Dir: Fabrizio Aguilar | 88 min. | Perú
Intérpretes:
Antonio Callirgos (Juan), Anaís Padilla (Rosita), Angel Josue Rojas Huaranga (Pacho), Tatiana Astengo (Carmen), Aristóteles Picho (Fermín), Liliana Trujillo (Domitila), Eduardo Cesti (El Viejo), Melania Urbina (Yeni), Sergio Galliani (Wilmer), Gilberto Torres (El alcalde), Gustavo Cerrón (Benigno), Pold Gastello (Zambrano)
El tema de la sangrienta lucha interna que vivió el Perú es tratado en este debut del actor Fabrizio Aguilar. A diferencia de La boca del lobo (la película más lograda en torno al tema) aquí se presenta el conflicto desde la perspectiva de los pobladores, testigos y rápidamente partícipes de las acciones. La compleja circunstancia del papel que cumplieron en los hechos ha sido retratado por el cine peruano, tanto en documentales y en el campo de la ficción (con cintas como Ni con dios ni con el diablo o La vida es una sola). Dentro de ellas se encuentra Paloma de papel que tiene a su favor una mayor distancia para poder reflexionar sobre el fenómeno. La opción de la cinta es crear un pequeño drama que tiene como centro la mirada de un niño, que ajeno a las maldades e intereses se verá envuelto en una guerra no declarada. La mirada dentro del género es la solución que encuentra el director para transmitir la tragedia del Perú de los más feroces años del terrorismo.
La mirada infantil ante la dureza y crueldad del mundo en el que viven siempre ha sido la perspectiva más inquietante. Ellos entran en conocimiento del orden establecido solo para darse cuenta antes que otros que tal orden no existe como se idealiza. El director Fabrizio Aguilar muestra el interés por una narración clara en el completo sentido de la palabra (mucho de su trabajo con Francisco Lombardi debe haber influido). Así que con una preocupación a todo nivel arma su historia que se ensambla como un largo regreso al pasado. Ahí vemos al pequeño Juan un niño alegre y juguetón (a pesar de su hogar en conflicto) que con sus pequeños amigos será testigo del ingreso abrupto del temor y la violencia a su pequeño pueblo. Son los más encarnizados años de la escalada senderista de la cual tanto habrán oído hablar. Acaso una lejana historia sobre la muerte de un padre o la misma carta de presentación en la figura del alcalde ajusticiado. Mirada primaria puesta en contacto indisoluble con la malsana destrucción de la armonía.
Tras el aviso de llegada la vida del pequeño Juan cambiará por completo. Colocado sin quererlo como parte de la lucha armada como tantos otros moldeables compañeros a los cuales seguirá y de los cuales aprenderá las doctrinas de la igualdad social (a su manera). El sorprendido nuevo adoctrinado hasta respirará el respeto y el código cívico de su nueva escuela, pero sin olvidar su ansia por la libertad. La moral y el orden de grupo enfrentados al deseo inherente del control de una persona sobre sí mismo. La película se define a sí misma como una de aprendizaje, de transito (de manera brutal) al crecimiento. Antonio Callirgos en este caso es una revelación y acaso lo mejor de la cinta, su constante sorpresa y tristeza infantil son la expresión misma del dolor por la pérdida no sólo de los seres queridos y la libertad sino de algo más allá en el horizonte vital.
Aquí vemos la interrupción de su autentica línea de crecimiento (como la del país). Lamento por la barbarie cometida que lloran a partes iguales víctimas y victimarios (la secuencia culminante en la plaza). Con todo, lo discreto de la cinta (tanto en el acabado formal como en su intención de melodrama total) tendría que prestarle más atención a esta vertiente e intereses establecidos por Aguilar que no es otra que el acercamiento de circunstancias excepcionales a partir del oficio de narrar una pequeña historia. Una de tantas que hemos escuchado lejanamente o visto y que configuran apenas la dimensión completa de la barbarie. Barbarie que hasta ahora sigue causando llanto en los recuerdos o las vivencias de los que recién llegan, como el pequeño Juan. Heridas o cicatrices que forman parte perenne del Perú como las más antiguas tradiciones y símbolos patrios. Hechos para no olvidar.
Jorge Esponda
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