lunes, 29 de junio de 2015
domingo, 28 de junio de 2015
"Ulrica" de Jorge Luis Borges
Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert.
Völsunga Saga, 27
Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana.
Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Eramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.
-Soy feminista -dijo-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.
La frase quería ser ingeiosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.
Uno de los presentes comentó:
-No es la primera vez que los noruegos entran en York.
-Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake habla de muchachas de suave plata o furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresióno su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descrubrí poco a poco.
Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.
Me preguntó de un modo pensativo:
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió.
Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.
Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
-A mí también. Podemos sair los dos.
Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven.
No había un alma en los campos. Le propusé que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.
Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.
Al rato dijo como si pensara en voz alta:
-Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.
Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.
-En Oxford Street -me dijo- repetiré los pasos de Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.
-De Quincey -respondí- dejó de buscarla.
Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.
-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado.
Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos.
Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
-Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.
Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor.
No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.
Tomados de la mano seguimos.
-Todo esto es como un sueño -dije- y yo nunca sueño.
-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.
Agregó después.
-Oye bien. Un pájaro está por cantar.
Al poco rato oímos el canto.
-En estas tierras -dije-, piensan que quien está por morir prevé el futuro.
Y yo estoy por morir -dijo ella.
La miré atónito.
-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate.
-El bosque es peligroso -replicó.
Seguimos pos lor páramos.
-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré.
-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.
-Javier Otálora- le dije.
Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.
-Te llamaré Sigurd- declaró con una sonrisa.
Si soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild.
Había demorado el paso.
-¿Conoces la saga?- le pregunté.
-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.
No quise discutir y le respondí:
-Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.
Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.
Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:
-¿Oíste el lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.
Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaba muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba al tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.
http://www.loscuentos.net/cuentos/other/3/10/99/
Völsunga Saga, 27
Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo. Los hechos ocurrieron hace muy poco, pero sé que el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y de acentuar los énfasis. Quiero narrar mi encuentro con Ulrica (no supe su apellido y tal vez no lo sabré nunca) en la ciudad de York. La crónica abarcará una noche y una mañana.
Nada me costaría referir que la vi por primera vez junto a las Cinco Hermanas de York, esos vitrales puros de toda imagen que respetaron los iconoclastas de Cromwell, pero el hecho es que nos conocimos en la salita del Northern Inn, que está del otro lado de las murallas. Eramos pocos y ella estaba de espaldas. Alguien le ofreció una copa y rehusó.
-Soy feminista -dijo-. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol.
La frase quería ser ingeiosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
Refirió que había llegado tarde al museo, pero que la dejaron entrar cuando supieron que era noruega.
Uno de los presentes comentó:
-No es la primera vez que los noruegos entran en York.
-Así es -dijo ella-. Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
Fue entonces cuando la miré. Una línea de William Blake habla de muchachas de suave plata o furioso oro, pero en Ulrica estaban el oro y la suavidad. Era ligera y alta, de rasgos afilados y de ojos grises. Menos que su rostro me impresióno su aire de tranquilo misterio. Sonreía fácilmente y la sonrisa parecía alejarla. Vestía de negro, lo cual es raro en tierras del Norte, que tratan de alegrar con colores lo apagado del ámbito. Hablaba un inglés nítido y preciso y acentuaba levemente las erres. No soy observador; esas cosas las descrubrí poco a poco.
Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.
Me preguntó de un modo pensativo:
-¿Qué es ser colombiano?
-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.
-Como ser noruega -asintió.
Nada más puedo recordar de lo que se dijo esa noche. Al día siguiente bajé temprano al comedor. Por los cristales vi que había nevado; los páramos se perdían en la mañana. No había nadie más. Ulrica me invitó a su mesa. Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.
Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
-A mí también. Podemos sair los dos.
Nos alejamos de la casa, sobre la nieve joven.
No había un alma en los campos. Le propusé que fuéramos a Thorgate, que queda río abajo, a unas millas. Sé que ya estaba enamorado de Ulrica; no hubiera deseado a mi lado ninguna otra persona.
Oí de pronto el lejano aullido de un lobo. No he oído nunca aullar a un lobo, pero sé que era un lobo. Ulrica no se inmutó.
Al rato dijo como si pensara en voz alta:
-Las pocas y pobres espadas que vi ayer en York Minster me han conmovido más que las grandes naves del museo de Oslo.
Nuestros caminos se cruzaban. Ulrica, esa tarde, proseguiría el viaje hacia Londres; yo, hacia Edimburgo.
-En Oxford Street -me dijo- repetiré los pasos de Quincey, que buscaba a su Anna perdida entre las muchedumbres de Londres.
-De Quincey -respondí- dejó de buscarla.
Yo, a lo largo del tiempo, sigo buscándola.
-Tal vez -dijo en voz baja- la has encontrado.
Comprendí que una cosa inesperada no me estaba prohibida y le besé la boca y los ojos.
Me apartó con suave firmeza y luego declaró:
-Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.
Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor.
No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.
Tomados de la mano seguimos.
-Todo esto es como un sueño -dije- y yo nunca sueño.
-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.
Agregó después.
-Oye bien. Un pájaro está por cantar.
Al poco rato oímos el canto.
-En estas tierras -dije-, piensan que quien está por morir prevé el futuro.
Y yo estoy por morir -dijo ella.
La miré atónito.
-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate.
-El bosque es peligroso -replicó.
Seguimos pos lor páramos.
-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré.
-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.
-Javier Otálora- le dije.
Quiso repetirlo y no pudo. Yo fracasé, parejamente, con el nombre de Ulrikke.
-Te llamaré Sigurd- declaró con una sonrisa.
Si soy Sigurd -le repliqué- tu serás Brynhild.
Había demorado el paso.
-¿Conoces la saga?- le pregunté.
-Por supuesto -me dijo-. La trágica historia que los alemanes echaron a perder con sus tardíos Nibelungos.
No quise discutir y le respondí:
-Brynhild, caminas como si quisieras que entre los dos hubiera una espada en el lecho.
Estábamos de golpe ante la posada. No me sorprendió que se llamara, como la otra, el Northern Inn.
Desde lo alto de la escalinata, Ulrica me gritó:
-¿Oíste el lobo? Ya no quedan lobos en Inglaterra. Apresúrate.
Al subir al piso alto, noté que las paredes estaban empapeladas a la manera de William Morris, de un rojo muy profundo, con entrelazados frutos y pájaros. Ulrica entró primero. El aposento oscuro era bajo, con un techo a dos aguas. El esperado lecho se duplicaba en un vago cristal y la bruñida caoba me recordó el espejo de la Escritura. Ulrica ya se había desvestido. Me llamó por mi verdadero nombre, Javier. Sentí que la nieve arreciaba. Ya no quedaba muebles ni espejos. No había una espada entre los dos. Como la arena se iba al tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.
http://www.loscuentos.net/cuentos/other/3/10/99/
Revelan enigmas en la lápida de Borges
Edición del Lunes 22 de agosto de 2011
Opinión / Revelan enigmas en la lápida de Borges
Natalia Kidd
(EFE)
Frente de la lápida de Jorge Luis Borges en el cementerio de Ginebra.
La lápida de la tumba de Jorge Luis Borges en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, esconde varios misterios, desde leyendas en antiguas lenguas hasta grabados sajones y vikingos, de íntima y profunda relación con la vida y la obra del célebre escritor argentino.
Estos enigmáticos elementos han sido rastreados y escudriñados en su significado por el investigador argentino Martín Hadis, quien reflejó su trabajo en el libro “Siete guerreros nortumbrios”, que acaba de editar Emecé en la Argentina.
El título hace referencia a la figura principal que aparece en la pétrea lápida de la tumba de Borges (1899-1986) en el cementerio de Ginebra, esculpida por el argentino Eduardo Longato según un diseño hecho por la viuda del escritor, María Kodama, quien escogió elementos que fueron significativos para el autor de El Aleph.
“Es un monumento con muchos niveles de significado. La selección de los elementos de la lápida, profundamente ligados a la historia personal de Borges y con un amplio valor referencial hacia sus fuentes y sus obras, cumple con creces el objetivo de recordarlo”, asegura Hadis.
Los “siete guerreros” de la tumba de Borges fueron tomados de una lápida del siglo IX hallada en Inglaterra y la imagen conmemora un ataque vikingo a un monasterio en la isla de Lindisfarne (Nortumbria) en 793.
Borges, un apasionado por lo vikingo y lo sajón, menciona a los “siete guerreros” de la lápida en su obra Literaturas germánicas medievales (1966) y asociaba este ataque con la Batalla de Maldon, acaecida en 991 en Essex.
En su anverso, la lápida de Borges también contiene el nombre grabado del escritor y una frase en inglés antiguo, extraída de un poema sajón sobre la Batalla de Maldon, traducida como “y que no temieran”, una alusión al coraje que el escritor tanto admiraba como cualidad en otras personas.
“El combate de Maldon, a Borges le recordaba la íntima discordia entre sus dos linajes, el inglés, culto y erudito, por un lado, y el criollo y marcial, por otro. Y encontrar algo bélico y sajón al mismo tiempo fue como cerrar esa discordia”, explica Hadis.
Borges, que así halló una fusión entre lo bélico y lo anglosajón, empezó a estudiar inglés antiguo cuando se quedó ciego, hacia 1955, cuando es nombrado director de la Biblioteca Nacional argentina y junto con un grupo de estudiantes aprende e investiga profundamente esa lengua y la literatura anglosajona.
“Alguna vez pensé que mi destino de mero lector era pobre. Ahora, a los 70 años, he dado en sospechar que haber leído y releído la Balada de Maldon es quizá una experiencia no menos vívida y valiosa que la de haber batallado en Maldon”, dijo alguna vez Borges.
También en el anverso de la lápida hay una cruz celta, que remite a la cruz de Gosforth, erigida en Inglaterra en el siglo X por descendientes de vikingos y que en su columna, de cuatro metros, contiene grabadas escenas de tradiciones paganas y cristianas.
“Esto remite al cristianismo anglosajón de Borges, que no fue un hombre de fe pero continuó buscando una certeza religiosa hasta el fin de sus días. Era agnóstico pero no ateo y así se convirtió en un peregrino de muchas religiones”, dijo Hadis, quien recordó los antepasados metodistas del autor de Ficciones.
En el reverso de la lápida están grabadas dos frases y un barco vikingo.
Una de las frases está escrita en escandinavo antiguo y, traducida, dice: “Él toma la espada Gram y la coloca entre ellos desenvainada”, tomada de la Volsunga Saga, texto islandés de finales del siglo XIII que relata la historia del héroe germánico Sigurd y que Borges menciona en su obra.
“Borges atribuye su amor a lo escandinavo a que su padre le regalara cuando él tenía 10 años un ejemplar de la Volsunga Saga”, explica Hadis, quien señala a esta obra como “inspiradora” del cuento “Ulrica”, de Borges, texto que en su epígrafe contiene la frase grabada posteriormente en la lápida.
El navío vikingo representa el “viaje a la eternidad” y fue tomado de una de las llamadas “piedras ilustradas” de la isla de Gotland, Suecia.
La otra frase es la dedicatoria “De Ulrica a Javier Otárola”, nombres de los personajes del cuento “Ulrica” y que secretamente utilizaban Borges y Kodama para llamarse entre si.
“La lápida, desde el punto de vista estético y de significado, por su simpleza aparente y su complejidad secreta, por el vasto poder referencial de los símbolos y alusiones talladas en la roca, es un monumento realmente extraordinario, afín a muchos cuentos de Borges”, sintetiza Hadis.
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Paseando por la Historia: El asalto a Lindisfarne, comienzo de la era vikinga en Europa
1 de noviembre de 2013
El asalto a Lindisfarne, comienzo de la era vikinga en Europa
Monasterio de Lindisfarne |
El monasterio de Lindisfarne fue fundado por el monje irlandés San Aidan, que en el año 636 llegó a Northumbria, al noreste de Gran Bretaña, por encargo del rey Oswald con la misión de evangelizarla. Su ubicación en una pequeña isla, conocida hoy como Holy Island, que las mareas unía y separaba de la costa según su flujo, aseguraba el aislamiento y recogimiento que una comunidad monástica de la época andaba buscando.
Con los años, el monasterio se consolidó como una importante base de operaciones de la comunidad cristiana del norte de Inglaterra, con un creciente flujo de entrada en la comunidad de monjes deseosos de extender su religión por aquellas inhóspitas tierras. Su miembro más ilustre fue San Cuthbert, primero monje, abad del monasterio después, y finalmente obispo.
De su scriptorium salieron en los primeros años del S. VIII los famosos Evangelios de Lindisfarne, una copia en latín manuscrita e ilustrada de los textos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. En la segunda mitad del siglo X al texto latino se añadieron comentarios en lengua anglosajona (el inglés antiguo), lo que los convirtió en la copia en inglés más antigua de las Sagradas Escrituras.
Según refiere la Crónica anglosajona, en los primeros meses del año 793 las gentes de Northumbria asistieron a una sucesión de inquietantes prodigios seguidos de una gran hambruna. Violentos tornados se abatieron sobre el país, en el cielo se vieron dragones de fuego y en York cayeron gotas de sangre del tejado de la iglesia de San Pedro. Aquellos signos turbadores se concretaron el 8 de junio, cuando en las costas del país aparecieron unos barcos desconocidos.
Los tripulantes de los barcos eran piratas noruegos, y su objetivo no era otro que el antiguo y prestigioso monasterio de la isla de Lindisfarne. Los vikingos, paganos, asesinaron a los monjes, se hicieron con sus ropas y se adueñaron del tesoro del monasterio, mataron el ganado de la isla y todo lo llevaron, junto con numerosos cautivos, a bordo de sus naves. Luego prendieron fuego a los edificios y abandonaron el lugar dejándolo devastado.
El saqueo de Lindisfarne causó gran conmoción en Europa. Alcuino de York, eclesiástico y consejero del rey franco Carlomagno, escribió al obispo Higbald, en Northumbria: «Vuestros trágicos padecimientos me llenan de dolor, puesto que los paganos han profanado el santuario de Dios, han derramado la sangre de los santos alrededor del altar, han arrasado la casa de nuestra esperanza y han pisoteado los cuerpos de los santos como estiércol en la calle». Y se preguntaba: «¿Es el comienzo de un gran sufrimiento o bien el resultado de los pecados de quienes viven allí?»
El asalto a Lindisfarne dio comienzo a la era vikinga en Europa. En Gran Bretaña, donde el reino de Wessex acababa de afirmar su supremacía sobre los otros reinos de la isla, las correrías de noruegos y daneses dieron paso en la segunda mitad del siglo IX a la conquista del territorio y al cobro de tributos, el danegeld, por parte de los daneses. Aunque Alfredo de Wessex los derrotó en Ethanburt y recuperó Londres, los daneses conservaron un amplio territorio: el Danelaw, el país del derecho danés. En él surgió el reino danés de York, la Jorvik vikinga.
Fuentes:
- José Enrique Ruiz-Domènec: Los vikingos en Inglaterra. Historia National Geographic nº107
- Historia de la Humanidad
Para saber más:
San Aidan de Lindisfarne
Evangelios de Lindisfarne
Oldnews: El primer asalto vikingo
sábado, 27 de junio de 2015
viernes, 26 de junio de 2015
miércoles, 24 de junio de 2015
lunes, 22 de junio de 2015
LOS ESTORNUDOS - Conrado Nalé Roxlo (Chamico)
Los estornudos no suelen traer nada bueno, decían las viejas de antes, y tenían razón; pues lo que traen o anuncias, rapé aparte, es un resfriado. Pero yo sé de unos estornudos que fueron el soplo inspirador de cierta notable pieza literaria; y eso que no fueron musicales expresiones de una nariz célebre por su belleza, como la de Cleopatra, cosa que habría justificado un madrigal, sino rotundas explosiones de las de un chinito, bastante retobado él, inspector de escuelas provinciales. Misterios de la poesía que la ciencia no se explica.
Las cosas ocurrieron así.
El señor inspector penetró en el aula, y, tras de retribuir con una sonrisa de vinagre de luto los almíbares que se desparramaban por la bondadosa cara de la señorita Italia Migliavacca, mi inolvidable maestra de primeras letras, subió a la tarima, tarima que crujió gentilmente para ponerse a tono con los zapatos amarillos del señor inspector. Y vino, naturalmente, una alocución, como ellos dicen.
-Niños que en este ámbito del saber primario sorbéis las materias como la enredadera sorbe el sol...¡atchís!
-¡Salud, señor inspector! -prorrumpió la clase en pleno.
El inspector pasó una mirada furibunda por los bancos mientras se llevaba a su importante apéndice nasal un pañuelito muy bien planchado, que luego volvió a doblar y colocar en el bolsillo superior de su saco negro con trencilla, y retomó el hilo del discurso:
-El sol!...,el sol!... ¡atchís!
Martirena me dijo por lo bajo, pero de modo que sonó bien alto:
-Debe ser un resfrío de sol...
El inspector intentó matarlo de una mirada y continuó:
-El sol o, mejor dicho, sus rayos, llamados también irradiación febea...¡atchís!
-¡Salud, señor inspector! -volvimos a decir a coro, creyendo proceder muy correctamente. La señorita nos hacía señas de que no insistiéramos, pero nosotros éramos muy bien educados y no perdonábamos estornudo. Y éstos se sucedían cada vez con mayor frecuencia, y el inspector, par retomar el hilo de la perorata, tenía antes que retomar el hilo del pañuelo, suponiendo que lo fuera. Hasta que, con un violento "buenas tardes", se despidió y se fue como una tromba a ponerse sinapismos, sin duda.
Ya alejado el ogro, la clase en pleno soltó la carcajada, y muchos se pusieron a estornudar por burla.
-Niños -dijo severamente la señorita Italia-, nunca debemos burlarnos de los defectos físicos del prójimo.
Y para aleccionarnos trajo al día siguiente, pues era repentista, la fábula que va a leerse y que felizmente guardo entre mil cuadernos escolares.
EL CANARIO Y EL JAMELGO
Cierto coche de punto,
también puede llamárselo de plaza,
que formaba conjunto
con un jamelgo de raída traza,
y un anciano cochero, en el pescante,
detúvose delante
de una pajarería en cuya puerta
un canario, infatuado tenorino,
con sutil artificio,
sacaba dulce trino
de melodías rico
de su órgano bucal al orificio
también llamado pico.
El equino aludido,
cuyo nombre vulgar era "Pirincho",
no con mala intención, de distraído,
dejó escapar un natural relincho.
(Expresión incorrecta, sea dicho,
mas perdonable en tan humilde bicho.)
La gente que lo oyó, de baja estofa,
elogiando al canario melodioso
cubrió al jamelgo de improperio y mofa.
Pasó el tiempo premioso,
y ambas bestias murieron a su hora,
y escuchad, niños, lo que viene ahora.
El canario, ya inútil, fue a parar
a infecto muladar,
y, en cambio, con las tripas del rocín
hicieron varias cuerdas de violín,
en que un artista joven
interpretó a Mozart, Verdi, Beethoven.
MORALEJA
No desprecies, ¡oh, niño!, al que algún día
estornudó en momento inadecuado,
pues, como aquel caballo mal juzgado,
puede esconder torrentes de armonía.
A nosotros nos gustó mucho la fábula. Pero la señora directora no le permitió que se la mandara como desagravio al inspector, pues dijo que ciertas comparaciones podrían no ser bien interpretadas por éste. Mi querida maestra fue una incomprendida en el ambiente educacional de su época: era una precursora.
Fuente: CHAMICO, El humor de los humores. Almanaque de la medicina para el año que viene. Buenos Aires, s. ed., 1953 (págs. 42-43)
http://www.chauche.com.ar/aruges_ar/cuentos_breves/029.html
sábado, 20 de junio de 2015
jueves, 18 de junio de 2015
miércoles, 17 de junio de 2015
"El enamorado invisible" de Ellery Queen
| |
Las aventuras de Ellery Queen, 1934
http://ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/queen/el_enamorado_invisible.htm |
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