólares.

Desde mi punto de vista, hablar de la escritura de un cuento en términos de trama, personaje y tema es como tratar de describir la expresión de un rostro limitándose a decir dónde están los ojos, la boca y la nariz. He oído decir a algunos estudiantes: “se me ocurren muy buenos argumentos, pero con los personajes no voy ni para atrás ni para adelante”; o bien, “tengo el tema para un cuento, pero no consigo inventar la trama”, e incluso: “he descubierto una buena historia, pero carezco de toda técnica”.

A propósito, “técnica” es una palabra que no se les cae de la boca. Cierta vez debí hablar en una asociación de escritores, y durante el debate posterior a la conferencia un alma de Dios me preguntó: “¿podría usted indicarme, señorita, cuál es la técnica apropiada para escribir un cuento del tipo marco-dentro-del-marco?”. Yo debí admitir que era tan ignorante como para no haber oído hablar ni una sola vez de ello, pero esta persona me aseguró que tales cuentos existían, porque ella misma había participado en un concurso que los premiaba, y cuyo premio era de cincuenta dólares.

Pero dejando a un lado la gente que carece de talento, existen personas que de hecho lo poseen, pero que se pierden en vanos esfuerzos porque ignoran qué es en realidad un cuento.

Supongo que las cosas obvias son siempre las más difíciles de definir. Todo el mundo cree saber qué es un cuento. Pero si ustedes piden a un alumno principiante que les escriba uno, es muy probable que recojan cualquier cosa –una reminiscencia, un episodio, una opinión, una anécdota– cualquier cosa menos un cuento. Un cuento es una acción dramática completa –y en los buenos cuentos, los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes–. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia. Por mi parte, prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona en tanto persona y en tanto individuo, vale decir, en tanto comparte con todos nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de modo dramático, el misterio de la personalidad humana. Cierta vez presté un libro de cuentos a una vecina mía, de allá del campo, y cuando me lo devolvió me dijo: “Bueno, esas historias no hacen más que mostrar lo que algunos de nuestros paisanos harían en determinadas ocasiones”; yo me dije que era cierto; cuando ustedes escriban cuentos, deberían conformarse con partir exactamente de este punto: mostrar lo que harían ciertos y determinados tipos, y lo que harían pese a quien pese, contra viento y marea.

Ahora bien, éste es un nivel muy modesto como punto de partida; y la mayor parte de la gente que cree desear escribir cuentos no está dispuesta a arrancar de allí. Quieren escribir acerca de determinados problemas, no de determinados individuos; o de cuestiones abstractas, no sobre situaciones concretas. Tienen una idea, o sentimiento, o un ego desbordante, o quieren Ser-Un-Escritor, o legar su sabiduría al mundo de un modo lo suficientemente simple como para que el mundo pueda comprenderla. Carecen en todos los casos de una historia; y aun cuando la tuvieran, tampoco estarían dispuestos a escribirla; no los guía el propósito de escribir una historia sino una teoría o una fórmula, o el de aplicar determinada técnica.

Esto no quiere decir que para escribir un cuento ustedes deban olvidar o resignar ninguna de las posturas morales que sustentan. Las convicciones serán la luz que les ayudará a ver, pero no aquello que ustedes deban enfocar, ni el sustituto de la propia mirada. Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver y cuando no lo tiene, cuando nuestros juicios se desligan de nuestra mirada, una confusión muy grande se produce en la mente, confusión que por supuesto se traslada al cuento.

La ficción opera a través de los sentidos. Y creo que una de las razones por las cuales a la gente le resulta tan difícil escribir cuentos es que olvidan cuánto tiempo y paciencia se requiere para convencer al lector a través de los sentidos. Ningún lector creerá nada de la historia que el autor debe limitarse a narrar, a menos que se le permita experimentara situaciones y sentimientos concretos. La primera y más obvia característica de la ficción es que transmite de la realidad lo que puede ser visto, oído, olido, gustado y tocado.

Ahora bien, esto es algo que no puede aprenderse sólo por la inteligencia; también debe adquirirse por el hábito. Tal debe llegar a ser la forma en que ustedes mirarán las cosas. El escritor de ficciones debe comprender que no se puede provocar compasión con compasión, emoción con emoción, pensamientos con el pensamiento. Debe transmitir todas estas cosas, sí, pero provistas de un cuerpo; el escritor debe crear un mundo con peso y espacialidad.

He notado que los cuentos de los escritores principiantes están, en muchos casos, erizados de emoción, pero que resulta muy difícil determinar a quién corresponde la emoción referida. El diálogo suele operar sin el auxilio de personajes que uno pueda ver de hecho, y un pensamiento incontenible se cuela por cada grieta de la historia. La razón reside en que, por lo general, el aprendiz está interesado ante todo en sus propios pensamientos y emociones y no en la acción dramática y es demasiado perezoso o pretencioso como para descender a ese nivel de lo concreto en donde la ficción opera. Piensa que la capacidad de juzgar reside en un sitio y la impresión sensorial en otro. Pero para el escritor de ficciones, el acto de juzgar comienza en los detalles que ve, y en el modo en que los ve.

Los escritores de ficción a quienes no les preocupan estos detalles concretos pecan de lo que Henry James llamó “especificación endeble”. El ojo se deslizará sobre sus palabras mientras nuestra atención se va a dormir. Ford Madox Ford enseñaba que uno puede introducir un vendedor de diarios en una historia, ni siquiera por el corto lapso en que tarda en vender un solo periódico, a menos que podamos describirlo con el suficiente detalle como para que un lector lo vea.

Tengo una amiga que está tomando clases de actuación en Nueva York con una dama rusa de gran reputación en su campo. Mi amiga me escribe que, durante el primer mes, los alumnos no hablan una sola línea, sólo aprenden a ver. Y es que aprender a ver es la base de todas las artes, excepto de la música. Conozco a muchos escritores de ficción que además pintan, no porque posean talento alguno para la pintura, sino porque hacerlo les sirve de gran ayuda en su escritura. Los obliga a mirar las cosas. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.

No obstante, afirmar que la ficción procede por el uso de detalles no implica el simple, mecánico amontonamiento de éstos. Cada detalle debe ser controlado a la luz de un objetivo primordial, cada detalle debe introducirse de modo que trabaje para nosotros. El arte es selectivo. Todo lo que hay en él es esencial y genera movimiento.

Ahora bien, todo esto requiere su tiempo. Un buen cuento no debe tener menos significación que una novela, ni su acción debe ser menos completa. Nada esencial para la experiencia principal deberá ser suprimido en cuento corto. Toda acción deberá poder explicarse satisfactoriamente en términos de motivación; y tendrá que haber un principio, un nudo y un desenlace, aunque no necesariamente en este orden. Se me ocurre que mucha gente deduce que quiere escribir cuentos porque el cuento es un género breve; pero que al decir “breve” entienden cualquier tipo de brevedad. Creen que un cuento es una acción incompleta, fragmentaria, en la cual se muestra muy poco y se sugiere mucho, y suponen que sugerir algo equivale a omitirlo. Resulta muy difícil disuadir a un principiante de esta convicción, porque cree que cuando omite algo está ejercitando su sutileza; y cuando se le señala que no puede encontrarse en un texto nada que no haya sido puesto de algún modo en él, nos mira como si fuéramos idiotas insensibles.

Quizá la cuestión central que debe ser considerada en toda discusión acerca del cuento es qué se entiende por brevedad. Que un cuento sea breve no significa que deba ser superficial. Un cuento breve debe ser extenso en profundidad, y debe darnos la experiencia de un significado. Tengo una tía que piensa que nada sucede en una historia a menos que alguien se case o mate a otro en el final. Yo escribí un cuento en el que un vagabundo se casa con la hija idiota de una anciana, con el sólo propósito de quedase con el automóvil de esta anciana. Después de la ceremonia, el vagabundo se lleva a la hija en viaje de bodas, la abandona en un parador de la ruta, y se marcha solo, conduciendo el automóvil. Bueno, ésa es una historia completa. Ninguna otra cosa relacionada con el misterio de la personalidad de ese hombre puede mostrarse a través de esa dramatización específica. Y sin embargo, yo nunca pude convencer a mi tía de que ése fuera un cuento completo. Mi tía quiere saber qué le sucedió a la hija idiota luego del abandono.

Hace tiempo, esa historia sirvió de base a un guión de TV, y el adaptador, que conoce bien su negocio, hizo que el vagabundo cambiara a último momento de parecer y volviera a recoger a la hija idiota, y que los dos juntos se alejaran, al fin, en el automóvil, carcajeando a dúo como verdaderos dementes. Mi tía consideró que la historia estaba por fin completa, pero yo experimenté otros sentimientos nada apropiados para expresar en esta charla. Cuando ustedes quieran escribir un cuento, deberán escribir sólo una historia; y siempre habrá gente que se niegue a leer el cuento que ustedes han escrito.

Lo cual nos lleva a abordar, naturalmente, la engorrosa cuestión del tipo de lector para el cual cada uno escribe cuando escribe ficciones. Quizá cada uno de nosotros piense que tiene una solución personal para este problema. Por mi parte, tengo una muy buena opinión del arte de la ficción, y una muy mala opinión de aquello que suele llamarse “el lector promedio”. Me digo que no puedo escapar de él, que tal es la personalidad cuya atención, se supone, debo cultivar; y al mismo tiempo, se espera de mí que provea al lector inteligente de esa experiencia profunda que él busca en la ficción. El caso es que, en concreto, ambos lectores ideales no son sino aspectos de la propia personalidad del escritor; y en un último análisis, el único lector acerca del cual uno puede saber algo es uno mismo. Todos nosotros escribimos según nuestro propio nivel de entendimiento; pero es una característica particular de la ficción que su superficie literal pueda estar configurada de tal modo que brinde entretenimiento en un plano obvio y físico, el plano de la evidencia física, a un cierto tipo de lector; y al mismo tiempo, pueda brindar significado a la persona preparada para experimentarlo.

El significado es lo que impide que un cuento breve sea “corto”. Yo prefiero hablar de “significado” del cuento a hablar del “tema” de un cuento. La gente habla del tema del cuento como si el tema fura un trozo de cuerda que anuda el extremo de una bolsa de comida para aves. Creen que si se puede extraer el tema de un cuento, del mismo modo que se quita el hilo que ata la bolsa de maíz, puede abrirse la historia y dar de comer a las gallinas. Pero no es ésa la forma en que el significado opera en la ficción.

Cuando ustedes puedan enunciar el tema de un cuento, cuando puedan separarlo de la historia en sí misma, podrán estar seguros de que ese cuento no es muy bueno. El significado de un cuento debe estar corporizado en la historia, debe hacerse concreto en ella. Una historia es una forma de decir algo que no puede decirse de ninguna otra manera, y nos cuesta cada una de las palabras del relato decir cuál es su tema. Uno cuenta un cuento porque una simple enunciación resultaría inadecuada. Cuando alguien pregunta de qué trata un cuento, la única respuesta apropiada es indicarle que lo lea. El significado de la ficción no es un significado abstracto, sino un significado que se experimenta, y el único objetivo de hacer enunciaciones acerca del significado de un cuento es ayudar a experimentar más plenamente ese significado.

La ficción es un arte que demanda la más estricta atención a lo real –tanto en el caso de un escritor que se aboca a componer un cuento naturalista, como en el del escritor que prefiere el género fantástico–. Quiero decir: todos nosotros partimos siempre de lo que es verdadero –o de lo que tiene una eminente posibilidad de serlo–. Incluso cuando uno escribe un relato fantástico, la realidad es el único fundamento conveniente. Algo es fantástico porque es tan real, tan real que es fantástico. Graham Greene ha dicho que él no podría escribir “me hallaba suspendido sobre un pozo sin fondo” porque tal cosa no puede ser cierta, ni “bajando a todo correr las escaleras salté dentro de un taxi”, porque eso tampoco puede ser posible. Pero Elizabeth Bowen puede escribir, refiriéndose a uno de sus personajes, “ella se llevó la mano a los cabellos como si oyera moverse algo en su interior”, porque tal cosa es eminentemente posible.

Me atrevería incluso a afirmar que la persona que escribe un relato fantástico debe mantenerse más estrictamente atenta al detalle concreto que quienes escriben en una cuerda naturalista –porque cuanto mayor sea el apoyo de un cuento en lo verosímil, más convincentes resultarán sus características–.

Un buen ejemplo es el relato titulado “La metamorfosis”, de Franz Kafka. Es la historia de un hombre que despierta una mañana y descubre que, durante la noche, se ha convertido en cucaracha, aunque sin perder su naturaleza humana; y si esta situación es aceptada por el lector, es porque los detalles concretos del relato son absolutamente convincentes. Lo cierto es que ese relato describe la naturaleza dual del hombre de un modo tan realista que resulta casi intolerable. La verdad no ha sido distorsionada en el relato; antes bien, una cierta distorsión ha sido efectuada como forma de llegar a la verdad. Si admitimos, como es preciso hacerlo, que la apariencia no es lo mismo que la realidad, deberemos entonces dar al artista la libertad de hacer ciertos reacondicionamientos en la naturaleza de las cosas cuando éstos conducen a ampliar la profundidad de la visión. El artista debe recordar siempre que aquello que él recrea es naturaleza, y debe saber y ser capaz de describirlo apropiadamente a fin de tener el poder de reinventarlo en su totalidad.

El problema del cuentista reside en cómo hacer que la acción que él describe revele tanto como sea posible respecto del misterio de la existencia. Dispone solamente de un espacio muy breve y no puede hacerlo por un procedimiento declarativo. Debe conseguirlo mostrando, no diciendo; y mostrando lo concreto, de modo que su problema es, en definitiva, saber cómo servirse de lo concreto de modo que “trabaje doble turno”.

En la buena ficción, ciertos detalles de la historia tienen a concentrar significados; cuando esto sucede se vuelven simbólicos por la misma función que desempeñan. Yo escribí un cuento titulado “Buena gente del campo”, en el cual, a una muchacha, doctora en filosofía, un vendedor de Biblias, a quien ella ha tratado previamente de seducir, le roba su pierna de madera. Ahora bien, debo admitir que, contada de esta manera, la situación no es ni más ni menos que un chiste de dudoso gusto. Al lector promedio le agrada observar cómo a alguien se le roba su pierna de madera. Pero sin dejar de atrapar su atención, y sin que al decir esto quiera yo autoelogiarme, creo que esta historia consigue operar en otro nivel de experiencia, desde el momento en que permite que en dicha pierna de madera se reconcentren varios significados. Al principio de la historia se nos hace evidente que la doctora en filosofía, tanto en lo espiritual como en lo físico, es una mutilada. No cree en nada más que en su creencia en nada, y percibimos que en su alma hay una parte de madera que se corresponde con su pata de palo. Ahora bien, nada de esto se dice. El escritor de ficciones declara tan poco como sea posible. Incluso puede ignorar que está creando esta conexión de niveles; pero la conexión, como quiera, existe, y tiene efectos sobre él. Con el transcurso del relato, la pierna de madera continúa acumulando significados. El lector se entera de cómo se siente esta chica respecto de su pierna, y qué siente su madre respecto de ella, y qué siente, también respecto de ella, una arrendataria de la familia. Y así, para cuando el vendedor de Biblias llega, la pierna ha acumulado ya tanto significado que, digamos, está cargada hasta el tope. Y cuando el vendedor de Biblias se la roba, el lector comprende que se ha llevado con él parte de la personalidad de la chica, y que le ha revelado, por primera vez, su aflicción más profunda.

Si ustedes quieren decir que la pierna de madera es un símbolo, pueden hacerlo. Pero es, ante todo, una pierna de madera, y en tanto pierna de madera es absolutamente imprescindible para el cuento. Tiene lugar en el primer nivel, literal, de la historia, pero también opera en la profundidad, tanto como en la superficie. Prolonga la historia en todas direcciones; y ésta es, en pocas palabras la manera por la cual el cuento burla su propia brevedad.

Ahora bien, detengámonos por un momento en la manera en que esto sucede. No quisiera que ustedes pensasen que, cuando me dispuse a escribir ese cuento, me senté a la máquina y dije: “ahora voy a escribir un cuento acerca de una joven doctora en filosofía con una pierna de madera, empleando la pierna de madera como símbolo de otro tipo de aflicción”. Personalmente, dudo de que haya muchos escritores que sepan lo que habrán de hacer cuando se aprestan a escribir. Cuando empecé a trabajar en ese cuento, yo ignoraba incluso que habría de incluir a una doctora en filosofía con una pierna de madera. Simplemente, una mañana me encontré escribiendo una descripción de dos mujeres de las cuales yo sabía ciertas cosas, y antes de que pudiera darme cuenta había dotado a una de ellas de una hija con una pierna de madera. Con el correr de la historia, introduje al vendedor de Biblias, pero sin tener la menor idea de lo que habría de hacer con él. Yo ignoraba que él iba a robar esa pierna de madera hasta diez o doce líneas antes de que sucediera; pero cuando comprendí que tal cosa iba a suceder, descubrí que era inevitable. Ese es un cuento que produce un shock en el lector; y creo que una de las razones de ese shock reside en que antes lo produjo en quien lo escribía.

Por otro lado, a pesar de que este cuento nació de una manera aparentemente irracional, no necesitó de casi ninguna corrección o reescritura. Es un cuento que estuvo bajo control mientras se lo escribía; y ustedes me preguntarán cómo opera esta forma de control, desde el momento en que no es enteramente consciente.

Creo que la respuesta a esta pregunta es lo que Maritain llama el “hábito del arte”. Es un hecho que toda la personalidad participa del proceso de escritura de una ficción –tanto la conciencia como la mente inconsciente–. El arte es el hábito del artista; y los hábitos tienen que enraizarse de un modo profundo en toda nuestra personalidad. El arte debe cultivarse como cualquier otro hábito, durante un largo período de tiempo, por la experiencia; y enseñar cualquier tipo de escritura es, primordialmente, ayudar al aprendiz a desarrollar el hábito del arte. Creo que el arte es mucho más que una disciplina, aunque de hecho también lo sea; creo que es un modo de mirar al mundo creado, y de usar los sentidos de modo que éstos puedan encontrar en las cosas tantos significados como sea posible.

Por supuesto, no soy tan ingenua como para suponer que la mayor parte de la gente que asiste a las conferencias de los escritores pretende aprender o escuchar qué clase de visión es necesaria para escribir historias que han de formar parte permanente de nuestra literatura. E incluso en el caso de que ustedes quisieran escucharlo, sus preocupaciones deben ser inmediatamente prácticas. Ustedes quieren saber cómo pueden escribir un buen cuento, y más aún cuándo pueden decir que lo han hecho; desean saber, entonces, cuál es la forma de un cuento, como si la forma fuera algo que existiese fura de cada cuento y pudiera aplicarse, imponerse al material. Por supuesto, cuanto más escriban, mejor comprenderán que la forma es orgánica, que crece desde el material, que la forma de cada cuento es única. Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno. En ficción, dos y dos es siempre más que cuatro.

La única manera, creo, de aprender a escribir cuentos es escribirlos, y luego tratar de descubrir qué es lo que se ha hecho. El momento de pensar en la técnica es aquél en el cual se tiene al cuento bajo los ojos. El maestro puede ayudar al estudiante a mirar este trabajo individual y a discernir si ha escrito una historia completa, vale decir, una historia en la cual la acción ilumina plenamente el significado.

Quizá lo más útil que pueda hacer yo ahora es transmitirles algunos comentarios sobre esas siete historias que ustedes me pidieron que leyera. Ninguna de esas observaciones se aplican estrictamente a una historia en particular; son simples puntualizaciones que no deben herir a nadie verdaderamente interesado en reflexionar sobre la escritura.

La primera cosa en la que cualquier escritor profesional repara al leer un texto es, naturalmente, en el uso del lenguaje. Muy bien. El uso del lenguaje en estos cuentos, con una sola excepción, es tal, que resultaría muy difícil distinguir unos de otros. Si bien puedo señalar la caída en numerosos lugares comunes, no puedo recordar una sola imagen o una metáfora. No quiero decir que no las hay en ninguno de los siete cuentos; simplemente, digo que no son lo suficientemente efectivas como para quedarse en nuestra mente.

En relación con esto, reparé en otro aspecto que me produjo una considerable alarma. Excepto en uno solo de los cuentos, prácticamente no se hace uso del habla local. Ahora bien, éste es un Congreso de Escritores Sureños. Todos los remitentes de los sobres en los que me llegaron los siete cuentos, señalan lugares de Georgia y Tennessee. Y sin embargo, no hay en ellos signos distintivos de la vida sureña. Una cierta cantidad de topónimos salpican los textos, como Savannah o Atlanta o Jacksonville, pero podrían ser fácilmente trocados por los Pittsburg o Pasaaic sin necesidad de realizar ninguna otra alteración en el cuento. Los personajes hablan como si nunca hubieran escuchado otro lenguaje que el que emana de un estudio de televisión. Lo cual indica que hay algo fuera de foco.

Dos calidades conforman la obra de ficción una es el sentido del misterio y la otra el sentido de los hábitos. Uno aprehende las costumbres de la textura de la existencia que nos rodea. La gran ventaja de ser un escritor del Sur es que no necesitamos mirar hacia ningún otro lugar en busca de costumbres: buenas o malas, las tenemos, y en abundancia. En el Sur, habitamos una sociedad rica en contradicciones, rica en ironía, rica en contrastes y particularmente rica en su lenguaje. Y sin embargo, he aquí seis historias de sureños en las cuales casi no se hace uso de los dones de la región.

Por supuesto, una de las razones ha de residir en que ustedes han visto abusar tantas veces de tales dones que se han vuelto excesivamente escrupulosos respecto de su uso. No obstante, cuando la vida que de hecho nos rodea es ignorada totalmente, cuando las particularidades de nuestra habla son desdeñadas de modo sistemático, es obvio que algo funciona muy mal. El escritor debería preguntarse si no está buscando, en fin, una forma de vida artificial.

Un modismo caracteriza a una sociedad, y cuando se ignoran los modismos, se está muy cerca de ignorar todo el tejido social que pudo forjar aun personaje significativo. No se puede extirpar a un personaje de su sociedad y decir mucho acerca de él como individuo. No se puede decir nada significativo acerca del misterio de una personalidad a menos que se la inserte en un contexto social creíble y significativo. Y la mejor forma de hacerlo es por medio del propio lenguaje de ese personaje. Cuando alguien, en uno de los cuentos de Andrew Little, dice desdeñosamente que tiene “una mula más vieja que Birmingham”, vemos en esa sola frase un sentido de una sociedad y su historia. Gran parte de la obra de un escritor del Sur ha sido realizada antes de que éste comience a escribir, porque nuestra historia vive en nuestro lenguaje. En uno de los cuentos de EudoraWelty, un personaje dice: “en el pago de donde vengo, hay zorros en vez de perros de cuadra, búhos en vez de gallinas, pero cantamos de verdad…”. Verán que hay todo un libro en esa sola frase: y cundo el pueblo de nuestro distrito puede hablar de esa manera y uno lo ignora, simplemente estamos desaprovechando lo que es nuestro. El sonido de nuestra habla es demasiado claro como para que se lo menosprecie con toda impunidad, y el escritor que trate de evadir esta responsabilidad estará a punto de destruir la mejor parte de su poder creativo.

Otra cosa que he observado en estas historias es que, en su mayoría, no profundizan demasiado en un personaje, no revelan demasiado de su interioridad. No quiero decir que no se metan en la mente del personaje, sino que, simplemente, no muestran que el personaje está dotado de una personalidad. Una vez más, debemos remitirnos al tema del lenguaje. Estos personajes carecen de un habla distintiva que los revele; y a veces no tienen en realidad, rasgos distintivos. Al final, uno siente que no nos ha sido revelada personalidad alguna. En la mayoría de los buenos cuentos es la personalidad del personaje lo que crea la acción de la historia. En la mayoría de esos cuentos, siento que el escritor ha pensado en una acción y luego ha seleccionado un personaje para que la lleve a cabo. Usualmente, existen más probabilidades de llegar a buen fin si se comienza de otra manera. Si se parte de una personalidad real, un personaje real, estamos en camino de que algo pase; antes de empezar a escribir, no se necesita saber qué. En verdad, puede ser mejor que uno ignore qué sucederá. Ustedes deberían ser capaces de descubrir algo en los cuentos que escriban. Porque si ustedes no lo son, probablemente, nadie lo será.