Por Eduardo Berti
Revista La Nación, Buenos Aires, agosto de 2001
Visitar la antigua casa de Claude Monet, convertida en museo, fundación y máximo atractivo del pueblo de Giverny, ubicado a unos setenta kilómetros al noroeste de París y a orillas del río Sena, equivale a sentirse en medio de uno de sus cuadros más representativos, dentro de un sueño impresionista, hecho de agua, hojas y flores.
Claude Monet tenía 43 años y era ya un pintor reconocido cuando, en abril de 1883, resolvió instalarse allí, en compañía de Alice Hoschedé y de los hijos de sus respectivos matrimonios anteriores. Nacido en París, alumno de Renoir, Sisley y Courbet, Monet había pasado varias temporadas en Argenteuil (nada lejos de Giverny), trabajando literalmente sobre el agua, a bordo de una barca convertida en atelier; había viajado a Londres en 1871, y descubierto la pintura de Turner; había expuesto con regularidad desde que en 1872 el título de un cuadro suyo ("Impression, soleil levant") inspirase a los críticos la palabra impresionismo; había tenido dos hijos, Jean y Michel, con su primera mujer Camille, muerta de tuberculosis en 1879.
En Giverny, a poco de haberse alojado en una pensión, Monet quedó prendado de una casa que entonces era propiedad de un cierto Monsieur Singeot. Primero la alquiló. Luego, a medida que sus telas empezaban a venderse bien, fue urdiendo el proyecto de comprarla. Todo se resolvió por 22 mil francos de aquella época. Entonces Monet transformó el huerto, edificó tres invernaderos, repintó la casa escogiendo el verde para las ventanas y una mezcla de rosa y blanco para la fachada, levantó en 1895 el puente japonés inmortalizado en muchos de sus cuadros y erigió un segundo atelier (1899) en el que incluso alcanzó a montar un laboratorio fotográfico.
"Fue en Giverny que Monet se convirtió en el precursor de la pintura moderna, insensible a todas las tendencias de aquella época", sostiene Gerald Van der Kemp, curador del predio desde 1977. Fue ahí mismo que, trabajando en varias telas a un mismo tiempo ya que cada cual correspondía a una luz determinada, inició también sus famosas series temáticas: los almiares, los álamos, las glicinas y, por supuesto, las célebres ninfeas o nenúfares que diera a conocer a partir del año 1900.
La propiedad se divide en dos terrenos de alrededor de una hectárea, separados en aquellos tiempos por una vía de tren que unía Vernon con Gasny. De un lado quedan los ateliers --uno de ellos, originalmente un granero-- y la vasta casa de dos pisos, cuyos muros interiores han sido adornados no sólo con sus propias pinturas, sino con las estampas japonesas de Utamaro, Kitagawa, Hukai, Sunsho, Toyokuni y Utagawa, entre otros, que Monet había empezado a coleccionar más o menos en 1870. Los Degas, Manet, Delacroix y Cézanne que había comprado o recibido como obsequio de sus colegas se encuentran en la actualidad dispersos por varios museos del mundo.
Cruzando a través de un túnel subterráneo la antigua vía ferroviaria, hoy una ruta, se llega a un terreno vecino que Monet anexara a la mansión en 1893, con el objeto de llevar a cabo un jardín fluvial que, al decir de Van der Kemp, "era asimétrico, exótico, de influencias japonesas e ideal para el ensueño o la fantasía", es decir, todo lo opuesto al huerto normando que rodeaba la casa. Luego de numerosos trámites administrativos, Monet consiguió montar allí un gran estanque, en el que todavía flotan sus nymphées en torno a un bote que debió ser reconstituido tomando como modelo el que aparece en algunos de sus óleos como "La Barque".
"Me llevó algún tiempo entender a mis nenúfares. Los cultivaba por puro placer, sin pensar en pintarlos. Hasta que, de repente, tuve una revelación. Tomé mi pincel. Y desde entonces no he tenido otro modelo", diría el artista, en sus últimos años. Y también, sobre sus muchos óleos pintados a la orilla de su estanque: "Lo esencial del tema es en realidad el espejo de agua cuyo aspecto se modifica todo el tiempo, gracias a las porciones de cielo que allí se reflejan, y que esparcen vida y movimiento. La nube que pasa, la brisa que refresca, el copo que amenaza y que cae, el viento que sopla bruscamente, la luz que mengua y renace, y tantas otras cosas imperceptibles para el ojo de los profanos".
"Las ninfeas son las flores del verano", escribió el filósofo Gastón Bachelard, en un texto consagrado a Monet. "Cuando la flor aparece en el estanque, los jardineros prudentes sacan los naranjos del invernadero. Y si el nenúfar se queda sin flor desde septiembre, es señal de un crudo y largo invierno. Hay que levantarse temprano y trabajar de prisa para hacer, como Claude Monet, buen acopio de belleza acuática, y así contar la breve y ardiente historia de las flores fluviales".
Hacia 1916, cinco años después de la muerte de su esposa Alice, Monet mandó construir un "atelier de los nunéfares"; aunque en realidad para entonces toda la casa, con su huerto, su estanque y sus paseos, era un profundo atelier, como bien dijera su amigo el escritor y político Georges Clemenceau, asiduo visitante de Giverny, lo mismo que Matisse, Renoir, Pisarro, Cézanne, Sisley y otros artistas.
"Más allá de la jardinería y la pintura, no soy bueno para nada", sentenciaba Monet. A tal punto pintura y naturaleza se unían en él, que llegó a quemar en una misma hoguera las hojas caídas y los cuadros que no le satisfacían. "Me he fijado metas imposibles, por ejemplo pintar un espejo de agua con hierba que ondula en el fondo... algo hermoso de ver pero que, a la hora de llevar a una tela, está volviéndome loco", reflexionaba. "Qué difícil es pintar... una verdadera tortura".
Cuando Monet se hizo rico, gracias a la venta de sus obras, pudo contratar jardineros para que el paraiso luciese inmaculado. El jefe de los jardineros (que tenía cinco hombres a su cargo y era a su vez el hijo del jardinero de Octave Mirbeau) se encargó de plantar lirios, amapolas, cerezos, tejos y manzanos. Aun así, él continuaba controlándolo todo: le obsesionaba el paso de las estaciones que implicaba cambios de colores, le fascinaban los juegos infinitos de sombras y de luces, o cómo los narcisos, las azaleas y las lilas, las anémonas, las dalias y las rosas florecían y marchitaban, alternándose. "De ser posible, trato de fijar definitivamente lo que veo. Pero, en general, la visión desaparece rápidamente, para dejar lugar a otros colores".
Los paisajes del predio, ahora recorridos por turistas de todas las nacionalidades, pueden reconocerse de inmediato en muchas de sus obras: desde "Le jardin de l'artiste a Giverny" (1900), hoy expuesto en el Museo de Orsay, hasta "La Maison de Giverny vue du Jardin aux Roses" (1922-24), actualmente en el Museo Marmottan de París. "El hombre está ausente pero todo entero en el paisaje", diría Cezanne de estas telas, en las que Clemenceau creyó entrever hasta la menor "danza de los átomos".
Extasiado ante un cuadro de Monet, el escritor Emile Zola afirmó que éste "contaba toda una historia de energía y verdad", y añadió que, más que un pintor realista, Monet representaba para él "un intérprete delicado y poderoso que sabe plasmar cada detalle sin caer en la sequedad".
"El tema para mí es un objeto secundario, lo que deseo pintar es aquello que se encuentra entre el tema y yo", explicaba Monet al final de su vida, cuando había alcanzado ya a plasmar la ausencia de todo objeto en un cuadro, dando origen a la pintura abstracta contemporánea, tal como lo señalara el mismísimo Kandisnky.
El humor y la vitalidad de Monet decayeron tras la muerte de su hijo Jean, en 1914. Por entonces también empezó a tener problemas de visión. Su fiel amigo Clemenceau lo empujó a emprender una nueva serie en torno a los nenúfares, que acabaría siendo donada al estado francés a comienzos de 1922. Un año después, el artista fue operado con poco éxito de su ojo derecho. La muerte lo sorprendió en Giverny, el 5 de diciembre de 1926.
Su hijo Michel recibió en herencia la casa pero no se mudó a ella, al preferir que la siguiese ocupando y conservando Blanche, nuera del pintor. La decadencia del predio llegaría con la muerte de Blanche, en 1940, y con la del jardinero Lebret. El jardín estaba muy abandonado y algunas pinturas ya habían sido vendidas, cuando Michel Monet, a la sazón 88 años, sufrió un fatídico accidente automovilístico, el 19 de enero de 1966.
Nombrada heredera por Michel Monet, la Academia francesa de Bellas Artes tomó posesión inmediata de la propiedad. Los trabajos de restauración fueron coordinados por los arquitectos y académicos Jacques Carlu y Georges Luquiens. "Nos encontramos con los techos dañados y con las paredes impreganadas de humedad", recuerda Van der Kemp.
Los tres edificios fueron reconstruidos con sus piedras originales. Luego vino la tarea de los interiores, incluidos los dos dormitorios: el de Claude y el de Alice. Una de las empresas más arduas fue la recreación de la cocina y el comedor, que hoy presenta intactos azulejos blancos y azules.
Muchas donaciones para las obras (en las que ya fueron invertidas unos 14 millones de dólares) llegaron de los Estados Unidos, desde particulares como Laurence Rockefeller hasta empresas como el Reader's Digest. A partir de 1988 tres artistas norteamericanos, seleccionados justamente por Reader's Digest, gozan de una beca que les permite alojarse en la casa, usar los ateliers, visitar la región y pintar en los mismos paisajes y rincones donde lo hiciera Monet.
A pesar de los gastos millonarios, la Academia de Bellas Artes no tiene de qué quejarse: en los últimos siete meses, la casa recibió a unas 400 mil personas. "De hecho", informa Van der Kemp, lleno de orgullo, "se trata del lugar más visitado en toda la región de Normandía".
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