La tragedia griega es Eurípides. Sus obras resultan grandiosas y acumulan una cantidad tal de literatura que, leyéndolas, el modo de mirar la realidad queda modificado para siempre.
Electra
Medea es la reina de la tragedia, un género caracterizado por el desencadenamiento de una desgracia anunciada e inaplazable, una desgracia que sobrecoge al espectador y le recuerda su papel de brizna en el universo. La venganza de Medea es despiadada, su drama es intenso y concentrado.
La venganza de Hécuba –sin embargo- es modulada y razonable, necesita de la complacencia del oyente, se justifica en su desdicha, que es la de las mujeres de Troya: exiliadas, viudas y cautivas; como Andrómaca, obligada a compartir su marido con otra y de la que se sirve el autor para analizar los vicios de las mujeres –tema recurrente en sus obras- y los males de la bigamia.
Eurípides intenta situarse siempre en posiciones racionalistas y esa búsqueda de argumentos que convierte a sus personajes en humanos los acerca al futuro, a los lectores y los espectadores del siglo XXI. A pesar de ser difíciles de analizar en su contexto, porque ni uno solo de los ciclos en los que se estructuraban sus tragedias ha quedado completo. A pesar de que sus personajes vienen de leyendas cercanas a los griegos, pero no a nosotros que nos perdemos en las cadenas de los mitos y las generaciones.
Fedra rompe un tabú al enamorarse de su hijastro, Hipólito, y en la desesperación lo arrastrará en su caída. Su tema es la pasión descontrolada, el poder que tiene Eros sobre los cuerpos y las almas.
El derecho sagrado de asilo de los suplicantes se analiza en Los Heráclidas, un asunto que obsesionaba a los griegos y que era una de las bases de su sistema legal.
Alcestis es una obra curiosa, una tragicomedia muchos de cuyos matices se han perdido con el tiempo, las versiones y el resto de una tetralogía. Todos se lamentan por el destino de Alcestis que acepta morir en el lugar de su esposo, pero nadie acierta a ver el cinismo que encierran las lamentaciones, especialmente en lo que respecta a Admeto, su marido.
También es satírica El Cíclope, cuyo argumento viene de La Odisea y que recrea, para regocijo de los espectadores, la astucia del ser humano, representado por Ulises.
Eurípides es el último en el tiempo de los tres grandes trágicos griegos y dice la leyenda que nació el día de la batalla de Salamina, en la que Esquilo habría participado, y un Sófocles adolescente formado parte del coro que celebró la victoria. La escalera generacional viene a representar una Edad de Oro en la que el teatro recogió las aspiraciones morales de los pueblos de la Grecia antigua y formuló su dramaturgia con estructuras cerradas.
Ifigenia entre los tauros, conocida habitual y erróneamente como Ifigenia en Táuride, destaca entre las composiciones teatrales de Eurípides por cierta libertad en su planteamiento que la convierte casi en una novela de aventuras, con los consecuentes componentes de suspense y de tensión dramática estructurados alrededor de una huida, la de la heroína griega, rescatada por su hermano, Orestes, que llega al país de los tauros en expiación de su culpa dinástica.
Los diálogos son contrapunteados y brillantes, el personaje de Ifigenia complejo. Ciertas incongruencias de la trama pierden importancia gracias a una situación bien planteada y resuelta.
Y es que quizás Eurípides sea más cercano a lo humano que los otros dos dramaturgos helenos, Sófocles y Esquilo, tan atraídos por lo heroico, por la influencia de lo moral y lo divino, centrados en la tragedia.
Ion está movida por la curiosidad del desenlace y el tema es –quizás- el de las debilidades humanas, en ella se inicia un curioso reproche a los dioses por su volubilidad en el que el dramaturgo incursiona en un interesante descreimiento que culminará con Heracles, donde todo es arbitrario. En Ion, como en Electra, se produce una hábil utilización de los movimientos escénicos, especialmente entradas y salidas de los personajes.
Las troyanas inician su lamento en el momento en el que los dioses abandonan Troya. La obra es una censura de la guerra, un reconocimiento hacia el enemigo honorable, un estudio sobre el sufrimiento de la mujer, paridora de soldados para los enfrentamientos del mundo antiguo, y una muestra de la implacabilidad de los vencidos. Esta obra importante consagra el remordimiento de los griegos y asume su responsabilidad en la destrucción de la ciudad legendaria. Prolonga la Ilíada y proyecta hacia el Renacimiento su estela mitológica.
Vanessa Redgrave, Katharine Hepbunrn, e Irene Papas encarnaron a las mujeres troyanas en la película de Cacoyannis de 1971.
Otros vencidos son causa en Las suplicantes, una exaltación de la democracia ateniense. Porque recordamos que Eurípides escribió en tiempos de guerra y el ruido de las armas repercute en sus palabras.
Eurípides intentó, sin saberlo, escaparse del corsé del teatro clásico y caminar hacia la novela. Reajustó los mecanismos de la dramaturgia, atisbó que había algo más allá de la tragedia: los rostros infinitos de una humanidad sufriente y desconcertada –somos esclavos de los dioses, escribe, sean lo que sean los dioses-, las múltiples facetas de la fantasía y la ficción.
Sus engendros tienen vida.
Orestes está a punto de terminar como el Rosario de la Aurora, que se tiño de sangre. Forma parte de un extraño triángulo en el que están su amigo Pilades, y Antígona, su hermana. Un trío que se enfrenta a la ciudad de Micenas y ejecuta la venganza por los males de Troya sobre su causante, Helena, paradigma de la mujer fatal. La misma que queda justificada en el drama al que da nombre como una ilusión en un juego barroco de mutaciones y equívocos: Helena lleva una existencia paralela en Egipto, mientras en Troya su imagen ocasiona un desastre que conmocionará al mundo. Porque Eurípides innova sobre los mitos reelaborándolos.
Seguimos en Ilión. Comienzan a debilitarse sus murallas con la muerte de uno de sus aliados más valiosos, Reso, rey de Tracia.
Las fenicias es una recapitulación, un repaso de los sucesos de la casa de los átridas en el que no falta nadie. Las esclavas fenicias aportan un punto de vista singular que las aparta de los sucesos.
Esa utilización intencionada del coro es curiosa e implica al lector, así sucede en Las bacantes, una escalofriante manifestación de histeria colectiva, una catarsis gobernada por la hýbris, la desmesura.
Pero quizá es en Ifigenia en Áulide donde la obra literaria se proyecta hacia el futuro. Sensu estricto porque aunque se escribió más tarde, su argumento precede al de Ifigenia entre los tauros. Figuradamente porque el autor griego trabaja sobre algo que la literatura ya no va a abandonar más: la vulnerabilidad del ser humano, sus contradicciones y sus cambios de parecer, el destino como algo evitable.
Casi todas las obras euripideas terminan con una aparición deus ex maquina que no es otra que la del propio creador poniendo un orden y un concierto que en el mundo no ve.
Calificación: Extraordinarias, especialmente Alcestis, Medea, y Hécuba. Indispensables, Las Troyanas e Ifigenia entre los tauros. Memorables Orestes, Las fenicias e Ifigenia en Áulide.
Tipo de lector: Todos
Tipo de lectura: Hace falta habituarse al tono y a las referencias, pero no son tan difíciles como se teme.
Argumentos: Intensos.
Personajes: Desbordados por las pasiones.
¿Dónde puede leerse?: En Grecia, asolada por la crisis.
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