Elena Garro: la madre maldita del realismo mágico
En el centenario de su nacimiento, México redime a la escritora, ex mujer de Octavio Paz, coinventora de un género literario que rechazaba, y sentenciada en su época por alta traición a la intelectualidad patria
«Cuando la mujer escribe, muere. Es una sentencia de muerte». La frase es de una escritora devorada por todos, por ella misma, por la sombra de su ex marido, el escritor Octavio Paz, por las ideologías que siempre le pillaron en el medio, por buscarse enemigos señalando con el dedo. Y en todo ese proceso, que fue su vida convertida en un libro sin tapas, creó literatura propia y hasta inventó, o ayudó a inventarlo, sin quererlo, un género que todos se disputan y del que ella renegaba como madre: el realismo mágico.
«Para Elena Garro el realismo mágico era una etiqueta mercantilista que la molestaba porque ella decía que el realismo mágico era la esencia de la cosmovisión indígena, por lo tanto, no era nada nuevo bajo el sol», explica a EL MUNDO Patricia Rosas Lopátegui, hasta ahora la autora de la única biografía sobre la escritora y que la trató durante 40 años.
La realidad es que el libro de Elena Garro Los recuerdos del porvenir (1963) es hoy para algunos especialistas el pistoletazo de salida de ese género que se adjudicaría como gran cimentador García Márquez con sus Cien años de soledad (1967). Antes están Juan Rulfo, Arturo Uslar Pietri y una serie de narradores latinoamericanos que se dedicaron a escribir de esa cosa que «en Europa se llama realismo mágico y acá lo llamamos costumbre», que diría García Márquez.
«En 1953, Elena se enfermó y se va a Suiza a tratarse. Allí escribe un primer borrador de Los recuerdos del porvenir. Años después, su hija, Elena Paz, rescató de una chimenea en Nueva York el manuscrito que su madre había lanzado al fuego. En 1963, la obra gana el premio literario Xavier Villaurrutia, el más importante de México, concedido ex aequo con la novela La feria del escritor Juan José Arreola», recuerda Carlos Castañeda, investigador y conocedor de la escritora que dará en la próxima Feria del Libro de Guadalajara una charla sobre su figura. «A ella no le gustaba que le dijera que era la precursora del realismo mágico, entre otras cosas porque yo opino que su verdadera fuente era la literatura fantástica y romántica alemana», señala Castañeda.
«Yo no puedo escribir nada que no sea autobiográfico; en Los recuerdos del porvenir narro hechos en los que no participé, porque era muy niña, pero sí viví», recuerda la también escritora Elena Poniatowska que le dijo Garro en un artículo en que la primera rinde tributo a la segunda.
Pero para entender la obra de Garro hay que desentender su vida, lo contrario es imposible. Elena Garro nació en la ciudad mexicana de Puebla en 1916, pero hasta eso fue una interrogante en su biografía: «Ella mintió sobre su real fecha de nacimiento. Se casaron jóvenes Octavio y Elena, en 1937, cuando ella tenía 20 años, que durante años peleó para que fueran 16 y tener la eximente de niñez para aquello que le atormentó siempre: haberse casado con Paz», comenta Castañeda.
Tras un noviazgo rápido entre ambos, los dos proyectos de intelectuales viajaron por Europa y América. En 1937 fueron a la España de la Guerra Civil, invitados por Rafael Alberti, y encontraron una España en llamas en la que él dibujaba ideas políticas que plasmó en su poema No pasarán y ella describe momentos rutinarios como cuando Luis Cernuda la invitó a pasear por una playa.
«Muchos años después, se publicó en 1992, ella escribió Memorias de España, que es un relato de sus recuerdos de ese viaje de 1937», dice Castañeda. «Nunca tuve tanto miedo ni tanta piedad por los soldados», escribió ella de su experiencia ibérica.
Tras España, Paz y Garro se trasladan a EEUU y a una Europa donde la normas sociales de eruditos, filósofos y narradores aburguesados dictaban que el amor era tan libre como la conciencia. El matrimonio vive con absoluta permisividad amorosa hasta que se cansaron en algún momento de tanto público desaire. Bueno, se cansó él, o al menos fue él quien solicitó un divorció exprés apremiado por otras urgencias amatorias.
«Yo creo que Elena Garro amó a Octavio Paz, pero pronto sintió el yugo del machismo y de la egolatría de Paz. Eran dos personalidades e ideologías opuestas. Paz siempre en los linderos del poder y de la gloria, y Garro en defensa de una literatura crítica sin concesiones y en pro de las víctimas de los oligarcas. Paz en el poder; Garro en contra de él. Fueron la pareja que nunca lo fue, al decir de Elena Garro», explica Rosas Lopátegui.
Por entonces ella ha conocido a otro escritor del que se enamora apasionadamente, dentro de una larga lista de amantes que tuvo en su vida, el argentino Adolfo Bioy Casares. «Lo vio tres veces en su vida, pero mantuvieron una larga correspondencia epistolar», recuerda Castañeda. «Yo creo que Octavio Paz fue el amor de su adolescencia y primera juventud, y Adolfo Bioy Casares de una época posterior. Pero con ninguno alcanzó la plenitud amorosa. Se interpusieron los valores machistas, la egolatría y la prepotencia masculinas», señala su biógrafa.
Garro se va convirtiendo en una creadora de obras de teatro como Un hogar sólido (1957), El rey mago (1958) o La señora en su balcón (1959). Además, esta católica amante de la aristocracia va convirtiéndose en defensora de los movimientos campesinos de Morelia frente a los abusos del México caciquil.
La culta, bella y cautivadora mujer no duda en posicionarse y reivindicar las marchas rurales frente al grupo de intelectuales izquierdistas de Ciudad de México que de alguna manera desprecia. «En una ocasión se presentó con un grupo de campesinos a un acto donde había todo tipo de intelectuales y pincharon ruedas y destrozaron coches de los convocados», comenta Castañeda. «Dicen que Poniatowska le preguntó en una ocasión por qué vestía con tacones y vestidos buenos cuando iba a ver a la gente del campo que defendía y que ella le contestó: 'Porque yo soy así, no les voy a mentir'», añade el investigador.
Su posición, muy incómoda para el Gobierno, hace que se le practique un primer destierro voluntario que podría haber sufragado el propio Paz a petición del presidente mexicano. Se va a París y está allí hasta mediados de la década de los 60. «Octavio Paz le mandó dinero toda su vida y la mantuvo a ella y a su hija. Él tenía una persona que controlaba en qué se gastaba el dinero su ex mujer que podía recibir un pago mensual y gastarse todo en comprarse un vestido», dice Castañeda.
Es entonces cuando la revolución cubana acrecienta los movimientos de izquierdas de todo el continente y un maremoto revolucionario sacude un México que mira con nostalgia los retales de la que fue primera revolución socialista del planeta. Elena Garro colabora estrechamente con Carlos Madrazo, un político del partido único, el PRI, que se atreve a formar una nueva opción política llamada Patria Nueva con el que parece dispuesto a modificar los dogmas de una dictadura encubierta.
Mientras el Mayo del 68 francés arde, en México, en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, los estudiantes son masacrados el 2 de octubre por escuadrones paramilitares y los servicios de seguridad tras meses de revueltas. Aún no se sabe hoy el número real de víctimas y detenidos. La acción sacude los cimientos del país, de sus intelectuales y destierra por segunda vez en vida a Garro y sus letras.
«Hay muchos mitos respecto a este tema. Elena Garro nunca perteneció al movimiento estudiantil de 1968. Para ella dicho movimiento no planteaba las soluciones políticas, económicas y sociales que urgían en el país», dice Rosas Lopátegui. «Ella se pasó alguna vez por el auditorio Che Guevara y fue a las manifestaciones, pero ella no quiere que México se convierta en Cuba. Ella está peleada con los intelectuales de izquierdas que apoyan el movimiento», comenta Castañeda.
Tras la masacre, ella queda en medio de un fuego cruzado. Para la intelectualidad mexicana es una delatora que da a los servicios secretos nombres de las personas involucradas en las revueltas. El escritor Carlos Monsiváis la califica «la cantante del año». A su vez, los servicios secretos, entre los que tiene amigos y detractores históricos, la exigen colaboración para salvarse de la pira intelectual y ella entra en total paranoia persecutoria.
«Aparece en algunos documentos de los servicios secretos mexicanos e incluso de la CIA como informadora», reconoce Castañeda. «Madrazo murió en un crimen de Estado en junio de 1969 y a Elena Garro la eliminaron de la vida política, social y cultural mediante la leyenda negra y el descrédito», señala su biógrafa siempre defensora de su figura.
El hecho es que ella huye a Estados Unidos, cuya frontera cruza casi camuflada, luego a España y finalmente regresa a París. En su país, mientras, se convierte en cómplice de la matanza y es desterrada de las librerías: «Durante años, aún hoy, es muy complicado encontrar su obra en México», dice el investigador.
El final de su vida es una mezcla de ferviente producción literaria, con obras importantes como Reencuentro de personajes (1982), Y Matarazo no llamó (1991) o Un corazón para un duelo (1996), junto a una decadencia personal que raya la manía persecutoria y la fabulación de una vida inventada en la que el personaje se había ya comido a la persona. Finalmente, tras 20 años de exilio voluntario, regresa definitivamente a México en 1993. «En varias ciudades de la República la recibieron con emoción, y Elena encontró lectores fervientes», escribe Poniatowska. Vuelve una mujer que se cobija en su victimismo y sus excesos y que porta el odio a su ex marido intacto: «Yo vivo contra él (...) todo lo que soy es contra él», dijo en una ocasión de Paz.
«Recuerdo que cuando regresó a México la fui a ver varias veces a su casa de Cuernavaca; era una pocilga miserable. Vivía con decenas de gatos y su hija. Estaba postrada en la cama, fumaba sin parar. Una vez necesitó llamar al doctor porque se ahogaba. Le trajo una máquina respiradora costosa y según salió por la puerta su hija la metió en una bolsa de plástico y la guardó en un cajón lleno de polvo. Pedía dinero a todo el mundo», explica Castañeda. «Se nutría de café, Coca Cola y cigarros. Se hacían colectas para ayudarlas pero el dinero desaparecía en un santiamén», dijo Poniatowska.
«Fue derrochadora porque gastó miles de pesos para sacar a los indígenas de la cárcel, para darles cobijo en su casa y para defenderlos de los terratenientes y políticos que les robaban sus tierras», replica su biógrafa.
Murió en esa indigencia un 22 de agosto de 1998 alimentado su cáncer de pulmón con un atracón diario de tabaco y sólo cuatro meses después de que muriera el hombre que sin estar estuvo siempre presente, Octavio Paz.
«Creo que es sin duda la más importante escritora latinoamericana del Siglo XX», dice Castañeda. «Elena sabía de la relevancia de su producción literaria, pero, a diferencia de los escritores coludidos con el poder o que buscaban prebendas oficiales, ella prefirió la independencia intelectual para poder ejercer su oficio sin compromisos», dice Rosas Lopátegui.
«Quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme», escribió ella en Los recuerdos del porvenir, como si intuyera entonces su fin.
https://www.elmundo.es/cultura/2016/10/30/5814d0a5e2704e58258b45ba.html
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