Fue un fin de semana de octubre cuando el laberinto borgeano, diseñado por el inglés Randolph Coate, comenzó a tomar forma en la finca Los Alamos, en San Rafael, a 240 kilómetros de Mendoza.
Allí estaba, sonriente y feliz, el custodio del proyecto y su principal promotor, Camilo Aldao, Camilito para sus amigos, que murió el sábado, de manera inesperada, en su querida finca mendocina.
Me tocó estar en Los Alamos cuando de un gigantesco camión comenzaron a bajar los cientos, miles de arbustos, llegados de un vivero de Capilla del Señor, para formar el Laberinto de los Senderos que se bifurcan, un libro abierto por el que en pocos años se podría caminar.
Periodista, viajero empedernido, buen lector, había heredado la pasión por Borges de su tía Susana Bombal, que tapizó la casa construida en 1830 con sus colecciones de libros, franceses, ingleses, con revistas de los años cuarenta y hasta con un poema que el propio Jorge Luis Borges le dedicó llamado, obviamente, "Susana Bombal". Allí vivieron Manucho Mujica Láinez, el genial escenógrafo Héctor Basaldúa y Raúl Soldi, invitados por Susana Bombal, y, en tiempos recientes, contingentes de turistas argentinos, europeos y norteamericanos que disfrutaban de la fresca casa solariega, señorial, pero sin otra pretensión que la garantía de lo auténtico. Y Camilo era el anfitrión ideal. Buen contador de historias en las largas sobremesas en la galería transparente o al costado de la pileta a la luz de los braceros encendidos, remataba los relatos con una larga y plácida sonrisa.
Les contó a todos. A sus amigos -a los que sumó al proyecto-, a los periodistas, a las autoridades, a los huéspedes, que su sueño era plantar el laberinto verde en la finca de la infancia.
El diseño es de Randolph Coate, hombre casi centenario, una autoridad mundial en paisajismo -especialidad tan inglesa, por otra parte-, que lo donó a la Fundación Borges, que preside María Kodama. Era su homenaje personal al escritor que frecuentó y admiró, mientras vivió en Buenos Aires ocupado de asuntos culturales en la representación diplomática de la Corona.
Camilo Aldao hijo peleó, desde que supo de su existencia, para hacerlo realidad. Intentó en Buenos Aires y cuando estaba casi cerrado el acuerdo se cruzó otra prioridad por la cabeza del funcionario de turno y la carpeta volvió al cajón.
¿Y por qué no en Los Alamos? María Kodama viajó a San Rafael y aprobó la iniciativa que todos imaginaron como un motor imbatible para el desarrollo de un polo de turismo cultural. Proyectó un jardín de lectura y con sus amigos levantó un mangrullo para leer desde la altura el nombre de Borges escrito con el verde de 12.000 arbustos de boj.
Por: Alicia de Arteaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario