Mirar por la mirilla... ¿o mejor no?
por Luciana Murzi
Escudero, Laura. Los parientes impostores. Buenos Aires: Norma, 2008.
Libro de reuniones y desreuniones. Se reúnen los parientes de otros en la casa de Sofía, la narradora y protagonista de la historia. En ese mismo proceso, se desreúnen con la verdadera persona a la que buscan. Al final del relato, ese encuentro tendrá lugar. Se reúne Sofía con su vecino Javier, a quien nunca había visto. Se desreúnen Sofía y su tranquilidad de estar sola y de disponer de su tiempo y de su espacio a gusto. El caos se reúne con más caos, y el absurdo, con más absurdo. Se reúnen los rulos de Sofía con unas hebillas, y después se vuelven a desreunir. Sofía se reúne con su mamá, de quien siempre estuvo bastante alejada, tanto en ideología como en contacto físico. Se desreúnen las malas interpretaciones. Y, por último, Sofía misma se reúne con una nueva forma de ser ella misma, más abierta y menos “rara” e inadecuada. ¿Cuál será, finalmente, la situación de crisis? ¿La confluencia de qué cosas, la separación de qué otras? A veces resulta que en el error está el acierto. Y otras, no, claro.
La situación inicial del relato es un oasis de armonía. La protagonista disfruta de su departamento y de la paz que construyó en él. Disfruta, sobre todo, de que nadie le diga qué tiene que hacer y cómo. Pero inmediatamente, llaman a la puerta unas personas confundidas que instauran el desconcierto. A partir de ese evento, la novela recorre un camino –por momentos ambiguo– por las nociones de juventud y soledad en estreno reciente.
Sofía anhela la soledad y la elige como modo de vida. Su cotidianeidad es trabajar desde su casa (es historietista), convivir con un gato, no arreglarse e intentar comunicarse lo menos posible con el exterior y sus gentes. En ningún momento del relato la protagonista menciona a amigos o parejas. Solo aparece su madre –de quien Sofía pretende diferenciarse– como una figura de lo molesto, incluso más invasora que los falsos parientes. Es llamativo que ante la problemática de la ocupación de su departamento por gente extraña la narradora no recurra ni a sus familiares ni a sus amigos, pero sí se lo comente y escuche consejos de varios personajes que acaba de conocer, como el diariero, la chica de la librería o su vecino.
¿Qué significa o qué función cumple el hecho de que una chica de veintipocos elija vivir sola y prefiera relacionarse lo mínimo e indispensable con otras personas? En la contratapa leemos un fragmento del texto de interior, significativo en este punto: “Pero de pronto, me embargó una tristeza tan grande que no me cabía en el cuerpo. (...) Era yo. Yo y mi eterno naufragio sobre el mundo. (...) Yo quería, imaginaba algo que compondría mi vida, pero una y otra vez se me escapaba de las manos”. Hay algo que está mal en el origen, parece decirnos el texto. Esa soledad (o la ilusión de Sofía de lo bueno de la soledad) debe ser anulada y la felicidad, recompuesta. Entonces: soledad = crisis de la singularidad. Se vuelve necesario encontrar ese algo que componga la vida de Sofía. Y el texto, amable, se lo otorga. Porque lo que invade la calma de Sofía no es, a fin de cuenta, la visita de los parientes de mentira (o también lo es, pero momentáneamente), sino el amor, la apertura hacia los otros: el descubrimiento de que vivir en soledad es algo triste. Y Sofía ingresa así en un “sistema de parentesco” y se convierte, como quería su madre, en un ser social y moralmente correcto.
Escudero, Laura. Los parientes impostores. Buenos Aires: Norma, 2008.
Libro de reuniones y desreuniones. Se reúnen los parientes de otros en la casa de Sofía, la narradora y protagonista de la historia. En ese mismo proceso, se desreúnen con la verdadera persona a la que buscan. Al final del relato, ese encuentro tendrá lugar. Se reúne Sofía con su vecino Javier, a quien nunca había visto. Se desreúnen Sofía y su tranquilidad de estar sola y de disponer de su tiempo y de su espacio a gusto. El caos se reúne con más caos, y el absurdo, con más absurdo. Se reúnen los rulos de Sofía con unas hebillas, y después se vuelven a desreunir. Sofía se reúne con su mamá, de quien siempre estuvo bastante alejada, tanto en ideología como en contacto físico. Se desreúnen las malas interpretaciones. Y, por último, Sofía misma se reúne con una nueva forma de ser ella misma, más abierta y menos “rara” e inadecuada. ¿Cuál será, finalmente, la situación de crisis? ¿La confluencia de qué cosas, la separación de qué otras? A veces resulta que en el error está el acierto. Y otras, no, claro.
La situación inicial del relato es un oasis de armonía. La protagonista disfruta de su departamento y de la paz que construyó en él. Disfruta, sobre todo, de que nadie le diga qué tiene que hacer y cómo. Pero inmediatamente, llaman a la puerta unas personas confundidas que instauran el desconcierto. A partir de ese evento, la novela recorre un camino –por momentos ambiguo– por las nociones de juventud y soledad en estreno reciente.
Sofía anhela la soledad y la elige como modo de vida. Su cotidianeidad es trabajar desde su casa (es historietista), convivir con un gato, no arreglarse e intentar comunicarse lo menos posible con el exterior y sus gentes. En ningún momento del relato la protagonista menciona a amigos o parejas. Solo aparece su madre –de quien Sofía pretende diferenciarse– como una figura de lo molesto, incluso más invasora que los falsos parientes. Es llamativo que ante la problemática de la ocupación de su departamento por gente extraña la narradora no recurra ni a sus familiares ni a sus amigos, pero sí se lo comente y escuche consejos de varios personajes que acaba de conocer, como el diariero, la chica de la librería o su vecino.
¿Qué significa o qué función cumple el hecho de que una chica de veintipocos elija vivir sola y prefiera relacionarse lo mínimo e indispensable con otras personas? En la contratapa leemos un fragmento del texto de interior, significativo en este punto: “Pero de pronto, me embargó una tristeza tan grande que no me cabía en el cuerpo. (...) Era yo. Yo y mi eterno naufragio sobre el mundo. (...) Yo quería, imaginaba algo que compondría mi vida, pero una y otra vez se me escapaba de las manos”. Hay algo que está mal en el origen, parece decirnos el texto. Esa soledad (o la ilusión de Sofía de lo bueno de la soledad) debe ser anulada y la felicidad, recompuesta. Entonces: soledad = crisis de la singularidad. Se vuelve necesario encontrar ese algo que componga la vida de Sofía. Y el texto, amable, se lo otorga. Porque lo que invade la calma de Sofía no es, a fin de cuenta, la visita de los parientes de mentira (o también lo es, pero momentáneamente), sino el amor, la apertura hacia los otros: el descubrimiento de que vivir en soledad es algo triste. Y Sofía ingresa así en un “sistema de parentesco” y se convierte, como quería su madre, en un ser social y moralmente correcto.
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